¿Inversión pública?

Presidente del Consejo Académico en 

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

EL PAÍSEn no pocas ocasiones en la parla convencional se deslizan errores que si no se contienen a tiempo se incrustan en el campo político con daños de distinto tenor y magnitud.

Para clarificar el mal entendido nada mejor que analizar lo que se expone con tranquilidad, mente abierta y, sobre todo, con argumentos y no con simples cajas destempladas y enojos característicos del espíritu conservador incapaz de despegarse del statu quo. Es lo contrario del criterio independiente y el necesario cuestionamiento para repensar lo que muchas veces livianamente se da por sentado.

Muchos son los políticos que reiteradamente aluden a la “inversión pública” como algo natural y sin pasar por ningún tamiz. Seguramente con la mejor de las intenciones, pero es necesario considerar con algún detenimiento este concepto.

Una inversión se traduce en una secuencia inexorable: primero abstención de consumo al efecto de destinar el monto al ahorro cuyo destino es la inversión. Quien invierte es porque conjetura que el valor futuro será mayor que el del presente. Esa hipótesis podrá ser acertada o equivocada, el resultado será dictaminado en el proceso de mercado lo cual quiere decir la aprobación o rechazo de los congéneres. Quienes aciertan en las preferencias del prójimo obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. El cuadro de resultados resulta clave para dictaminar acerca de lo acertado o desacertado de las correspondientes inversiones.

La inversión entonces trata de un proceso eminentemente personal y subjetivo. Si el que estas líneas escribe le arrancara por la fuerza las billeteras y las carteras a los lectores afirmando que “invertirá el dinero” fruto del atraco, seguramente esta afirmación no sería tomada en serio por nadie.

En la misma línea argumental, hace un tiempo el gobierno argentino dispuso el “ahorro forzoso” a través de nuevas exacciones pero quedó claro que se trataba de una contradicción en los términos: no hay tal cosa como ahorro forzoso, independientemente de si se lleva a cabo con o sin el apoyo de los votos. Como escribió Benjamin Constant “la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”, parafaseando esa idea podemos decir que los votos mayoritarios no pueden convertir en sensato lo que resulta contradictorio. Del mismo modo no tiene sentido el concepto de “inversión pública”.

Para ser riguroso, en las contabilidades nacionales las partidas deben dividirse en gastos corrientes y gastos en activos fijos pero nunca inversión pública. A veces se recurre a la expresión invertir en un sentido metafórico y general, como cuando, con razón, se afirma que la educación constituye la inversión más rentable de cuantas pueden existir. Es cierto, nada más importante que la educación pero, nuevamente, si se arrancan por la fuerza recursos no puede hablarse de inversión cualquiera sea el destino que se les de a los fondos obtenidos de esta manera, pues implica distorsionar el sentido de las palabras por más que seamos partidarios acérrimos del destino pero se invalida la idea si lo succionado es involuntario.

Hay la tendencia a extrapolar lo privado a lo estatal al establecer un correlato con lo que ocurre en el mundo de los negocios pero el paralelo resulta fatal por las razones antes apuntadas.

Y aquí viene otro punto crucial ya que hemos dicho que la secuencia para llegar a la inversión comienza con la abstensión del consumo. En distintos países hay gobernantes que insisten frente a la retracción en la actividad económica fruto de la pandemia que a todos nos envuelve que debe alentarse el consumo. Esta conclusión es errada por donde se la mire. Supongamos un grupo de náufragos que llega a una isla deshabitada y uno de ellos le sugiere a sus compañeros de infortunio que se dediquen todos a consumir. Seguramente los receptores de tamaño mensaje inaudito ni siquiera responderían a semejante iniciativa puesto que lo que a todas luces se necesita es producir. Una vez producido lo necesario puede, recién entonces, consumirse. En otros términos, la secuencia es producción-consumo, no pueden invertirse los términos.

Como queda dicho, para acelerar el proceso, una vez lograda la producción una parte de ella debe destinarse al ahorro fruto de abstenerse de consumir y consecuentemente destinar el monto a la inversión para que en el futuro lo producido sea en una dosis mayor y así podrá consumirse más. La única causa de la elevación del nivel de vida es la tasa de capitalización, es decir, equipos, instalaciones, maquinaria y conocimientos relevantes que hace de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento.

En resumen, la inversión no puede sacarse de su ámbito natural sin desfigurar el concepto, el uso de la fuerza es solo aceptable en los impuestos para proteger derechos, y el consumo no puede anteponerse a la producción que a su turno depende de los grados de inversión. En una sociedad libre las proporciones entre consumo e inversión la decide la gente con sus compras y abstenciones de comprar diariamente en los supermercados y afines.

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