Por el Lic. Aldo Abram, director de la Fundación Libertad y Progreso. Traducción del publicado en inglés (el nombre y el link al artículo original https://www.thestreet.com/story/13665486/1/iceland-should-learn-from-argentina-s-bad-example.html )”.
Cuando se analiza lo que está sucediendo en Islandia, uno tiende a rememorar lo que pasó en la Argentina. En el país del norte, han decidido salir del control de cambios discriminando a los inversores extranjeros y haciéndoles una quita arbitraria sobre sus tenencias. Los políticos demagogos de algunas naciones suelen pensar en los beneficios de corto plazo de estas medidas y no tienen en cuenta el enorme costo por la destrucción de la confianza, que será difícil de recuperar. La palabra crédito viene de credibilidad y cuando esta última se pierde, lo mismo pasa con el financiamiento y la inversión. No hay forma de mantener un crecimiento sostenido de una economía y del bienestar de su sociedad sin un acceso fluido a los mercados financieros internacionales.
Para entenderlo, basta con el (mal) ejemplo de la Argentina. Durante los últimos años nuestros funcionarios gubernamentales solían decir que los mercados mundiales “conspiraban” contra el país y por eso no les daban créditos. El argumento era que, si se escribían en un papel los datos macroeconómicos argentinos y se los presentaba a un analista sin decirles de qué país eran, seguramente hubiera dicho que le prestaría plata; pero, de hecho, nadie financiaba a nuestro Estado.
Para explicar por qué sucedía esto, yo daba el siguiente ejemplo. Supongamos que le cuento que conozco a alguien que, por una necesidad coyuntural de liquidez, necesita que le presten una suma relativamente baja de plata, respecto a la enorme cantidad de activos y fortuna que posee, y que está dispuesto a pagar una alta tasa de interés por el crédito. Probablemente, pensará seriamente en prestarle ese dinero. Sin embargo, si al enterarse del nombre de dicha persona se diera cuenta de que es un conocido estafador, inmediatamente dirá que no lo financiará.
Esa es la historia de la Argentina. En los últimos años ha estafado en diversas oportunidades la confianza de los que le prestaron dinero y, con el control de cambios, a los inversores locales y extranjeros. Además, hemos incumplido un fallo de la justicia de EE.UU. a la que el país se sometió voluntaria y soberanamente. Así es como Argentina fue el segundo país que más cayó en calidad institucional en los últimos 13 años, al puesto 142 (Índice que se realiza para 192 naciones del mundo, Fundación Libertad y Progreso-RELIAL), como resultado de gobiernos que quebraron sistemáticamente las leyes, los tratados internacionales y la Constitución Nacional.
Por suerte, los argentinos tuvimos a Venezuela como el “mal ejemplo” a tener en cuenta, que nos llevaba 4 años de ventaja con su régimen populista, cuyo modelo el gobierno de los Kirchner intentaba replicar en Argentina. El desastre que vivían y continúan padeciendo los venezolanos nos ayudó a recapacitar y decidir abandonar ese rumbo, votando un nuevo gobierno que plantea la necesidad de reconstruir el Estado de Derecho. Lamentablemente, llevará tiempo para que el mundo y los propios argentinos volvamos a confiar en nuestro país; pero es bueno que hayamos iniciado el camino de recuperar la calidad institucional.
Ojalá los islandeses puedan, a su vez, aprender de los errores de los argentinos y no los repitan. Desde 2008, Islandia ha caído 16 puestos en el índice de Calidad Institucional, bajando al lugar 21, y probablemente seguirá perdiendo posiciones con medidas arbitrarias que violen la seguridad jurídica y las normas internacionales, como lo es la propuesta de dar un trato discriminatorio a los inversores extranjeros que desean recuperar lo que les pertenece. Quizás hoy parezca un buen negocio; pero el costo en potencial de crecimiento por la pérdida de credibilidad será altísimo y lo pagarán por varias generaciones. Los argentinos tenemos una triste experiencia en ese sentido y, por ello, somos el único país del mundo “en vías de subdesarrollo”; luego de haber estado entre las 10 primeras economías con mayor poder adquisitivo a principios del siglo XX