Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Para políticos y analistas, tanto de izquierda como de derecha, los monopolios son responsables por los altos precios y demás penurias económicas de los argentinos. La realidad, sin embargo, es que tenemos mucho que agradecer a los que ostentan “posiciones dominantes”.
Los años del kirchnerismo se caracterizaron por combinar elevados niveles de inflación con todo tipo de medidas destinadas a controlar precios.
El control de precios no se limitó solamente a “Precios Cuidados”, sino que también pasó por el congelamiento de las tarifas de servicios públicos, el control del tipo de cambio y las restricciones para exportar bienes.
Si a este contexto se le suma una emisión monetaria heredada del 40% anual y el necesario desmantelamiento de muchos de estos controles, el resultado es una nueva escalada de los precios.
Esta situación, sin embargo, está originando todo tipo de análisis desacertados.
Desde la izquierda, remarcan que el problema detrás de la suba es que unas pocas empresas, al gozar de una “posición dominante” en el mercado, suman a sus costos un margen excesivamente elevado de ganancias. Frente a este supuesto problema se propone un riguroso control sobre ellas. Al mismo tiempo, se critica la liberalización de la economía, ya que estaría dando rienda suelta a la irreductible e insaciable avaricia de los grupos concentrados.
Desde una perspectiva menos ideológica, opinan parecido.
Según un enfoque supuestamente “pro-mercado”, los monopolios también son un problema, al igual que lo es la falta de información “perfecta”. Por ello, se argumenta que deben sancionarse leyes de “defensa de la competencia” y que el gobierno debe intervenir para que la información provista por los privados sea lo más completa posible.
En esta línea parece ir el nuevo sistema de monitoreo online, mediante el cual el gobierno obligará a los minoristas de productos de consumo masivo a informar diariamente sus precios, amenazando con altas multas a los que no lo hagan.
Lo primero que llama la atención de ambos enfoques es que ninguna de las propuestas mencionadas resuelve de alguna manera el problema de la inflación. Otro dato curioso es que desde ambas veredas, aparentemente contrapuestas, se concluye lo mismo: o el gobierno interviene en el mercado, o la concentración empresaria se abusará de la gente. O Moreno, o la ley de la selva, como dijo Prat-Gay).
Esta idea, generalmente aceptada por el amplio espectro de lo políticamente correcto, merece ser puesta en duda. En definitiva, hay al menos tres motivos por los cuales todos tenemos que agradecer a estas empresas que ofrecen productos y servicios sin competencia alguna:
- Sin monopolios no habría innovación
La definición de monopolio es la de ser el único vendedor de un producto determinado. En este sentido, y siguiendo al economista Alberto Benegas Lynch (h), cuando una persona inventa algo nuevo se convierte automáticamente en el monopolista de dicha creación. Esto fue así para el inventor de la rueda, pero también para el creador de Windows o el de la vacuna contra la poliomielitis. Si viviéramos en un mundo sin monopolios, eso implicaría, por definición, hacerlo en un mundo sin innovación, ya que nada nuevo puede crearse sin que ello implique monopolizar dicha actividad al menos por un tiempo.
De solo imaginarse la vida sin vacunas, sin teléfonos celulares o sin Windows, se entiende lo grave de ir contra los monopolios o considerarlos algo negativo para todos.
- Los monopolios estimulan la competencia
Nadie niega que una empresa monopólica pueda generar beneficios más elevados que otra que se encuentre en un mercado con un grado mayor de competencia. No obstante, lejos de representar esto un problema, se trata de una virtud. Es que, como explica Israel Kirzner, los beneficios elevados constituyen una verdadera “invitación a entrar en el mercado”. Cuando los márgenes son altos, quienes estaban fuera del mercado tienen un incentivo extra para ingresar a competir. Así, las ganancias se transforman en el aliciente ideal para generar mayores grados de competencia, innovación y mejora continua de los procesos productivos.
Esto es fácil de ver en la práctica. Luego del éxito de Windows, apareció Mac, que con su fabulosa propuesta le sacó ganancias a Microsoft, mientras trajo beneficios al resto de los consumidores con más y mejores productos.
- Los monopolios benefician a la gente
El punto más fundamental sobre este tema es que los monopolios, cuando no emergen al calor de la protección estatal, el subsidio arbitrario o el privilegio otorgado por los gobiernos, son el resultado de la mejor atención a las necesidades de los consumidores.
En otras palabras, en un mercado libre, que una empresa logre obtener una elevada participación en el mercado necesariamente implica que está ofreciendo un producto cuya relación precio/calidad es la preferida por una abrumadora mayoría. En este contexto, cualquier intervención que busque vulnerar su posición será una pérdida para la sociedad, ya que no solo perderá la compañía en cuestión, sino también quienes voluntariamente elegían a diario comprarle a ella sus productos.
Antes de concluir, hay que hacer una distinción. Existen dos tipos de monopolios. Los creados por la intervención del gobierno y los que emergen de manera espontánea en el mercado.
Tanto la izquierda como los supuestos defensores del mercado competitivo se equivocan al repudiar la existencia de los monopolios de la segunda clase.
Lamentablemente, al no entender el rol positivo que cumplen, les imponen trabas y regulaciones. Pero lejos de resolver los problemas, terminan agravándolos, reduciendo los incentivos para innovar, limitando la competencia y, lo más importante, perjudicándonos a todos los consumidores.
A los políticos les encanta “disparar” contra los monopolios. Pero no tenemos que dejarnos llevar por estas ideas. Como vimos, es gracias a ellos que nuestra vida puede ser mucho mejor.