Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.
Profesor de Finanzas e Historia Económica, Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). Profesor de finanzas en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York (2013-14). Licenciado en Economía UBA (1985) Master of Business Administration (MBA) de la la Universidad de Chicago (1990). Autor de numerosos libros y artículos académicos sobre historia, economía y finanzas.
Se han cumplido poco más de cien años del nacimiento del economista caribeño Arthur Lewis, quien en 1979 recibió el premio Nobel de economía por sus contribuciones a la teoría del desarrollo. Entre ellas se destaca el modelo de “dos sectores”, que Lewis introdujo en un artículo publicado a mediados de los años cincuenta. Este modelo describe el típico proceso de industrialización de una economía con base agraria. Con el paso del tiempo fue superado por otros más sofisticados y pasó al olvido. Curiosamente, en estos últimos años fue revivido para explicar la transformación económica de China.
Según Lewis, en una economía en desarrollo los sectores urbano (industrial) y el rural (agrícola) tienen características fundamentalmente distintas. Este último generalmente está superpoblado, es decir hay una oferta de trabajo excedente, y además su productividad es muy baja. Ambos factores generan una emigración constante de trabajadores del campo a las ciudades que pone una presión constante sobre el mercado laboral y empuja al salario real industrial por debajo de la productividad marginal. Es decir, elimina la tensión salarial en los centros urbanos. Esto es justamente lo que ocurrió en China desde las reformas de Deng en adelante. En el período 1979-2009 la población urbana pasó de 180 millones a 620 millones. Se estima que casi dos tercios de este aumento fueron producto de la emigración interna, un fenómeno inédito en la historia económica mundial.
Los principales beneficiarios de esta situación obviamente son los empresarios industriales, ya que la presión sobre los salarios les permite generar ganancias extraordinarias. Pero al mismo tiempo como la demanda de sus productos aumenta esto los incentiva a reinvertir estas ganancias y expandir su capacidad. Esto contribuye a la acumulación de capital y, por ende, al crecimiento de la economía en su conjunto, que con el paso del tiempo, según Lewis deja de ser subdesarrollada.
Como cualquier modelo, se trata de una representación simplificada de la realidad. A pesar de ello sirve para comprender no sólo como fue el proceso de acumulación de capital y la industrialización en países como Inglaterra en el siglo XIX y sino también lo que está ocurriendo hoy en China, donde todo indica que el exceso de oferta de mano de obra en el sector rural se ha extinguido o está punto de extinguirse (lo que economistas llaman el “Lewis turning point”), lo cual ha comenzado a generar tensiones salariales.
El modelo de Lewis también sirve para entender que es lo que no pasó en la Argentina. Es decir, porque a partir de mediados de los años cuarenta el país se estancó y nunca desarrolló su industria. También para entender por qué países como Brasil o Corea del Sur si lo lograron. La experiencia coreana es muy interesante. En 1960 era una economía muy pobre basada en una actividad agrícola muy primitiva. Su PBI per cápita era una fracción del de la Argentina. Hoy en cambio es una potencia industrial de primer orden. Mas allá de las enormes diferencias políticas y culturales con la Argentina hubo un factor clave en la industrialización coreana: bajos niveles de salarios y largas horas de trabajo.
Quien tornó irrealistas e irrelevantes los supuestos del modelo de Lewis para la Argentina fue Perón. Gracias a su política económica y el enorme poder de los sindicatos, a pesar de la fuerte emigración interna, los salarios industriales no sólo no cayeron sino que aumentaron durante su régimen. Consiguientemente, los empresarios no pudieron generar las ganancias extraordinarias que preveía Lewis, y menos aún reinvertirlas para generar un proceso de acumulación de capital sostenido. Es decir, el peronismo abortó el círculo virtuoso de ahorro-inversión que se dio en Brasil y Corea del Sur.
Lamentablemente las ideas de Lewis no sirvieron para corregir el problema. Muchos lo consideran uno de los “padres” intelectuales del desarrollismo, que en la Argentina tuvo como adalides a Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Para el desarrollismo el estado debía promover activamente el círculo virtuoso que describía Lewis. Una de las maneras de hacerlo, y que Lewis recomendó de manera entusiasta, era a través de la sustitución de importaciones. Pero esta política no sólo no resolvió el problema sino que lo agravó. En vez de fomentar el desarrollo industrial y la acumulación de capital la sustitución de importaciones contribuyó a crear una seudo industria ineficiente y costosa. Reemplazamos el círculo virtuoso del crecimiento por el círculo vicioso de la decadencia. Para entender la economía argentina actual necesitamos un modelo de tres sectores con supuestos muy distintos a los de Lewis: un estado superpoblado y con bajísima productividad, un sector industrial con moderados niveles de empleo y baja productividad y un sector agropecuario con baja intensidad de mano de obra y alta productividad cuya renta es confiscada para financiar a los otros dos.
En 1945, antes que Perón ascendiera a la presidencia, la Argentina era la décima economía más próspera del planeta, la onceava en tamaño absoluto y la más grande de América Latina. Hoy, el país ocupa la posición 50 o 60 en el ranking mundial de PBI per cápita (difícil saberlo dada la mala calidad de las estadísticas oficiales) y su economía es la vigésimo quinta mas grande del mundo y la tercera en la región (con Colombia y Chile pisándonos los talones). La receta para retomar la senda del crecimiento sostenido no hay que buscarla ni el peronismo ni en el desarrollismo. Tampoco en el sudeste asiático. Basta observar que es lo que hicieron nuestros vecinos exitosos: seguridad jurídica, un estado eficiente, impuestos razonables, integración con el resto del mundo, educación de calidad y buena infraestructura.
Autor de “Entrampados en la farsa: El populismo y la decadencia argentina” y miembro del Consejo Académico de Fundación Libertad y Progreso.