LA NACION La dolarización está logrando muchos adeptos que la consideran un atajo para terminar de inmediato con una inflación desbocada. En un plano similar podría colocarse la convertibilidad, aunque afecta su aceptación el recuerdo del final de la experiencia de su aplicación en nuestro país. Ambas alternativas de reforma monetaria están claramente condicionadas a profundas correcciones macroeconómicas y fiscales. Muchos razonablemente alegan que si estas reformas se concretan sería factible, con mayor gradualidad, llegar a la estabilidad sin aquellas reformas monetarias.
Habían transcurrido dos episodios de hiperinflación cuando la convertibilidad del peso fue introducida en marzo de 1991. Fue acompañada de otras medidas que hicieron posible el uso legal y corriente del dólar. Se avanzó hacia un sistema bimonetario, reconociendo en las formas lo que ya la gente había decidido en los hechos. La convertibilidad estableció reglas estrictas: las reservas debían respaldar la totalidad de la base monetaria en pesos al tipo de cambio de conversión elegido (un peso=un dólar); además las reservas no podían ser utilizadas para pagos por el gobierno ni por el Banco Central, salvo que todo dólar retirado por el gobierno fuera contra la entrega de un peso proveniente de ingresos genuinos. El Banco Central no podía emitir pesos, salvo para entregarlos contra dólares. El Gobierno quedó inhibido de emitir moneda. No lo hizo, pero no llevó a cero el déficit fiscal. Mantuvo un déficit de orden de 2% del PBI que era básicamente el desequilibrio que en los primeros años causó la reforma previsional. Fue financiado con endeudamiento, llevando la deuda pública desde el 35% del PBI en 1993 luego del Plan Brady, al 52% en 1999. Los mercados internacionales reaccionaron retirando el crédito al gobierno argentino, llevándolo a complicadas restructuraciones y al cambio de la fórmula introduciendo el euro. La confianza se derrumbó generando corridas y el abandono de la convertibilidad.
La exigencia inicial de disponer de los dólares suficientes para cubrir la base monetaria es igual tanto para la dolarización como para la convertibilidad. En el primer caso, para canjear de inmediato todos los pesos. En convertibilidad, para asegurar que podrán canjearse. Este es un paso de extrema dificultad para un Banco Central que hoy está operando con reservas netas de libre disponibilidad negativas. Si esto se resolviera, igualmente en ambas alternativas es condición imprescindible que el fisco mantenga plena solvencia, sin caer en el extremo de un endeudamiento que lleve al default o no tener otro camino que emitir para evitarlo.
La dolarización forzosa parecería innecesaria, ya que la convertibilidad tendría los mismos efectos, pero si se llegara a la dolarización completa sería consecuencia de una decisión libre de la gente
La dolarización es forzada, mientras que en la convertibilidad la decisión de dolarizar o pesificar está en manos de la gente. En la convertibilidad, si todos decidieran cambiar sus pesos por dólares, esto sería perfectamente posible porque habría suficientes reservas para ello. En ese caso la economía se dolarizaría por completo y las reservas saldrían del Banco Central y pasarían a la gente. Con dolarización total, el Gobierno solo recaudaría dólares y la capacidad de pagos externos dependerían de su flujo de fondos, y no de la existencia de divisas.
En convertibilidad es totalmente indiferente poseer pesos o dólares. Solo la desconfianza en el mantenimiento de la regla permitiría una diferencia entre la tasa de interés aplicada a ambas monedas. En los inicios de la convertibilidad de los 90 la tasa se mantuvo algo por encima para los pesos. Esto significaba que la gente no confiaba plenamente en el mantenimiento de la regla o que tal vez en alguna medida desconocía su esencia. Tanto el presidente Carlos Menem como el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, expresaron que si el público lo deseare el Banco Central entregaría todas las reservas para quedarse con todos los pesos del sistema, que así quedaría dolarizado. Pero más que argumentos, la confianza se alcanzó mediante la entrega de dólares sin hesitar ante una corrida sobre el dólar sucedida a poco de instrumentada la convertibilidad.
La dolarización forzosa es una decisión de gobierno. Si se llegara a la dolarización completa a través de la convertibilidad, sería consecuencia de una decisión libre de la gente. En cualquiera de ambas alternativas sería imprescindible que se elimine toda duda de que la convertibilidad pueda ser abandonada. Con más razón con la convertibilidad, porque su abandono ya se experimentó en la Argentina. Sería deseable si se intenta repetir la experiencia, que sea una institución internacional la que administre las reservas. El régimen de patrón oro y caja de conversión acompañó las mejores épocas de la Argentina emergente.
Por último, no puede dejar de considerarse una razón de prestigio en favor de la convertibilidad. Una dolarización forzosa significaría incorporarse a la lista de países incapaces de tener moneda propia o compartida, como el euro, y que debieron reemplazarla por la de un país grande y confiable. Esta razón está en la mente de quienes pueden tener responsabilidad frente a la historia.