Por Jose Luis Jerez es profesor y licenciado en Filosofìa de la Universidad Nacional de Comahue e investigador de las universidades Nacional Autònoma de Mexico y Torino. (Italia).
Toda época tiene, más o menos definida, una filosofía de fondo. Dicho esto, en este artículo me interesa realizar, por el lado descriptivo, la siguiente pregunta: “¿qué filosofía tenemos hoy?; y por el lado programático: ¿qué filosofía necesitamos hoy? Puestas las cosas de esta manera, si realizo estas preguntas no es tanto por mero interés epistemológico, como sí, por interés social. Es decir, que lo que me preocupa del posicionamiento filosófico que adoptemos hoy, son las implicancias en la vida de las personas, es decir, sus posibles rebotes sociales.
Con respecto a la primera pregunta [¿qué filosofía tenemos hoy?] debemos considerar que en los últimos años se dio en el plano filosófico un nuevo giro hacia el realismo, lo que sin faltar a la razón, y en términos sociales, podemos traducir como una demanda de realidad. Sostengo, aquí, que este giro hacia los hechos es consecuencia de dos factores puntuales. Por el lado filosófico, el de la sobreestimación que, durante el siglo pasado, se ha hecho del lenguaje, el discurso y las palabras, y todo esto por sobre la realidad, la cual ha quedado disuelta en una suerte de océano lingüístico. Y por el lado político, el de la fuerte presencia de la política de gobernantes populistas quienes se han sabido servir durante décadas de esta sobreestimación.
Veamos esto a través de dos frases de Nietzsche “no hay hechos, sólo interpretaciones”, y por ello “el mundo verdadero acabó por volverse una fábula” –expresiones que un sinnúmero de intelectuales levantaron como pauta de emancipación. Ambas acabaron en una amarga verdad: lo profetizado se cumplió (y no sólo en el plano filosófico, sino también en lo político y lo cultural); lo que jamás se cumplió fue la emancipación que los teóricos auguraron. En todo caso, más que una fábula, la realidad acabó por volverse un “cuento chino”. Y ahí tenemos al populismo presente.
Aunque no en su momento, hoy, en retrospectiva, podemos ver sin dificultades que un escenario en el que las opiniones valen más que los hechos, solo puede servir como caldo de cultivo a los intereses de ciertos gobernantes, para quienes la mitología, la retórica y la persuasión siempre han estado a la orden del día. Es por esto mismo, que sostengo que esta demanda de realidad, es fruto de tanto populismo tribunero, de balcón, o bien, de tanto neopopulismo virtual tardomoderno, que han sabido servirse de la filosofía del lenguaje del siglo pasado, la cual permitió diluir los hechos en meros puntos de vistas, del todo personalísimos, y según la conveniencia del Partido de turno. Dicho esto, podemos decir que este nuevo giro realista, que políticamente se manifiesta bajo una apelación cívica de populismo nunca más, es una de las consecuencias del agotamiento respecto a la manipulación que durante décadas se ha hecho con las palabras –populismo mediático–, con la verdad (hoy posverdad) y de los hechos (que han sido reemplazados por meras opiniones).
No es casual que así como en los últimos años se ha dicho y escrito mucho sobre las consecuencias negativas de las políticas populistas, lo mismo haya sucedido, en el campo filosófico con el antirrealismo. Quizás sea este vuelco hacia los hechos la filosofía que necesitamos para nuestros tiempos actuales; una filosofía sensata y racional que se embarque en reflexionar, sobre lo que sí existe y no sobre meras abstracciones conceptuales. Quizás sea esta filosofía la que precisamos hoy; una filosofía que no sienta el peso discursivo de lo políticamente correcto, y que apunte a los hechos, a lo que verdaderamente sucede en la realidad (y no en la mente de un mesiánico que busca imponer su ideología para beneficio del Partido). Quizás sea esta filosofía la que debamos considerar: una filosofía que vino a posicionarse por encima de lo que, en su momento se ha dado en llamar, Linguistic Turn (Giro lingüístico), y que arbitró, directa o indirectamente, intencional o no, como una excusa para hacer y decir lo que se vino al antojo.