Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
Esta nota es una versión en español, editada y extendida, de mi columna de opinión publicada en Buenos Aires Herald el 7 de Agosto de 2016.
El presidente Mauricio Macri, en su discurso de apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso, expresó que “para insertar a la Argentina en el Siglo XXI todo empieza con la educación, ahí es donde se gesta el futuro del futuro. Por eso, el ministro Bullrich, junto a todos los ministros de Educación de las provincias, fijaron un acuerdo llamado Declaración de Purmamarca que traza los ejes de la revolución educativa que queremos afianzar”.
Uno de dichos ejes consiste en “alentar -a través de diversos incentivos- que los mejores estudiantes de la escuela secundaria encuentren atractiva la elección por la docencia”.
Esta columna postula que ello no es factible. Más allá de su vocación, ningún sistema de incentivos atraerá a los mejores graduados el colegio secundario a elegir una profesión en la cual su salario no se encuentra asociado a su rendimiento.
Comencemos por resaltar la importancia del rol de un maestro. El salario docente puede entenderse como la contraprestación por una de las actividades más importantes en la actual sociedad del conocimiento, proveer la educación básica a nuestros hijos, lo cual es de suponer que habrá de tener efectos perdurables a lo largo de toda su vida. El problema está en que dichos efectos se percibirán muchos años después, por lo cual es difícil evaluar la contribución de un maestro al futuro de sus alumnos.
En septiembre de 2014 The American Economic Review publicó un paper de R. Chetty, J. Friedman, de la Universidad de Harvard, y J. Rockoff de Columbia, que estima dicha impacto. Para ello sigue la vida de 2,5 millones de estudiantes a lo largo de 20 años.
Los resultados son contundentes. Muchas veces intuimos que un maestro puede influir en el futuro de un niño, pero lo que el estudio demuestra es que dicho efecto es mucho más importante de lo que se piensa, que las diferencias entre tener la suerte de ser educado por un muy buen maestro o por uno no calificado provoca diferencias significativas a lo largo de toda su vida.
Afortunadamente, tal vez el resultado de mayor relevancia que reportan los autores es que la diferencia a largo plazo entre los alumnos que tienen maestros promedio y aquellos de pobre desempeño también es sustancial. Por ello, no se trata de exigir un nivel de elite; en ninguna profesión la mayoría de los participantes califica bajo dicho criterio, sino tan sólo que nuestros hijos no sean educados por maestros que carezcan de las calificaciones necesarias.
A modo de ejemplo. El estudio sugiere que en USA reemplazar un maestro de bajo desempeño por uno de desempeño promedio, durante un año del ciclo lectivo, puede representar, para el curso a su cargo, a lo largo de toda su vida laboral, una diferencia de ingresos de 266,000 US$. Si multiplicamos ello por los años en los que ejerce su profesión el costo de un maestro no calificado es potencialmente enorme.
¿Cómo lograr que los mejores alumnos de colegio secundario opten por la carrera docente? Steve Jobs nos provee una plausible respuesta.
En 1995 el Instituto Smithsoniano le realizó una entrevista en la cual Jobs ilustra el problema con un sencillo ejemplo: “Me gustaría que la gente que enseña a mis hijos sea lo suficientemente buena como para poder acceder a una posición en la empresa en la cual trabajo, obteniendo 100.000 U$S al año. ¿Por qué habrían de trabajar en una escuela por 35.000 U$S al año si pueden obtener un trabajo en nuestra empresa por 100.000 U$S al año?”
Es claro que cuando un graduado de la escuela secundaria elije su carrera, toma en cuenta, además de su vocación, las posibilidades de crecimiento profesional que la carrera le ofrecerá en un futuro. Imaginemos una carrera donde la performance no tiene chances de verse reflejada en el salario. ¿A quién es de esperar que atraiga? ¿A los jóvenes con mejores promedios de la escuela secundaria o a aquellos solamente interesados en cumplir un horario y asegurarse un salario? La respuesta es obvia.
Veamos otra evidencia al respecto mediante un estudio llevado a cabo por la Bill & Melinda Gates Foundation, publicado en el Wall Street Journal el 24 de octubre de 2014: el Equity Project Charter School.
Una charter school recibe financiamiento público, pero funciona independientemente. La carta constitutiva de la escuela es un contrato en el cual detalla la misión, programas, metas, etc. Equity Project Charter School comenzó a funcionar en Nueva York en 2009 con el objetivo de poner en práctica la conclusión de un gran número de estudios: la calidad de los maestros es el factor escolar más importante en el éxito de los alumnos. En palabras de su página web: “Equity Project Charter School se basa en la premisa que la calidad de los maestros es el factor de más relevancia para otorgar equidad educativa a estudiantes de bajos ingresos”.
Por ello, con el objetivo de atraer docentes de alta calidad ofreció salarios de 125 mil U$S anuales, casi el doble de lo que se cobraba en las escuelas públicas de la ciudad, más un bonus anual de 25 mil U$S en función de la performance de la escuela.
El proyecto tuvo que realizar importantes concesiones de tal forma de no requerir ninguna otra fuente de financiamiento, a pesar de pagar salarios mucho más altos. Por ello, las clases debieron ser más numerosas, la cantidad de personal administrativo menor y el director del establecimiento debió percibir un salario inferior al de los maestros.
¿El resultado? El Wall Stret Journal reporta que el estudio para evaluar el programa muestra que luego de cuatro años, en comparación con estudiantes en una escuela pública cercana de similar nivel socioeconómico y resultados afines en exámenes estandarizados al inicio de la experiencia, las diferencias fueron significativas: los niños cursando octavo grado mostraron en los exámenes de matemáticas una diferencia de un año y medio de conocimientos respecto del grupo de control, más de medio año en ciencia, y casi otro medio año en lengua.
Los maestros importan y mucho, y sus salarios, como en cualquier otra profesión, son un factor importante a la hora de atraer los mejores candidatos a la carrera.
Más allá de su vocación, ¿por qué los mejores graduados de la escuela secundaria elegirían una carrera en la cual su salario no se encuentra asociado a su performance? ¿Piensa Ud. que, de no ser por una fuerte vocación, los mejores alumnos serían atraídos por esta clase de carrera? A mí me parece razonable afirmar que no y que un sistema de becas o incentivos nada habrá de cambiar.