EL TRIBUNO – La disparada del dólar introdujo un ruido inesperado en el año electoral y las principales espadas del gobierno, con Mauricio Macri a la cabeza, salieron a restarle importancia, a pesar del impacto que la devaluación del peso tiene sobre la delicada inflación.
Los vaivenes bruscos de la divisa norteamericana provocaron casi siempre daño en la historia económica argentina, y esta podría no ser la excepción.
La divisa saltó un peso en menos de dos semanas, y las máquinas de remarcar que siempre están a mano de los formadores de precios comenzaron a funcionar a las pocas horas de iniciarse la escalada.
Nadie quiere perder rentabilidad, y si incluso puede sacar un poco más en medio del revuelo, mejor.
Sobre el final de la semana, bancos oficiales debieron salir a inyectar dólares en el mercado, seguramente por pedido del BCRA, cuyo presidente, Federico Sturzenegger, prefiere no intervenir para dar la sensación de que en la Argentina la divisa flota “libremente”.
Ese comportamiento ni siquiera se cumple en las economías más desarrolladas del mundo, ya que siempre los gobiernos tienen herramientas a mano para tratar de corregir las variables económicas cuando se salen del camino más allá de lo deseado.
El problema para la marcha de la economía es que los agentes financieros empiecen a relacionar cada vez en forma más estrecha la marcha de sus negocios con las perspectivas electorales.
Bastó que el mercado oliera que Cristina Fernández tiene chances de volver a influir en las decisiones argentinas para que saliera a cubrirse de potenciales perjuicios.
El peor fantasma que asusta a los hombres de negocios y de las finanzas es que la Argentina vuelva a caer en la tentación del intervencionismo estatal en la toma de las principales decisiones.
“Salieron a cubrirse”, fue la interpretación que dio un operador de la city sobre el movimiento del dólar.
La pregunta es ¿a cubrirse de qué? En el Gobierno tomaron nota de que esta vez había algo más que movimiento, y antes de que la turbulencia pasara a mayores los funcionarios salieron en tropel a calmar las aguas.
El presidente Macri, el jefe Gabinete Marcos Peña, el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y otras espadas gubernamentales repitieron el mismo libreto: “No hay razón para preocuparse”.
¿Será así, o el daño podría ser mayor al admitido? Habrá que esperar el costo de vida de julio para saberlo, pero el movimiento de la divisa estadounidense siempre altera los ánimos de los argentinos, campeones de la especulación tras haber soportado todo tipo de calamidades en sus bolsillos.
Con más plata por el cobro del aguinaldo, el billete verde fue muy demandando por compradores particulares, pero las grandes compras llegaron de la mano de jugadores que mueven el amperímetro en el segmento mayorista, como empresas, bancos y otros protagonistas de la saga diaria de la city.
El movimiento del dólar dejó un sabor amargo en los paladares negros de la Casa Rosada, que miraron enseguida a Sturzenegger.
Es que se produjo en momentos en que la inflación se venía desacelerando, producto de una fuerte caída en las ventas que obligó a poner freno a las remarcaciones y salir con ofertas de todo tipo.
Las economías regionales y los sectores exportadores celebraron el ajuste del tipo de cambio, porque consideran que la divisa debería estar por encima de los $18 cuando concluya el año. El gobierno la imagina algo por debajo de ese nivel, pero está claro que tras las elecciones lo más probable es que la cotización se ubique más en línea con lo que reclama parte del sector privado. En Cambiemos entienden que se necesita una economía encaminada para salir indemnes de las elecciones de octubre, aunque habrá otras variables que jueguen fuerte, como la inseguridad y los despidos masivos en algunas industrias, uno de cuyos casos emblemáticos es Pepsico, que deja 600 personas en la calle.
“Sturze” en la mira
No sólo dirigentes de la oposición, sino también referentes de la ortodoxia económica, salieron a criticar la política monetaria de Sturzenegger.
Uno de los más enfáticos fue Aldo Abram, de la Fundación Libertad y Progreso: “Es un error de las autoridades del Central concebir al dólar como un bien aislado del resto de la economía y que su suba no impactaría en el resto de los bienes y servicios”, señaló.
El Directorio del Central atraviesa momentos tensos, en especial por los perdigones lanzados por el ultrakirchnerista Pedro Biscay, a quien algunos oficialistas preferirían fuera de la entidad. Biscay, quien se hizo conocido en agosto de 2014 por participar de un escrache a Domingo Cavallo, criticó las políticas de metas de inflación, dijo que el mercado no le cree a Sturzenegger y cargó contra la política de tasas altas. Pero más allá de los intereses políticos de Biscay, siempre es conveniente -y eso incluye a Sturzenegger- escuchar todas las campanas, y en especial las de quienes no opinan como uno: “El modelo de metas de inflación de estos 18 meses está basado en un esquema de altas tasas”, se quejó el director en minoría del BCRA. Y en el mercado parece haber una impresión parecida: algunos señalan que las metas de inflación ideadas en el laboratorio del jefe de la autoridad monetaria funcionarían en un país desarrollado, pero en la Argentina encuentran dificultades. La misma sensación deja la política de Cambiemos hacia los factores de producción.
Varios hombres clave del Gabinete consideran que el futuro de la Argentina está en la provisión de servicios de valor agregado, más en línea con naciones como Australia o Canadá, que en desarrollar la industria.