Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
INFOBAE Este es un tema de gran relevancia pero no siempre es bien comprendido. Todo nace en la mente de alguien, un emprendedor, un visionario, luego se debate en pequeños cenáculos, más adelante como si fuera una piedra tirada en un estanque se van generando círculos concéntricos que se van ampliando lo cual toca audiencias cada vez más amplias hasta que se aplica la idea de modo generalizado. Este proceso se repite en todas las invenciones y creaciones que son el origen de todo lo que nos rodea: la luz eléctrica, los medicamentos, la agricultura, la computación, los transportes, la comunicación, la medicina, la economía, el derecho y la ciencia en general. Es del caso reiterar el célebre dictum de John Stuart Mill en el sentido de que “todas las buenas ideas pasan por tres etapas, la ridiculización, la discusión y la adopción”.
En esta línea argumental hay quienes se consideran “prácticos” y subestiman la teoría sin percatarse que ellos mismos son free-riders de los teóricos que le permiten su practicidad: desde que se levantan hasta que se acuestan están en deuda con las teorías que le permiten recurrir a la heladera, la telefonía, la refrigeración, la vestimenta, el automóvil, vivir en democracia etc etc.
La academia es la productora de ideas que en el proceso antes mencionado se va abriendo paso en la opinión pública lo cual interesa especialmente al político al efecto de recolectar votos. Un político que se dirige a un público hispanoparlante no puede hablar en chino si quiere llegar con su mensaje. Del mismo modo no puede sugerir ideas que su audiencia no comprende de qué se trata, el recorrido desde la academia es inexorable.
Se machaca con razón que “una cosa es la academia y otra la política”. Efectivamente son dos planos bien distintos, en uno se expone y explica la idea y en el otro se la usa para conseguir apoyo electoral. Cuando irrumpe alguien en la política que ha estado en la academia debe agradecerse a sí mismo por haber abierto compuertas.
Desde la perspectiva de la tradición de pensamiento liberal, también la acción política presenta propuestas que son digeribles a la situación por la que atraviesa la opinión pública, lo cual no implica para nada ceder en valores básicos. Se trata de contemplar otras incomprensiones que obligan a acordar. Es decir, las metas clave se mantienen intactas pero hay aspectos que pueden intentarse al máximo pero es comprensible que finalmente se presenten recortados vía negociaciones que si bien tienen un límite son necesarias en este plano. Esto va para todos los programas: se intentan al cien por cien pero finalmente se logra lo que resulta posible dado el estado de comprensión de los distintos fenómenos, se intenta lo óptimo y se ejecuta lo posible, lo cual es naturalmente también aplicable a las relaciones internacionales: hay estados que alientan el totalitarismo pero que se suelen tratar con diplomacia -no con todos- al efecto de facilitar vínculos entre las respectivas poblaciones en cuanto al comercio, el cultivo de las religiones o militancia estatista con apariencia de religión, situaciones que no desconocen el respectivo peligro ni las influencias posibles de lo que va a contramano del respeto recíproco inherente a la sociedad libre. En todo caso lo decisivo en la gestión liberal es mantener el rumbo y lograr un buen balance neto de los resultados, sobre todo cuando hay que desarmar mucho estropicio de gobiernos anteriores a lo que se agregan agresiones de diverso calibre.
Es del caso recordar lo dicho por Albert Einstein en cuanto a que “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos”. En ese sentido, igual que con todas las cosas de la vida, cada cual tiene vocaciones, talentos e inclinaciones diferentes. En mi caso particular, no me atrae para nada la política ni me considero capacitado para ello, del mismo modo que hay políticos del todo incompetentes para el mundo intelectual. También irrumpen de vez en cuando en la escena política personajes entrenados y preparados en la academia pero se ven circunstancialmente encajados en el mundo político y en algunos pocos casos lo hacen con maestría en distintos cargos y ramas de gobierno como ha sido el caso de Jacques Rueff en Francia, Ludwig Erhard en Alemania, Vaclav Havel en la República Checa, Ron Paul en Estados Unidos y ahora el mundo con grandes esperanzas tiene puestos los ojos en Javier Milei para evaluar su gobierno.
