Editorial
MISES REPORT – Todos somos jueces del día a día. Uno de los principios liberales es, justamente, respetar la libertad individual. Lo que he observado es que existe, sobretodo en la Argentina, un doble discurso. Muchos se autoperciben como liberales, pero a la vez juzgan y critican las elecciones de los demás como si se sintieran moralmente superiores de hacerlo.
Ludwig von Mises, economista austríaco, en su libro titulado “La Acción Humana” lo describe perfectamente. No se deben cuestionar las elecciones de los individuos. Es aborrecible, en más de un aspecto, pretender que el otro actúe de acuerdo a mi visión sesgada del mundo.
Algo obvio que hay que remarcar es que no existe seguridad de nada. Los austríacos no creemos en el equilibrio. El equilibrio es algo utópico, de lo que no tenemos certeza ni tampoco es tangible. Lo dinámico se contrapone al concepto de lo estático. Nada permanece en un punto fijo. La vida es un movimiento continuo, un proceso de idas y vueltas, transformaciones de aquís y ahoras que nos golpean de frente intentando explicarnos que sólo somos un instante en el tiempo.
La vida es esa sensación de pequeñas olas del lago golpeando con fuerza los talones de los pies e intentando hacerse protagonistas del día. No es más que eso, un estrepitoso chasquido contra los talones en medio del mayor de los silencios. Sólo hay que cerrar los ojos, sentir el viento jugando con tu pelo y las olas del lago sobre tus pies, sabiendo que una vez que los abras no volverás a sentirlo nuevamente ya que las olas no estarán ahí y el viento habrá cambiado de dirección.
Es bastante complicado entender el concepto de lo “dinámico” porque a pesar de que cambiamos a cada segundo, lo cierto es que a la gente le cuesta mucho entender que ha cambiado. El cambio es un proceso de transformación que se encuentra relacionado con el futuro, generando incertidumbre y ya sabemos que lo incierto provoca incomodidad. Es por ello que, la mayoría de las veces, la personas deciden no actuar con el fin de no moverse del lugar en el que se encuentra. Es este miedo que les genera el devenir y lo desconocido lo que les impide accionar. El tema es que el tiempo actúa sobre todos ya que el mismo espacio es diferente de momento a momento. Nadie se abstiene del cambio, el mismo solo sucede.
Como no existe un equilibrio entonces tampoco es plausible saberse de sabedor de lo que es conveniente o no. El mundo cambia y va mutando, por lo tanto, si no tenemos certeza del presente ¿Qué nos da el derecho de saber lo que le conviene al resto? Esa es la famosa “Fatal arrogancia” que intenta explicar Hayek en su libro. El mundo está lleno de jueces de un día que intentan explicarle cómo actuar al resto de las personas.
Un error conceptual bastante importante que cometen ciertos individuos, que gozan de cierta posición social, es pensar que la opinión del resto no cuenta porque intelectualmente se autoperciben superiores al resto. Nunca han pisado un asentamiento de pobreza absoluta y no hablaron con la gente en condiciones de indigencia, pero sí les reprochan su voto. ¿Qué diferencia puede haber entre los que le pagan por votar y el resto que les cuestionamos su decisión? Al final del día, ambos son dogmáticos. Muchos escogen ayudar durante la semana a comedores en el conurbano de la ciudad y es una gran acción porque permite salir de la burbuja dogmática en la que, muchas veces, nos encontramos encapsulados. Conocer otras realidades no es altruismo sino empatizar con el otro. No juzgarlo desde un sillón cómodo sino entenderlo profundamente. No utilizar al otro como un objeto sino a un sujeto que nació en una realidad diferente a la propia. Entender eso es el primer paso al liberalismo.