Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Resulta sumamente curioso pero a esta altura del siglo xxi cuesta creer que existan aun personas que seriamente se dicen peronistas. Se ha probado una y mil veces la corrupción astronómica del régimen (Américo Ghioldi, Ezequiel Martínez Estrada), su fascismo (Joseph Page, Eduardo Augusto García), su apoyo a los nazis (Uki Goñi, Silvano Santander), su censura a la prensa (Robert Potash, Silvia Mercado), sus mentiras (Juan José Sebreli, Fernando Iglesias), la cooptación de la Justicia y la reforma inconstitucional de la Constitución (Juan A. González Calderón, Nicolás Márquez), su destrucción de la economía (Carlos García Martínez, Roberto Aizcorbe), sus ataques a los estudiantes (Rómulo Zemborain, Roberto Almaraz), las torturas y muertes (Hugo Gambini, Gerardo Ancarola), la imposición del unicato sindical y adicto (Félix Luna, Damonte Taborda). ¿Qué más puede pedirse para descalificar a un régimen?
A este prontuario tremebundo cabe agregar apenas como muestra cuatro de los pensamientos de Perón, suficientes como para ilustrar su catadura moral. En correspondencia con su lugarteniente John William Cooke: “Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y enemigos del Pueblo. Los Suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro. Esto mismo regirá para los simples soldados que realicen una acción militar” (Correspondencia Perón-Cooke, Buenos Aires, Editorial Cultural Argentina, 1956/1972, Vol. I, p. 190).
También proclamó “Al enemigo, ni justicia” (carta de Perón de su puño y letra dirigida al Secretario de Asuntos Políticos Román Alfredo Subiza, cit. por J. J. Sebreli, Los deseos imaginarios del peronismo, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1983, p. 84). En otra ocasión anunció que “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (discurso de Perón por cadena oficial de radiodifusión el 18 de septiembre de 1947, Buenos Aires). Por último, para ilustrar las características del peronismo, Perón consignó que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” (Marcha, Montevideo, febrero 27 de 1970).
Algunos aplaudidores y distraídos han afirmado que “el tercer Perón” era distinto sin considerar la alarmante corrupción de su gobierno realizada principalmente a través de su ministro de economía José Ber Gelbard quien además provocó un grave proceso inflacionario (que denominaba “la inflación cero”) y volvió a los precios máximos de los primeros dos gobiernos peronistas (donde al final no había ni pan blanco en el mercado), el ascenso de cabo a comisario general a su otro ministro (cartera curiosamente denominada de “bienestar social”) para, desde allí, establecer la organización criminal de la Triple A. En ese contexto, Perón después de alentar a los terroristas en sus matanzas y felicitarlos por sus asesinatos, se percató que esos movimientos apuntaban a copar su espacio de poder debido a lo cual optó por combatirlos y, también a la vuelta de su exilio, se decidió por abrazarse con Ricardo Balbín (un antiguo opositor que a esa altura se había peronizado).
A nuestro juicio la razón por la que se prolonga el mito peronista se basa en la intentona de tapar lo anterior con una interpretación falaz de lo que ha dado en llamarse “la cuestión social”. Esto ha penetrado en prácticamente todos los ámbitos de la vida social. No son pocos los conservadores que argumentan que no es cierto que Perón haya sido pionero en materia social ya que lo fueron ellos, los conservadores, y así se suscita una carrera para ver quienes fueron los adelantados en este tema, sin percatarse que precisamente en la cuestión social estaba el problema, especialmente para los más necesitados.
Lo primero es comprender cual es la causa de los ingresos y salarios en términos reales que reside en la tasa de capitalización, es decir, ideas innovadoras, maquinaria, tecnología, equipos que hacen de apoyo logístico al trabajo al efecto de incrementar su rendimiento. No hay otra cosa. Si observamos el mapa del mundo concluiremos que allí donde las referidas tasas de capitalización son mayores, también resultan mayores los ingresos. Sin duda que para que esas inversiones tengan lugar es menester que los marcos institucionales garanticen el uso y la disposición de las respectivas propiedades. Los salarios no son en modo alguno más altos debido a la generosidad ni a la prebenda sino que, como queda dicho, son el fruto de mayores inversiones per capita.
Los pagos adicionales con automóviles, seguros de salud, vacaciones, reducciones de jornadas laborales, oficinas elegantes, bonos y premios varios, músicas funcionales, coberturas por accidentes y todo lo que uno pueda imaginarse de atenciones no son consecuencia del decreto sino de las tasas de capitalización que obligan al empleador a proceder de esa manera. Al contrario, el decreto que se traduce necesariamente en montos superiores a los del mercado (de lo contrario no tiene sentido el decreto) expulsa a los destinatarios y los condena al desempleo. Generalmente los destinatarios de los decretos de salarios mínimos, vacaciones, jornadas laborales y aguinaldos (esto último es un insulto a la inteligencia ya que inexorablemente significa menores salarios durante el resto año), habitualmente son los que más necesitan trabajar que, paradójicamente, son los que primero son desempleados (cuando no se intenta disimular a través de la inflación que derrite salarios). Si esos mal llamados beneficios se extendieran a los gerentes y otros funcionarios de jerarquía, es decir, si las remuneraciones por decreto superaran sus retribuciones, ellos serían los que serían expulsados del mercado y condenados al desempleo.
