Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
LA PRENSA – Como es de público conocimiento se reiteran las fallas colosales y las sorpresas monumentales respecto al resultado de encuestas de opinión elaboradas por prestigiosos especialistas en todas partes del mundo. Una y otra vez irrumpen los yerros y muchos son los que atribuyen la equivocación a técnicas inapropiadas del respectivo muestreo y equivalentes que deben ser corregidas pero en verdad el problema radica en otro lado bien distinto.
Tal como alguna vez se ha explicado hay aquí un fenomenal problema epistemológico que hace prácticamente imposible sistematizar el acierto. Veamos el asunto por partes. Si entramos a una fábrica de tuercas donde se producen en serie y queremos saber acerca de las características de lo que sale al final de la producción, es aconsejable tomar una muestra y extrapolarla al universo al efecto de evitar el análisis de cada una de las tuercas en cuestión. Esto es valedero y da buenos resultados en el sentido que la muestra refleja la totalidad.
Ahora bien, la cuestión con los seres humanos es radicalmente distinta. Las personas no son tuercas, cada una tiene su modo de ver las cosas y por ende sus opiniones son muy disímiles. Es por ello que resulta del todo inapropiado extrapolar una muestra al universo como si los seres humanos estuvieran producidos en serie sin diferenciación. Es cierto sin embargo que grosso modo preguntas bien formuladas a un grupo pueden eventualmente reflejar algunos aspectos de la opinión de otros no consultados. Muchos de nosotros, por ejemplo, solemos preguntar a taximetreros o verduleros sobre la marcha de tal o cual cosa en la esperanza de auscultar algo de la realidad y eventualmente -según sean los candidatos interrogados- nos podemos formar una idea aproximada de lo que se opina. Pero estos procedimientos no tienen la pretensión de convertirse en encuestas “científicas” donde se tiene la arrogancia de explicitar el margen de error incluso con decimales. En otros términos, una cosa es preguntar al bulto para contar con alguna idea en borrador y otra bien distinta es una especie de confabulación con halo de exactitud y ciencia rigurosa.
También debe subrayarse que cuanto más cultivadas sean las personas mayor es la dispersión puesto que la individualidad surge con mayor ímpetu, mientras que cuanto más sea la masificación mayor será el espíritu de rebaño y por ende en el primer caso se torna aun más difícil que la muestra represente al universo que puede en algo acercarse en el segundo. En este sentido, es probable que las nuevas tecnologías al permitir mayor información particular vía las redes y similares que suscitan debates también particulares hacen que se vayan forjando opiniones individuales con mayor fuerza respecto a lo que era antes con medios de comunicación unificados.
Más aun, en este contexto resulta tragicómico que se pretenda extraer muestras según las denominadas “clases sociales” sobre lo cual ya he escrito en otra oportunidad pero que ahora resumo en una cápsula. Pertenecer a distintas clases sociales remite a distinta naturaleza, lo cual es un desatino mayúsculo cuando se aplica a seres humanos ya que todos compartimos la misma condición.
Más aun, la expresión “clase baja” resulta repugnante, la “alta” es de una frivolidad alarmante y la “media” resulta del todo anodina. Se argumenta que no es a la naturaleza de las personas a que se refiere la clasificación de marras sino que se alude a los ingresos bajos, medios y altos y las circunstancias varias que rodean a estas situaciones. Pues si de eso se trata es mejor decirlo abiertamente, es decir, referirse a ingresos bajos, medios y altos. Por otra parte, tengamos siempre presente que todos tenemos en común que descendemos de las cuevas y de la miseria más brutal.
Se que los susodichos encuestadores, muchos sociólogos y algunos colegas economistas recurren con pasmosa inocencia a esa terminología de las clases sociales pero recordemos que la genealogía proviene del marxismo que efectivamente consideraba a personas de distinta naturaleza según “la clase” y Hitler y sus secuaces luego de infinitos embrollos clasificatorios finalmente adoptaron el criterio de Marx dado que rapaban y tatuaban a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios y concluir que el tema era “mental” para separar al “ario” del “judío”.
Marx sostuvo que el proletario y el burgués son de una clase distinta porque tienen una estructura lógica diferente, lo cual se denominó polilogismo. Ni Marx ni ningún marxista explicaron en que se diferencian las ilaciones lógicas y los silogismos respecto a lo estampado por Aristóteles. Como hemos dicho antes, no explica que le ocurre en su estructura lógica al proletario que se gana la lotería, al burgués que se arruina o al hijo de un burgués y una proletaria.
Este análisis defectuoso basado en las supuestas clases sociales conduce a sostener que una persona con un patrimonio tal, con residencia en cierto pueblo, con una vestimenta cual, con un automóvil o bicicleta de tales características y que almuerza salchichas con mayonesa representa a todos los que se ajustan a esos parámetros lo cual carece de toda lógica pues pasa por alto que cada persona es única e irrepetible en la historia de la humanidad. Encarar de este modo las encuestas constituye una afrenta a la civilización, asimila al ser humano a la bestia y contradice los principios más elementales del individualismo metodológico. Se insiste en argumentar que la dificultad estriba en que con la pandemia las requisitorias presenciales no pueden llevarse a cabo lo cual modifica la calidad de los resultados, pero en cualquier caso el problema epistemológico subsiste.
Los resultados más chocantes para el público y para los especialistas y politicólogos en general seguramente han sido las PASO recientes en nuestro país, el referendum sobre el Brexit en Inglaterra, las últimas elecciones generales en Israel, el Acuerdo de Paz en Colombia, las reiteradas elecciones estatales norteamericanas y las conjeturas peruanas sobre las recientes presidenciales pero, como decimos, el problema de fondo subyace en todas las encuestas pasadas, presentes y lo seguirán haciendo en el futuro mientras la naturaleza humana no se modifique: las personas no son tuercas.
Estos razonamientos no significan necesariamente tirar la toalla y no hacer ninguna encuesta, se trata de ser más modestos en las presentaciones y no alardear de científicos y de un rigor inapelable con afirmaciones categóricas rodeadas de ridículos decimales. Tal vez sea mejor estas indagaciones incompletas y pastosas que no tener nada, pero repetimos es necesario tener en cuenta la trastienda epistemológica.