Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
En su discurso inaugural, la señora presidente de la Nación mostró que el aumento del gasto público destinado a la educación pasó de 3% al 6,2% del PIB en la década pasada, lo cual es muy importante considerando también el crecimiento económico. Pero lo que no dijo, es que en el mismo período los tests internacionales muestran una caída de calidad comparativa contra Latinoamérica. De 2000 a 2009, la Argentina perdió 31 puestos en PISA, índice de la OCDE que mide la calidad educativa. Esto merece un amplio debate para considerar propuestas superadoras.
Lamentablemente, estas cuestiones pasan a un segundo plano, ya que la elevada inflación obliga, todos los años, a empezar el ciclo lectivo con una dura negociación salarial en todos los gremios. Esto complica las relaciones de trabajo en todas partes, y muy particularmente en el rubro de la Educación. A cualquier gremio le resulta muy difícil aceptar un aumento de salarios inferior al 25% anual, simplemente porque significaría un recorte del salario real. Así, la CABA logró empezar las clases otorgando un 26% de aumento, mientras que la provincia de Buenos Aires sigue sin clases porque los gremios piden un aumento del 30% mientras Scioli ofrece 22%. Pagar buenos sueldos a los docentes debiera ser una prioridad de cada provincia. No hay buena educación sin buenos docentes.
Pero hay otros factores que inciden también en la calidad de la enseñanza. Un buen comienzo es aceptar que estamos mal. Tal como lo hizo Esteban Bullrich, ministro de educación de CABA: “No hay prueba internacional en la que no hayamos descendido en los últimos quince años.”
Hay diversas propuestas con cambios fundamentales para mejorar el sistema educativo. Pero tenemos claro que ningún cambio es posible sin el apoyo de los más de 800.000 maestros que hay en nuestro país. Es por eso que reclamamos un debate abierto al respecto.
Además del deterioro en la Argentina, hay que tener los ojos abiertos a las inmensas oportunidades que ofrece un mundo que está enfrentando un rápido cambio del paradigma educativo y una revolución en la tecnología para la educación. El nuevo sistema educativo que debemos desarrollar debe contemplar los avances del conocimiento, de las neurociencias, el hecho de que sabemos que no existe una única forma de aprender sino decenas de habilidades diferentes genera al mismo tiempo un desafío y una oportunidad.
Los niños no son todos iguales, son muy ricos en su diversidad, algunos tienen inteligencia lingüística, otros matemática, musical, cinética, artística. Un maestro que enseña delante de una clase a 30 o 40 alumnos es más una visión del pasado que del futuro. Mirando hacia adelante tenemos que pensar un sistema que ofrezca una enorme diversidad en su oferta educativa, de modo que los padres puedan elegir las mejores oportunidades para sus hijos.
Esto no es tan difícil si nos desprendemos de viejos prejuicios. En Suecia, se hizo una profunda transformación basándose en que los padres tienen derecho a elegir la educación de sus hijos y el Estado puede financiar la demanda en lugar de la oferta educativa. Lo mismo ocurre en Chile. De este modo, las escuelas privadas, las ONGs y las escuelas públicas pueden competir en igualdad de condiciones.
Los contenidos mínimos educativos, serían mínimos y no máximos, es decir, no ocuparían el 100% del tiempo, sino tal vez, el 50 o 60%, dándole a los directores de escuela mayor autonomía para decidir. También debieran tener posibilidad de decidir sobre el despido de, al menos, el 5% de los docentes. Finalmente, los padres debieran acercarse mucho más a la escuela, una forma de incentivarlo sería descentralizar las decisiones, dejándolas en manos de un gobierno tripartito, director, docentes y padres, y con la participación de los niños (pero sin voto) en cada escuela.
De este modo, la escuela pasará a ser un lugar donde los niños desplieguen interés, imaginación, investigación, creatividad, inteligencia emocional, y donde los docentes no sean los que inculquen contenidos, sino tutores que impulsen el desarrollo de los niños a nivel corporal, mental y espiritual.
*PUBLICADO EN PUNTO DE EQUILIBRIO, MARTES 12 DE MARZO DE 2013.