Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
INFOBAE – Hemos puesto de manifiesto en distintas oportunidades la bendición del progreso tecnológico ya que libera recursos humanos y materiales para encarar la satisfacción de otras necesidades. Como es sabido no hay de todo para todos todo el tiempo, no estamos en Jauja: los recursos son limitados y las necesidades son ilimitadas. La mayor productividad que implica el progreso tecnológico inexorablemente deriva en mejoras en el nivel de vida que son producto de incrementos en las tasas de capitalización, es decir, equipos, maquinarias, instalaciones y conocimientos relevantes que hacen de apoyo logístico al trabajo para aumentar salarios e ingresos en términos reales. Este es el único factor que explica el referido incremento.
Por otra parte, los empresarios, al efecto de sacar partida del arbitraje correspondiente en los nuevos rubros capacitan para lograr ese objetivo lo cual les proporciona mayores ganancias. Como hemos ejemplificado tantas veces, el hombre de la barra de hielo al irrumpir la heladera y los fogoneros al aparecer los motores Diesel se reubicaron en el mercado laboral. Si hoy se decidiera romper todos los equipos de capital pensando que habrá más trabajo se produciría una violenta contracción en los salarios de todos. La única diferencia entre los salarios en Canadá y Uganda es la tasa de capitalización, no es el clima, la etnia ni la mayor o menor generosidad del empleador. No hay magias ni voluntarismos.
Desde luego que la situación se dificulta en grado sumo si las legislaciones laborales conspiran contra la ubicación laboral y si los procesos educativos bloquean los reflejos necesarios para adaptarse a las nuevas circunstancias introduciendo rigideces en el sistema.
Más aún, las tecnologías, incluyendo la robotización, permiten una mayor humanización en las relaciones personales, tal como lo demuestra el doctor Eric Topol –formado en las universidades de Virginia y Johns Hopkins, creador del Cleveland Clinic Learn College of Medicine y autor de numerosos libros- quien ha señalado reiteradamente que los avances en las espectaculares tecnologías médicas, que si bien demandan la atención del facultativo para pronunciarse sobre el contexto, les permite mucho más tiempo disponible para una más estrecha relación con sus pacientes y consecuente atención personalizada.
Habiendo dicho esto, decimos que igual que con el martillo que puede utilizarse para introducir un clavo o para romperle la nuca al vecino, la tecnología mal usada también perjudica. Se trata de un problema axiológico que no es para nada responsabilidad del avance tecnológico. Por ejemplo, si los teléfonos celulares en lugar de abrir nuevos canales de comunicación más rápidos y abarcativos se usan como barrera de comunicación cuando el titular está obsesionado con la pantalla y no está en realidad con su interlocutor presente ni con el que está en la línea telefónica puesto que no es posible mantener dos comunicaciones simultáneas sobre temas distintos.
En esta situación se observa la paradoja de que en la era de las comunicaciones, hay menos comunicación.
Como ha apuntado Santiago Bilinkis, no es posible que resulte que en las instituciones bancarias y en lugares donde se producen apagones de electricidad sean los lugares y las situaciones en las que hay verdadera conversación porque no se pueden utilizar celulares. Este autor nos dice que en la mesa de su casa durante las comidas tiene prohibido a sus hijos consultar sus computadores portátiles al efecto de cultivar la vida familiar y que incluso en algunas instituciones educativas se ha limitado el uso de dispositivos tecnológicos para estimular el pensamiento sin aditamentos.
Por su parte, Nicholas Carr nos dice que el ejercicio repetitivo y de forma obsesiva de Internet al picotear información en diagonal resta capacidad de concentración y estimula un pensamiento apresurado convirtiendo esa gimnasia en algo efímero.
Es que por otro lado las pantallas tienden a dar servido el proceso, mientras que la lectura exige que cada uno marque su ritmo de absorción y obliga a pensar y digerir de un modo mucho más profundo y pausado.
Llama poderosamente la atención la metralla permanente de las selfies en todas las posiciones y actitudes posibles con un deleite casi enfermizo para simplemente mirarse los físicos en una especie de narcisismo galopante, dando por completo la espalda a lo que consigna Julián Marías en cuanto a que “la persona es más de lo que se refleja en el espejo”.
Es sorprendente que algunos parece que no existen si no consignan en las redes sociales qué hicieron y qué planean hacer con lo que revelan un gran vacío interior.
También las redes sociales convierten el lenguaje en un dialecto de Tarzán y como el lenguaje sirve principalmente para pensar, su empobrecimiento tiene un estrecho correlato con la calidad y amplitud del pensamiento.
Es que no estamos en esta vida simplemente para rellenar un espacio, deglutir alimentos, hacer nuestras necesidades fisiológicas y copular. Para estar a la altura de la condición humana es menester que cada uno contribuya a convertir el mundo que le toca en algo mejor desde que nació hasta que fenece, de lo contrario se asimila a lo puramente animal. Y para lograr ese propósito es indispensable educarse y alimentar el alma más allá de la play station y similares que divierten en el sentido de que apartan de lo central, lo cual podrá eventualmente estar bien como recreo pero no para convertir la vida en un recreo permanente pues, así, ya no hay recreo sino pura negación de lo humano.
Entonces, el lado oscuro de la tecnología no se encuentra en los aparatos sino en personas degradadas puesto que, como queda dicho, las maravillas de los progresos tecnológicos no son responsables de la decadencia sino, por el contrario, han producido prodigios. No es necesario volver a la época de las cavernas para no dejarse embaucar por el mal uso de las tecnologías.
