Existen algunas similitudes respecto de la situación que vivió la Argentina durante la década del 90 y que terminó con la crisis de 2001 y la realidad por la que atraviesa Grecia hoy. Sin embargo, hay cuestiones que hacen que una salida al estilo argentino sea muy poco recomendable.
En abril de 1991, ante el desprestigio y fuerte caída en la demanda de su moneda que amagaba llevar a la Argentina a una nueva hiperinflación, se promulga la ley de Convertibilidad. El país pasó a tener un peso que era un vale por un dólar que guardaba el Banco Central. En 2001 Grecia asume el euro como moneda.
La gran diferencia es que, en Grecia, el dracma desaparece y, en Argentina, siguió circulando el peso. No es lo mismo la salida de la Convertibilidad que la posibilidad de que Grecia abandone el euro. En 2002, Argentina, simplemente, derogó el tipo de cambio fijo lo que permitió al gobierno y al Banco Central cobrar el impuesto implícito en toda devaluación. En Grecia, no hay una moneda en circulación para depreciar.
Donde sí se asimilan es en la parte fiscal. La ley de Convertibilidad intentó controlar los excesos en el gasto público y la acumulación de déficits fiscales financiados con emisión monetaria, que llevaron a dos hiperinflaciones en 1989-1990. Sin embargo, la ganancia en credibilidad que esta medida determinó, facilitó colocar deuda al gobierno; por lo que siguieron aumentando excesivamente las erogaciones, aprovechando esta posibilidad de financiamiento. El crecimiento del stock de pasivos del Estado fue muy rápido y la cesación de pagos se adelantó debido a una crisis política que comenzó en 2000 y estalló en 2001, borrando toda posibilidad de crédito.
En Grecia es evidente el desmadre fiscal que, hasta fines de 2009, fue ocultado con cifras engañosas. El ingreso a la eurozona habilitó un financiamiento que derivó en una abultada deuda de más del 120% del PBI; lo que llevó a una crisis de credibilidad y de crédito que dura hasta hoy.
Ninguna nación que pretenda desarrollarse lo puede hacer sin credibilidad, es decir, crédito. Mientras haya una chance, es prudente evitar un default. Si no, hacerlo en forma ordenada y rápida.
La Argentina no es el mejor ejemplo. Logró una solución parcial de su deuda en cesación de pagos con privados recién en 2005. La oferta de canje ofrecida (con una exacción de más del 60% de lo adeudado) fue sin negociación y con el criterio es esto o nada; lo que dejó tufillo a estafa. Recién en 2010, con la reapertura del canje fue posible sumar más del 90% de las tenencias originalmente impagas. Sin embargo, técnicamente, la Argentina sigue en cesación de pagos; ya que no se resolvió el problema de la deuda con el Club de París. Casi 10 años después el país no pudo recuperar su crédito y es poco probable que lo haga en el mediano plazo.
En caso de un default, el país helénico debería permanecer en la eurozona; ya quedó demostrado en Argentina que perder la estabilidad monetaria es el peor escenario para una cesación de pagos. Hoy, el crédito bancario al sector privado argentino es menor al 13% del PBI, la mitad que antes del 2001, y está concentrado en el corto plazo, principalmente es comercial y para consumo. Difícilmente esto pueda revertirse en esta década y ningún país puede desarrollarse sin financiamiento bancario.
Grecia, al no tener moneda propia circulando, los únicos ahorros devaluables y apropiables por el gobierno serían los que están en el sistema financiero. Por ende, deberían imponer un corralito y dracmatizar los depósitos en euros. Esto llevaría a la destrucción de la credibilidad del sistema financiero, el principal capital de un banco.
Grecia tiene una gran ventaja, un potencial avalista de anchas espaldas, la Unión Europea. La realidad es que no podrá evitar el ajuste, pero puede elegir en qué forma lo hará. El camino argentino costó mandar a más de la mitad de la población a la pobreza y perder la senda del desarrollo. Si Grecia logra que se instrumente el rescate en marcha, es mejor aumentar impuestos, achicar sueldos y gasto público como está planeado y no buscar una salida a través de una devaluación y/o crisis por cesación de pagos.
Si no pudieran evitar este último paso, deberían hacerlo en el marco de la eurozona y con una reestructuración de pasivos ordenada y rápida, como Uruguay en 2002. Este último país, hoy se encamina a tener grado de inversión en su deuda y la Argentina está muy lejos de esa posibilidad.