Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
PERFIL – Es claro que la primera respuesta que viene a nuestra mente es un taxativo no. Pero a pesar que parezca un absurdo, muchas familias están experimentando una insospechada libertad educativa.
¿Puede el coronavirus haber incrementado nuestra libertad? Es claro que la primera respuesta que viene a nuestra mente es un taxativo no. Pero a pesar que parezca un absurdo, en un momento en que la mayoría nos encontramos recluidos en nuestros hogares y privados de muchos de nuestros derechos, habiendo perdido hasta la libertad de llevar a cabo las rutinas más ordinarias de nuestras vidas, muchas familias están experimentando una insospechada libertad educativa.
Las escuelas se han cerrado para mitigar la propagación del virus y, posiblemente, no volverán a funcionar con total normalidad en lo que resta del año lectivo. Muchos padres tienen hoy un rol en la educación de sus hijos como nunca antes han podido tenerlo, aprovechando una multitud de recursos de aprendizaje que se pueden encontrar en Internet, y descubriendo que la creatividad y la curiosidad de sus hijos repuntan cuando se les permite explorar planes de estudio más individualizados. ¿Por qué no preguntarnos si, por ejemplo, algunos de ellos no desearán continuar apoyando el aprendizaje de sus hijos en sus casas cuando se haya superado la pandemia? Es probable que este período de confinamiento forzoso haya llevado a muchas familias a cuestionar la educación que llevan a cabo sus hijos en las aulas tradicionales.
Uno de los principales argumentos de quienes se oponen a la libertad educativa lo constituye la premisa que es el gobierno y no los padres quién está más calificado para decidir cómo se debe educar a los niños. Se asume, implícitamente, que las familias son de alguna manera incapaces de tomar buenas decisiones para sus propios hijos y esas decisiones deben, por lo tanto, estar en manos del gobierno.
Desafortunadamente, la arrogancia del establecimiento educativo, al pensar que los burócratas saben mejor que los padres,condena a demasiados niños, de sobremanera a aquellos de familias económicamente desfavorecidas, a experiencias educativas poco óptimas.
Yo me pregunto porqué un padre de un niño, de por ejemplo, seis años que elige naturalmente el médico de su hijo, los alimentos que consume, las horas que descansa, los deportes que práctica, la ropa que utiliza, sus amigos, las películas que ve, el uso que le da a Internet y el tiempo que está frente a la pantalla, y todo lo que el lector se pueda imaginar, no puede elegir también el tipo de educación que considera más adecuado para el niño, en función de sus aptitudes, su personalidad, sus gustos y los valores de la familia.
Démosle a todo padre, independientemente de sus posibilidades económicas,la oportunidad de decidir qué es lo mejor para sus hijos, permitiéndole aplicar el monto que destina el Estado donde ellos creen que pueden obtener la mejor o más apropiada educación para sus hijos, ya sea en una escuela de gestión pública, privada o quizás solventando servicios educativos que se lleven a cabo en el hogar. Financiemos a los estudiantes, no al sistema, y preservemos la extraña libertad que el coronavirus ha generado.
(Fuente www.perfil.com).