Editorial
EL ECONOMISTA – Por Juan Ignacio Fernández Economista y director de Oikos Buenos Aires y Natalia Motyl Economista de la Fundación Libertad y Progreso
Tanto Argentina como Brasil parecían estar cortados con la misma tijera. Durante años, ambos países fueron condenados a un proceso de paulatina pauperización por culpa de una sucesión de gobiernos populistas, que priorizaron intereses particulares por sobre el resto de la economía.
Sin embargo, Brasil, de la mano de Jair Bolsonaro, parecería estar cambiando esta historia de “hermandad”, empezando a llevar adelante las reformas que nuestro país claramente no se anima a ejecutar.
Básicamente, la política de los gobiernos populistas consiste en gastar mucho, comprometiendo – de esa forma–, las perspectivas de un futuro mejor ¿Cómo? Simple, succionando directa e indirectamente a aquellos agentes que se encargan de invertir e innovar: el sector privado. Concretamente, estos países terminaron teniendo un desequilibrio fiscal feroz que generó –a su vez– una serie de otros desequilibrios.
Estos desequilibrios, que, como se mencionó anteriormente, dilapidan los incentivos del sector privado a invertir e innovar, terminaron –lógicamente– por ahogar el crecimiento económico. Así, no resulta casual que el crecimiento económico de estos dos países, que lideran la tabla de gasto público sobre PIB de la región, hayan mostrado las peores tasas de crecimiento para el período 2012-2019 (estimado) punta a punta.
Tanto es el ahogo fiscal que dichos países no han sido prácticamente capaces de crecer desde 2012. Por el contrario, los países de la región que menos parasitan a su sector privado, como Paraguay, Perú y Chile (que tienen un gasto público sustancialmente menor que el argentino o brasileño), han sido capaces de crecer a tasas promedio de entre 3% y 4% anual durante dicho período.
Esto implica que su economía ha crecido entre 25% y 40% desde 2012, al tiempo que Argentina vio cómo su economía caía 2%.
Como consecuencia, queda claro que la llave para salir de la decadencia y entrar en un sendero de crecimiento sustentable es la baja del gasto. Es cierto que existe una multiplicidad de problemas, pero el gasto público es la madre de todos, que ha generado todas las distorsiones que hoy nos azotan, como la inflación, el agresivo proceso de endeudamiento o las prohibitivas tasas de interés que padecemos por estas latitudes.
Es importante tener en cuenta que el elevado gasto se traduce generalmente en abultado déficit, por el mero hecho de que es difícil de financiar de manera ordenada. Eso implica que el mismo debe ser financiado vía impuestos, emisión monetaria espuria o endeudamiento. Está claro que la acumulación en el tiempo de estos problemas termina redundando en una fragilidad macroeconómica y financiera. Luego, como hemos vivido en reiteradas ocasiones en nuestro país, cualquier “estornudo” del mundo nos deja con una neumonía terminal. Es que las defensas locales quedan muy comprometidas con estos malabares macroeconómicos, que sólo tienen el objetivo de intentar tapar los agujeros que genera un muy desmesurado gasto público.
Con respecto a las causas…bueno, lo cierto es que, más allá de la ideología, el elevado gasto se dirige, mayoritariamente, hacia el pago de jubilaciones, pensiones y/o transferencias y empleo público.
En el caso de Brasil, la situación previsional es alarmante. Es un sistema que atiende a 30 millones de personas, y representa un gasto total de 13% del PIB, y casi 60% del presupuesto público del Estado. De hecho, se estima que, de no cambiar nada, la participación del sistema previsional en el gasto total llegaría a 75%. Algo insostenible.
Para Argentina, la situación es aún más dramática. Hoy en nuestro país 21 millones de personas dependen del Estado, sostenidos en, buena medida, por 8 millones que trabajan en el sector productivo formal. Prácticamente la mitad del gasto público se destina al pago de jubilaciones, pensiones y subsidios, y ese porcentaje también iría en aumento, ya que nos encontramos en el bono demográfico, al tiempo el asunto también se agrava porque no estamos pudiendo generar los suficientes aportantes “en blanco”.
Como resultado, en Argentina tenemos un sector público con un tamaño récord, y un sector privado, el real motor de crecimiento económico, ahogado en impuestos, lo que redunda en una economía estancada, con 5 recesiones en 10 años.
Sin embargo, mientras Argentina se encuentra debatiendo si votar a un Gobierno más o menos populista, la llegada de Bolsonaro a Brasil dio luz verde para que el Gigante Sudamericano empiece a virar su rumbo. Concretamente, la Cámara de Diputados brasileña dio media sanción al proyecto de reforma previsional que le permitiría ahorrar al país US$ 250.000 millones de gasto público en los próximos años. Una medida que apunta en la dirección correcta.
Nuevamente hay que señalar que nuestro país, particularmente, hace diez años que no crece. De hecho, el PIB per cápita de 2019 será igual al de 2007, lo que implica hemos perdido 12 años mientras el resto del mundo se enriqueció a una velocidad asombrosa, sobre todo desde 2011.
¿Siempre fue así? Por supuesto que no. A principios del Siglo XX fuimos el país más rico de la región y uno de los más importantes en el mundo, con salarios industriales que se equiparaban a países como Estados Unidos y Gran Bretaña. Lamentablemente, actualmente existen diez países de Africa que están cerca de superarnos en términos de riqueza per cápita, algo impensado décadas atrás.
A la luz de los hechos, queda claro que para volver a crecer deberíamos tomar nota, y no solo de países como Chile o Singapur, sino ahora también de nuestro vecino más relevante, que hasta ahora yacía adormecido por el cloroformo populista, pero durante los últimos meses habría comenzado a transitar el camino correcto.
Mientras tanto, nosotros nos alegramos por la artificial estabilidad del dólar, y por haber llegado a semifinales de la Copa América. Del resto, nada. Así estamos.