Las ideas económicas de Marx: una brújula rota

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Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.

Jamás un pensador con una mente tan poderosa como Marx ha sido capaz de vender una lógica falsa de un modo tan continuado y palpable.

Eugen von Böhm-Bawerk

 

Introducción

En un aula en la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, un profesor de economía comenzó su clase con un pedido a los alumnos: “Levanten la mano todos los que conocen quién fue Karl Marx”. Pocos segundos después, el 98% de los alumnos, alrededor de 50 en total, tenía su mano levantada. La segunda pregunta fue similar, aunque con resultados diferentes. “Levanten la manos todos los que conocen al que refutó a Karl Marx”. El silencio se adueñó del aula.

Como la historia ilustra, Marx es uno de los economistas más renombrados del siglo XX. Mucha gente puede manifestarse en contra de sus propuestas más prácticas (como aquellas esbozadas en “El Manifiesto Comunista”) o de los muchos sistemas que dicen haber estado inspirado en las ideas de Marx, como los totalitarismos de izquierda nacidos y reproducidos en distintas partes del mundo a partir de la revolución bolchevique. Sin embargo, a Marx se lo respeta. Después de todo, se argumenta, él fue quien encontró y denunció los problemas del capitalismo  y él fue quien se preocupó por ayudar a los marginados del sistema.

Marx fue filósofo, sociólogo, periodista y economista, y si bien el primer tomo de su obra magna, El Capital, data de 1867, eso no impidió que 132 años más tarde, en 1999, fuera designado como el pensador más importante del milenio[1].

15 años más tarde, luego de la gran crisis financiera internacional comenzada en 2008, el capitalismo (o lo que queda de él) ha vuelto a ser puesto en tela de juicio y muchos elementos del pensamiento económico marxista están presentes en dichas críticas. Destaca en este contexto el trabajo de Thomas Piketty, “El Capital en el siglo XXI”, a quien la revista The Economist no dudó en llamar “El Marx moderno”[2].

Por todo esto es que siempre tiene relevancia analizar de manera crítica las idea del pensador alemán. En este trabajo, nos proponemos hacer un análisis de los textos Trabajo Asalariado y Capital (1849) y Salario, Precio y Ganancia (1865), en donde intentaremos puntualizar cada uno de los errores de la perspectiva de análisis marxista. Comencemos.

La determinación de los precios

Es curioso que Marx, como muchos otros economistas actuales, asigne un rol de importancia a la interacción entre la oferta y la demanda a la hora de determinar los precios.

Frente  a la pregunta acerca de qué es lo que determina el precio de una mercancía, su respuesta es contundente: “es la competencia entre compradores y vendedores, la relación entre la demanda y la oferta…”[3]

Sin embargo, de haber dado solamente esta respuesta, probablemente Marx no habría pasado a la posteridad como lo hizo. Es que, para él, la relación entre la oferta y la demanda tiene un rol limitado ya que hay algo que, a su vez, determina esta relación. A saber, el costo de producción. En Marx, las oscilaciones de la oferta y la demanda determinan los precios pero existe un límite a su accionar. Y ese límite está dado por el costo de la producción.

Así, unos precios elevados, generan una afluencia de capitales a la industria en cuestión, lo que da lugar a una mayor competencia que termina por bajar los precios. ¿Hasta qué punto bajan estos precios? Hasta su costo de producción, ya que, si estos bajaran por debajo del mismo, la producción en cuestión se volvería inviable. Así, unos precios elevados respecto de su costo, generan una regresión hacia él, mientras que unos precios muy bajos respecto del costo, hacen lo mismo pero a la inversa, impulsando los precios hacia arriba por la salida del mercado de los productores menos eficientes.

Todo este análisis es perfectamente compatible con las interpretaciones más ortodoxas del proceso de mercado. Sin embargo, a partir del mismo, Marx concluye que mediante este proceso, los costos determinan los precios:

“Acabamos de ver cómo las oscilaciones de la oferta y la demanda vuelven a reducir siempre el precio de una mercancía a su coste de producción. Es cierto que el precio real de una mercancía es siempre superior o inferior al coste de producción, pero el alza y la baja se compensan mutuamente, de tal modo que, dentro de un determinado período de tiempo, englobando en el cálculo el flujo y el reflujo de la industria, puede afirmarse que las mercancías se cambian unas por otras con arreglo a su coste de producción, y su precio se determina, consiguientemente, por aquél.”[4]

Este análisis confunde un factor determinante de la rentabilidad con un factor determinante de la relación de intercambio. Es evidente que una actividad económica cualquiera no puede perdurar si los precios a los que se vende determinado producto están persistentemente por debajo de sus costos. Mantener dicha explotación implica perder progresivamente capital hasta el punto en el que ya no existen recursos para continuar produciendo. En este contexto, sin duda que los costos son un factor importante, pero de ahí a considerar que determinan los precios hay un salto lógico que queda sin explicar.

En realidad, la relación es exactamente inversa: no son los costos los que determinan los precios, sino que son los precios los que determinan los costos. Veámoslo con un simple ejemplo.

Imaginemos un Robinson Crusoe solo en una isla. Por cuestiones inherentes a la condición humana, siente la necesidad de alimentarse. Al mismo tiempo, observa que en lo alto de una palmera hay un coco en perfectas condiciones de ser ingerido. Ahora bien, si nuestro náufrago quiere apoderarse del coco, deberá incurrir en el costo de subirse a la palmera, cortar el fruto y bajar nuevamente.

