Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Hay dos andariveles que apuntan en la misma dirección de la sociedad abierta. Por un lado, la argumentación sobre las ventajas para el ser humano de vivir en libertad y la humillación y miseria de vivir en cautiverio a contramano de la condición propiamente humana de que se le respete a cada cual su proyecto de vida, con la única condición que se proceda de igual manera con los caminos que otros desean seguir, en otras palabras, con tal de que no se lesiones derechos de terceros.
Esta es la primera vertiente en la que el indagar en los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta se hace necesaria para comprender las razones de adoptar esa forma de vida. El segundo andarivel consiste en la mera acción de seres humanos que persiguen su propia protección en los hechos sin escudriñar en las bases filosóficas de su comportamiento.
Por ejemplo, cuando leemos que en tal o cual zona los vecinos deciden cercar su barrio para resguardar sus propiedades y así sus familias encontrarse más seguros frente a posibles asaltos y acechanzas varias. Por ejemplo, cuando se establece un centro comercial en donde el estacionamiento de vehículos está cuidado por particulares, las sendas interiores para circular cuentan con buena iluminación, están en buenas condiciones y están protegidas por servicios privados. Por ejemplo, cuando las personas contratan seguridad no-estatal porque desconfían de la policía. Por ejemplo, cuando se efectúan arreglos contractuales en base a árbitros privados al efecto de dirimir cualquier incumplimiento. Por ejemplo, cuando aparecen servicios de taxis en competencia con los permitidos por la autoridad del momento. Por ejemplo, cuando se recurre a los mercados informales para obtener lo que no obtienen en los oficiales. Por ejemplo, cuando la gente prefiere aportar a mutuales de medicina privada, y así sucesivamente.
Esta segunda vertiente, en la enorme mayoría de los casos no se produce sobre la base de un análisis pormenorizado del asunto, ni siquiera se alegan las ventajas de la sociedad abierta. Por el contrario, se procede en base a la mera intuición, a lo que les sale de las entrañas a quienes actúan de esa manera, a lo que es conforme a su naturaleza, a lo que intuyen es justo. Son también ideas sin las cuales no se puede actuar (salvo los denominados actos reflejos) pero son muy rudimentarias.
Ahora bien, estas últimas acciones y procedimientos no pueden dejarse a la deriva puesto que a la primera de cambio al enfrentarse con quienes equivocadamente argumentan los inconvenientes que a su juicio producen aquellos resguardos individuales y sostienen los beneficios que generaría la estatización y colectivización de las áreas referidas sin percatarse de “la tragedia de los comunes”, a la primera de cambio decimos, se ven obligados a retroceder puesto que no cuentan con las necesarias argumentaciones.
Además, esos procederes en base a la intuición están prendidos con alfileres en otro plano: no es infrecuente que den apoyo a propuestas políticas que succionan recursos de los bolsillos de otros puesto que estiman que a ellos no los afectará, todo lo cual pone de relieve una enorme contradicción.
Entonces resulta indispensable contar con razones y motivos y no proceder a los tumbos. Por eso es que es tan importante dedicarle el suficiente tiempo para pensar, decantar y concluir sobre los referidos fundamentos. De allí es que resulten de tanta trascendencia los debates sobre ideas de fondo, siempre en un proceso de permanente aprendizaje puesto que no hay tal cosa como ideas definitivas, deben ser probadas y defendidas cotidianamente y cambiadas cuando se demuestre la validez de otros principios rectores. Es un proceso evolutivo que no tiene término para los mortales puesto que la perfección no está a su alcance.
En lo personal, insisto en la definición que formulé hace varias décadas sobre el liberalismo como “el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros”, en esta franja muy amplia caben todos los progresos y cambios que se consideren pertinentes y calza en la larga y fecunda secuencia de contribuciones formidables que han realizado destacados miembros de esta corriente de pensamiento, desde Cicerón, pasando por la Escolástica Tardía, Sidney y Locke, la Escuela Escocesa, la Escuela Austríaca, Nozick y Buchanan para citar solo lo más descollante de esta tradición.
Del otro lado del mostrador de las ideas se ubica la arrogancia de quienes pretenden dirigir vidas y haciendas ajenas en todos los planos que los tentáculos del Leviatán les resulte posible abarcar, con lo que convierten a las personas en súbditos en una especie de horripilante esclavitud moderna. En este contexto, se observa con tristeza y angustia a funcionarios gubernamentales y candidatos a serlo ostentando una soberbia supina con que se conducen megalómanos que se arrogan la facultad de imponer acerca de lo que deben hacer o no hacer los demás con el fruto de sus respectivos trabajos.
Hay mucho que anda muy mal si la constitución del gobierno ha sido concebido modernamente para proteger los derechos de los gobernados pero comprobamos que en la práctica se han vuelto los enemigos de la gente con lo que nos hemos retrotraído a las peores épocas de los sátrapas de la antigüedad solo que con la fachada de la democracia en verdad convertida en pura cleptocracia.
