¿Se puede construir política prescindiendo de la ética?

Por Pablo M. Leclercq

La decadencia es el resultado de un proceso de larga duración cuyas causas son múltiples. Pero una vez que la misma está instalada en una sociedad la gran mayoría de los individuos están involucrados en sus vicios de los que no se pueden evadir.

¿Podemos pedirle a la Justicia que juzgue sin que los jueces y fiscales se auto inculpen? Qué sector de la sociedad o de la política pueden denunciar sin auto denunciarse?

Nadie puede negar de buena fe que el origen de los males de nuestra economía es el exceso del gasto público y éste a su vez es la consecuencia del sobre empleo en el sector público respecto del sector privado. Hay 8 millones de personas que trabajan formalmente en el sector privado y pagan impuestos,  contra 20 millones de empleados públicos, jubilados y asistidos socialmente que pasan a cobrarlo en el Estado en sus distintas formas. Hay 8 millones que pagan impuestos para mantener a 20. En el extremo ese desequilibrio fue el que hizo fracasar al comunismo real. Lo que durante más de un siglo fue una ilusión revolucionaria hoy no es más que un error que no da más lugar ni para el debate de café. Sin embargo en la Argentina no se lo puede ni plantear sin riesgo de ser acusado de neoliberal. El populismo es una patología de la democracia explicado en el teorema de Boekenförde que fue tema de un rico intercambio entre Ratzinger y Habermas hace casi veinte años.  Éste teorema explica que el liberalismo no puede sustentar sus propios principios normativos sin riesgo de desaparecer.

¿Cómo hace un sistema liberal para impedir la participación del populismo en su propio juego sin desaparecer como sistema ético? ¿La tolerancia liberal debe tolerar la intolerancia?

Algún filósofo dijo que cuando todos están en el error todos tienen razón. Sin embargo, y por suerte para la humanidad, el mundo real es diverso mostrando experiencias contradictorias. Es con esa contradicción que se va construyendo la ética.

El hombre siempre persigue su interés particular. El interés general no es otra cosa que los intereses particulares actuando dentro de la ley. Esta definición tan simple se complicó cuando alguien preguntó quién escribe la ley. Hume se anticipó a la pregunta afirmando que la Justicia es una virtud artificial. De allí fue más fácil entender que, como construcción artificial, es decir hecha por los hombres, tiene una finalidad humana. Luego de la dicusión decimonónica del marxismo sobre la finalidad de la ley al servicio de los poderosos, hoy esa finalidad no se discute: es el mejor funcionamiento de la Sociedad.

No es tan difícil hoy, como sí lo era hace un siglo, observar de la realidad cuáles son las experiencias sociales que funcionan mejor y defender para la propia Sociedad esas experiencias. Así lo entendió el marxismo aggiornado en la social democracia europea.

La ética se construye con la verdad aunque hiera simbolismos que reemplazan a la verdad. ¿Pero la política puede hacerlo? La ética de los principios y la ética de la responsabilidad de Weber permite un espectro limitado de reflexión intelectual para la acción que condensa bastante bien el pensamiento político de los últimos casi cinco siglos desde Machiavello. Pero otro tema es el de los bandazos que da una Sociedad en decadencia como la nuestra en relación a las costumbres (o sea la ética) que verifican las sociedades que avanzan. Hace setenta años que nos fuimos a la banquina de ese camino tomando el desvío hacia el populismo. ¿Cuál es la capacidad que tiene este Gobierno para retomar el rumbo?

Tiene dos caminos. El expresado por de De Gaulle cuando en el discurso inaugural de su gobierno después de la guerra anunció “no gobernaré para los franceses, gobernaré para Francia”.

El otro camino es el del gradualismo en el que, tanto en lo politico como en lo económico se transita en el límite entre la aceptación de los vecinos que aceptan la realidad y la resiliencia de los castigados que no la aceptan.  Es el estrecho por donde pasan los principios de la ética y la resposabilidad de la política.

De Gaulle gobernó después de la verdad lacerante de una guerra. Macri lo tiene que hacer después de las mentiras de un relato que lleva setenta años, coetáneo con la decadencia.

 

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