Supongamos que, luego de analizar la situación, Robinson sube a la palmera y termina ingiriendo el alimento en cuestión. ¿Qué sucedió? Lo que pasó es que el beneficio derivado de la satisfacción de la necesidad fue juzgado como superior al costo de hacerse del coco. Así, fue el beneficio percibido por Robinson el que determinó hasta qué nivel de costos se podría incurrir. Si no hubiese estado tan hambriento, y enfrentado a una situación en donde podría arriesgarse a lastimarse si se caía de la palmera, podría haber seguido buscando alimentos en la isla, eligiendo no incurrir en dicho costo sino en otro inferior.

Lo mismo pasa en un emprendimiento comercial moderno. Es la esperanza de vender un producto a un precio determinado lo que hace que los empresarios decidan incurrir en los costos de fabricarlo. Si se juzga que se puede vender el producto “A” por 10 dólares, entonces probablemente se esté dispuesto a incurrir en costos de hasta 10 dólares, de manera de obtener un beneficio de la producción de “A”. Sin embargo, si el precio esperado de venta es, digamos  5 dólares, el empresario no estará dispuesto a gastar 10 en su producción, ya que (a menos que se trate de una organización sin fines de lucro) la producción le generaría una pérdida patrimonial que este buscaría evitar.

Curiosamente, esto es reconocido por Marx, aunque decide deliberadamente dejar de lado la cuestión.

“Si el precio de una mercancía desciende por debajo de su coste de producción, los capitales se retraerán de la producción de esta mercancía. Exceptuando el caso en que una rama industrial no corresponda ya a la época, y, por tanto, tenga que desaparecer, esta huida de los capitales irá reduciendo la producción de aquella mercancía, es decir, su oferta, hasta que corresponda a la demanda, y, por tanto, hasta que su precio vuelva a levantarse al nivel de su coste de producción…”[5]

En el fragmento anterior destaqué específicamente la referencia de Marx hacia las industrias que “no corresponden ya a la época” y, por tanto, tienen que desaparecer. Es que en su intento por demostrar que los precios están determinados por los costos decide deliberadamente dejar afuera y tratar como excepción aquel caso que refuta por completo su teoría.

Veamos: si una rama industrial no corresponde ya a la época, quiere decir que los bienes o servicios que produce ya no son aptos para satisfacer las necesidades de los consumidores o, al menos, no de una forma en que los consumidores la valoran. Podemos poner como ejemplo la industria de la música, en donde los dispositivos para escucharla han ido modificándose a una velocidad impresionante; o bien la industria del transporte, donde los carros tirados por caballos son más una atracción turística de algunas ciudades que un medio genuino de transporte comercial (salvo, claro está, en casos de extrema pobreza).

Para Marx, en estas industrias, efectivamente los precios caen por debajo de los costes y allí se mantienen hasta hacer desaparecer a toda la producción. Esta situación entra en contradicción con su teoría. Es decir, ¿cómo es posible que los precios se mantengan sistemáticamente por debajo de los costos, si son estos últimos los que determinan a los primeros? La respuesta de Marx a este interrogante es que si eso sucede se trata de casos aislados que en nada afectan el corazón de la teoría.

Basta dar una mirada a la innumerable cantidad de industrias que han cerrado, dando lugar a otras nuevas, para darse cuenta que no se tratan de casos aislados y que la teoría marxista no ofrece para ellos una explicación satisfactoria. De hecho, intentar hacerlo hubiera llevado a Marx a admitir que, al menos en algunos casos, los costos no determinan los precios, sino que son otras cosas, como las preferencias y gustos de los consumidores, los que están detrás de los mismos, independientemente de otras variables.

Eugen von Böhm-Bawerk y el rol de la oferta y la demanda:

Como comentábamos, Marx asigna un rol limitado a la oferta y la demanda en la determinación de los precios. Al respecto, afirma:

“Supongamos que la oferta y la demanda se equilibren o se cubran mutuamente, como dicen los economistas. En el mismo instante en que estas dos fuerzas contrarias se nivelan, se paralizan mutuamente y dejan de actuar en uno u otro sentido. En el instante mismo en que la oferta y la demanda se equilibran y dejan, por tanto, de actuar, el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor real, con el precio normal en torno al cual oscilan sus precios en el mercado. Por tanto, si queremos investigar el carácter de este valor, no tenemos que preocuparnos de los efectos transitorios que la oferta y la demanda ejercen sobre los precios del mercado. Y otro tanto cabría decir de los salarios y de los precios de todas las demás mercancías”[6]

Para criticar esta aproximación, Böhm-Bawer acude a dos argumentos. Para el primero de ellos, utilizaremos un cuadro que facilite la explicación:

imagen marx

En el mismo se observa a las fuerzas de la oferta y la demanda en acción. Por el lado de la demanda, tenemos a 875 compradores dispuestos a comprar el producto pero a diferentes precios. Mientras que algunos están dispuestos a ofrecer 50 dólares por el bien, otros están dispuestos a ofrecer menos. Del lado de la oferta, los precios y la cantidad de gente que está dispuesta a vender.

