Bolsonaro: Mentiras y verdades políticas

Foto de Martin Krause

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.Doctor en Administración por la Universidad Católica de La Plata y Profesor Titular de Economía de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. Sus investigaciones han sido recogidas internacionalmente y ha publicado libros y artículos científicos y de divulgación. Se ha desempeñado como Rector de ESEADE y como consultor para la University of Manchester, Konrad Adenauer Stiftung, OEA, BID y G7Group, Inc. Ha recibido premios y becas, entre las que se destacan la Eisenhower Exchange Fellowship y el Freedom Project de la John Templeton Foundation.

En 1976 tuvo lugar un debate entre dos grandes escritores, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Cuando surgió el tema de la política y los políticos, Borges dijo: “creo que ningún político puede ser una persona totalmente sincera. Un político está buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga. En el caso de un discurso político, los que opinan son los oyentes, más que el orador. El orador es una especie de espejo o eco de lo que los demás piensan. Si no es así, fracasa” (Diálogos Borges-Sábato, compaginados por Orlando Barone, Buenos Aires; Emecé, 1976; p. 75). 

La elección de Jair Bolsonaro en Brasil plantea este tema, pero desde una perspectiva diferente. El mundo “políticamente correcto” se ha escandalizado por sus declaraciones, pero, tal vez, aun estando en desacuerdo con algunas de ellas o repudiando otras, deberíamos aceptar que le hace bien a la democracia que un candidato diga lo que piensa, que no mienta.

Porque termina habiendo un cierto sesgo en las evaluaciones. Resulta que Bolsonaro es condenado por ser honesto y otros son alabados aunque nos hayan mentido. Me refiero sobre todo a algunos líderes progresistas. ¿Qué es mejor, que Fidel Castro no dijera que iba a terminar imponiendo un régimen comunista, o que Hugo Chávez se manifestara un demócrata para hacer luego todo lo contrario? ¿No son mucho peores estas mentiras? Y digo peores, no por el contenido de las mismas, sino porque nos toman como estúpidos, y tal vez lo somos. Y tampoco es algo solamente de la izquierda: Carlos Menem fue presidente en Argentina, o Alberto Fujimori en Perú en los 90, sin haber dicho una palabra de lo que luego iban a hacer.

La honestidad parece mejor, de nuevo, al margen de su contenido, porque al menos podemos decir que los votantes sabían lo que estaban votando; el mandato del gobernante es más legítimo. En todo caso, el problema son los votantes. ¿Por qué no se arma el mismo revuelo con Andrés Manuel López Obrador en México, de quien poco sabemos qué es lo que realmente quiere hacer y si va a mantener todas las opiniones que tuvo en el pasado?

Por otra parte, en el caso de Bolsonaro, sería bueno que en algunos casos sus declaraciones terminen siendo efectivamente mentiras, que no cumpla con su palabra, no tanto en el campo de las reformas económicas sino en el respeto de los derechos individuales.

En definitiva, en un caso como en el otro, tanto el daño de algunas verdades como el de todas las mentiras, será mayor o menor según existan instituciones que limiten el poder de los gobernantes para hacer daño, incluso cuando nos dicen que buscan nuestra felicidad.

Este artículo fue publicado originalmente en La Tercera (Chile) el 7 de noviembre de 2018.

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