Consejero Académico de Libertad y Progreso
CATO – En su discurso de investidura a fines de julio, que de concretarse quebrantaría apreciablemente los derechos de los contribuyentes, Pedro Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, mencionó la necesidad de aumentar el peso de la industria hasta el 20% del PIB, “en consonancia con las directrices europeas”. Es el nuevo mantra: parece que es muy malo que ese peso de la industria en el PIB sea inferior: en España fue del 12,6 % el año pasado, y ha disminuido desde el 17,8 % en el año 2000.
Pero todo es un invento, típico de burócratas y políticos. Para justificar el intervencionismo se han sacado esa cifra de la manga, y la repitió Sánchez anunciando un “pacto de Estado por la industria”, cuando no existe una relación sencilla entre desarrollo industrial y crecimiento económico o bienestar general. Seguimos hablando de “países industrializados” como si fueran sinónimo de “países ricos”, y no es cierto.
Según datos del Banco Mundial, los siguientes países tienen un Valor Agregado Bruto de la Industria inferior al 20% del PIB: EE.UU., Nueva Zelanda, Bélgica, Israel, Luxemburgo, o Países Bajos. Se trata de naciones que figuran en la lista de las más ricas del mundo. En cambio, en los siguientes países la cifra es superior al 40%: Angola, Azerbaián, República Democrática del Congo, Guinea Ecuatorial, Turkmenistán, Gabón. Se trata de países sumamente pobres. En la miserable Venezuela la cifra es del 37,2%. En Irak y Haití supera el 50%. Y en Libia supera 77% del PIB. En cambio, en Hong Kong es del 7,2%.
La clave, por tanto, es aquí, como en todo, la cautela. Tenemos una larga experiencia de los desastres que han provocado las autoridades con su intervencionismo, también en el ámbito de la industria. Recuerdo muy bien, porque lo viví de joven en mi Argentina natal, cuando se impuso como verdad revelada la “industrialización por sustitución de importaciones”, el viejo dogma conforme al cual la agricultura era un sector ineficiente, y su peso excesivo en las economías subdesarrolladas, que debían por tanto emprender un desarrollo industrial forzado mediante el proteccionismo. El argumento era el mismo que el de ahora: no se puede dejar al mercado campar a sus anchas, etc. Pues bien, cuando campan a sus anchas los gobernantes se anuda una onerosa alianza entre ellos y los empresarios no competitivos, y al final pagan los trabajadores la falta de productividad. Y, por otro lado, si hay políticas liberalizadoras, mercados abiertos y buen ambiente para los negocios, los países prosperan, con más o menos industria. Porque nadie sabe cuánta industria “debe” tener un país, ni cuánta agricultura, ni cuántos servicios.
El peso de la industria en la economía, por sí solo, no dice nada definitivo sobre la economía de un país. El VAB de la industria en Alemania es del 28% del PIB, y es la misma cifra en Yemen.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 25 de julio de 2019.