En este contexto, una transacción podría darse, presumiblemente, a 50,5 dólares, cuando un comprador acepte aumentar un poco su oferta y, al mismo tiempo, un vendedor decida bajarla. Pero no son solo ese vendedor y ese comprador los que determinan el precio de mercado, sino todos los que conforman oferta y demanda. En palabras de Böhm-Bawerk:

Además de la demanda y la oferta que de hecho están presentes en el mercado, se dan siempre una oferta y una demanda que quedan ´excluidas´; hay personas que también desean esa mercancía para satisfacer sus propias necesidades, pero que no quieren o no pueden pagar los precios que pagan sus competidores, y personas que también estarían dispuestas a ofrecer la mercancía demandada, pero sólo a precios más altos que los que en ese momento se forman en el mercado (…)

En la fijación de este nivel del precio intervienen no sólo los competidores que realizan la operación, sino también las respectivas circunstancias de los que son excluidos. Y ya sólo por esto es erróneo deducir del equilibrio entre la demanda y la oferta que culminan la operación una total neutralización de la acción que ejercen ambas fuerzas.[7]

Por otro lado, el economista austriaco acude a un ejemplo gráfico:

“Soltemos un globo aerostático. Todos saben que éste se eleva sólo si y porque se le llena de un gas más ligero que el aire. De todos modos, no se eleva hasta el infinito, sino sólo hasta una determinada altura, en la cual se mantiene mientras no intervengan otros factores, por ejemplo la pérdida de gas, etc., que modifiquen la situación. Así, pues, ¿cómo se regula y qué factores determinan la medida de esta elevación? También esto es claro y manifiesto. La densidad de la atmósfera disminuye a medida que se sube. El globo aerostático sube sólo hasta que la densidad de los estratos de aire que lo rodean alcanza el equilibrio (…) Es, pues, evidente que en estas circunstancias, la explicación de la medida de la ascensión sólo puede darla la referencia a las relaciones recíprocas de la densidad del globo, por un lado y, por otro, de la atmósfera.

¿Qué ocurriría si se adoptara la explicación de Marx? Alcanzada la medida de la elevación, ambas fuerzas, la densidad del globo y la del aire que lo rodea, se hallan en equilibrio. Por lo tanto, `dejan de actuar´, ´ya no explican nada´, ´no influyen sobre el nivel de la ascensión´, por lo que si se quiere explicar esta última, será preciso ´explicarla al margen de la intervención de estas dos fuerzas´”[8]

La explicación del salario: un razonamiento circular

En línea con su análisis anterior, Marx se dispone a explicar el precio del trabajo o, más precisamente, el salario. En ese sentido, el salario dependerá del costo de producirlo, que no es más que el costo de mantener vivo y reproducir a los obreros. Esto, a su vez, no es otra cosa que el precio de aquellos bienes básicos necesarios para la subsistencia y reproducción. Veámoslo en sus palabras:

Las mismas leyes generales que regulan el precio de las mercancías en general regulan también, naturalmente, el salario, el precio del trabajo.

La remuneración del trabajo subirá o bajará según la relación entre la demanda y la oferta, según el cariz que presente la competencia entre los compradores de la fuerza de trabajo, los capitalistas, y los vendedores de la fuerza de trabajo, los obreros. A las oscilaciones de los precios de las mercancías en general les corresponden las oscilaciones del salario. Pero, dentro de estas oscilaciones, el precio del trabajo se hallará determinado por el coste de producción, por el tiempo de trabajo necesario para producir esta mercancía, que es la fuerza de trabajo.

Ahora bien, ¿cuál es el coste de producción de la fuerza de trabajo?

Es lo que cuesta sostener al obrero como tal obrero y educarlo para este oficio.

En otro apartado, afirma:

Al igual que el de toda otra mercancía, este valor se determina por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. La fuerza de trabajo de un hombre existe, pura y exclusivamente, en su individualidad viva. Para poder desarrollarse y sostenerse, un hombre tiene que consumir una determinada cantidad de artículos de primera necesidad. Pero el hombre, al igual que la máquina, se desgasta y tiene que ser reemplazado por otro. Además de la cantidad de artículos de primera necesidad requeridos para su propio sustento, el hombre necesita otra cantidad para criar determinado número de hijos, llamados a reemplazarle a él en el mercado de trabajo y a perpetuar la raza obrera (…)

Según lo que dejamos expuesto, el valor de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los artículos de primera necesidad exigidos para producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo.

Lo primero que llama la atención de esta afirmación es que, vista desde el siglo XXI, se vuelve una descripción demasiado lúgubre. De las palabras del autor parece desprenderse que el trabajador que recibe a cambio de su fuerza de trabajo un salario no es más que un animal de carga al que solo se le da lo justo y necesario para “producir” y “perpetuar la raza”.

Sin embargo, esto entra en franca contradicción con los hechos que uno puede observar a diario en el país donde se viva. A menos que se trata de un país que padezca enormes cantidades de extrema pobreza (donde incluso los capitalistas son pobres), lo cierto es que los asalariados del mundo, en muchos casos, pueden cambiar lo que ingresan por la venta de su fuerza de trabajo no solamente por los bienes indispensables para mantenerse y reproducirse, sino también por tiempo de ocio, entretenimiento, educación, arte, construcción o alquiler de viviendas que exceden lo que podríamos denominar “básico” para vivir. En fin, sin entrar en tanto detalle, el tono lúgubre de Marx respecto de la vida del que vive de su salario no se condice con el mundo moderno en el que vivimos.

Sin embargo, existe un punto todavía más débil en esta explicación y es que se trata íntegramente de un razonamiento circular del que es imposible salir.

Para Marx, el salario está determinado por el valor de los productos que el trabajador debe consumir para poder desarrollarse y “perpetuarse” en el tiempo. En términos sencillos, el precio que se paga al trabajador está determinado por su costo de supervivencia y reproducción. O sea, lo que el trabajador compra en el mercado para poder vivir determina lo que se le pagará en forma de salario.

