Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Luego de 10 años de tener una de las inflaciones más altas del mundo, el problema no parece resolverse con el cambio de gobierno. En la nota de hoy intentaré explicar por qué, a pesar de esta percepción, hay motivos para creer que los precios reducirán su vorágine alcista.
De repente todos estamos preocupados por la inflación.
Y cuando digo todos me refiero no solo a los que siempre nos pareció un tema de importancia, sino también a aquellos que, hasta hace unos meses nada más, creían que:
1. la pérdida de valor de la moneda era un tema menor que sólo afectaba a los ricos, como dijo Amado Boudou,
2. que un poco de inflación era deseable, porque mostraba que el país estaba en crecimiento, como afirmó alguna vez Hugo Moyano,
3. o que incluso cuando fuera algo indeseable, el gobierno no era responsable de ninguna manera del asunto, como afirmó la tristemente célebre ex presidenta del Banco Central.
Desde esta otra vereda siempre sostuvimos lo mismo. La inflación es un problema, especialmente cuando alcanza los astronómicos niveles que alcanzó durante el kirchnerismo. Y es un problema de origen monetario. Cuando sobran pesos, el valor de cada peso comienza a caer y eso se ve reflejado en la presión al alza de los precios.
En mi nota de hoy buscaré explicar por qué la inflación va a reducirse en la segunda mitad del año.
Lo que estamos viviendo en esta primera parte no es estrictamente lo que acabamos de describir. Claro que hay una inflación de origen monetario que se debe a la enorme cantidad de pesos que el Banco Central emitió el año pasado para financiar a la política. Esa cifra ascendió a $ 177.000 millones en 2015.
Pero esto no es todo lo que explica que, por ejemplo, la suba del Índice de Precios al Consumidor en abril se haya ubicado entre el 5% y 7% mensual.
No. Lo que explica esas altas tasas de variación es el proceso de sinceramiento de la economía, que no debería llamarse inflación. Lo que vemos hoy es el fin de la política de congelamiento tarifario tanto en el sector eléctrico como en el de transporte. A corto plazo, esta medida impacta de lleno en el IPC, ya que sube el precio de los servicios congelados sin que baje el del resto de los productos.
Ahora en el largo plazo la cuestión es diferente.
En primer lugar, un menor gasto en subsidios a estas empresas tenderá a reducir la emisión monetaria destinada a cubrir el déficit que éstos generaban. A corto plazo, el ajuste impulsa al alza al IPC, mientras que a largo plazo, reduce la inflación por el menor gasto en subsidios.
En segundo lugar está la política monetaria. De diciembre a abril, el Banco Central absorbió $ 51.000 millones de base monetaria. Esto hizo reducir el ritmo de emisión desde el frenético 40,5% anual de diciembre al 27,2% actual. En este sentido, los que coincidimos en que la inflación del kirchnerismo se debió al desenfreno en la fabricación de pesos, no podemos no ver que la reversión de esa política terminará por reducir el ritmo de aumento de los precios.
No digo que esto tenga que darse de manera inmediata. Después de todo, lleva un tiempo hasta que el cambio en la política monetaria tiene su efecto en los precios. Además, como mencionábamos más arriba, esta nueva política se da en conjunto con el sinceramiento de las variables, lo que no deja ver con claridad su efecto “desinflacionario”.
Menor actividad
Ahora como el Banco Central tuvo que subir las tasas de interés para lograr absorber los pesos que sobran, son muchos los que lo critican porque asumen que eso reducirá el consumo y la inversión y que, por tanto, afectará negativamente la actividad económica.
Sin dudas que algo de esto vamos a terminar viendo, pero habría que preguntarse cuál es la alternativa. Si el Banco Central decidiera mañana no girarle un solo peso más al gobierno, entonces no tendría que salir a colocar LEBAC para absorber los pesos que por esa vía inyecta.
En este escenario, las tasas de las LEBAC seguramente se reducirían, pero no lo harían las tasas de interés de la economía. Es que sin financiamiento del Central, sería el tesoro el que tendría que salir directamente a buscar los pesos de la gente para endeudarse y poder cubrir su fastuoso déficit. Al hacer esto, la tasa de interés también sería elevada, porque el mercado estaría inundado de bonos públicos, afectando sus precios a la baja y las tasas al alza.
La inflación es un problema monetario, pero su origen es generalmente fiscal. Si no hubiera déficit, no haría falta fabricar tantos pesos y tampoco haría falta salir a absorberlos pagando tasas del 37,5% anual.
En la medida en que la política monetaria siga siendo contractiva, y que el fisco ordene sus cuentas como se comprometió a hacer, veremos menos inflación de aquí a fin de año y también en los años venideros.
Sin embargo, si cedemos a las presiones de los demagogos de turno, entonces estaremos condenados a vivir con un eterno enemigo de Argentina, la destrucción de su moneda.
Publicado originalmente en Inversor Global.