Desafortunadamente hay quienes pretenden ocuparse de sus negocios y asuntos personales sin destinar el tiempo suficiente para que el sistema le permita proceder en ese sentido, con lo que a la corta o a la larga ven sus proyectos frustrarse. Es que el clima de libertad y respeto no surge automáticamente. Es indispensable dedicarle tiempo y esfuerzo cotidiano para que aquello tenga vigencia. Por eso mismo es que los Padres Fundadores estadounidenses repetían que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”. Y no se trata de endosar a otros la faena, cada uno, independientemente de cuales sean sus intereses y vocaciones personales, tiene el deber ineludible de contribuir a que se entiendan y se comprendan las bases de la libertad. Solo así tendrá sentido el respeto recíproco. Solo así se dará lugar al progreso moral y material sobre bases sustentables. Solo en este contexto se podrá ser optimista con fundamento sólido.
Comportarse como simple free rider del trabajo de otros que se esmeran en explicar y difundir los valores de la sociedad abierta está condenado al fracaso. La tarea es de todos los que creen en la dignidad del ser humano, en la unicidad de cada uno y en la capacidad de cada cual de decidir por si mismo sin la prepotente imposición de otros.
Como he consignado en otra oportunidad, Herbert Spencer en su obra titulada El exceso de legislación apunta con énfasis lo mucho que la sociedad le debe a los emprendedores y los daños colosales que llevan a cabo gobiernos habitualmente descarriados que no son generadores de riqueza sino que siempre la succionan de la gente. Juan Bautista Alberdi, en sus Obras completas recoge ese pensamiento spenceriano para llegar a las mismas conclusiones que alarman a este pensador que siempre basó sus reflexiones en la siguiente consideración que también estampa en sus escritos y que he citado muchas veces porque resume la esencia de su receta para el progreso, “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”. Spencer y Alberdi señalan lo paradójico que resulta que todo lo que dispone la humanidad se debe a la creatividad empresaria y, sin embargo, las plazas y las calles están generalmente tapizadas con los nombres de quienes habitualmente ponen palos en la rueda: politicastros de diverso signo y especie.
No se trata de fabricar “un hombre nuevo” vía el uso de la violencia de los aparatos estatales. Ya hay bastante experiencia de la miseria y las muertes que estos experimentos han creado. Se trata de estudiar la naturaleza humana y comprobar que todos actuamos en nuestro interés personal (lo cual incluye la caridad que es muy bienvenida y los actos criminales que deben ser combatidos). De este modo es que en un clima de libertad cada uno al satisfacer las necesidades de su prójimo se beneficia a si mismo con el producto de la transacción siempre pacífica y voluntaria, mientras el emprendedor está atento a los cambios de preferencias al efecto de dar en la tecla.
Nada garantiza el éxito del emprendedor ya que sus conjeturas sobre lo que aprecian otros pueden estar erradas. De este modo, quien acierta obtiene ganancias y quien yerra incurre en quebrantos. El cuadro de resultados marca el camino, lo cual se diferencia radicalmente de los prebendarios que solo se ocupan de acercarse al poder político para obtener un privilegio en desmedro de los consumidores que deben pagar precios más elevados, obtener calidades inferiores o ambas cosas a la vez.
Gracias a los emprendedores, la civilización cuenta con agua potable, con alimentos, con medicinas, con medios de transporte, con diques y represas, con libros, teatro, vestimenta, equipos, mobiliario y todo lo que atiende las necesidades básicas y las culturales y de confort. Nada hay sin el emprendedor desde al arco y la flecha hasta nuestro días y todo esto a pesar de las regulaciones absurdas y las cargas fiscales de los gobiernos que habitualmente, como queda dicho, no se limitan a proteger derechos sino a lesionarlos y atropellarlos, estrangulando libertades que son anteriores y superiores a la existencia misma de las estructuras gubernamentales.
Desde luego que el emprendedor no se limita al ofrecimiento de activos materiales, por ejemplo, quienes inician nuevos programas educativos son también emprendedores y, más aun, son de una categoría de la cual dependen los emprendedores de lo crematístico-material puesto que, entre otras cosas, facilitan la existencia de valores y principios que hacen posible el surgimiento de aquellos.
En cualquier caso, el emprendedor está siempre al acecho de oportunidades, más técnicamente expresado está atento a lo que estima son costos subvaluados en términos de los precios finales para sacar partida del arbitraje correspondiente en el sentido más lato de la expresión.
La mejor descripción de lo que viene ocurriendo la consignó Aldous Huxley, pensamiento con que abro la introducción de mi nuevo libro Estampas liberales que publicará a principios del año próximo el Club de la Libertad de Corrientes y la filial argentina de Unión Editorial de Madrid. Huxley escribió: “En mayor o menor medida, entonces, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están hechas de una pequeña clase de gobernantes corruptos por demasiado poder y de una clase numerosa de súbditos, corruptos por demasiada e irresponsable obediencia pasiva” (Ends and Means).
En resumen, las dos vertientes o andariveles que mencionamos en esta nota periodística y que se conectan entre sí en la lucha por la protección de las autonomías individuales deben exponerse con claridad y rigor para que una de ellas no quede en una débil intuición que no se sostiene por si misma sino que se encuentre debidamente sustentada en argumentaciones fértiles al efecto de darle la protección adecuada a los derechos de cada cual.