Ahora la pregunta que surge inmediatamente es ¿cómo surge el valor de aquellos artículos de primera necesidad que el asalariado debe consumir para sobrevivir?

En el análisis marxista, el valor de estos bienes está determinado por el costo de los mismos que, a su vez, está determinado fundamentalmente por el tiempo de trabajo incorporado en ellos. Es decir, entre otras cosas, por el salario de los trabajadores que permiten su producción. ¿Y qué determina esos salarios? El valor de los artículos de primera necesidad exigidos para producir.

Llegamos, como se ve, a un callejón sin salida, en donde el valor de los bienes está explicado por el valor de la fuerza de trabajo, pero, a la vez, el valor de la fuerza de trabajo está determinado por el valor de los bienes, cuyo valor está determinado por el valor de la fuerza de trabajo que, a su vez, está determinado por el valor de los bienes.

 La crítica de Menger a la teoría del valor trabajo y la determinación del salario

Carl Menger, economista conocido por ser, junto con Jevons y Walras, uno de los padres de la llamada “revolución marginalista” y, además, fundador de la Escuela Austriaca de Economía, publicó en 1871 un tratado titulado Principios de Economía Política. En él, sentaba las bases de su análisis económico, refundando la teoría del valor y, aunque sin mencionarlo, aludiendo a la visión marxista sobre la cuestión.

En un párrafo referido al origen del valor de los bienes, afirmaba:

“El valor que un bien tiene para un sujeto económico es igual a la significación de aquella necesidad para cuya satisfacción el individuo depende de la disposición del bien en cuestión. La cantidad de trabajo o de otros bienes de orden superior utilizados para la producción del bien cuyo valor analizamos no tiene ninguna conexión directa y necesaria con la magnitud de ese valor. Un bien no económico, por ejemplo, una cantidad de madera en un gran bosque, no encierra ningún valor para los hombres por el hecho de que se hayan empleado en ella grandes cantidades de trabajo o de otros bienes económicos. Respecto del valor de un diamante, es indiferente que haya sido descubierto por puro azar o que se hayan empleado mil días de duros trabajos en un pozo diamantífero. Y así, en la vida práctica, nadie se pregunta por la historia del origen de un bien; para valorarlo solo se tiene en cuenta el servicio que puede prestar o al que renunciar en caso de no tenerlo. Y así, no pocas veces, bienes en los que se ha empleado mucho trabajo, no tienen ningún valor y otros en los que no se ha empleado ninguno lo tienen muy grande”[9]

En otro apartado, también ataca la teoría de Marx sobre la determinación del salario por los costos de mantención de los obreros. En este sentido, Menger afirmaba:

 “La experiencia nos enseña asimismo que muchas de las prestaciones laborales de un trabajador no pueden intercambiarse ni siquiera por los medios de subsistencia más imprescindibles, mientras que hay, en cambio, otros trabajos por los que se reciben cantidades de bienes que superan fácilmente diez, veinte y hasta cien veces lo necesario para garantizar la subsistencia de un ser humano. Pero incluso allí donde las prestaciones laborales de una persona equivalen a sus medios de subsistencia, este hecho es tan solo la consecuencia de la circunstancia accidental de que estas prestaciones pueden intercambiarse-a tenor de los principios generales de la formación del precio- precisamente contra ese precio y no otro. En definitiva, los medios de subsistencia, o los mínimos existenciales, no pueden ser ni la causa inmediata ni el principio determinante del precio de las prestaciones laborales”[10]

Y por si quedaban dudas sobre su posición, en una nota al pie de esa página, aclaró:

“El género de vida de los trabajadores está condicionado por sus ingresos y no al revés, es decir, sus ingresos no están condicionados por su género de vida, aunque muchas veces se afirme así, en virtud de una curiosa confusión de causa y efecto.”

Por la claridad en la exposición y por ser compatible con los hechos observables de la vida cotidiana, esta postura fue desplazando, no solo a la de Marx, sino a la de los economistas clásicos, cuya teoría del valor descansaba sobre los costos de producción, y no en la utilidad marginal.

El problema de la plusvalía y la competencia

Una vez que Marx, en un razonamiento circular, explica el salario con el costo de mantener vivo al asalariado, pasa a explicar el concepto de plusvalía, corazón de su teoría de la explotación. Esta visión de la relación capital-trabajo o, más modernamente, empleador-empleado, también presenta serios inconvenientes que intentaremos dejar expuestos a continuación.

Como decíamos más arriba, para Marx el valor de la fuerza de trabajo, es decir, el salario, está determinado por el precio de los bienes que se deben comprar para mantenerla y reproducirla. En este sentido, si un hilador, por ejemplo, necesitara de 3 dólares diarios para comprar los artículos “de primera necesidad” (sic.) para mantenerse como obrero, y cobrara de hecho 3 dólares por día por su trabajo de, digamos, seis horas, entonces estaría vendiendo su fuerza de trabajo por lo que vale.

El problema de esta situación, según Marx, es que si su trabajo aportara al capitalista un valor de 3 dólares por día, este no obtendría ganancia. Así, pagando 3 dólares diarios para ingresar la misma cantidad, el empresario no obtendría plusvalor. 3 menos 3 es cero.

