El Secretario de la Primera Junta defendía el librecomercio y consideraba al endeudamiento externo como un “recurso miserable”
Infobae.com – Hay tres fuentes principales para adentrarse en los textos de este prohombre: Escritos de Mariano Moreno de Editorial Coni en 1896 con prólogo de Norberto Piñero, la parte pertinente de Crítica literaria de Paul Grussac de 1924 reeditada por Editorial de Belgrano en 1980 y Clásicos argentinos: Mariano Moreno bajo la dirección de Ricardo Levene, Ediciones Estrada en 1956. En esta oportunidad extraemos el célebre escrito con que abre este último trabajo, conocido como La representación de los hacendados al efecto de usarlo como puntapié inicial para elaborar sobre la materia en el contexto de lo que viene ocurriendo en nuestro país desde hace la friolera de ocho décadas.
Como es bien sabido, Moreno era doctor en leyes, no solo estudioso del derecho sino de la economía. Tuvo papel destacado en la Primera Junta de Gobierno donde se separó drásticamente de la postura de Cornelio Saavedra que apuntaba a mantener en sistema social del ex Virreinato mientras que Mariano Moreno sostenía la imperiosa necesidad de producir reformas de fondo hacia la sociedad libre basado en los fundamentos expuestos por autores clásicos. Estableció La Gazeta de Buenos Ayres en colaboración con Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Manuel Alberti desde donde se exponían las ventajas del libre comercio. Luego de su desempeño en la Primera Junta fue designado en misión diplomática a Londres pero murió en alta mar a los 33 años de edad.https://f28285fae73b3b8f0bd44e65cbb4fa0a.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
Es importante detenerse en pasajes clave del texto de referencia para luego escarbar en su sentido. Allí el autor señala dos conceptos esenciales, uno referido al librecambio y el otro al endeudamiento público. Respecto a lo primero enfatiza Moreno que “para salir de la antigua miseria […] la necesidad de un libre comercio […] mientras que el apoderado del Consulado de Cádiz implora la santidad de las leyes y los recursos de la autoridad para contener las clandestinas introducciones, pero este lenguaje en boca de un comerciante excita la risa de los que lo conocen […] puesto que esos mismos que tanto declaman por el cumplimiento de las prohibiciones legales introducen clandestinamente gruesas negociaciones.”
Más adelante concluye que “Hay verdades tan evidentes que se injuria a la razón con pretender demostrarlas. Tal es la proposición de que conviene al país la importación franca de los efectos que no produce ni tiene y la exportación de los frutos que abundan […] nada es más conveniente a la felicidad de un país que facilitar la introducción de los efectos que no tiene y la exportación de los artefactos y frutos que produce […] Los que creen la abundancia de los efectos extranjeros como un mal para el país, ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los Estados. Nada es más ventajoso para una provincia que la suma abundancia de los efectos que ella no produce […] El interés que puede más que el celo y que burla fácilmente la vigilancia del gobierno, abrió puertas ocultas por donde han entrado todos los socorros, el contrabando subrogó el lugar del antiguo comercio” (la cursiva es mía).
Como hemos anticipado, la segunda sección de este escrito se refiere a la deuda pública externa al consignar que “Todas las naciones en los apuros de sus rentas han probado el arbitrio de los empréstitos y todas han conocido a su propia costa que es un recurso miserable con que se consuman los males que se intentan remediar.”
Antes nos hemos referido al libre comercio, pero dados los embates del momento insistimos en este asunto crucial. Una de las falacias más recalcitrantes de nuestra época consiste en sostener que es muy bueno para un país exportar y es inconveniente importar, o dicho en otros términos el objetivo debiera ser exportar más de lo que se importa al efecto de contar con un “balance comercial favorable”. Esta conclusión deriva del mercantilismo del siglo XVI que seguía el rastro de las sumas dinerarias, sin percatarse que una empresa puede tener alto índice de liquidez y estar quebrada. Lo importante para valorar la empresa o el estado económico de una persona es su patrimonio neto actual y no su grado de liquidez.
En última instancia, el mercantilismo se resumía en que en una transacción el que gana es el que se lleva el dinero a expensas de quien obtiene a cambio un bien o un servicio. Esto en economía se conoce como el Dogma Montaigne pues ese autor (Michel Montaigne, 1532-92) desarrolló lo dicho en el contexto de la suma cero: “La pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos”, sin comprender que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes ganan y que la riqueza es un concepto dinámico y no estático. El que obtiene un servicio o se lleva un bien a cambio de su dinero es porque valora en más lo primero que lo segundo, lo cual también sucede en valorizaciones cruzadas con el vendedor que valora en más la suma dineraria recibida a cambio.
Lo ideal para un país es que sus habitantes puedan comprar y comprar del exterior sin vender nada, pero lamentablemente esto se traduciría en que el resto del mundo le estaría regalando bienes y servicios al país en cuestión y en nuestras vidas apenas si podemos convencer a nuestros familiares que nos regalen para nuestros cumpleaños. Entonces, reiteramos, lo ideal es contar con el balance comercial más “desfavorable” posible pero las cosas no permiten proceder de esa manera por lo que no hay más remedio que exportar para poder importar o utilizar el balance neto de efectivo como veremos a continuación. El objetivo de un país y el objetivo de cada persona es comprar no vender, la venta o la exportación es el costo de comprar o importar.
