Por Eduardo Servente*
La llamada empresa de bandera de aeronavegación nacional tiene una larga y tortuosa historia.
Fue creada en la época de la primera presidencia de Perón mediante la nacionalización y fusión de cuatro empresas privadas: Aeroposta, ALFA, FAMA y Zonda. Entonces, como empresa del Estado y en plena combinación con la Fuerza Aérea, que era quien manejaba toda la operación y logística en los aeropuertos y los permisos de vuelo, le hicieron la vida imposible a toda empresa privada que osara proponer una competencia en el cabotaje.
Luego de la Revolución Libertadora, pocas empresas pudieron operar ante la existencia de Aerolíneas. Aquellas que pudieron sobrevivir por un manejo más empresario y responsable se vieron constantemente atacadas por las presiones de Aerolíneas y la Fuerza Aérea.
Tal fue el caso de Austral, creada para cubrir rutas en el sur de nuestro país, o bien A.L.A. que volaba por el Litoral. Ambas pudieron crecer tímidamente hasta que en 1971 se fusionaron dando paso a Austral Líneas Aéreas. Con medidas empresarias innovadoras rápidamente le hicieron sombra en vuelos de cabotaje y regionales a una Aerolíneas que se cansó de tomar malas decisiones. Pero, siempre, en contexto de una competencia desleal.
Ante el crecimiento de una empresa bien administrada, la empresa estatal instrumentó distintas medidas para perjudicar a Austral. Le retiró el permiso para hacer vuelos regionales salvo a Montevideo, la persiguió con medidas unilaterales en la utilización de Aeroparque, la ahogó financieramente con la provisión de combustible. Y hasta en aquella época se comentó que al vuelo que se accidentó en la aproximación a Bariloche en noviembre de 1977 con 79 pasajeros a bordo, le habrían hecho tomar una ruta de aproximación que ya estaba denunciada varias veces, porque guiaba a los aviones contra el cerro Pichileufú.
La historia posterior es conocida: ahogada financieramente, Austral fue estatizada y fusionada a Aerolíneas Argentinas; tampoco sobrevivieron otras como LAPA, Southern Winds, etc., y, mientras tanto, la empresa de bandera siguió perdiendo dinero día a día.
En los ’90, Aerolíneas fue privatizada en forma muy desprolija y sin controles, y en los 2000 fue de vuelta estatizada de manera más desprolija aún, pero siempre con una constante: no dejó de dar pérdidas.
Equipada de manera poco inteligente, sujeta a reglamentos internos que hacen que sea imposible competir en eficacia, con gremios desproporcionados y fuera de época, Aerolíneas es una empresa inviable.
Lo que debemos preguntarnos entonces es: ¿Es necesario tener una empresa “de bandera”? ¿Se justifica que el Estado mantenga una línea aérea con el dinero de todos?¿es razonable que queriendo aplicar una política de cielos abiertos beneficiando así a los usuarios, se apliquen precios mínimos a las demás compañías para protegerla? ¿Es justo que los contribuyentes soportemos el mantenimiento de una compañía ineficiente, los sueldos de sus empleados y sus pérdidas diarias?
La existencia de Aerolíneas Argentinas en la forma que hoy funciona es algo digno del siglo pasado y que era posible dentro de las ideas nacionalistas y cerradas de la primera mitad del siglo XX. Hoy no tiene razón de ser.
No estoy diciendo que haya que privatizarla o que haya que modificar su funcionamiento. Digo que no debería existir. Con la concurrencia de otras empresas privadas se demuestra que no se necesita que el Estado maneje una compañía aérea, lo que se necesita es que el estado controle el cumplimiento de ese servicio público dado por los privados.
Finalmente, no pensemos que somos menos patriotas si no tenemos una aerolínea “de bandera”. El patriotismo se nota en la posibilidad de hacer un país grande donde todos vivamos mejor, y que no exista una aerolínea explotada por el Estado es un paso para esa vida mejor.
No tengamos miedo. Eliminemos, desactivemos, liquidemos eso que entre todos pagamos, nunca mejor llamado “Aerorruinas” Argentinas.
*El autor es Ingeniero Civil