Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
REVISTA LIBERTAD Y DESARROLLO – El 10 de diciembre la democracia Argentina cumplió 30 años, al mismo tiempo que inició su tercera crisis. Nos deja un sabor amargo el pensar que el saldo de la democracia ha sido una crisis cada diez años y un aumento de la pobreza de niveles del 4% al 26% de la población, que el gobierno intenta ocultar disfrazando el índice de inflación.
Como todo populista, Kirchner se ocupó de fomentar el consumo a costa de la inversión. Aumentó enormemente el gasto público del 30% al 47% del PIB; en diez años el empleo público nacional, provincial y municipal, subió de 2 millones a 3.250.000 personas; elevó la cantidad de planes sociales a 110 diferentes tipos de asignaciones; regaló 4 millones de jubilaciones a quienes no habían hecho aportes previsionales; y por último, pero no menos grave, congeló las tarifas del transporte y la energía en un contexto inflacionario. Además, hizo un enorme quite a los acreedores de la deuda externa, que luego de años de default terminaron aceptando.
El resultado fue un sostenido crecimiento de la economía, como rebote de la devaluación y de la crisis, y por el gran viento de cola que nos acompañó durante una década, con altos precios de nuestras exportaciones y muy bajas tasas de interés. Esta mejoría sumada a las medidas populistas logró una notable mejora del salario real, una caída de la pobreza desde aquel 54% de Duhalde a niveles del 22% en el mejor momento de la década. No es de extrañar que así el Kirchnerismo logró su tercer mandato en 2011 (segundo de Cristina Kirchner) con un 54% de los votos.
Pero dos años más tarde, pese a que el viento de cola continúa, el modelo colapsa por todas partes. El populismo destruye el capital. Las inversiones escasean y el capital escapa. Las tarifas congeladas hicieron caer las reservas petroleras y gasíferas un 30% en promedio (equivale a unos US$ 200.000 millones). Pasamos de ser exportadores de energía a importar US$ 14.000 millones. La infraestructura se deterioró al nivel que chocan los trenes y las rutas están colapsadas.
A pesar de controles de precios, cepos cambiarios y proteccionismo exacerbado, la inflación ya es del 26% anual al igual que la devaluación del peso. La cotización del dólar en el mercado paralelo muestra una brecha del 58%. Y las reservas del Banco Central que alcanzaron un máximo histórico de US$ 52.400 millones en febrero de 2011, caen cada vez más rápido, ahora a un ritmo de mil millones cada quince días y ya están por debajo de los US$ 31.600 millones.
Frente a la crítica situación, Cristina nombró un nuevo jefe de gabinete, un gobernador peronista ortodoxo entrenado en ESEADE, la escuela más liberal de la Argentina. Jorge Capitanich es un pragmático que está haciendo un giro hacia la racionalidad. En pocos días aceleró un acuerdo con Repsol e impulsa un acercamiento al Fondo Monetario Internacional, para obtener financiamiento, mientras intenta frenar la salida de divisas con nuevos impuestos y acelerando la devaluación del peso oficial. El objetivo no es solucionar los gravísimos problemas de la economía, pero al menos lograr entregar el mandato en 2015 con el país relativamente ordenado.
El 10 de diciembre la democracia Argentina cumplió 30 años, al mismo tiempo que inició su tercera crisis. Nos deja un sabor amargo el pensar que el saldo de la democracia ha sido una crisis cada diez años y un aumento de la pobreza de niveles del 4% al 26% de la población, que el gobierno intenta ocultar disfrazando el índice de inflación.
Como todo populista, Kirchner se ocupó de fomentar el consumo a costa de la inversión. Aumentó enormemente el gasto público del 30% al 47% del PIB; en diez años el empleo público nacional, provincial y municipal, subió de 2 millones a 3.250.000 personas; elevó la cantidad de planes sociales a 110 diferentes tipos de asignaciones; regaló 4 millones de jubilaciones a quienes no habían hecho aportes previsionales; y por último, pero no menos grave, congeló las tarifas del transporte y la energía en un contexto inflacionario. Además, hizo un enorme quite a los acreedores de la deuda externa, que luego de años de default terminaron aceptando.
El resultado fue un sostenido crecimiento de la economía, como rebote de la devaluación y de la crisis, y por el gran viento de cola que nos acompañó durante una década, con altos precios de nuestras exportaciones y muy bajas tasas de interés. Esta mejoría sumada a las medidas populistas logró una notable mejora del salario real, una caída de la pobreza desde aquel 54% de Duhalde a niveles del 22% en el mejor momento de la década. No es de extrañar que así el Kirchnerismo logró su tercer mandato en 2011 (segundo de Cristina Kirchner) con un 54% de los votos.
Pero dos años más tarde, pese a que el viento de cola continúa, el modelo colapsa por todas partes. El populismo destruye el capital. Las inversiones escasean y el capital escapa. Las tarifas congeladas hicieron caer las reservas petroleras y gasíferas un 30% en promedio (equivale a unos US$ 200.000 millones). Pasamos de ser exportadores de energía a importar US$ 14.000 millones. La infraestructura se deterioró al nivel que chocan los trenes y las rutas están colapsadas.
A pesar de controles de precios, cepos cambiarios y proteccionismo exacerbado, la inflación ya es del 26% anual al igual que la devaluación del peso. La cotización del dólar en el mercado paralelo muestra una brecha del 58%. Y las reservas del Banco Central que alcanzaron un máximo histórico de US$ 52.400 millones en febrero de 2011, caen cada vez más rápido, ahora a un ritmo de mil millones cada quince días y ya están por debajo de los US$ 31.600 millones.
Frente a la crítica situación, Cristina nombró un nuevo jefe de gabinete, un gobernador peronista ortodoxo entrenado en ESEADE, la escuela más liberal de la Argentina. Jorge Capitanich es un pragmático que está haciendo un giro hacia la racionalidad. En pocos días aceleró un acuerdo con Repsol e impulsa un acercamiento al Fondo Monetario Internacional, para obtener financiamiento, mientras intenta frenar la salida de divisas con nuevos impuestos y acelerando la devaluación del peso oficial. El objetivo no es solucionar los gravísimos problemas de la economía, pero al menos lograr entregar el mandato en 2015 con el país relativamente ordenado.
No va a ser fácil. Es más probable que el cambio de mandato llegue en plena crisis. Esperemos que esta vez, al menos, hagamos un buen diagnóstico.
REPRODUCIMOS EL DESPACHO DE AGUSTÍN ETCHEBARNE, DIRECTOR GENERAL DE LA FUNDACIÓN LIBERTAD Y PROGRESO DE ARGENTINA, PUBLICADO EN LA REVISTA LIBERTAD Y DESARROLLO.