El miércoles 4 de Diciembre de 2013, una banda de forajidos asaltó un supermercado chino intentando un saqueo masivo. Sucedió en la localidad de Glew, conurbano bonaerense. El propietario se resistió e hirió a dos maleantes. Luego fue golpeado por varios y su local fue incendiado con el dueño adentro. Murió de asfixia.
En estas horas circula rumores y temores de nuevos saqueos a los supermercados chinos.
Tengo profunda admiración y respeto por los comerciantes chinos. Provienen de tierras muy lejanas en kilómetros. Exactamente 19.264 kilómetros separan Buenos Aires de Pekín. Pero también lejanas en cultura, idioma, costumbres, usos, formas de comercialización, hábitos de comida, religión, sistemas políticos, etc. Me contaba un comerciante chino que los primeros días que comenzó a trabajar le daba arcadas el aroma del queso, producto que no conocía.
Emigraron de un sistema comunista, para gozar de la libertad que nuestra Constitución reconoce “a todos los habitantes del mundo que quieran poblar el suelo argentino”. A 20.000 kilómetros de su casa, tuvieron que aprender a comprar y vender productos que no conocen, en formatos que no estaban acostumbrados, atender clientes que jamás habían visto, en otro idioma, otra moneda, otros hábitos. Y lo hacen, progresan.
No hay fabricante argentino que no quiera venderle “a los chinos”. Negocian, son difíciles, pero pagan siempre. Es mucho más fácil buscar efectivo comerciando con un chino que gestionando burocráticamente con el sistema bancario nacional y popular.
Muchos argentinos, fiel seguidores del culto de la envidia y el fracaso, no pueden soportar el éxito ajeno. Nos duele en el alma que un pobre inmigrante se convierta en pujante comerciante. Nos duele ver cómo trabaja, cómo se esfuerza, cómo progresa. Utilizamos una suerte de “bulling social” para esconder nuestra frustración y fracaso como país. Argentina es uno de los pocos países del mundo donde la pobreza ha aumentado en los últimos 50 años. Ahora encima la esconden.
Realmente, “non tendo”.
No entiendo, ¿qué nos pasó?, ¿cuándo nos hicimos tan envidiosos y perdedores? ¿Por qué disfrutamos del dolor del débil? ¿Por qué no hacemos ni exigimos que un gobierno inútil acaso haga algo? Un policía (vaya solución!!) en la puerta de cada supermercado debe ser lo mínimo que debe hacer el gobierno.
Hace 100 años éramos un país ejemplo y pujante. Millones de inmigrantes (tan extraños, pobres e ignorantes como los chinos) llegaban a la Argentina sólo con la cultura del esfuerzo. Ningún otro recurso más. Fueron recibido por un país con instituciones inclusivas, donde el esfuerzo se premiaba con progreso. Cien años después niños mimados por este gobierno publican en Facebook que van a pasar las fiestas sólo con lo que puedan robarle a un chino. No pueden comprar un pan dulce con el fruto de un esfuerzo que no tienen.
De la Argentina del progreso pasamos a la cultura del saqueo. Como buenos cobardes, las víctimas siempre son indefensas.