Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL CRONISTA – Estimo que los miembros del elenco gobernante son buenas personas e imbuidos de las mejore intenciones. Lo último que quiero es patear en el suelo. En lugar de eso, mi inclinación ha sido siempre dar una mano en esas circunstancias cuando hay buena fe. Siempre se está a tiempo de rectificar el rumbo.
Lo del mote que ahora bautizo como “los sin corbata” lo hago con afecto aunque atribuyo importancia a las formas. Es cierto que “el hábito no hace al monje” pero lo ayuda muchísimo. Desde los inicios de esta administración no me ha parecido compatible con un sistema republicano aquél bailecito inaugural con la banda presidencial en la Casa Rosada. Tampoco suscribo que miembros del gobierno se presenten sin corbata en el Salón Blanco custodiados por granaderos de gala y todo el protocolo del caso.
Desde el mismo momento que asumió este gobierno he escrito en este y otros medios alertando reiteradamente sobre la imperiosa necesidad de dar un volantazo respecto a lo que lamentablemente venía ocurriendo, principal aunque no exclusivamente en relación a la reducción del elefantiásico gasto público de lo que se deriva la colosal exacción tributaria, la creciente deuda estatal, el déficit fiscal y las disparatadas regulaciones monetarias y cambiarias.
Y no se trata de circunscribirse al hecho de estar en minoría en ambas Cámaras del Parlamento ni en quejarse por el estado de la batalla cultural, me refiero al cúmulo de errores no forzados y a iniciativas del Ejecutivo que para nada ayudan a despejar el camino.
Creo que hay que subir la vara y apuntar alto. Hay temas que deben encararse a pesar de grandes dificultades, particularmente cuando los responsables se han postulado para resolver problemas.
En esta ocasión quiero referirme telegráficamente al tema de la mal llamada “seguridad social”, en verdad una inseguridad antisocial de proporciones gigantescas y que ocupa un volumen inusitado del presupuesto.
Algunas voces sostienen que resulta necesario obligar a la gente al aporte puesto que de lo contrario no se preverá para la vejez. Esto contradice abiertamente la historia argentina puesto que nuestros ancestros venían en grandes oleadas debido a las extraordinarias ofertas laborales, adquirían terrenitos y departamentos con sus ahorros (lo cual fue liquidado por las leyes de alquileres y desalojos). Por otra parte, el argumento de marras no sigue hasta sus últimas consecuencias puesto que una vez cobrada la pensión fruto de aportes compulsivos habría que destinar un policía a cada jubilado para que no derroche el respectivo ingreso.
De lo que se trata es de revertir el proceso para que cada uno pueda usar el fruto de su trabajo como lo considere pertinente y, dicho sea de paso, eliminar aquella figura aberrante del agente de retención por la que empresarios se ven compelidos por ley a descontar el producido del trabajo ajeno. Afortunadamente hay trabajos en marcha en esta dirección que deberían ser aprovechados.