Ahora bien, como reza nuestro título, lo relevante no es el balance comercial sino el balance de pagos que siempre está equilibrado en un mercado abierto tanto en un país como en cada persona. Veamos el asunto más de cerca, el balance de pagos significa que los ingresos por ventas o exportaciones son iguales a los gastos por compras o importaciones más/menos el balance neto de efectivo o cuenta de capital. Por ejemplo si una persona o un grupo de ellas (país) recibe en un período determinado ingresos o exportaciones por valor de 100 y sus compras o importaciones en ese mismo período fueron 400 quiere decir que su balance de efectivo o el uso de los capitales asciende a 300: 100 = 400 – 300 o si al ingresar o exportar por 200 sus gastos o importaciones fueron 50 el balance de pagos será 200 = 50 + 150 y así sucesivamente. Nunca hay desequilibrios en el balance de pagos.
Por lo dicho es que Jacques Rueff en su obra titulada The Balance of Payments concluye que “El deber de los gobiernos es permanecer ciegos frente alas estadísticas de comercio exterior, nunca preocuparse de ellas, y nunca adoptar políticas para alterarlas […] si tuviera que decidirlo no dudaría en recomendar la eliminación de las estadísticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado, el daño que siguen haciendo y, me temo, que continuarán haciendo en el futuro”.
Más aún, Rueff en el mismo libro citado dice que para seguir con el absurdo de los razonamientos sustentados en los mal llamados balances comerciales favorables y desfavorables habría que exportar todo y luego “mandar toda la producción nacional al fondo del mar” al efecto de reducir al máximo posible la posibilidad de comprar del exterior. Pero, como queda dicho, el objeto de la venta o exportación es la compra o importación y el tipo de cambio empuja incentivos en una u otra dirección: al exportar baja la relación de cambio respecto a la divisa extranjera lo cual, a su turno, incentiva a la importación pero al importar se encarece la divisa extranjera en términos de la local, situación que frena las importaciones y estimula la exportaciones.
Si alguien dijera que conviene solo exportar y evitar importaciones haría que el valor de la divisa extranjera se desplome con lo cual se frenan las mismas exportaciones que se desean promover. El mercado cambiario regula los brazos exportadores e importadores. Claro que si los gobiernos manipulan el tipo de cambio y las deudas externas gubernamentales sustituyen las entradas genuinas de capital, todo se trastoca.
Si un país fuera absolutamente inepto para vender al exterior y no es capaz de atraer capitales, nada tiene que temer en cuanto a desajustes en sus cuentas externas puesto que nada podrá comprar del exterior.
Pero en el fondo subyace otra falacia de peso y es que los aranceles puede promover la economía local. Muy por el contrario, todo arancel significa mayor erogación por unidad de producto lo cual se traduce en un nivel de vida menor para los locales puesto que la lista de lo que pueden adquirir inexorablemente se contrae. En realidad el “proteccionismo” desprotege a los consumidores en beneficio de empresarios prebendarios que explotan a sus congéneres.
En no pocas evaluaciones de proyectos hay quebrantos durante los primeros períodos que naturalmente se estima serán más que compensados en períodos ulteriores. Entonces si en un emprendimiento se comprueban pérdidas proyectadas durante las primeras etapas, son los empresarios en cuestión los que deben absorber los quebrantos del caso y no pretender endosarlos sobre las espaldas de los contribuyentes vía los aranceles. Y si esos empresarios no cuentan con los recursos suficientes pueden vender el proyecto para participar con otros socios locales o internacionales. A su vez si nadie en el mundo se quiere asociar al proyecto es por uno de dos motivos: o el proyecto es un cuento chino (lo cual es bastante habitual en el contexto de “industrias incipientes” mantenidas en el tiempo) o estando el proyecto bien evaluado aparecen otros más urgentes y como todo no puede llevarse a cabo simultáneamente, deberá esperar su turno o dejarlo sin efecto.
La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos onerosa las operaciones con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.
Este es el progreso. Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en términos reales puesto que ello es exclusiva consecuencia de las tasas de capitalización. Este es el significado de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarían de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarían pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado al comercio que sean sus países de origen.
A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que las cerrazones perjudican especialmente a los países más pobres puesto que el delta en productividad es mayor respecto a los más eficientes. Resulta tragicómico que se sostenga que los referidos tratados deben realizarse entre países iguales, cuando precisamente como en todo comercio la ventaja estriba en la desigualdad puesto que entre iguales no hay nada que comerciar.
Sin duda que si los gobiernos introducen dispersiones arancelarias se crea un embrollo que conduce a cuellos de botella insalvables entre las industrias finales y sus respectivos insumos. El decimonónico Frédéric Bastiat se burla del llamado “proteccionismo” al sugerir que en su época se obligara a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.
Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminaría la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se debe a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie se toma siquiera el trabajo de verificar la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que con capaces de hacer ellos.
Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la aduana se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Hay un dèjá vu en todo esto.
Por último, resumimos en una idea central el asunto de la deuda pública externa al sostener que como ha dicho Thomas Jefferson cuando era embajador en París al recibir la flamante constitución estadounidense. En esa oportunidad escribió en su abundante correspondencia que si hubiera podido introducir una enmienda hubiera sido la de prohibir esa deuda que compromete futuras generaciones que no han participado en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda. En esta línea argumental el premio Nobel en economía James M. Buchanan afinó ese análisis al sostener que es un recurso incompatible con la democracia por esas mismas razones con la pretensión de financiarse con recursos futuros en lugar de circunscribirse a los presentes.
He aquí las argumentaciones iniciadas por personajes como Mariano Moreno que mantienen su vigencia debido a la malsana tendencia a reiterar errores. Es llamativo.