Para entender la realidad de lo que le está sucediendo a la economía argentina, nos plantearemos un sencillo ejemplo doméstico. Suponga que usted decide abrir una cuenta en un banco y éste le da su primera tarjeta de crédito. Ahora, con ella, puede pagar un montón de cosas y gastar más de lo que gana. Así que empieza a salir más seguido a restaurantes, al cine, va más a la peluquería, sale de vacaciones de verano a un lugar exótico y se da todos los gustos, etcétera. Además, como le queda más efectivo, les aumenta la mensualidad a sus hijos, que se la pasan todos los fines de semana de fiesta en fiesta y de bar en bar.
La mala noticia llega junto al resumen de cuenta. Cierto, puede pagar el mínimo de la tarjeta y empezar a endeudarse crecientemente, pero usted es una persona responsable y sabe que así terminará con su casa rematada. Así que junta a su familia y le cuenta que habrá que olvidarse de las próximas vacaciones de invierno y las salidas, y que la mensualidad de los chicos deberá recortarse a una mínima expresión. Dejará de ser el ídolo que les daba todo, para ser el desalmado que se lo quita. Sin embargo, usted estará haciendo lo correcto para corregir la barrabasada que, en realidad, hizo antes.
El gobierno kirchnerista encontró un país en rápida reactivación. Esto le permitió incrementar fuertemente la recaudación tributaria, a la que se sumó la suba de la presión impositiva sobre los sectores favorecidos por el enorme aumento de los precios internacionales de las commodities. Cuando esto no le alcanzó para seguir aumentando el gasto, se apropió de los ahorros para la vejez de aquellos que aportaban al sistema de capitalización. Pronto, también, fueron insuficientes y buscaron que el Banco Central les transfiriera crecientes recursos aumentando cada vez más el impuesto inflacionario. Con el tiempo, miraron hacia las reservas internacionales y, también, rompieron esa “alcancía”.
El problema es que en algún momento no quedan más monedas en el “chanchito” y llega el resumen de cuenta. Ahora, ¿actuaremos como el padre responsable que hace el esfuerzo de ordenar las finanzas de su hogar o como el que termina con la casa familiar rematada por no hacerlo?
Durante la gestión kirchnerista se mantuvo congelado lo que pagábamos por los servicios públicos. Al principio, a costa de la descapitalización de las empresas proveedoras y, cuando eso fue insostenible, con el aporte de los contribuyentes, cubriendo los costos mínimos necesarios para seguir prestando los servicios. Por supuesto, este subsidio nos permitió gastar por encima de nuestras reales posibilidades.
Además, durante los últimos años, el Banco Central despilfarró reservas internacionales manteniendo el dólar oficial más bajo que su verdadero valor. Por lo tanto, todos los bienes que se pueden exportar e importar (lo que compramos en hipermercados, ropa y medicamentos), que siguen la cotización de la moneda estadounidense estuvieron artificialmente bajos; lo que, también, nos permitió gastar en otras cosas. ¿En qué? Fundamentalmente, en servicios privados (peluqueros, divertimento, restaurantes, medicina, educación, ayuda para el hogar, etcétera) que pudieron cobrar más por su trabajo. Es decir, su poder adquisitivo subió y, cabe recordar, que nuestros ingresos son el servicio por excelencia de la economía. Desde un punto de vista electoral, este artificialmente mayor nivel de vida era sumamente redituable.
Lo malo es que si el Gobierno pretendía seguir exprimiendo al Banco Central para financiar sus excesos de gasto y un consumo “mágicamente” alto, la autoridad monetaria marchaba a la quiebra y, con ella, nosotros. Así que subió el tipo de cambio “cepo” a un valor algo más realista. Por ende, aumentaron los precios de los bienes que dependen de él. Por eso, ahora, cuando la gente va al hipermercado, a la farmacia o a comprar ropa se agarra la cabeza. Sobre llovido, mojado, el Gobierno tiene que bajar el ritmo de crecimiento de su gasto; lo que implica quitar los subsidios. Así que, ahora, tendremos que reducir fuertemente otras erogaciones, principalmente, servicios privados que deberán moderar sus precios para no perder sus clientes. Conclusión, sus ingresos perderán fuertemente poder adquisitivo y la peor noticia es que los salarios son el principal servicio de una economía. De modo que, en el mediano plazo, los argentinos verán una gran reducción en su nivel de vida.
Lo peor es que el despilfarro fue grande y la cuenta también lo es, así que el ajuste recién empieza. Muchos despotricarán, olvidando que es la consecuencia de haber vivido por encima de nuestras posibilidades y que es inevitable tener que hacerlo, como lo era en el ejemplo de nuestra familia. Si los argentinos aprendiéramos a reclamar a los gobiernos cuando empiezan a malgastar en “fiestas” demagógicas, no repetiríamos una y otra vez esta vieja historia de quejarnos cuando llega la factura que, nos guste o no, tendremos que pagar. La clave es votar gobiernos que cuiden nuestro dinero.