Es común escuchar que el desastre económico que vivimos en Argentina es culpa de la pandemia y de la cuarentena que trajo aparejada. Sin embargo, ¿es así? No parece que en los países vecinos se esté derrumbando el valor de su moneda y, por ello, el tipo de cambio esté volando por los aires. Sin embargo, ellos también están enfrentando una “guerra” contra el coronavirus.
Es que la en los últimos meses previos a la pandemia, la mayoría de los gobiernos de la región administraron austeramente su Estado y los impuestos que cobraban eran bajos. Además, cuidaron el crédito disponible e, incluso, alguno hasta tenía ahorros para enfrentar los mayores gastos en salud y asistencia de los sectores vulnerables, personas y empresas. Además, sus bancos centrales fueron respetuosos de sus ciudadanos, lo que significa cuidar la estabilidad de su moneda. Por ello, la gente confía en ella y ante contextos como en los que nos encontramos, suelen demandarla más. Todo esto permite al banco central aumentar la emisión sin generar inflación y darle crédito barato a aquellos que lo necesitan en una coyuntura adversa. Por eso, cuando esta crisis termine, sus economías se recuperarán con moderadas (algunas más otras menos) pérdidas de potencial producción. Finalmente, el gasto público volverá a ser austero, los impuestos y las medidas económicas razonables, permitiendo reiniciar el camino al crecimiento.
Esto no se parece en nada a lo que sucede en la Argentina. Durante décadas dejamos que los políticos construyeran un Estado al servicio de la política y que se sirve de los argentinos. Por ello, aunque nos exprimen con impuestos agobiando a los que trabajan y producen, igual no les alcanza y gastan el crédito disponible, que de otro modo serviría para invertir y generar crecimiento. En consecuencia, llega un momento en que el financiamiento se acaba y no tenemos cómo pagar los mayores gastos en salud por la pandemia ni la ayuda a los sectores negativamente afectados por ella.
Desde que se creó, pero en forma creciente en los últimos 70 años, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) se dedicó a emitir para financiar el exceso de erogaciones del gobierno y políticas financieras absurdas. Desde 1970, al peso se le sacaron 13 ceros. Imaginate si se los hubieran dejado, ¡la monedita de $1 diría $10.000.000.000.000! No entrarían tantos dígitos. Hoy un peso vale menos de un 1% de lo que hace 20 años. Esta es la evidencia de la estafa del BCRA hacia todos los argentinos que atesoramos y cobramos en pesos.
A pesar de ello, cuando empezó la cuarentena y por la incertidumbre sobre si estarían bien provistos los cajeros automáticos, los argentinos demandamos más efectivo. Esto permitió absorber gran parte de la fiesta de emisión del BCRA. Sin embargo, cuando tuvimos claro que el acceso a los billetes en los cajeros era fluido y dada la creciente normalización de la actividad bancaria, volvimos a buscar tener lo mismo que queríamos atesorar antes. O sea, muy poco de esa moneda local con la que nos estafan. Más oferta de algo que pocos quieren implica que su precio bajará. Por eso, el valor del peso se está destruyendo; lo que se ve reflejado inmediatamente en el mercado cambiario (como cualquier divisa), aunque aquí lo hace sólo en los libres, los paralelos. Lamentablemente, con el tiempo esta depreciación se hará visible en bienes y servicios. Dada la tremenda recesión, tardará más, pero la inflación se acelerará, empobreciendo a todos y, sobre todo, a los de menores ingresos.
Es como una familia que gasta todo lo que tiene, incluidos sus ahorros y lo que le pueden prestar. Si alguno de sus miembros tiene un problema de salud, deberá vender lo que tengan. El auto, los electrodomésticos o incluso la casa; por lo que podrían quedar en la calle. Una familia más previsora y austera, seguro podrá salir del problema con una pérdida de nivel de vida significativamente menor.
En un país en el que se puede detectar a quienes están enfermos, se aísla a los infectados y el nivel de restricciones se reduce al distanciamiento social y dejar en cuarentena a quienes tienen más riesgo. Si por imprevisión y falta de recursos no se pueden hacer testeos masivos entonces no hay forma de detectar a los enfermos; por lo que es necesario aislar a los sanos para que no se contagien. Lamentablemente este es el caso de Argentina donde se impuso una cuarentena sumamente restrictiva que tendrá un alto costo en términos de actividad económica. Todos, pero particularmente los que vean más acotadas sus posibilidades de generar recursos, bajarán varios escalones en nivel de vida. Por lo tanto, la gran mayoría de los que estén más cerca de la línea de la pobreza pasarán a estar por debajo de ella.
A eso sumémosle ahora un Estado que necesariamente tiene que gastar más en salud y en atender a los vulnerables, pero no hace casi ahorros en otras erogaciones, como bajar los sueldos de quienes no cumplen tareas por la cuarentena u otros. Todo eso lo pagarán los que trabajan y producen con más presión tributaria nacional, provincial o municipal o con impuesto inflacionario. Es decir, de la cuenta se hará cargo un aparato productivo que venía agobiado por exceso de gravámenes y ahora está siendo muy debilitado por las restricciones a la actividad. Esto implicará un ajuste que llevará al conjunto de la comunidad a bajar más escalones a niveles de bienestar y a la pobreza a más argentinos.
Lo que pasó ya no tiene solución y no vale la pena “llorar sobre la leche derramada”. Sólo queda ocuparnos de que no vuelva a terminar en el piso. No es raro que nos pasen estas cosas. En el último Índice Internacional de Calidad Institucional, Argentina se ubicó en el puesto 106 entre 192 países del mundo (Ver https://www.libertadyprogreso.org/2020/04/22/el-indice-de-calidad-institucional-muestra-que-en-2019-argentina-habia-mejorado-6-puntos-respecto-del-ano-anterior-2/). Esto habla de la nuestra irresponsabilidad cívica que lleva a que no se respeten los derechos y de los principios republicanos de nuestra Constitución Nacional.
Si queremos que la historia no se repita, tenemos que votar políticos que manejen las finanzas del Estado con la misma prudencia y austeridad con la que nos manejamos en nuestro hogar. Luego, como ciudadanos responsables debemos demandar y controlar que así lo hagan. Si alguna vez lo logramos, no solamente abandonaremos la historia de decadencia y permanentes crisis, sino que podremos enfrentar mejor futuros eventos como esta pandemia. Si no, resignémonos a vivir en un país, cada vez, relativamente más empobrecido.