Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
El nuevo presidente de Estados Unidos propone librar una guerra comercial con México para beneficiar a Estados Unidos. El resultado será una pérdida para ambos.
La izquierda en el mundo se encuentra en una encrucijada. Por un lado, desprecia a Donald Trump por su rechazo a la libre inmigración, por sus malas formas políticas, y por sus propuestas de desregulación económica.
Sin embargo, a la hora de hablar sobre comercio internacional, no hay nadie más proteccionista que el nuevo presidente norteamericano.
En una nota de hace unos meses, el Wall Street Journal sostenía sobre su postura proteccionista: “El Sr. Trump es tan delirante en temas comerciales, que hace que Hillary Clinton y los Demócratas parezcan sensatos”.
La más reciente novedad llega antes de que Trump asuma la presidencia. La empresa automotriz Ford decidió cancelar un proyecto de inversión de USD 1.600 millones en la localidad mexicana de San Luis de Potosí. La decisión se tomó con el objetivo de invertir USD 700 millones en una fábrica en Michigan, emblema de la industria automotriz y sede del primer documental de Michel Moore, quien narraba las penurias de una ciudad tras el cierre de la fábrica de General Motors y su traslado a México.
Este giro en la política de la empresa está directamente relacionado con las promesas de campaña de Trump, quien sugirió que quienes tercericen su producción en México, deberán sufrir altos aranceles a la importación de sus productos.
Es decir, si Ford elegía, para ahorrar costos, abrir una nueva fábrica en México, perdería ese beneficio a la hora de vender los autos allí producidos a Estados Unidos, porque el país subirá sus aranceles de importación.
Michael Moore, uno de los más críticos de Donald Trump, debería estar festejando esta decisión. En definitiva, gracias a la amenaza proteccionista, ahora habrá empleo en Michigan y las empresas lo pensarán dos veces antes de ir a México.
La lectura superficial de esta medida es precisamente esta: México perderá inversiones, pero las obtendrá Estados Unidos. Lo lamentamos hermanos mejicanos, pero nuestro presidente quiere que nosotros vivamos mejor, así que les toca perder para que nuestros trabajadores consigan empleo.
Sin embargo, esa no es toda la realidad y, si bien México evidentemente se verá perjudicado, también lo harán los propios norteamericanos.
Lo primero es muy fácil de ver. Si bajo amenazas directas o indirectas, las empresas norteamericanas reducen su inversión en México, el país de 122 millones de habitantes se perjudicará al tener menor demanda de mano de obra y menos empresas que compitan para subir los salarios de sus ciudadanos.
El stock de inversión extranjera directa de Estados Unidos en México era de USD 108.000 millones en 2014, con lo que se trata del principal inversor extranjero en ese país. Si se reduce este monto, México deberá hacer mayores esfuerzos por atraer inversión de otros países, de manera de mantener el crecimiento de su economía.
Si uno centra su mirada en lo que sucederá en Michigan, todo parece color de rosas. Ahora Ford, en lugar de llevarse su inversión al extranjero, hundirá USD 700 millones de capital en suelo estadounidense. Previsiblemente, esto genere demanda de materias primas, mano de obra, y haga crecer la producción de dicho estado.
Buena noticia para Michael Moore, pero no tan buena para el resto de los norteamericanos.
Es que cuando Ford decidió inicialmente invertir en México lo hizo para “mejorar la rentabilidad de la compañía”, ahorrando costos. Y lo que necesitan los Estados Unidos y cualquier país del mundo son empresas rentables.
Piénsese un instante en el accionista de Ford. Si la empresa es rentable, él recibirá un dividendo mayor. Con este mayor dividendo, podrá consumir más o bien aumentar su ahorro o sus inversiones. Si aumenta el ahorro, entonces habrá más fondos disponibles para realizar nuevas inversiones, porque bajará la tasa de interés. Si lo destina a inversiones, entonces subirá el precio de otras acciones que coticen en Estados Unidos, incrementando la riqueza del resto de los accionistas y posibilitando nuevos proyectos de inversión.
Otro efecto negativo del proteccionismo es que la inversión forzada de Ford competirá en el mercado por los recursos escasos (mano de obra, tierra, materias primas), subiendo sus precios. Esto funcionará como una barrera para que se desarrollen nuevos emprendimientos. En comercio internacional, esto se llama “distorsión en la producción”, ya que se sabe que una producción forzada por aranceles sustrae recursos valiosos de la sociedad, llevándolos a una industria determinada, pero en detrimento de todas las demás.
Es decir, la política de Trump puede ser positiva para la industria automotriz norteamericana, pero será desastrosa para la construcción, la minería, la agricultura, el comercio y el transporte, actividades que, entre otras, ascienden nada menos que al 99,1% del PBI estadounidense.
En la medida que se materialice, la demagogia proteccionista de Trump afectará con fuerza a México. Sin embargo, al reducir la rentabilidad de las empresas estadounidenses y subir el precio de los insumos de producción, también afectará a la economía norteamericana.
En definitiva, el cuento proteccionista siempre termina igual. Con una clase privilegiada, que subsiste al calor de la protección, y una sociedad mayormente empobrecida por las distorsiones que genera. En Estados Unidos no será diferente.
Publicado originalmente en Inversor Global.