CRONISTA COMERCIAL – Como la gran mayoría de los países del mundo, Argentina se vio afectada por la pandemia del COVID-1. Lo malo es que la letalidad de este virus es exponencialmente mayor cuando el paciente tiene patologías previas. Lamentablemente, ese es el caso de la economía local que, cuando se “contagió” de coronavirus, ya estaba sufriendo una crisis por graves enfermedades que, desde hace décadas, nos negamos a curar. Todos queremos que nuestro paciente se recupere rápido y bien, pero es imposible que lo haga si no tratamos esas viejas dolencias.
Durante décadas dejamos que los políticos construyeran un Estado al servicio de la política y que se sirve de los argentinos. Por ello, aunque expriman con impuestos agobiando a los que trabajan y producen, igual no les alcanza y gastan el crédito disponible, que de otro modo serviría para invertir y generar crecimiento. En consecuencia, llega un momento en que el financiamiento se acaba y el país entra en cesación de pagos, como estamos hoy.
Un empleado que está en blanco; pero cuyos ingresos no alcanzan para que pague impuestos a las “Ganancias”, trabaja alrededor de la mitad del mes para el Estado. Argentina está en el puesto número 21, de 190 países, entre los que más exprimen con impuestos a sus empresas. Hay más de 185 tasas municipales e impuestos nacionales y provinciales. Para poder resolver esto hay que proponer una reforma tributaria que plantee una disminución de los gravámenes en el tiempo. Para que sea creíble, también hay que plantear una reducción del sector público que, como demuestra la propuesta de la fundación “Libertad y Progreso”, se puede hacer en dos o tres años sin dejar a nadie sin un ingreso.
Desde que se creó, pero en forma creciente en los últimos 70 años, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) se dedicó a emitir para financiar el exceso de erogaciones del gobierno y políticas financieras absurdas. Desde 1970, al peso se le sacaron 13 ceros. Imaginate si se los hubieran dejado, ¡la monedita de $1 diría $10.000.000.000.000! Esta es la evidencia de cómo ha estafado el BCRA a los argentinos que atesoramos y cobramos en pesos.
Cuando empezó la cuarentena y por la incertidumbre sobre si estarían bien provistos los cajeros automáticos, los argentinos demandamos más efectivo. Esto permitió absorber gran parte de la fiesta de emisión del BCRA. Sin embargo, cuando tuvimos claro que el acceso a los billetes en los cajeros era fluido, volvimos a demandar poco la moneda local con la que nos estafan. Más oferta de algo que pocos quieren implica que su precio bajará. Por eso, el valor del peso se está destruyendo; lo que se ve reflejado inmediatamente en el mercado cambiario libre (como cualquier divisa). Lamentablemente, esta depreciación se hará visible también en los bienes y servicios; aunque debido a la tremenda recesión, tardará más tiempo. Igual, la inflación se acelerará, empobreciendo a todos y, sobre todo, a los de menores ingresos.
Es insólito escuchar a economista y funcionarios del gobierno hablar de que los argentinos deberíamos “pesificarnos”. Eso significaría respetar y confiar en el peso; pero eso es muy difícil si antes nuestros gobiernos no empiezan respetar nuestra moneda y a los argentinos dejando de desvalorizarla para financiar gastos excesivos y políticas económicas absurdas.
Además, es muy difícil invertir y generar empleo en un país donde sus funcionarios pretenden regular y decidir todo sobre la actividad económica. Hay más de 69.000 regulaciones, que son imposible de conocer y, dejan fuera de juego o de la ley a PyMes y emprendedores. Por ende, debemos avocarnos a una profunda tarea de desregulación, gestando una nueva normativa que parta de “base cero”; que contenga solo las realmente necesarias y derogue todas las anteriores.
Por último, en los últimos 40 años, todos los países que progresan y generan empleos bien pagos han modernizado su legislación laboral. En Argentina, seguimos manteniendo una normativa arcaica, con cambios mínimos, que beneficia a los sindicatos y, es cierto, en alguna medida a los que tienen empleo. Sin embargo, la mayor parte de las regulaciones deja a los argentinos casi sin posibilidades de un empleo formal, digno y productivo. Hay que descentralizar las negociaciones laborales y sustituir las indemnizaciones, respetando los derechos adquiridos, por un seguro de desempleo o seguiremos incentivando la informalidad y empleo inútil en el Estado.
Los argentinos tendemos a creer que un milagro nos sanará de estas patologías, evitándonos el sacrificio de su tratamiento. Lamentablemente, como no existe la magia y no se resuelven los problemas de fondo. En consecuencia, terminamos pagando costos muy superiores con una crisis y, peor aún, nos queda por curar la economía. No repitamos una y otra vez la historia. Encaremos el tratamiento necesario y avancemos en las reformas estructurales que comentamos. Los países que abrazaron dicho compromiso, en los siguientes 20 años lograron, por lo menos, duplicar el poder adquisitivo de los sueldos, bajísimos niveles de pobreza y desempleo, además de porcentajes de inflación de menos de 5% ANUALES. Vale el esfuerzo.