Por Carlos Manfroni para LA NACIÓN – Apenas comenzamos a cobrar conciencia de la envergadura de la pandemia , el Gobierno barajó la idea de traer al país médicos cubanos y llegó a autorizar, por DNU, el ejercicio temporal en la Argentina de profesionales de la salud extranjeros , aunque no hubieran revalidado el título aquí. Difícilmente sepamos si esos supuestos profesionales a quienes tan ligeramente se habilita para ejercer la medicina en el país ingresaron o no en el territorio y, si ese fuera el caso, cuánto tiempo permanecerían, porque el decreto no establece límites.
Llama la atención la fascinación que sigue ejerciendo Cuba como centro de irradiación cultural, aun en áreas como la medicina, en las que su atraso data de la caída del Muro de Berlín, y eso cuando sus prácticas no son lisa y llanamente una estafa
Más allá de la discusión sobre la necesidad de la convocatoria, a pesar de la excelencia de la formación de los médicos argentinos, llama la atención la fascinación que sigue ejerciendo Cuba como centro de irradiación cultural, aun en áreas como la medicina, en las que su atraso data de la caída del Muro de Berlín, y eso cuando sus prácticas no son lisa y llanamente una estafa.
Nadie ignora lo que significa Cuba para una parte importante del oficialismo y para el eje bolivariano. También se sabe que no es precisamente salud lo que Cuba exportó hacia el resto de América. Pero lo que realmente asombra, desde hace décadas, es la ausencia de un rechazo masivo a una dictadura sanguinaria que hace sesenta años que está en el poder.
No se trata solo de un embobamiento argentino. El excanciller chileno José Miguel Insulza, cuando fue secretario general de la OEA, casi rogó al gobierno cubano que volviera al organismo. Fidel Castro, quien antes lo había tratado de “bobito” por esos mismos intentos, se dio el lujo de rechazar la invitación con toda clase de agravios contra la Organización de Estados Americanos. Eso no impidió que, a la muerte del dictador, Insulza declarara sobre él: “Queda como un símbolo de la lucha de los países pobres”. El 16 de abril de 2001, al cumplirse 40 años de la proclamación del carácter socialista de la revolución cubana, Fidel Castro dio uno de sus tantos discursos en el que aseguró que “sin el socialismo, Cuba no sería un país en el que, durante 42 años, no se ha conocido la represión ni la brutalidad policial, tan común en Europa.”.
Parecía una broma de mal gusto; una burla a un mundo que nunca le respondió como era debido y que toleró demasiado sus atrocidades.
Los documentos con fusilamientos, encarcelamientos políticos y torturas abarcan cientos de páginas, con solo dedicar un par de renglones a cada víctima.
Únicamente pueden ofrecerse ejemplos sueltos de lo que alguna vez debería ser el “Nunca más” de Cuba.
Abel Nieves -un preso político que murió el año pasado y que permaneció encarcelado 21 años- relató que, a los 16 años, fue sepultado en vida. Lo mantuvieron en una especie de túnel horizontal, con paredes de concreto, donde solo cabía su cuerpo acostado, boca arriba y con el techo a escasos centímetros de la cara. El piso tenía pequeños orificios por donde salía agua, que mantenía su espalda constantemente mojada, pero no era suficiente para beber ni podía girar para tomarla. Así estuvo siete días. Después pasó a otras cárceles, que ya no eran un nicho mortuorio, pero donde el trato era brutal.
Evelio Ancheta -otro preso político, como lo son la mayoría- explicó que a muchos que se resistían a la revolución los arrestaban y los arrojaban a una piscina dentro de una bolsa. Los sacaban y los volvían a hundir. Es imposible -dijo- saber cuántos murieron.
Una técnica parecida emplearon con Orestes Pérez, a quien empujaban a un pozo lleno de agua con una piedra atada, de modo que se hundiera completamente. A los pocos minutos, lo levantaban y revivían, mediante primeros auxilios. Le exigían entonces que delatara a opositores. Como no lo hacía, reanudaban una y otra vez la misma operación.
Luis Chamizo contó en su momento que estuvo seis meses en una celda de castigo, donde solo cabía una persona parada y no podía siquiera flexionar las piernas.
Los electroshocks, que provocaban pérdida de la noción del tiempo y hasta del espacio, así como trastornos de la personalidad de por vida, formaban parte de los métodos cotidianos.
Cecilio Monteagudo, quien salió de la prisión después de 2000, aseguró que, tal como se lo había anticipado uno de los guardias, le inocularon tuberculosis antes de su liberación, un método que resulta -señaló- bastante frecuente para con quienes fueron encarcelados por opositores.
Por su lado, María García, quien el 13 de julio de 1994 escapaba junto con muchos otros ciudadanos de Cuba en un remolcador, describió la pesadilla que vivió desde aquel día, cuando tres naves del gobierno embistieron deliberadamente a su embarcación hasta hundirla. Todos quedaron en el agua y ningún agente gubernamental movió un dedo para salvarlos. Ella sujetó a su niño mientras pudo, hasta que las olas se lo arrebataron para siempre.
Por el presidio de Los Pinos, que funcionó durante la primera década de la revolución, pasaron en su momento 15.000 presos políticos, a quienes les hicieron soportar allí las peores vejaciones, torturas, hambre, sed, golpes y falta de atención médica. Lo mismo en la cárcel de Holguín, una de las peores; buena parte por falta de atención médica, la atención médica que se jactan de prestar en el exterior y a los turistas que todavía creen en la medicina cubana.
Hoy mismo los presos de Holguín -esos sí presos políticos- claman por su hacinamiento en medio de la pandemia, pero allí no les abren las puertas y nadie pide por ellos.
Enrique García Cuevas, trasladado por numerosas prisiones, murió después de 272 días de huelga de hambre en la cárcel provincial de Santa Clara. Había sido objeto de experimentaciones biológicas por parte de los carceleros, que le suministraban alimentación a la fuerza y en forma irregular, lo mantenían en aislamiento prolongado y en espacios reducidos y le hacían padecer cambios bruscos de temperatura en celdas preparadas a tal efecto. Fueron miles los que el gobierno dejó morir en huelgas de hambre y decenas de miles los que mató en forma violenta.
Pero como los testimonios de las víctimas del comunismo siempre se ponen en duda, conviene leer lo que los propios líderes revolucionarios escribían. Por ejemplo, Ernesto “Che” Guevara en sus Pasajes de la guerra revolucionaria y sus narraciones de fusilamientos de prisioneros que le pedían clemencia, “pero las leyes de la guerra son las leyes de la guerra”, escribió con descaro. Las leyes de la guerra mandan precisamente lo contrario. La imagen de Guevara es vendida y vestida sin vergüenza en remeras y todo tipo de merchandising .
De ese paraíso humanista cada tanto hablamos de importar salud.
¿Por qué todavía hoy es importante abordar la cuestión de Cuba? Porque toda construcción de una política apoyada sobre el resentimiento se compone de una dirección con un proyecto político-económico que nada tiene que ver con los pobres; de una segunda línea de ideólogos que exponen un mito, y de una masa de seguidores que idolatran ese mito y así hacen posible el proyecto de unos pocos. Eso es Cuba por dentro y eso son sus aliados en el mundo.
Por eso es necesario derribar los mitos y poner al descubierto el gran negocio que se alimenta de ellos y para el cual la libertad, nuestra libertad, es solo un estorbo.