“Si trabaja seis horas al día, incorporará al algodón diariamente un valor de tres chelines. Este valor diariamente incorporado por él representaría un equivalente exacto del salario o precio de su fuerza de trabajo que se le abona diariamente. Pero en este caso no afluiría al capitalista ninguna plusvalía o plusproducto.”[11]

Para Marx, entonces, no es así como funciona el sistema. El autor explica que, si bien el hilador solo necesita de 6 horas de trabajo y, por tanto, 3 dólares por día, para vivir, este puede trabajar todo lo que su cuerpo le permita. De esta forma, podría trabajar 9, 12 o 15 horas. En este contexto, si trabajara 12 horas, no produciría 3 dólares diarios, sino que produciría (en el ejemplo de Marx) 6, el doble de lo que necesita para subsistir o, lo que es lo mismo, el doble de su costo de producción.

Marx afirmará que, de hecho, esto es lo que sucede: el capitalista hace trabajar al obrero 12 horas, en lugar de 6, y solo le paga el costo de producción, 3 dólares, quedándose para sí con la diferencia no abonada:

“Y el capitalista, al pagar el valor diario o semanal de la fuerza de trabajo del hilador, adquiere el derecho a usarla durante todo el día o toda la semana. Le hará trabajar, por tanto, supongamos, doce horas diarias. Es decir, que sobre y por encima de las seis horas necesarias para reponer su salario, o el valor de su fuerza de trabajo, tendrá que trabajar otras seis horas, que llamaré horas de plustrabajo, y este plustrabajo se traducirá en una plusvalía y en un plusproducto. Si, por ejemplo, nuestro hilador, con su trabajo diario de seis horas, añadía al algodón un valor de tres chelines, valor que constituye un equivalente exacto de su salario, en doce horas incorporará al algodón un valor de seis chelines y producirá el correspondiente superávit de hilo. Y, como ha vendido su fuerza de trabajo al capitalista, todo el valor, o sea, todo el producto creado por él pertenece al capitalista, que es el dueño pro tempore de su fuerza de trabajo. Por tanto, adelantando tres chelines, el capitalista realizará el valor de seis, pues mediante el adelanto de un valor en el que hay cristalizadas seis horas de trabajo, recibirá a cambio un valor en el que hay cristalizadas doce horas de trabajo”[12]

Del ejemplo se desprende que el capitalista toma del trabajador más de lo que debería. Más adelante Marx se encarga de aclarar que, efectivamente, el empleador paga solo una parte de lo que debería pagarle al empleado, mientras que la otra parte es trabajo no retribuido. El economista alemán llega incluso a comparar la forma de trabajo del capitalismo con el trabajo esclavo, ya que a estos también se les pagaba la comida y los medios de subsistencia, pero como no había un contrato explícito, parecía que se trabajaba gratis.

El cuadro, en realidad, es bien distinto. Es que Marx no llega a comprender la naturaleza del intercambio. Incluso tomando su ejemplo como uno que se correspondiera totalmente con la realidad, podría dársele una interpretación absolutamente diferente. En el intercambio no se cambian valores iguales, sino que se cambian valores que, a los ojos de los que intercambian, son distintos.

Cuando uno compra un café y debe, como contrapartida, dejar dos dólares en la cafetería, el mismo acto está revelando que, para uno, el café vale más que los dos dólares que cuesta. Por el otro lado, el mismo acto también revela que, para la cafetería, los dos dólares valen más que el café que cuesta, es decir, el café que debe entregarse a cambio de esos dos dólares.

En el caso del hilador del ejemplo citado, el principio es el mismo. Si él acepta trabajar por 3 dólares diarios, entonces valora más los 3 dólares que recibe que las 12 horas que le ofrece al empleador. Por el otro lado, el empleador valora más las 12 horas de trabajo que los 3 dólares que debe otorgar a cambio. Por supuesto, porque sabe que entregando 3 dólares, más tarde puede obtener un ingreso de 6 y, por tanto, una ganancia de 3 dólares. En este sentido, la situación tomada aisladamente no representa ningún conflicto. De hecho, es una situación donde todos ganan, ya que en un mutuo acuerdo pacífico, ambas partes pueden satisfacer sus necesidades y cumplir con sus objetivos.

Otro punto débil de la explicación marxiana del contrato de trabajo es que entra en contradicción con la propia teoría marxista según la cual el valor del salario debe estar determinado por el costo de mantener a la fuerza de trabajo. Es que si el capitalista le pagara al trabajador, no 3 dólares, sino 6 dólares por las 12 horas de trabajo, el salario sería superior al costo de los artículos de primera necesidad que el trabajador necesita para subsistir. Es decir, en el mundo que Marx ve como deseable, su teoría no se aplica, porque los trabajadores tienen salarios que se encuentran sistemáticamente por encima de su costo de producción.

Por último, la teoría de la explotación ignora que el salario de los trabajadores pueda subir por encima del costo por la propia dinámica del sistema capitalista. Es que si un empresario observa que un colega suyo está gastando 3 dólares diarios en un negocio que le genera ingresos por 6 dólares diarios, no tardará mucho en querer ingresar al negocio para poder acceder a estos beneficios. El problema es que, para ingresar en el negocio necesitará contratar empleados y, si suponemos que estos se encuentran totalmente empleados en las explotaciones productivas preexistentes, se verá obligado a seducirlos para que opten por dejar sus empleos y comenzar a trabajar para él. ¿Y cómo hará para seducirlos? La forma más sencilla es ofreciendo un salario mayor, digamos de 4 dólares diarios, lo que a él le dejará una ganancia de 2 dólares, menor a la de su competidor, pero infinitamente mayor a la nula ganancia que recibía antes de emprender este nuevo negocio.

