Argentina, sin exámenes, y Siria los tiene, aún en guerra

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

CLARÍN – Argentina carece de cualquier sistema de evaluación para ingresar a la Universidad. Como señala Alieto Guadagni, Miembro de la Academia Nacional de Educación, no se conoce en el mundo una ley como la 27.204, la cual establece que “todos los alumnos que aprueban la enseñanza secundaria pueden ingresar de manera libre e irrestricta a la enseñanza de grado en el nivel de educación superior”.

Las evaluaciones constituyen un incentivo para que los jóvenes no transiten el secundario sabiendo que al cumplir 18 años ingresarán a una universidad sin requerimiento alguno. Veamos una experiencia en contrario, la de una adolescente en Siria.

Entre mayo y junio, casi medio millón de estudiantes tomaron los exámenes nacionales en Siria, que se administran al finalizar la educación básica en el Grado 9 y al finalizar el Grado 12, como requisito para ingresar a la universidad.

Comparto el testimonio de una joven de 18 años, a la cual UNICEF identifica como Rama para proteger su identidad (Alepo, junio 6 de 2017): “Estaba en el Grado 8 cuando me vi obligada a interrumpir la escuela al llegar la guerra a mi aldea, al este de Alepo. Continué estudiando en casa con la esperanza de poder tomar el examen que se administra al finalizar el Grado 9 y de esa forma completar mi educación básica. Dado que las escuelas habían cerrado, mi familia decidió trasladarse a Raqqa en el noreste de Siria. Los grupos extremistas se apoderaron de la ciudad dos meses después. Cerraron escuelas e impusieron restricciones a la educación, especialmente para las niñas. Con mis amigas tuvimos que estudiar para los exámenes en secreto, y nos organizamos para viajar a Deir-ez-Zor el día anterior a los exámenes. Cruzamos puestos de control y un río a pie, pero eso no importaba. Pasé los exámenes del Grado 9 y mi felicidad fue inmensa. ¡Incluso nos las arreglamos para regresar a nuestra casa, cercana a Alepo!

Pero el ciclo de violencia y desplazamiento continuó. Algunos de mis amigos huyeron, pero con mi amiga Fátima seguimos estudiando en casa. Una escuela reabrió sus puertas sólo seis meses antes de los exámenes de Grado 12. Caminábamos una larga distancia para llegar a ella y, a veces, oíamos explosiones en el camino. Cada vez que me asustaba, mi padre me decía: ‘tu educación es tu medio de supervivencia, no la abandones’.

Cuando llegó la hora de los exámenes tuvimos que venir a Alepo ya que no hay centros de exámenes en mi aldea. El viaje, que tomaba una hora antes de la guerra, nos llevó casi diez horas. Yo estaba asustada y agotada, pero también feliz de estar un paso más cerca de mi sueño de convertirme en médica”.

Una realidad de vida afortunadamente muy distinta a la de una joven en Argentina, pero que nos invita a pensar. Es habitual ingresar a nuestras universidades con escasa preparación y sin esfuerzo alguno. Así, el fracaso es previsible. Por ello, ¿no es preferible una evaluación al final del secundario que incentive el estudio durante el mismo? No dudo que sí.

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