El mito de las dos etapas del modelo K

Director Ejecutivo en 

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ÁMBITO.- Es común escuchar decir que el gobierno de Néstor Kirchner fue mejor que el actual porque se mantuvo un resultado fiscal positivo, un alto tipo de cambio real y un elevado superávit comercial. Por otro lado, se achaca a la desaparición de estas condiciones la decadencia del período de Cristina Fernández. Lo interesante es que, ésta fue la evolución natural en todos los gobiernos que asumieron luego de una debacle económica; lo que motiva a buscar qué es lo que termina desembocando en otro traspié.

Lo que caracteriza las crisis es que la percepción de riesgo se dispara y los argentinos tendemos a ahorrar mucho, comprando divisas o activos extranjeros. Por lo tanto, el valor de estos últimos tiende a subir y lo hace en términos de poder adquisitivo de bienes y servicios locales; que es lo que se suele llamar mayor tipo de cambio real. Además, más ahorro es menos consumo y menos inversión; por lo que el nivel de actividad cae, lo mismo que las importaciones. A su vez, por la menor demanda interna y por el mayor atractivo de exportar a un valor de dólar alto, las exportaciones mejoran. Esto deriva en un incremento del superávit comercial; lo que provee las divisas que la gente necesita para poder cubrirse del riesgo argentino. Así, se cierra el círculo y la economía busca un nuevo equilibrio.

Sin embargo, a nadie le gusta vivir en incertidumbre y recesión; por lo que los gobiernos intentan salir de esta situación. Para ello, se toman medidas de política que tienden a recomponer la confianza en el futuro y, si la gente cree en ellas, empieza a tener menos temor. Por lo tanto, disminuye su deseo de ahorrar en divisas; lo que hace que el valor de las mismas caiga respecto a los precios de bienes y servicios locales (baja el tipo de cambio real); lo que puede suceder por una merma nominal del primero y/o por un alza de los segundos. Así se incrementa el consumo y la inversión, la economía se reactiva; las compras el exterior, suben; las exportaciones son menos atractivas porque el dólar lo es y porque hay más argentinos que quieren comprar; y el superávit comercial se reduce, acompañando la menor demanda de moneda extranjera para cobertura de riesgo.

En general, durante la crisis, la fuerte devaluación y la suba de precios hacen que los ingresos del gobierno suban y que sus gastos se licúen en términos de estos; por lo que las cuentas públicas suelen mejorar. Si a esto le sumamos que la cesación de pagos de 2001 implicó dejar de abonar parte de la deuda y sus intereses, entendemos por qué fue posible tener superávits fiscales en los primeros años de Néstor Kirchner. Este ahorro del Estado compensó parte de la reducción del que hacía el sector privado; por lo que también moderó la merma del tipo de cambio real.

Lo malo es que, como la mayoría de los gobiernos argentinos, éste también optó por gastar a más no poder; por lo que pronto el resultado fiscal positivo desapareció y, por lo tanto, se profundizó la caída del poder de compra de las monedas extranjeras en la Argentina. Podemos sumar que el desahorro se potenció con la apropiación del ahorro para la vejez de los aportantes al sistema de capitalización y las divisas acumuladas por el Banco Central para gastar. Un “combo” perfecto para una fuerte pérdida de la competitividad cambiaria.

Por supuesto, para un gobierno populista, los resultados de corto plazo de esta estrategia son sumamente favorables; ya que generan un crecimiento artificial de la economía y del poder adquisitivo de la gente. El problema es que no es sustentable y, cuando las “cajas” que se exprimen se acaban, sobreviene el ajuste y la historia vuelve a comenzar.

Para que haya crisis, tiene que haber un elemento de política económica inconsistente. En el caso del actual modelo, es el cepo. Durante el período preelectoral y para poder mantener la ilusión de que el tipo de cambio no subía tanto y, tampoco, los productos que lo siguen con sus precios (ej. los de los supermercados), el gobierno utilizó las reservas del Banco Central. Sin embargo, esto no podía mantenerse indefinidamente y, en vez de cambiar de estrategia, luego de ganar los comicios se decidió quitar del mercado oficial de cambios gran parte de la demanda de los particulares y empresas. De esa forma, pudo seguir devaluando el peso para financiarse con impuesto inflacionario, sin tener que reflejarlo plenamente en el dólar “cepo”. Esto hizo que los productos de los supermercados volvieran a estar artificialmente más baratos y, al principio, logró contener la caída de reservas.

Sin embargo, como todo precio máximo, este tipo de cambio controlado empezó a desincentivar a los vendedores y a alentar la demanda. De esta forma, la inversión y los créditos externos tendieron a diluirse. Los productores de bienes comerciables y servicios a extranjeros (ej. turismo desde el exterior) se vieron asfixiados. Así regresó la pérdida de reservas y, además, la economía empezó a sufrir las consecuencias negativas de este “cepo” a la producción.

Lamentablemente, habrá que pasar por un fuerte ajuste del tipo de cambio oficial, del gasto público y del nivel de actividad para recomponer la situación económica. A partir de allí, tendremos una nueva oportunidad de elegir entre volver a repetir el ciclo, comprándonos una nueva crisis a futuro, o empezar a hacer un manejo más austero del gasto público.

Publicado en Ámbito Financiero
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