Así, la propia dinámica del sistema capitalista es la que lleva a que los salarios suban, en términos reales, de manera sostenida, generando, o bien un aumento de la capacidad de ahorro de los asalariados (no se gasta todo lo que se ingresa), o bien un aumento de la cantidad y calidad de bienes que éstos pueden consumir, algo que el vertiginoso avance de la tecnología de los últimos 50 años pone de manifiesto.

No es explotación, sino una tasa de interés

Otro de las contribuciones de Böhm-Bawerk al análisis de la teoría marxista de la explotación fue la demostración de que el tiempo de trabajo incorporado en las mercancías no es la única fuente de su valor de cambio. El austriaco afirma:

“… si bien es cierto que el factor laboral es muy importante para la mayor parte de las mercancías, es forzoso reconocer que también los demás factores que colaboran con el trabajo ejercen una influencia tan importante que las relaciones reales de intercambio se alejan sensiblemente de la línea que correspondería al trabajo incorporado…”[13]

Y, por otro lado:

“… junto al tiempo de trabajo también la inversión de capital constituye una causa determinante coordinada de la relación de cambio de las mercancías.”[14]

En este sentido, el capital también colabora en la producción de bienes y su participación también tiene que ser compensada por el proceso productivo. Lo que Marx no llegó a entender es por qué si el capitalista invertía, digamos, 3 dólares en el salario diario de un obrero, podía vender la mercancía por el doble de lo invertido.

El alemán no logró comprender la diferencia entre bienes presentes y bienes futuros. Si uno tiene que elegir entre tener 100 dólares en la mano hoy o tener 100 dólares en la mano dentro de un año, a igualdad de circunstancias, elegirá la primera opción. ¿Para qué esperar un año, si podría disfrutar de los servicios derivados de dicho billete ya mismo?

Así, la única forma en la que vamos a aceptar el billete en un año es si existe alguna compensación que justifique la espera. Si, por ejemplo, las opciones son 100 dólares hoy versus 110 dólares en un año, entonces al aceptar la segunda alternativa estamos dado lugar al surgimiento de una tasa de interés del 10%. De esta forma, la tasa de interés no es el precio del dinero, como comúnmente se afirma, sino el precio de los bienes presentes, en relación con los bienes futuros. Al aceptar los 100 dólares hoy, dejo de percibir la compensación, pago un precio por disponer del bien en el presente.

Lo mismo sucede con los trabajadores y los capitalistas. El segundo grupo adelanta salarios y medios de producción al primero (bienes presentes), a cambio de recibir eventuales ganancias en el futuro (bienes futuros). Como explica el profesor Juan Ramón Rallo[15]:

“Existe necesariamente una diferencia de valor entre los bienes presentes a los que renuncian hoy [los capitalistas] y los bienes futuros que adquirirán, si es que todo sale bien, el día de mañana. Y esa diferencia de valor, y no la apropiación de un tiempo de trabajo no remunerado, es la plusvalía, esto es, el interés derivado de esperar y asumir riesgos hasta que el proyecto productivo concluya.”

Finalmente:

“Dado que el capital que se adelanta en forma de salarios y en forma de bienes complementarios supone también una espera y asunción de riesgos para el capitalista, ¿no será que la plusvalía no procederá del atraco a mano armada al trabajador sino de la remuneración de esos dos factores productivos (tiempo y riesgo)?”

Ni siquiera Marx ignoraba esta realidad:

“El tejedor recibe su salario mucho antes de venderse el lienzo, tal vez mucho antes de que haya acabado el tejido. Por tanto, el capitalista no paga este salario con el dinero que ha de obtener del lienzo, sino de un fondo de dinero que tiene en reserva. Las mercancías entregadas al tejedor a cambio de la suya, de la fuerza de trabajo, no son productos de su trabajo, del mismo modo que no lo son el telar y el hilo que el burgués le ha suministrado. Podría ocurrir que el burgués no encontrase ningún comprador para su lienzo. Podría ocurrir también que no se reembolsase con el producto de su venta ni el salario pagado. Y puede ocurrir también que lo venda muy ventajosamente, en comparación con el salario del tejedor. Al tejedor todo esto le tiene sin cuidado”

Sin embargo, el economista alemán demuestra que es la inversión del empresario la que a él lo tiene sin cuidado. Volviendo a Böhm-Bawerk, es claro que el factor trabajo es importante, pero es muy claro también que los otros factores de producción también lo son y no se los puede dejar de lado arbitrariamente.

La preocupación por la desigualdad

El libro de economía que definitivamente marcó el año 2014 fue “El Capital en el siglo XXI”, de Thomas Piketty. En una charla que ofreció en Buenos Aires, planteó los pilares básicos de su teoría, que podríamos resumir en dos puntos. Primero, que la desigualdad de ingresos y de riqueza está aumentando en el mundo. Segundo, que la explicación reside en que un grupo de personas dentro de la sociedad (los más ricos) logran que su riqueza crezca al 6,8% anual, mientras que la riqueza de los, digamos, adultos normales, solo crece al 2,1% por año.

