DESAFÍO EXPORTAR – Durante los últimos dos años hemos visto reflejados en los medios una gran preocupación por el continuo incremento de los déficits de Cuenta Corriente y del Balance Comercial, además de propuestas de lo más variadas para corregir esta situación. Lo primero que hay que hacer para recetar un remedio a una supuesta enfermedad es tener un buen diagnóstico.
Primero, para quienes son legos en la materia, definamos de qué estamos hablando. El Balance de Pagos es la contabilidad nacional de las relaciones económicas y financieras de los residentes del país con los del extranjero. El Balance Comercial es donde anotan las compras y las ventas de bienes al exterior. Si se le agregan las operaciones de adquisiciones y prestaciones de servicios al extranjero, se llega a la Cuenta Corriente, a la que podemos asimilar a la canasta de erogaciones de una familia, dado que es la sumatoria de las decisiones de los residentes del país. Si esta “familia” gasta (importa) más de lo que le ingresa (exporta) tendrá déficit. Si es al revés, superávit. Y si ambos ítems son iguales, equilibrio o saldo cero.
Es importante entender que es imposible que un país pueda gastar más de lo que le ingresa si previamente no ahorró o alguien le dio financiamiento; al igual que le sucede a cualquiera de nosotros. Aclaro, si alguien tiene la fórmula para que sus erogaciones sean mayores a sus ingresos sin tener previamente ahorros o crédito, me vendría bien que me la pasaran.
Así que no es real el análisis que suele hacerse al respecto de estimar las exportaciones e importaciones de bienes y servicios del año siguiente y, luego, preguntarse de dónde saldrá la plata. No por lo menos, en un sistema de tipo de cambio libre. Al revés, uno tiene que preguntarse cuál será el ingreso de su familia (exportaciones), cuanto puede utilizar de lo ahorrado y/o si tiene crédito (ingreso de capitales y reservas internacionales), para luego decidir cuánto podrá gastar (importar). Es decir, si se cuenta con mayores ingresos y/o financiamiento, tendremos una mejor demanda interna y más crecimiento económico. En cambio, si merman las exportaciones y/o el crédito del país, habrá que acomodar el gasto doméstico a esta realidad más austera y, por ende, la evolución del nivel de actividad será peor.
En una palabra, si a una familia que gasta siempre todo lo que le ingresa ($20.000), por lo que no tiene ahorros, le prestamos $1000 erogará $21.000; lo cual implica que tendrá $1.000 de déficit. Si al mes siguiente la financiamos por $2.000, incrementará su nivel de gasto a $22.0000 y tendrá un resultado negativo de $2.000. Ahora, si al mes siguiente decidimos no darle más crédito, sus consumos podrán ser sólo de $20.000 y deberá reducir su bienestar económico. Sería aún peor si le pidiéramos que devuelva parte de lo que nos debe (ej. $1.000); ya que debería bajar sus erogaciones desde $22.000 a $19.000. Eso es lo que en una economía se vive como ajuste, desaceleración del crecimiento o recesión. Por lo tanto, no nos debería extrañar que ahora que se achicó el crédito para la Argentina, el déficit en Cuenta Corriente empiece a reducirse y haya un menor nivel de actividad. Lo notable es que los medios que titulaban “Preocupante, sube el déficit en Cuenta Corriente”, ahora titularán “Buena noticia, baja el déficit” cuando nuestro nivel de bienestar estará evolucionando peor.
No siempre es mala noticia que un país tenga un déficit en Cuenta Corriente o en el Balance Comercial, es decir que gaste más de lo que le ingresa. Imaginémonos que por un cambio en el rumbo de las políticas económicas hubiera una fuerte mejora de las expectativas positivas hacia adelante. Seguramente, muchos querrán prestarle e invertir en esa nación. Por lo tanto, tendrán un ingreso de capitales que se dirigirá generar un incremento de la producción y del bienestar futuro, es decir se financiará un mayor desarrollo. Aquellos que con esos recursos hicieron un negocio localmente, seguramente calcularon que tendrán ganancias como para repagar la deuda cuando vaya venciendo. A futuro, puede suceder que algunos de los tomadores no puedan hacerlo, así que tendrán que ver cómo resuelve ese problema con su acreedor externo; pero eso no afectará al resto que sí invirtieron bien.
