Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – El presidente Mauricio Macri, en su discurso de apertura del Congreso, expresó que “para insertar a la Argentina en el Siglo XXI todo empieza con la educación, ahí es donde se gesta el futuro del futuro. Por eso, hace unas semanas, en Jujuy, el ministro Bullrich, junto a todos los ministros de Educación de las provincias, fijaron un acuerdo llamado Declaración de Purmamarca que traza los ejes de la revolución educativa que queremos afianzar”.
¿Cuáles son dichos ejes? Como sintetiza Infobae en su edición del 12 de febrero, acompañando la transcripción completa del documento firmado en Purmamarca, “entre los puntos salientes se encuentra la obligatoriedad del nivel inicial a partir de los tres años de edad; el desafío de incorporar progresivamente la jornada extendida a través de actividades escolares, artísticas y deportivas; y el compromiso de crear el Instituto de Evaluación de la Calidad y Equidad Educativa, cuyo propósito será promover los procesos de evaluación a nivel nacional y obtener datos precisos que permitan mejorar el aprendizaje de los estudiantes”.
Es claro que cada uno de estos ejes habría de mejorar nuestra realidad educativa, pero de ninguna manera constituyen la revolución educativa que nuestro país requiere, sino una evolución hacia una mejor educación, adecuada para un país que enfrenta una situación mucho menos crítica que la que sufrimos.
El diccionario de la Real Academia Española define el término “revolución” como “un cambio rápido y profundo en cualquier cosa”. Las medidas propuestas no producirán un cambio rápido y profundo en nuestra realidad educativa, sino una mejora demasiado gradual para, en palabras de nuestro Presidente, “insertar a la Argentina en el Siglo XXI”.
¿Qué entiendo por una revolución educativa? Muchos son los posibles ejemplos, esta nota ilustrará tres de ellos.
Veamos el primero. María Eugenia Vidal anunció que el 18 y 19 de octubre se realizarán evaluaciones de lengua y matemática a 700.000 alumnos, alrededor de un tercio de los matriculados en las escuelas primarias y secundarias del ámbito público y privado en la provincia. Las evaluaciones serán anónimas, lo cual permitirá conocer el nivel de conocimiento promedio de cada escuela, preservando la privacidad de los alumnos.
La medida no puede ser más auspiciosa, como bien señala la gobernadora: “Es necesario evaluar para saber qué tenemos que mejorar”. Es claro que no puede tener más razón.
Sin embargo, también remarcó: “para mí, como mamá, la evaluación es orientadora porque me permite saber cómo está mi hijo en relación con lo que se enseña”, lo cual no es posible en virtud del artículo 97, de la Ley 26.206 de Educación Nacional sancionada en 2006.
Es imprescindible que los padres admitan la realidad y reaccionen. Para ello las evaluaciones son un instrumento esencial, pero los resultados comparativos a nivel de escuela deben ser de conocimiento de los padres. Su indignación le daría al Gobierno el apoyo sin el cual es imposible llevar a cabo una real revolución educativa.
Por ello propongo la modificación del artículo 97 de la ley 26.206, dado que el mismo establece que “[…] La política de difusión de la información sobre los resultados de las evaluaciones resguardará la identidad de los/as alumnos/as, docentes e instituciones educativas, a fin de evitar cualquier forma de estigmatización, en el marco de la legislación vigente en la materia”.
Al impedir la publicidad de los resultados de cada colegio lo que se está haciendo es sustraer del debate público el elemento de juicio principal para saber si el actual sistema educativo satisface la principal inquietud de cualquier padre: que sus hijos aprendan en el colegio al cual concurren. No es posible llevar a cabo una revolución educativa sin su apoyo y participación activa, el hacer público el resultado de las evaluaciones despertaría a muchos padres y los comprometería con la causa.
Pasemos ahora a un segundo ejemplo. La realidad educativa de nuestro país tiene múltiples causas y, por ende, debe ser enfrentada desde diversos flancos. La decisión del Gobierno de enviar al Congreso un proyecto de ley que establezca la obligatoriedad de la escolaridad a partir de los tres años es una iniciativa plausible en dicha dirección.
Al respecto, el ministro de Educación afirmó que la obligatoriedad de la escolaridad a partir de los tres años “garantiza que todos lleguen al primer grado en igualdad de oportunidades” y enfatizó que “como nos comprometimos en la campaña estamos lanzando el proyecto de escolaridad de tres años y para eso hace falta construir 3.000 jardines de infantes en todo el país”.
Esteban Bullrich agregó que “hay distintos estudios que marcan que el inicio desde los tres años de la educación mejora los resultados académicos de los niños y las niñas que pueden acceder.” Por supuesto tiene razón; sin embargo, la instrumentación propuesta no garantiza alcanzar el objetivo deseado.