Tal vez a causa de su crítica al sistema capitalista, muchos catalogaron a Piketty como marxista o neomarxista aunque, a priori, la tesis del francés tiene poco que ver con la teoría de la explotación o la del valor trabajo. Sin embargo, encontramos párrafos en Marx que parecen estar en perfecta consonancia con lo planteado por Piketty:

Sea grande o pequeña una casa, mientras las que la rodean son también pequeñas cumple todas las exigencias sociales de una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en una choza. La casa pequeña indica ahora que su morador no tiene exigencias, o las tiene muy reducidas; y, por mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes.[16]

Como se observa, el principio detrás del argumento de Marx es exactamente el mismo que el del argumento de Piketty y, podríamos decir, de todas las voces que emplean el tema de la desigualdad para desprestigiar al sistema basado en la propiedad privada. Del párrafo citado se desprende que poco importa el progreso de cada persona en particular, sino si creció, o no, en relación a sus pares.

Por otro lado, asume Marx que el hecho de que al lado de un barrio de casas surja un palacio automáticamente hace que la casa deja de cumplir las “exigencias sociales de una vivienda” y se transforma en “una choza”. Ahora bien ¿quién es quién para decir cuáles son las exigencias sociales de una vivienda? Por otro lado, si la casa sigue teniendo las mismas paredes, las mismas habitaciones, el mismo techo ¿cómo puede argumentarse que la misma ahora se ha convertido en una choza?

Existen dos puntos más para cuestionarse respecto de esta apreciación marxista de la realidad. En primer lugar, que la aparición de un palacio no tiene por qué ser juzgado como un acontecimiento negativo. De hecho, incluso considerando que los vecinos no solo piensan en su progreso personal respecto de situaciones anteriores (llamémosle a este, el avance absoluto), sino también un su progreso respecto de sus pares (el avance relativo), es una buena noticia que ahora exista un palacio, porque quiere decir que el sistema social en el cual estos individuos están inmersos ofrece posibilidades innegables de progreso. Será otra discusión si estas posibilidades de progreso personal no implican la necesidad de perjudicar a un tercero, pero no se desprende eso del cuadro que pinta Marx. En su imaginación, hay un palacio y las mismas casas, nadie perdió, aunque uno ganó, y eso debería ser interpretado como un “todos ganan”, puesto que deja en evidencia que, así como lo hizo uno de ellos, todos están en condiciones de progresar y, por qué no, construirse un palacio en algún momento.

Otro punto que se deja de lado es que para que una casa de tamaño promedio se convierta en un palacio, se necesita invertir en materiales y, fundamentalmente, en mano de obra. Es decir, el crecimiento de unos termina redundando en el crecimiento de los otros ya que los proyectos productivos demandan, no solo capital (que puede ser aportado por el dueño, o bien por instituciones de crédito), sino también trabajo y esa mayor demanda de trabajo, ceteris paribus, terminará dando lugar a un aumento de salarios y, consecuentemente, a un mayor nivel de vida.

Pero todo esto es poca cosa para el economista alemán:

Pero, ni el salario nominal, es decir, la suma de dinero por la que el obrero se vende al capitalista, ni el salario real, o sea, la cantidad de mercancías que puede comprar con este dinero, agotan las relaciones que encierra el salario.

El salario se halla determinado, además y sobre todo, por su relación con la ganancia, con el beneficio obtenido por el capitalista: es un salario relativo, proporcional.[17]

Nuevamente, no importa cuánto haya mejorado la situación personal de cada uno, tendremos que estar apenados si un tercero, sea este capitalista, obrero o, simplemente, otro ser humano, tiene todavía mayor acceso a bienes y servicios que nosotros. La consecuencia inevitable de este modo de ver la realidad es que lo contrario también sería cierto: si todos fuéramos extremadamente pobres, pero con iguales “salarios relativos”, no habría de qué preocuparse.

El error de Marx en este punto es similar al cometido cuando considera al costo como determinante de los precios. Por supuesto que las mediciones relativas de bienestar son importantes, así como lo es el costo de producción. Pero de ninguna manera son determinantes de la situación económica de cada uno. No es cierto, como afirma, que “nuestras necesidades y nuestros goces tienen su fuente en la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella y no por los objetos con los que los satisfacemos.” Nuestras necesidades, por el contrario, están determinadas por nuestra naturaleza humana y por nuestras respectivas diferencias, ya que todos los individuos tenemos características únicas e irrepetibles.

Por último, si el dictum marxista fuera cierto, no existiría ni habría existido jamás el progreso humano, ya que cuál sería la motivación para mejorar la situación personal de cada uno si, a nuestro alrededor, todos estamos en igualdad de condiciones económicas.

Para ponerlo en términos más concretos y volver al ejemplo de Marx: si las necesidades tienen su fuente en la sociedad, ¿qué fue lo que motivó a aquél que se construyó un palacio en medio de un contexto de casas pequeñas en primer lugar? La pregunta aún espera respuesta.

La tecnología contra los trabajadores

Por si no faltaban lugares comunes por incursionar, Marx también aborda el tema de la tecnología y, sin sorpresas, lo hace con su pesimismo característico. Para Marx, el incremento de la división del trabajo, lejos de ser una buena noticia, es un problema porque incrementa la competencia entre obreros y, por lo tanto, reduce su salario. La incorporación de maquinaria en la producción potencia este problema:

La maquinaria produce los mismos efectos en una escala mucho mayor, al sustituir los obreros diestros por obreros inexpertos, los hombres por mujeres, los adultos por niños, y porque, además, la maquinaria, dondequiera que se implante por primera vez, lanza al arroyo a masas enteras de obreros manuales, y, donde se la perfecciona, se la mejora o se la sustituye por máquinas más productivas, va desalojando a  los obreros en pequeños pelotones. Más arriba, hemos descrito a grandes rasgos la guerra industrial de unos capitalistas con otros. Esta guerra presenta la particularidad de que en ella las batallas no se ganan tanto enrolando a ejércitos obreros, como licenciándolosLos generales, los capitalistas rivalizan a ver quién licencia más soldados industriales.[18]

El problema con la guerra de despidos es que no tiene un correlato con lo que ha sucedido en el último medio siglo. Desde 1948, en los Estados Unidos, la población total ocupada pasó de 44,6 millones a 141,1 millones, triplicándose, o subiendo un 215%.

