Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
Si bien dicen defender a los trabajadores, los gremios generan desempleo y reducen los salarios.
El martes fue un día más en la nueva normalidad a la que nos estamos acostumbrando en la Ciudad de Buenos Aires. El centro totalmente colapsado, bombas de estruendo, bombos, y calles y avenidas cortadas. Los que tenemos la suerte de trabajar en oficinas alejadas del Obelisco, el Congreso, o las inmediaciones de la Casa Rosada, no sufrimos mucho los embates de los grupos organizados que luchan contra la política del gobierno.
Los que no tienen otra alternativa que acudir al microcentro, sufren el estrés y el caos que los manifestantes generan a diario.
A principios de la semana la movilización fue encabezada por los gremios docentes, quienes exigen que sus salarios suban 35%. El martes la marcha fue encabezada por la Confederación General del Trabajo, que protesta contra una supuesta ola de despidos y pide un cambio de rumbo económico. La propuesta de la CGT terminó con desmanes, incidentes y casi a las trompadas.
Puertas adentro, las posturas de la CGT se dividen entre los más izquierdistas y los más peronistas. Es decir, nada bueno para el crecimiento que el país necesita.
En mi más reciente libro dedico una extensa parte a analizar el rol de los sindicatos en la economía y el crecimiento de Argentina. Allí menciono un análisis de Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de economía, que parece describir de manera perfecta la actualidad de nuestro país.
Para el economista austriaco:
“Dado que la huelga ha sido aceptada como un arma legítima de los sindicatos, se ha llegado a creer que se les debe permitir hacer lo que sea que les parezca necesario para conseguir una huelga exitosa. En general, la legalización de los sindicatos ha llegado a significar que cualquier método que consideran indispensable para sus propósitos también debe considerarse legal”.
Paros generales, cortes de calles y destrucción de la propiedad de terceros… todo está permitido bajo el mantra de la defensa de los trabajadores. El problema, sin embargo, es que muy a menudo los sindicatos son totalmente perjudiciales para aquéllos a quienes dicen defender.
Los sindicatos contra el empleo
Uno de los enunciados de los sindicalistas de la CGT es que no quieren aceptar una suba de sus salarios del 18%, como originalmente propuso María Eugenia Vidal a los docentes de la Provincia de Buenos Aires. De acuerdo con su análisis, el aumento salarial debería compensar la pérdida de poder adquisitivo del año pasado y, además, incorporar la inflación de este año.
Así, los pedidos más conservadores están en 24%, mientras que los docentes liderados por Roberto Baradel piden 35%.
Muchos suelen ver el número del 17-18% como una exigencia del gobierno para bajar la inflación. Como si los costos laborales fueran los responsables del alza de precios (y no a la inversa), creen que el gobierno, para controlar la inflación, busca controlar los salarios.
No tengo pruebas de que esto sea así, aunque tampoco de que no lo sea. El gobierno puede pensar que la inflación es un fenómeno puramente monetario, en cuyo caso le daría lo mismo a qué acuerdo llegan los trabajadores con las empresas. O bien puede pensar que los costos determinan los precios y por tanto una suba de los salarios podría potenciar al alza los precios.
Sin embargo, la discusión más importante no es la de la inflación sino la del empleo. Es que el ritmo de aumento de los precios estará determinado por la política del Banco Central. En este marco, asumiendo que efectivamente cumple su meta del 17%, los aumentos salariales que estén por encima de ese número podrían poner en peligro los puestos de trabajo.
Veámoslo con un ejemplo muy simplificado. Si un trabajador cobró $ 10.000 mensuales en 2016 y su salario pasa a ser de $ 12.000 en 2017, estará recibiendo un aumento del 20%. Sin embargo, si los ingresos de la empresa (asumamos que también fueron de $ 10.000) suben con la inflación proyectada de 2017, éstos serán de $ 11.700.
En ese contexto, los ingresos no pueden sostener el aumento del costo y el empleado quedará sin trabajo.
Obviamente habrá empresas cuyas ventas crezcan más que la inflación y otras donde crezcan menos. Pero el punto es si los salarios van a aumentar más o menos que los ingresos de la empresa. Mientras los sindicatos pidan aumentos que superen ese incremento, y estos pedidos tengan curso, el resultado inevitable será un mayor desempleo.
Los sindicatos contra tu salario
Otro de los pedidos de la marcha de la CGT fue un mayor proteccionismo. De acuerdo con su mirada, existe una ola indiscriminada de importaciones que está poniendo en riesgo a la actividad industrial y, por tanto, también a la creación de puestos de trabajo.
Esto no es del todo cierto. En 2016 las importaciones cayeron 7% en dólares y, si bien el sector industrial todavía pierde empleo, el resto de los sectores comenzó a recuperarse a partir del mes de julio del año pasado.
Al insistir con un cierre de la economía, los gremios están pidiendo que se proteja a un sector específico, pero sin mirar lo que está pasando con todos los demás.
Ahora existe otro punto crucial. En los países más abiertos al comercio internacional, el ingreso per cápita es en promedio 6 veces más alto que en los países más cerrados. Al tener comercio libre, los productos son más baratos gracias a las importaciones y, por tanto, los salarios reales, mucho mayores.
En conclusión, al buscar combatir la economía libre y pedir aumentos salariales que no guardan relación con la productividad, los sindicatos no solo generan desempleo, sino que terminan resultando en ingresos más bajos para los trabajadores.
Finalmente, el poder de lobby de los líderes sindicales es cada vez mayor, al mismo tiempo que sus supuestos defendidos están cada vez peor. Es hora de probar otras recetas.
Publicado originalmente en Inversor Global.