Por ello el proyecto brinda la oportunidad de llevar a cabo una valiosa experiencia piloto, la cual contribuiría a igualar las oportunidades de los niños independientemente de su cuna, tal como lo aspira el gobierno: entregar a todo padre de un niño de tres años un bono por un valor que no podría superar el costo de su educación en un jardín de infantes público del distrito de residencia de la familia. Dicho bono únicamente podría ser utilizado para abonar su educación en el jardín que elijan los padres, ya sea público o privado.
El Estado establecería los estándares requeridos para que una institución califique para el programa y funcionaría como organismo de contralor frente al cual los jardines presentarían los bonos recibidos para obtener, a cambio, el subsidio correspondiente.
Una reforma como la propuesta facilitaría la instrumentación del inicio de la educación de los niños a los tres años, pues requeriría que el gobierno construya muchas menos jardines que los 3.000 estimados para escolarizar a los niños que hoy no tienen acceso a los mismos.
El Estado subsidiaría a la educación de los niños de tres años, pero los recursos no se asignarían a la oferta de la misma-las escuelas- sino a la demanda-los padres de los alumnos. La diferencia no es menor. Al poder elegir a qué jardín enviar a sus hijos, los padres comenzarían a percibirlos como proveedoras de un servicio, la educación, y estarían en una mejor posición para demandar la excelencia del mismo.
Nadie podría estar peor por tener la posibilidad de elegir. Ninguna familia estaría obligada a no enviar a sus hijos a un jardín público; de hacerlo es porque opina que la alternativa privada elegida provee mejores servicios educativos, o una formación inicial más adecuada para las necesidades, gustos o aptitudes de sus hijos.
Por ello, el inicio de la educación de los niños a los tres años constituye una posibilidad ideal para realizar una experiencia piloto como la propuesta. No dudo que el éxito de la misma constituirá una fuerte evidencia en pos de evaluar su extensión al resto de la educación obligatoria.
Veamos finalmente un tercer ejemplo de lo que yo denominaría revolución educativa, la cual a mi entender debe ir mucho más allá de verse reflejada en una mejora significativa en el rendimiento de nuestros jóvenes en los exámenes PISA. La revolución educativa que la Argentina requiere es de mayor envergadura: debemos educar a nuestros jóvenes para la libertad, nuestro futuro como sociedad depende de ello.
Como señala Alberto Benegas Lynch: “Cuando nos referimos a la relevancia de la educación no estamos circunscribiendo nuestra atención a lo formal y mucho menos a lo estatal, estamos enfatizando la importancia de valores y principios sin los cuales nada puede hacerse bien”. De lo contrario podríamos llegar al absurdo de aceptar que un pueblo educado como el alemán permitió llegar al gobierno a Adolf Hitler (cuando en realidad el pueblo alemán era profundamente deseducado en contra de los valores de la libertad, por el estudio sistemático de ideas de autores como Heder, Fitche, Hegel, Schelling y List en los colegios y universidades). Por ello, concluye Benegas Lynch que “siempre la educación, para bien o para mal, prepara el ámbito de lo que sucederá en el terreno político”.
A modo de muestra basta un botón. Recordemos sino el accionar de los talleres de la Cámpora en diversas escuelas de nuestro país, con el propósito de difundir los ideales kirchneristas entre los alumnos, sobre todo de establecimientos secundarios. Franco Vitali, titular de la Dirección de Fortalecimiento de la Democracia, señaló en ese entonces: “Creemos que este momento político requiere una participación fuerte de los jóvenes, sobre todo para defender este modelo de país que desde 2003 para acá ha empezado con Néstor y ahora con Cristina necesita consolidarse”.
Nadie duda que la educación es una tarea a largo plazo, pero es indispensable no posponer un solo día más el instrumentar una reforma educativa que privilegie los valores de la libertad.
Imaginémonos tan sólo si lo hubiésemos hecho 20 años atrás, ¿cuánto menos una sociedad que no temiese a la libertad hubiese tolerado de un presidente que, poco menos que cotidianamente, profería autoritarios discursos a través de la cadena nacional, asumiendo que los ciudadanos de la República eran sus súbditos?
El vivir en una sociedad normal, en una sociedad que garantice la igualdad de oportunidades, en una sociedad donde cada hombre sea libre de realizarse tomando los riesgos que desee afrontar, accediendo al fruto de sus decisiones acertadas y pagando los costos de sus errores, ¿de qué depende sino del acceso a la educación? De la educación formal, la cual nadie duda debe mejorar y mucho, pero también de la educación en valores. De enseñar a nuestros niños a no temer a la libertad, a preguntar, a cuestionar y a no inclinar la cabeza frente al príncipe de turno por más que nos grite en sus discursos.
Si deseamos nunca más ser gobernados por descabellados y corruptos iluminados, sean de la ideología que sean, debemos educar a nuestros jóvenes para la libertad, nuestro futuro como sociedad depende de ello.