El problema es cuando el que toma prestado en el exterior es el Estado que no genera riquezas, sino que depende de la que generan los contribuyentes. Si no es prudente en el uso del crédito, puede llegar un momento que lo que le ingresa por impuestos y lo que cuenta como potencial financiamiento no le alcance para pagar sus vencimientos del capital y de intereses de su deuda. Lo malo es que en este caso, el que quiebra es todo el país y no solamente un deudor en particular. Esto nos debería haber llevado a exigirle a nuestro gobierno mucha mayor austeridad y menor colocación de deuda pública; ya que es ésta la que en los últimos años ha estado justificando mayormente el déficit en cuenta corriente y nos pone en una situación delicada ante cualquier corte del crédito.
Con respecto a la fórmula para bajar el resultado negativo del Balance Comercial, queda claro que la única existente es que el Estado acomode sus gastos a lo que le ingresa y deje de tomar prestado; ya que, si se justifica por mayor inversión local, no tiene nada de malo. Por otro lado, no tiene sentido pedir que se restrinja el ingreso de capitales externos; ya que lo que el Estado necesite lo seguirá tomando ahora en un mercado crediticio local menor, a costa del financiamiento al sector productivo. Lo que hay que hacer es gestionar bien y ganar credibilidad permanentemente, como de allí se deriva la palabra crédito, éste también crecerá y no habrá problemas.
Incluso no hay que restringir las inversiones especulativas que suelen ser las primeras en llegar cuando un país empieza a resolver sus problemas y disminuyen los costos iniciales de solucionarlos. Es cierto que se irán cuando la confianza mejore y bajen los rendimientos; pero esto último estará indicando la llegada de los inversores de menor riesgo, que mueven muchísimos más dinero. Así que la salida de las “golondrinas” solo moderará el mayor ingreso de financiamiento externo. Siempre teniendo en cuenta que hablamos de un gobierno que lleva adelante una buena política económica, lo que necesariamente implica ser austero. Téngase en cuenta que, dado que el financiamiento disponible para un país es uno, por cada US$ de más que gasta el Estado y que debe financiar, el sector productivo pierde más de un US$ de préstamo; porque el déficit fiscal incrementa el riesgo país y baja el crédito de la nación.
Por último, mucho menos realista es pedir que se restrinjan ciertas importaciones, asumiendo que dado el ingreso de capitales el dólar se “abarata” localmente y estos sectores se vuelven menos competitivos. En general, se dicen que esto debería ser así hasta, por lo menos, cuando se bajen los elevados niveles de impuestos. Se olvidan que el famoso “costo argentino” y “retraso cambiario” afectan a todos los sectores productivos de bienes por igual. Si prohíbo las importaciones de un determinado producto, aquellos que lo fabrican localmente estarán mejor porque podrán venderlo más caro que antes. Sin embargo, eso disminuirá la demanda de divisas en un momento en que además abundan; lo cual significará aún un mayor abaratamiento de ellas. Por lo tanto, los sectores que producen bienes que se pueden exportar u otros que se pueden importar, pero no fueron privilegiados con restricciones, verán caer su producción y empleo; porque serán aún menos competitivos. Esto sería un absurdo, ya que estaríamos beneficiando a sectores relativamente más ineficientes, respecto a aquellos que son más productivos; lo que disminuiría la generación de riqueza y bienestar en la economía.
Por lo tanto, la próxima vez que tengamos déficit en Cuenta Corriente o Comercial, preguntémonos quién es el que está trayendo esos capitales. Si es el sector privado productivo, no nos preocupemos. En tanto, si es el Estado, hay que estar alerta y empezar a demandarle que ponga en orden sus cuentas. Si no, ante cualquier dificultad de financiamiento de sus excesos de gasto, tendremos un aumento del riesgo país y, por ende, una fuerte contracción de inversiones y crédito para el sector privado. Ese combo nos llevará a una reducción de ese déficit en Cuenta Corriente o incluso, dependiendo de la merma, a un superávit. Lamentablemente, eso no será una buena noticia; ya que significará que tendremos en una desaceleración del crecimiento o, peor aún, si se genera una gran fuga de capitales, una recesión y crisis, como tantas veces tuvimos por dejar que los políticos perseveren en gastar de más.