Sustituir Importaciones, un Error

Foto Agustin Etchebarne
Director General en 

Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 

 

El fin de semana pasado, en la costa, escuché una conversación entre empresarios que analizaban la posibilidad de crear una empresa para producir localmente artículos que hasta hoy se importan. La idea consistía básicamente en hablar con el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, quien está muy bien dispuesto a escuchar a los ejecutivos que se sumen al modelo, y pedir una protección arancelaria y paraarancelaria para montar una fábrica nacional para reemplazar importaciones.

En una primera visión suena muy positivo, todos parecen ganar. Los empresarios calculaban un retorno del 19% anual, atractivo principal con el cual buscaban socios para la aventura. El Gobierno logra que aumente la inversión, el empleo, la recaudación impositiva tanto por los aranceles como por los impuestos a la nueva fabricación nacional. Además, aumentan el consumo y la demanda agregada, y la economía aparentemente crece. ¡Qué fácil parece dirigir la economía!

Sin embargo, Federico Bastiat nos alertó, hace ya 150 años, que no creamos en falsas ilusiones; el buen economista tiene que investigar “lo que se ve y lo que no se ve”. Lo que se ve es la nueva fábrica, su producción, la recaudación fiscal, el superávit comercial. Pero lo que no se ve es que los consumidores se encontrarán con productos más caros. Es decir, que tendrán menos dinero para consumir en otros bienes y servicios. Al bajar la demanda de esos productos, caerá su producción, se reducirán las fábricas, despedirán empleados y reducirán sus aportes impositivos. Con lo cual el resultado final ya no parece tan simple. Habremos subsidiado a una industria inicialmente ineficiente a costa de otras industrias que logran competir en el mundo. Incentivamos a los ineficientes y desincentivamos a los más productivos.

La conversación con los empresarios continuó. Con una cerveza en la mano y los pies en la arena, inocentemente les pregunté qué iban a hacer si el próximo gobierno decidía reabrir la economía y reducir la protección. ¿Cómo van a competir con China y la India? ¿Cuál es nuestra ventaja comparativa en ese rubro o qué ventaja competitiva piensan desarrollar para competir a largo plazo en el mundo? La respuesta fue breve y concisa: “Los accionistas apuntaríamos a recuperar la inversión dentro de los 4 años del gobierno actual [de ahí el retorno esperado del 19% anual]. Y luego nos quedamos con la fábrica gratis y ya veríamos cómo negociar con el próximo gobierno para no cerrar y generar desempleo, o bien vender a algún extranjero”. Esta conversación fue real y estoy seguro de que se repite hoy por todo el país.

Esta película siempre termina de la misma manera. Casi todos los países de América latina mantuvieron la sustitución de importaciones, impulsada por las ideas de Raúl Prebisch, en las décadas posteriores a la segunda gran guerra. Mientras, en el sudeste asiático los países promovieron las exportaciones y la inserción en el mundo donde existía una tendencia a la apertura de las economías. Europa eliminó las barreras entre todos sus países y Estados Unidos propugnó tratados de libre comercio (TLC) por doquier. Otros países, como Chile, sucumbieron inicialmente a la tentación de la protección a la industria nacional, pero se sumaron tardíamente a liberar su comercio y ya tienen TLC con países que producen el 80% del PIB mundial.

Bela Balassa, en diversos artículos de la década del 70 y 80, mostró una abrumadora evidencia de que los países que se cerraron para desarrollar las industrias infantes crecieron mucho menos y perdieron posiciones, mientras que los países que se abrieron al mundo y acrecentaron su comercio, multiplicaron su PIB per cápita y destruyeron la pobreza.

La Organización Mundial del Comercio ha llevado los registros del flujo mundial de bienes y servicios y es sencillo comparar el resultado de los países que se abrieron y los que se cerraron.

La sustitución de importaciones protege a los empresarios de la competencia, al costo de perjudicar a los consumidores. Pero al final, la protección torna a la industria cada vez más ineficiente y menos competitiva en términos internacionales. En la conversación con los empresarios es fácil observar que el énfasis está puesto en la protección y en los contactos con el gobierno y no en los nuevos descubrimientos y las mejoras tecnológicas. Esa es la principal diferencia entre los entrepreneurs de Silicon Valley y nuestros empresarios vernáculos.

Nuestra industria, alejada de la competencia internacional, será progresivamente más vieja y obsoleta, y nuestros empresarios estarán cada vez más acostumbrados a caminar los pasillos oficiales y serán menos frecuentes las charlas con sus ingenieros. Hasta que alguien pretenda reinsertarnos en el mundo. En ese momento, el proceso de destrucción creativa reinstalado por la apertura de la economía va a arrasar con todas las vetustas fábricas y el costo, en términos de empleos y sufrimientos, inevitablemente será muy grande, tal como lo fue en los años 90.

La alternativa será seguir sin intercambio como lo hicieron los soviéticos durante muchas décadas. En ese caso, bastará viajar al exterior para observar la rapidez con la que nos distanciaremos de los países competitivos; dado que la velocidad del cambio tecnológico parece agigantarse, igual será la velocidad con la que nos separaremos del mundo desarrollado.

*Publicado en La Nación.
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