En otros términos, en el contexto republicano la academia y la política se necesitan recíprocamente, en un plano se conciben las ideas y en otro se llevan a la práctica. Todos los grandes intelectuales han destacado este rol fundamental de uno y otro campo, por ejemplo, entre muchos otros. lo ha subrayado Wilhelm Röpke. La diferencia de los dos planos en modo alguno significa que el académico deba aflojar y renunciar a su misión trascendental, por el contrario siempre debe subir la vara y apuntar alto.
Como queda expresado, los llamados prácticos no son más que aquellos que se suben a la cresta de la ola ya formada por quienes previa y trabajosamente la concibieron. Los que se burlan de los teóricos no parecen percatarse que en todo lo que hacen son deudores de ellos, pero al no ser capaces de crear nada nuevo se regodean en sus practicidades. Todo progreso implica correr el eje del debate, es decir, de imaginar y diseñar lo nuevo al efecto de ascender un paso en la dirección del mejoramiento. Al práctico le corren el piso los teóricos sin que aquel sea para nada responsable de ese corrimiento.
El premio Nobel Friedrich Hayek ha escrito que “Aquellos que se preocupan exclusivamente con lo que aparece como práctico dada la existente opinión pública del momento, constantemente han visto que incluso esa situación se ha convertido en políticamente imposible como resultado de un cambio en la opinión pública que ellos no han hecho nada por guiar.” La práctica será posible en una u otra dirección según sean las características de los teóricos que mueven el debate. En esta instancia del proceso de evolución cultural, los políticos recurren a cierto tipo de discurso según estiman que la gente lo digerirá y aceptará. Pero la comprensión de tal o cual idea depende de lo que previamente se concibió en el mundo intelectual y su capacidad de influir en la opinión pública ordenada y gradualmente a través de sucesivos círculos concéntricos y efectos multiplicadores desde los cenáculos hasta los medios masivos de comunicación.
En todos los órdenes de la vida, los prácticos se aprovechan de los teóricos. Esta afirmación en absoluto debe tomarse peyorativamente puesto que todos usufructuamos de la creación de los teóricos. La inmensa mayoría de las cosas que usamos las debemos al ingenio de otros, incluso prácticamente nada de lo que usufructuamos lo entendemos ni lo podemos explicar. Por esto es que el empresario no es el indicado para defender el sistema de libre empresa porque, como tal, no se ha adentrado en la filosofía liberal ya que su habilidad estriba en realizar buenos arbitrajes (y, en general, si se lo deja, se alía con el poder para aplastar el sistema), el banquero no conoce el significado del dinero, el comerciante no puede fundamentar las bases del comercio, quienes compran y venden diariamente no saben acerca del rol de los precios, el telefonista no puede construir un teléfono, el especialista en marketing suele ignorar los fundamentos de los procesos de mercado, el piloto de avión no es capaz de fabricar una aeronave, los que pagan impuestos (y mucho menos los que recaudan) no registran las implicancias de la política fiscal, el ama de casa no conoce el mecanismo interno del microondas ni de la heladera y así sucesivamente. Tampoco es necesario que esos operadores conozcan aquello, en eso consiste la división del trabajo y la consiguiente cooperación social. Es necesario sí que cada uno sepa que los derechos de propiedad deben respetarse para cuya comprensión deben aportar tiempo, recursos o ambas cosas si desean seguir en paz con su practicidad y para que el teórico pueda continuar en un clima de libertad con sus tareas creativas y así ensanchar el campo de actividad del político o en general del práctico.
Si se desea alentar el progreso debe enfatizarse la importancia del trabajo teórico y el idealismo, y no circunscribirse al ejercicio de practicar lo que ya es del dominio público. Por ello resulta tan estimulante el comentario de George Bernard Shaw cuando escribe que “Algunas personas piensan las cosas como son y se preguntan: ¿por qué? Yo sueño cosas que no son y me pregunto: ¿por qué no?”.