Otro aspecto crucial del buen uso de la tecnología consiste en la preservación de la intimidad. Como bien ha expresado Milan Kundera, “si uno pierde la privacidad, lo pierde todo”. Antes incluso de apuntar la importancia del derecho de propiedad -que supone el derecho de usar y disponer de lo propio- debe señalarse la prioridad que tiene el derecho sobre nuestra vida y de nuestros pensamientos. El manejo de nuestras personas es atributo central de cada uno puesto que no pertenecemos a nadie más que a nosotros mismos.
De esta secuencia argumental deriva la separación de cada uno del resto como personas distintas que merecen respeto y consideración debido a la dignidad de cada cual. La interferencia en la intimidad o privacidad de la persona sin su consentimiento y sin que se haya expuesto públicamente constituye un atropello a su derecho más preciado.
Cuando lo privado se hace público, naturalmente deja de ser privativo de la persona con lo que lo más íntimo se expone y, por ende, se diluye. Es como si se perdiera el núcleo del individuo para integrar una acervo común, en otros términos, el yo deja de tener los atributos de la personalidad propia para ser compartido por todos o de un grupo no querido, ajeno y extraño.
Es por esto que la Cuarta Enmienda de la Constitución estadounidense (y de todas las de países civilizados) alude al derecho inalienable de las personas a que sus pertenencias, papeles y efectos no sean violados bajo ningún concepto y que solo pueden invadirse con expresa autorización de juez competente en base a la debida prueba de un probable delito.
En otras oportunidades he consignado en mis columnas una defensa de los episodios de Wikileaks en las que sostuve (y sostengo) lo vital de la libertad de prensa en una sociedad abierta y la obligación de gobiernos republicanos a transparentar sus actos ante sus mandantes. De cualquier modo, el eje central de este texto consiste en sostener que la maravilla de nuestra época (Internet) puede convertirse en la tumba de las libertades individuales si no se frena el espionaje realizado principalmente por los aparatos estatales, teóricamente encargados de velar por los derechos de las personas.
Para precisar este peligro del Gran Hermano orwelliano a través del espionaje que a esta altura de los acontecimientos que son del dominio público, es del caso recordar el pensamiento de Benjamin Franklin en 1759: “Aquellos que renuncian a libertades esenciales para obtener seguridad temporaria, no merecen ni la libertad ni la seguridad”.
La creatividad está en relación directa con la profundidad del pensamiento en un contexto de estado de alerta, lo cual se logra con el invalorable apoyo de la tecnología pero alejado de los antedichos peligros y malos usos desperdiciando las oportunidades maravillosas que nos brindan los progresos tecnológicos y, desde luego, no usarlos para en embotamiento ni para convertir al ser humano en un adefesio tal como explica C. S. Lewis en su obra sugestivamente titulada La abolición del hombre.
El proceso creativo es de gran trascendencia, por lo que insistimos en el buen uso de la tecnología al efecto de no interrumpirlo y desviarlo de sus cauces naturales. De entrada digamos que hay que tener muy presente que cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles por una sola vez en la historia de la humanidad. Esto nos da una enorme responsabilidad para estar atentos a que hacemos con nuestras vidas. El llamado interior es nuestra vocación, se trata de actualizar nuestras muy diversas potencialidades, como ha escrito Octavio Paz, “al descubrir nuestra vocación nos descubrimos a nosotros mismos”.
La creatividad supone el poner al descubierto algo que estaba oculto siempre teniendo en cuenta que la originalidad resulta sumamente difícil (“para novedades, los clásicos” reza el conocido adagio), pero por lo menos el poner sobre la mesa algo no recordado, algo no evidente o dificultoso para el momento.
De todos modos, ¿cómo ocurre el proceso creativo? Con la concentración y el interés en el estudio de determinada materia se va archivando información en el subconsciente y en ese contexto de trabajo en cierta instancia el nivel consciente traba relación con el antedicho archivo y se produce el “momento eureka”. Es el resultado de la perseverancia, la constancia y la atención en la materia que interesa. Muchas veces en este proceso, la creatividad o el descubrimiento sorprende puesto que alumbra una idea colateral. Casi como en la ciencia médica en la que muchas de las líneas de investigación en un área dan por resultado un descubrimiento en otra.
Cuanto mayor el valor de la creatividad, mayor es el grado de soledad que requiere el investigador y muchas veces a contracorriente de lo que opinan los demás. Contar con el temple para continuar en el camino es requisito para la creatividad sin dejarse determinar por otros.
Sin duda que la creatividad no es ex nihilo para los mortales puesto que se basa en la incorporación de conocimiento provisto por otros y por sucesos externos a quien crea, se sustenta en información previa, procesada, digerida y reformada con el correspondiente valor agregado para lo que la tecnología moderna proporciona herramientas de gran valor.
El producto de la creatividad se traduce en una inmensa satisfacción difícil de transmitir en palabras que alimenta el intelecto de todos cuando está dirigida a lo ético, estético y, en general, a contribuciones que permiten mejorar la condición de vida de los semejantes. Es una bendición que debe ser cultivada y aprovechada.
Por otra parte, para desarrollar la mayor energía creativa posible es indispensable un clima de libertad lo cual significa respeto recíproco y no las imposiciones de reglamentaciones asfixiantes que pretenden el tratamiento de personas como si fueran autómatas del poder político de turno.
Como ha sentenciado Cervantes “cada quien es hijo de sus obras” pero la creatividad se ahoga y queda aplastada por el espíritu autoritario; Mafalda ha dicho bien que “la vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”. Es de esperar que la tecnología se use para bien y no en contra del espíritu creativo que solo florece en libertad.
*El autor es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.