Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
El año 2011 se inicia con más incertidumbres que certezas. La economía sigue recibiendo un fuerte impulso internacional, pero el clima nos trae malas noticias que se suman al problema de la inflación y de los sindicatos; mientras los políticos no encuentran un discurso ni una acción que permita ser optimista acerca de la progresiva degradación de la paz social.
La devaluación del dólar nos beneficia por nuestra deuda dolarizada y por los precios de los commodities. A su vez, las bajísimas tasas de interés de EE.UU. y Europa están generando una burbuja en los países emergentes que son grandes importadores de alimentos, lo cual ha mantenido altísimos los precios de nuestras exportaciones.
El ciclo de expansión de nuestra economía continúa a un ritmo acelerado. Pero el gobierno no sólo está desperdiciando esta situación sino que las minas que ha ido sembrando empiezan a estallar.
El gasto público de US$ 160.000 millones ya supera todo límite razonable. Aún descontando gastos extras, en noviembre el aumento fue de 41% superior al de doce meses atrás, es decir, cerca de un 16% en términos reales. El déficit fiscal sigue cubriéndose con aportes de la ANSES y del BCRA, pero la inflación ya está en torno al 25% anual y en el 2011 sólo puede empeorar.
La gravedad de la inflación es difícil de sobreestimar. Por un lado, es la principal fortaleza de los sindicatos porque les permite tener negociaciones salariales cada vez más frecuentes; sus jefes jamás han acumulado tanto poder relativo en la Argentina. Tanto o más grave es que aumenta la cantidad de pobres y exacerba los ánimos de quienes viven de subsidios o salarios bajos. Además achata la pirámide salarial generando desequilibrios que, por ejemplo, obligan a muchos padres a revisar a qué colegio pueden enviar a sus hijos. También va reduciendo la competitividad y las ganancias de las empresas con tarifas fijadas por el Estado y aquellas que exportan productos no beneficiados por el aumento de precios internacional.
Mientras tanto, los poderes institucionales se deterioran día a día, el ejército prácticamente está inoperativo, la policía empieza a sufrir importantes purgas ideológicas y la gendarmería despliega la cuarta parte de sus fuerzas para suplir a la bonaerense pero deja las fronteras hechas un colador y sin radares. Por su parte, las leyes y los jueces parecen proteger cada día más a los delincuentes.
La sequía sumará a este panorama una pérdida de la producción agrícola que tal vez supere las 20 millones de toneladas (entre maíz y soja), junto con problemas en la lechería y en la producción de carne lo cual puede afectar al campo en un valor que bien puede superar los USD 12.000 millones. Si no se revierten los pronósticos climáticos se va a deteriorar la actividad económica de las zonas de influencia lo que restará unos USD 4.000 millones a las arcas oficiales, en comparación con las estimaciones de un mes atrás.
El año termina con un clima político y social enrarecido. A los habituales cortes de calles y autopistas y a la toma de los colegios, se sumó Soldati, Albariño, Constitución y la toma de la comisaría de Glew. Las ocupaciones de tierras y propiedades ajenas no son novedad, la novedad es la escala, la sensación de que son promovidas desde algunos sectores del propio peronismo y la violencia de la reacción popular, tal vez, incitada por activistas de incierta procedencia.
En ese contexto tendremos un año con varias elecciones, tal vez, empezando tempranamente en abril en la Capital Federal, donde es probable que haya primera y segunda vuelta. Existen dudas sobre la posibilidad de las primarias y sobre su fecha estimadas para agosto próximo, así como tampoco sabemos si las elecciones generales serán en octubre o serán anticipadas.
El oficialismo se encuentra en plena lucha interna tal como se preveía desde la muerte del ex presidente. Aníbal Fernández está en baja y el ala ideológica en alza, con Carlos Zannini, Máximo Kirchner, la nueva ministro de Seguridad Nilda Garré, junto a la presidente se encierran en un círculo cada vez más cerrado, aunque no pueden dejar apartado al imprescindible De Vido. Desde afuera, están cada vez más presionados por la pesada mano de Moyano y los oscuros proyectos de Milagro Salas.
En el peronismo esperan pacientemente que pase la euforia pasajera en la imagen presidencial, de modo que es difícil pronosticar quién, en definitiva, encarnará la propuesta peronista para las elecciones del 2011.
Tampoco la oposición tiene claro su panorama y los tejes y manejes irán definiendo una propuesta pan-radical, que no logra entusiasmarnos con candidatos como Alfonsín o Cobos, que no tienen muy clara cuál es su propuesta y parecieran decirnos que lo que más desean es parecerse al peronismo porque “ellos sí saben manejar el poder”. Del otro lado la propuesta del PRO será Macri para la capital, y despúes ¿Macri para el país? A estos se le sumarán otros candidatos menores que, lástima grande, tampoco generan ningún fervor.
Pese a todo, después de navegar entre mil incertidumbres, imaginamos un nuevo gobierno que enfrentará enormes desafíos en 2012, pero que posiblemente su cara visible sea un peronista más moderado y con mayor capacidad de diálogo, digamos…: un Scioli.
En suma, si bien los datos locales no dan muchos motivos para exaltar el ánimo y probablemente el próximo gobierno tenga que convivir con un pinchazo en las burbujas emergentes, la visión global Latinoamericana nos permite mantener un cauto optimismo. Tal vez la Argentina en medio de la zozobra descubra que existe otro camino que ya está recorriendo más de tres cuartas partes de la población de América Latina: el camino de las democracias liberales republicanas, donde la izquierda se moderniza, modera su lenguaje y acepta las reglas del libre mercado y la derecha se aleja del golpismo y del populismo.
América Latina, que sólo podía mostrar presidentes militares en la década del 70 y presidentes populistas en los 80, empieza a sumar nombres que permiten escribir una historia más cercana a la Libertad y al Progreso: Desde la derecha Uribe, Santos, Piñera, Calderón, desde la izquierda Bachelet, Lagos, Cardoso, Lula, Mujica, o incluso casos de cambios paradigmáticos como el de Alán García que resumen lo que está ocurriendo en el continente.