En contradicción con Marx, en el medio de un período de verdadera revolución tecnológica, a los Estados Unidos no le costó crear 96,4 millones de puestos de trabajo. Y por si quedan dudas acerca de la innovación tecnológica de la que fue testigo el período posterior a 1948, podemos mencionar algunos inventos que cambiaron y siguen modificando la vida del género humano: la tarjeta de crédito, las cintas de video, la radio portátil, el “liquid paper”, el marcapasos, el microchip, el casete, el CD, el kevlar, la calculadora portátil, el código de barras, los cajeros automáticos, el videocasete, los juegos de video, las impresoras a tinta y láser, la resonancia magnética, la computadora personal, el teléfono móvil, Windows, la cámara de fotos descartable, los autos híbridos, Internet… Y, con Internet, Google, Ebay, Amazon, Itunes, Facebook, Twitter, YouTube y muchos otros portales que han revolucionado la manera de comprar, vender, y compartir productos y servicios alrededor del globo.

En paralelo al surgimiento de todas estas innovaciones tecnológicas, la tasa de desempleo promedió, con altos y bajos, el 5,8% en Estados Unidos. Muy lejos de las catastróficas profecías marxistas.

Es que, como explica Edward Younkins[19], la tecnología nueva no genera un incremento neto del desempleo ya que, si bien se eliminan algunos puestos de trabajo, otros se crean en otras áreas a medida que los mayores beneficios derivados de la mayor eficiencia generan un ahorro que se reinvierte en la economía.

Por otro lado, como la mejora tecnológica incrementa la productividad, se genera un aumento de la demanda de trabajo, lo que da lugar a nuevas oportunidades y, como mencionábamos más arriba, mayores salarios. Finalmente, la reducción de los costos de producción permite reducir los precios, lo que redunda en un incremento de los salarios reales y, por tanto, un mayor poder de compra.

Conclusiones

La historia del siglo XX no puede comprenderse del todo si no se conoce el pensamiento de Marx y la influencia que este ha tenido alrededor del mundo. Esta influencia no solo se evidencia en las encuestas mencionadas, sino que puede rastrearse en cada una de las críticas y objeciones que recibe el sistema capitalista en la actualidad: la injusticia social, la explotación, la desigualdad, el comercio “justo” y la tecnología que destruye el trabajo, son todos argumentos que pueden encontrarse en la obra de Marx y que, al día de hoy, siguen esgrimiéndose de uno u otro modo.

Sin embargo, como hemos explicado en este trabajo, ninguno de estos argumentos debería ser tomado en serio. A pesar de ser un pensador comprometido, los planteos del sistema marxiano están plagados de contradicciones, predicciones fallidas y preguntas que quedan sin responder.

En este marco, es necesario conocer la obra del economista alemán, pero más importante es comprenderla y aprehender cabalmente los insalvables problemas de la teoría por él expuesta. Solo de esta forma podremos evitar, en el futuro, volver a cometer los errores del pasado. Errores que se han pagado, paradójicamente, con aquello mismo que decía querer combatir: pobreza, injusticia y opresión.


*El análisis anterior estaba destinado a formar parte de un libro sobre el marxismo, compilando varios estudios críticos, pero finalmente nunca se publicó, por lo que se trata de un material inédito.

[2] A modern Marx, revista The Economist, 3 de mayo de 2014. Disponible en: http://www.economist.com/news/leaders/21601512-thomas-pikettys-blockbuster-book-great-piece-scholarship-poor-guide-policy

[3] Marx, Karl (1849): Trabajo asalariado y capital, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/49-trab2.htm

[4] Marx, Karl, o.c. (nota 3)

[5] Marx, Karl, o.c. (nota 3)

[6] Marx, Karl (1865): Salario, precio y ganancia, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm

[7] Böhm-Bawerk, Eugen von (1896), La conclusión del sistema marxiano (Madrid, Unión Editorial, 2000), p. 141.

[8] Böhm-Bawerk, Eugen von o.c. (nota 7), p. 143.

[9] Menger, Carl (1871), Principios de Economía Política (Barcelona, Ediciones Folio, 1996), p. 132.

[10] Menger, Carl o.c (nota 9), p. 154.

[11] Marx, Karl o.c (nota 6).

[12] Marx, Karl o.c (nota 6).

[13] Böhm-Bawer, Eugen von o.c (nota 7), p. 160.

[14] Böhm-Bawer, Eugen von o.c (nota 7), p. 135.

[15] Rallo, Juan Ramón, El fiasco de la teoría marxista de la explotación, 22 de enero de 2013. Disponible en: http://juanramonrallo.com/2013/01/el-fiasco-de-la-teoria-marxista-de-la-explotacion/

[16] Marx, Karl o.c (nota 3).

[17] Marx, Karl o.c (nota 3).

[18] Marx, Karl o.c (nota 3).

[19] Younkins, Edward: “Technology, Progress and Freedom”, The Freeman, enero de 2000.

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