Estamos viviendo una situación mundial complicada, cuya evolución aún no resulta clara para la mayor parte de Europa y para los Estados Unidos. Todo parece indicar que como corolario de las políticas necesarias para corregir la grave insolvencia fiscal de esos países, su estancamiento económico será inevitable y por un tiempo prolongado. El caso de Japón parece ser la referencia de quienes pretenden entender como se puede paralizar el crecimiento aún con tasas de interés inéditamente bajas. Pero esta visión ciertamente pesimista, se revierte cuando se enfoca la mirada hacia el mundo en desarrollo. Los flujos financieros y de inversiones directas hacia los países emergentes se han impulsado fuertemente en los últimos años. Además los mercados de materias primas se han ampliado notablemente, no tanto por las compras de los países centrales que han estado afectadas por sus propias crisis, sino por los nuevos grandes jugadores como China, India y otras naciones que hoy crecen rápidamente. Lo cierto es que los commodities, entre ellos los agrícolas han tenido fuertes incrementos de precios respecto de sus promedios históricos. Esta situación probablemente se sostendrá a pesar de la crisis de los países centrales.
Latinoamérica se ha favorecido sin excepción de esta situación comercial, aunque no todos los países participaron de igual forma de la atracción de capitales e inversiones. La Argentina está dentro del club que ahuyentó capitales junto con Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia. En estos países ha habido una escasa inversión directa extranjera y una fuga neta de capitales. Esto compensó el excedente de divisas de los saldos comerciales. Del lado virtuoso, la suma positiva de ambas fuentes de divisas determinó que Brasil, Chile, Colombia o Perú hayan visto revaluarse sus monedas. Estos países tienen hoy un problema de competitividad de sus sectores menos eficientes que claman por una devaluación. Esta no es por ahora una dificultad tan notoria del modelo kirchnerista aunque la fuga de capitales lo ha llevado a poner trabas sobre las importaciones y sobre la compra de divisas. Justamente uno de los problemas que será menos complicado de resolver en la era post K es volver a poner a la Argentina en la captación de inversiones y capitales. La fórmula deberá comprender el respeto de las instituciones y la independencia de la Justicia, el arreglo con el Club de París y con los bonistas residuales, la recomposición de las relaciones financieras con el resto del mundo, el combate serio a la corrupción y al lavado de dinero, el tratamiento serio del problema fiscal, y la supresión del intervencionismo arbitrario y de los controles de precios. Se trata de cambios en la orientación de la gestión, que en todo caso podrán requerir buen criterio más que recursos económicos.
El modelo K dejará otras herencias más difíciles de resolver. Las dos más complejas a mi juicio son el desborde fiscal y la enorme distorsión en los precios de la energía, así como los del transporte y otros servicios públicos. El nivel del gasto público correctamente medido, incluyendo lo devengado pero no pagado, supera el 40% del PBI. Esto no es sostenible en el mediano y largo plazo. Ya hoy determina un déficit financiero de más de 3 puntos del PBI, que podría agrandarse si caen los precios de exportación y no se hace soportable el actual nivel de retenciones. La moratoria previsional y la estatización de las AFJP suman en el futuro no lejano un enorme pasivo fiscal. No teniendo hoy el gobierno acceso al crédito, el déficit es financiado con emisión y con el uso de los fondos de la Anses. Pero tampoco debe especularse que podrá ser financiado con crédito cuando éste se recupere, pues no lo habrá si el gobierno no actúa para generar solvencia fiscal operativa. Por lo tanto habrá inevitablemente que reducir el gasto en no menos de 8 a 10 puntos del PBI. Por cierto que una parte importante de esta reducción se podrá obtener reduciendo los subsidios luego del sinceramiento de precios y tarifas retrasadas, pero otra parte más significativa tendrá que lograrse mediante la racionalización administrativa y la corrupción e ineficiencia en todos los niveles. Será un duro legado del modelo K.