El triunfo electoral de Mauricio Macri en 2015 tuvo como marco atractivo el slogan “Sí, se puede”. Se coreaba con la convicción de que efectivamente se lograría terminar con el populismo y la corrupción. Las primeras semanas del Gobierno fueron efectivas, tanto en lo institucional como en lo económico. Se arregló con los acreedores, se retornó a los mercados financieros internacionales y se levantó el cepo cambiario.
La Fundación Libertad y Progreso junto a otros economistas preparó e hizo llegar al gobierno en diciembre de 2015, un programa de medidas para los primeros 100 días. Se proponía la implementación de reformas estructurales inmediatamente a continuación del levantamiento del cepo y la salida del default. Entre ellas: la reforma laboral, la reducción del aparato estatal y del asistencialismo, la restructuración impositiva y de la coparticipación federal, la apertura externa, la reforma judicial y otras. Pero el plan no fue considerado. Primó el temor a la reacción social y a la pérdida de apoyo electoral. El gobierno eligió el gradualismo para la corrección del déficit fiscal y postergó las reformas de fondo. En los ámbitos oficiales se asumía que el Estado argentino tenía un amplio espacio de tiempo y de receptividad internacional para financiar el déficit fiscal.
Los muy buenos resultados para la coalición gobernante en las elecciones de medio término de 2017 parecieron convalidar esa estrategia de gestión. Durán Barba y Marcos Peña asumieron haber acertado, como cuando efectivamente lo hicieron al haber aconsejado no aliarse con Massa en las elecciones presidenciales de 2015. El gradualismo fue así ratificado como fórmula política indiscutible. Pero eso fue sólo hasta mayo de 2018. Leves cambios en los mercados financieros del mundo hicieron detonar los límites al endeudamiento de los países periféricos que venían caminando al borde de la cornisa: más notablemente Argentina y Turquía. La devaluación acompañada del aumento de la tasa de interés fue el único instrumento correctivo o de ajuste, como quiera llamárselo. La diarrea del mercado cambiario logró controlarse y se revirtió el resultado externo negativo. Pero la inflación subió un escalón y la actividad económica lo bajó. Los beneficios electorales del gradualismo se disiparon y la popularidad del Presidente Macri se redujo sensiblemente.
Hoy estamos ya en carrera para una elección presidencial. El ajuste por la vía de una macro devaluación ha corregido precariamente el balance de pagos y con la ayuda adicional de nuevos impuestos se cumplió con la meta del déficit fiscal primario acordado con el FMI. La inflación está declinando, lo que es una buena noticia, aunque el nivel de actividad se mantiene muy bajo. La inversión continúa aletargada por la elevada presión impositiva y el costo y riesgo laboral.
La estrategia política del gobierno está hoy orientada por el logro del triunfo electoral. Ante nuestra reciente propuesta de instrumentar reformas antes de las elecciones, un alto funcionario de gobierno nos respondió que “el mejor programa económico es ganar las elecciones, después se verá”. Surgen dos dudas respecto de esta estrategia. La primera se refiere al incremento del riesgo de default ante el crecimiento de la deuda pública. Este aumento responde a un sostenido déficit financiero más que al controlado déficit primario. La segunda duda es justamente la pérdida de apoyo electoral de una ciudadanía que advierte escaso liderazgo en un presidente que se muestra temeroso de encarar reformas, que la mayor parte de la sociedad sabe que son necesarias.
El tránsito de Cambiemos por el gradualismo y lo políticamente correcto durante los tres primeros años de gestión, ya quitó el entusiasmo, sino el apoyo, de un porcentaje importante de los que lo votaron. Así ocurrió con el llamado a debatir el aborto, o con los deslices en las cuestiones de género, o con la falta de valor para equilibrar los resabios de la guerra interna de los setenta. El manejo fallido e insincero de estas cuestiones no le acercaron ni le aportarán a Cambiemos ningún voto de la oposición, si eso es lo que se pretendió.
Tanto el país como la convalidación de un liderazgo que refuerce las posibilidades electorales de Mauricio Macri, hacen a mi juicio aconsejable avanzar con las reformas estructurales postergadas, sin sujetarlas a un cronograma electoral. Del actual “No se puede” hay que retornar al “Sí, se puede”.