Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
El precio del popular corte de carne generó acaloradas discusiones en los últimos días. Si bien con mejores modales, el gobierno puede estar repitiendo los errores del pasado.
La polémica estaba instalada. Pero con humor ayudó a propagarla Marcelo Tinelli, cuando escribió que si él fuese Victoria Beckham, invertiría la plata del divorcio en 3 kilos de asado. No contento con esto, agregó que “si seguimos así, en mayo para comprar un kilo de asado vas a tener que estar en el top five de Forbes”, aludiendo a la lista de los individuos más ricos del planeta.
Quienes no se tomaron el tema con el mismo humor fueron los funcionarios del gobierno. Hace unos días, el Ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, aseguró que había visto el kilo de asado a $ 140 y que eso le parecía “excesivo”. Por otro lado, el Ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, afirmó que, según sus cálculos, el kilo de asado debería costar, al público, $ 90.
Para hacer que dichos precios se reduzcan, la Secretaría de Comercio anunció que lanzará una aplicación que obligará a supermercados a publicar sus precios, de manera que la gente pueda elegir con mayor información. Según algunos analistas de prestigio, esto ayudará a que la competencia entre las entidades sea mayor y, por ende, los precios se desinflen.
Sin embargo, estos análisis dejan de lado el verdadero problema.
Márgenes de rentabilidad
En primer lugar, debe decirse que si los funcionarios consideran que el kilo de asado debe venderse a $ 90, nada les impide abandonar la función pública y ponerse una carnicería que ofrezca el producto a ese precio. Si es como ellos dicen, no solo generarán beneficios para sí, sino para toda la comunidad. Y esto vale para todos los que se quejan de los márgenes excesivos que supuestamente tienen los supermercados y carnicerías: ¿acaso probaron alguna vez incursionando en dicho negocio?
En segundo lugar, resulta poco sensato culpar a los empresarios por los aumentos en la carne. Lo cierto es que, como el resto de los productos en Argentina, los precios de la carne suben a causa de la inflación, como lo demuestra el gráfico de más abajo.
Desde enero de 1992 a enero de 2002 el precio del kilo de asado subió sólo 10% (el cuadril, por su parte, bajó 6,6%). Sin embargo, desde diciembre de 2003 a noviembre de 2015 (último mes de gobierno de Cristina Fernández), el kilo de asado escaló un 1407%. A la luz de estos datos, luce evidente que el culpable del aumento no es el margen de rentabilidad de las carnicerías y los supermercados, sino la desvalorización de la moneda.
La contradicción de Cambiemos
Ahora es cierto que desde noviembre los precios de este producto han acelerado su ritmo. Sin embargo, al renegar de esta tendencia el gobierno de “Cambiemos” entra en una contradicción. Esto es así porque, por un lado, tanto el presidente como la mayoría de los ministros coincidían en afirmar que el kirchnerismo había llenado de “cepos” a la economía y que su tarea era eliminarlos para liberar las fuerzas productivas del país.
Pero necesariamente, la liberación de estas fuerzas implica reconocer los verdaderos precios de las cosas y, naturalmente, luego de la caída en el stock ganadero de 10.000.0000 de cabezas producida por los controles impuestos por el kirchnerismo, era obvio que los precios iban a tender a subir. Querer controlarlos nuevamente es incurrir en una contradicción y, seguramente, terminará conspirando contra los objetivos de reactivación económica que el gobierno dice perseguir.
Cómo fomentar la competencia
Por último, una nota debe hacerse sobre la nueva página web que obligará a las cadenas de supermercados a publicar sus precios. En teoría esta aplicación se promocionará para incrementar la competencia empresaria, pero lo primero que se observa es que difícilmente una nueva carga regulatoria sobre las empresas pueda conseguir este objetivo. Es que, en realidad, el tema pasa por otro lado. Como afirmaba Nicolás Cachanosky, “más competencia no es obligar a comerciantes a publicar sus precios online”, sino “menos regulaciones e impuestos razonables”.
Esta opinión no es solo compartida por economistas independientes, sino también por quienes hoy comparten el espacio político del gobierno. En su libro Argentina Emprendedora, Andy Freire, Ministro de Innovación de la Ciudad de Buenos Aires, destaca que para mejorar la competitividad de la economía es esencial reducir la carga burocrática, impositiva y regulatoria, en línea con lo que establecen el World Economic Forum y el índice Doing Business del Banco Mundial.
Conclusión
La combinación de inflación y controles de precios siempre termina mal. Y fueron Néstor Kirchner y Roberto Lavagna quienes primero aplicaron esta estrategia al sector de la carne en Argentina. Los resultados fueron la desaparición del stock ganadero y el cierre de 150 frigoríficos. Hoy los consumidores estamos pagando las consecuencias.
En este marco, lo mejor que puede hacer el gobierno es seguir eliminando cepos y bajar la inflación con política fiscal y monetaria. De lo contrario, seguiremos viviendo como en El Día de la Marmota, repitiendo, una y otra vez, los errores económicos del pasado.