No hay magias en economía, los factores de producción son escasos (si hubiera de todos para todos todo el tiempo no habría necesidad de trabajar) y el factor por excelencia es el trabajo intelectual y manual ya que sin su concurso no puede concebirse la producción de ningún bien o la prestación de servicios. No hay por ende sobrante de aquel factor escaso en un mercado abierto, a saber, allí donde los arreglos contractuales son libres. En cambio, como decimos, cuando los aparatos estatales intervienen el resultado es la desocupación.
En una sociedad abierta los sindicatos son manifestaciones libres y voluntarias en las que deciden los asociados cuales han de ser sus características, pero lo que es incompatible con la libertad es la sindicación y aportes forzosos como lo son en la mayor parte de las sociedades en las que se impone una legislación fascista del unicato como, por ejemplo, la establecida por el peronismo, es decir, las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos que Perón copió de la Carta de Lavoro de Mussolini.
Por su parte, las huelgas significan que los trabajadores, contemplando los contratos previos, pueden ejercer su derecho a no trabajar, lo cual es muy diferente a imponer por la fuerza que otros no trabajen lo cual se basa en la intimidación y no en elecciones voluntarias.
En este sentido las denominadas “conquistas sociales” del peronismo han constituido un obstáculo formidable para el incremento de los salarios en términos reales de los más débiles económicamente debido a los desajustes señalados, lo cual se agrava si simultáneamente se adoptan políticas que de hecho bloquean las inversiones al distorsionar precios con pretendidos controles, establecer alta presión tributaria, introducir manipulaciones monetarias y en el sector externo, tal como lo hicieron los gobernantes peronistas y sus imitadores.
Asimismo, el peronismo en su primera etapa aniquiló innumerables ahorros de quienes colocaban sus fondos en pequeños terrenos y departamentos para alquilar que fueron destruídos con las leyes de alquileres y desalojos, al tiempo que se estableció compulsivamente un sistema que anticipadamente estaba quebrado como es actuarialmente el de reparto, lo cual se agravó cuando se utilizaron esos recursos para fines partidarios.
Francamente, si se pudieran lograr mejoras en el nivel de vida por medio del decreto que da lugar a las antedichas “conquistas sociales”, deberíamos ser más generosos y hacer de una vez millonarios a todos, pero lamentablemente las cosas no son así. Finalmente también debe destacarse que esas pretendidas conquistas dan lugar a todo tipo de chicanas y corruptelas en el fuero laboral que encarecen aun más el proceso productivo. El apoyo y el soporte mejor y más eficaz para el trabajador (que aunque resulte en un pleonasmo, son todos los que trabajan y no los de una “clase”) es contar con un Estado de Derecho robusto en cuyo contexto opera una Justicia expeditiva para proteger los derechos de todos y no que se acepte que solo van presos los ladrones de gallinas mientras quedan impunes políticos corruptos. Esta tendencia se extiende, entre otras muchas cosas, cuando se da cabida a pseudoempresarios que operan al amparo del poder político que le otorga mercados cautivos para poder explotar a la gente.
¿Qué se puede hacer entonces con el peronismo? Absolutamente nada más que intentar persuadirlos del error y de los serios problemas que generan sus ideas para todos pero muy especialmente para los más pobres que aumentan su pobreza cada vez que aquellas propuestas se ejecutan. Como he consignado con anterioridad, todas las ideas deben competir en el debate y en las urnas por más estrafalarias que resulten.
Todos provenimos de las cavernas y de la miseria, es decir del cien por cien bajo la línea de pobreza. La forma de progresar consiste en el respeto irrestricto a los logros del vecino y no recurriendo a la fuerza para arrancar el fruto del trabajo ajeno. Cuando votamos en el supermercado y afines estamos asignando recursos y consecuentemente establecemos diferencias en los patrimonios según como satisfagan nuestras demandas, la redistribución coactiva de los aparatos estatales contradice aquellas indicaciones y por ende desperdicia capital, lo cual indefectiblemente reduce niveles de vida.
Por último y como una nota al pie, transcribo una carta del Ministro Consejero de la Embajada de Alemania en Buenos Aires Otto Meynen a su “compañero de partido” en Berlín, Capitán de Navío Dietrich Niebuhr O.K.M, fechada en Buenos Aires, 12 de junio de 1943, en la que se lee que “La señorita Duarte me mostró una carta de su amante en la que se fijan los siguientes lineamientos generales para la obra futura del gobierno revolucionario: ´Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño que los mantengan en brete´” (copia de la misiva mecanografiada la reproduce S. Santander en Técnica de una traición. Juan D. Perón y Eva Duarte, agentes del nazismo en la Argentina, Buenos Aires, Edición Argentina, 1955, p.56). La cita de Perón es usada también por Santander como epígrafe de su libro.