En política se suele decir que no resulta posible aplicar lo que aun no se ha entendido, por ende debe conformarse con una dosis menor de lo que resulta mejor lo cual para nada significa bajar el standard de lo que se estima es óptimo solo que resta tiempo para “educar al soberano”. Esa es la gran faena de los intelectuales: correr el eje del debate de los políticos vía la previa influencia en la opinión pública.
En este contexto resulta de gran interés subrayar la capacidad y unicidad de cada persona al efecto de desarrollar sus potencialidades en busca del bien y así contribuir a la formación de teorías adecuadas para ponerlas en práctica. Lo extraordinario del ser humano es que cada uno es único e irrepetible en el cosmos.
Entonces, aquellas condiciones únicas, aquellos talentos, vocaciones y potencialidades que son característica exclusiva de cada uno, deben desarrollarse para ser esa persona especial que cada uno es. En la medida en que el hombre renuncia al cultivo de sus condiciones particulares en dirección a la excelencia para asimilarse a lo que piensan, dicen y hacen otros, está, de hecho, abdicando de su condición natural para convertirse en una impostura humana. El hombre masificado es, en definitiva, un aglomerado sin perfil propio, es un conjunto amorfo e indistinguible del grupo.
Esta renuncia a ser propiamente humano, esta falsificación de nuestra naturaleza, esta grosera adulteración de la única especie conocida que posee el atributo de ser libre, conduce por lo menos a tres efectos que colocan al hombre en el subsuelo más sórdido y lastimoso que pueda concebirse. En primer lugar, se pierde a sí mismo y, por ende, no saca partida de sus potencialidades en busca del bien y, de este modo, amputa sus posibilidades de crecimiento y realización personal. En segundo término, priva a sus semejantes de disfrutar de aportes y contribuciones que reducen el espacio para la cooperación social recíproca. Y, por último, al fundirse en el conjunto, estos sujetos se embarcan en andariveles que conducen a la búsqueda del común denominador: a lo más bajo y embrutecedor, a las frases hechas, al acecho de enemigos, a la envidia y el resentimiento para con lo mejor, a la ausencia de razonamientos, a los cánticos agresivos, en suma, a la barbarie que siempre capitalizan los megalómanos sedientos de poder, todo lo cual, de más está decir, constituye un peligro manifiesto para la privacidad de quienes conservan un sentido de autorespeto y dignidad.
En La psicología de las multitudes, Le Bon escribe que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”. Cuando mencionamos a Ortega en esta nota, naturalmente teníamos en mente La rebelión de las masas, pero, a nuestro juicio, los mejores escritos de este filósofo se encuentran recopilados en El hombre y la gente. Allí dice que “La gente es nadie […] Hoy se diviniza lo colectivo […] la sociedad, tiende cada vez más a aplastar al individuo, y el día que pase esto habrá matado la gallina de los huevos de oro”.
Desde la más tierna infancia, muchas son las personas que reciben un insistente adoctrinamiento para huir de la idea de ser distinto y se inculca hasta el tuétano la necesidad de parecerse al otro. Se crea así un complejo que aleja las posibilidades de sobresalir y se crea un acostumbramiento a mantenerse a toda costa en la media.
En gran medida nos encontramos con que hay la obsesión por aparecer “ajustado” a las conductas y pensamientos de los demás, por tanto, a convertirse en un hombre impostado que, a fuerza de imposturas, se transforma en los demás. Esa es la raíz de las crisis existenciales: la pérdida de identidad. John Dos Passos -uno de los novelistas estadounidenses más destacados del siglo veinte- sugiere que se “consulte hoy a cualquier sociólogo sobre el significado de la felicidad en el contexto social y seguramente responderá que significa ser ajustado”. La felicidad ya no sería la plena realización, sino la uniformidad con los otros y en dejarse arrastrar y devorar por el grupo en caída libre a un bulto inidentificable, antihumano y degradado. El hombre así se convierte en una caricatura grotesca, como decimos, en una lamentable impostura que amputa la posibilidad de explorar otras teorías.
En este cuadro de situación resulta de inmensa relevancia prestar debida atención a lo estipulado por Peter Drucker: “Nada hay más práctico que una buena teoría”. De más está decir que si la teoría es equivocada los resultados serán malos, de lo que se trata es de debatir ideas en la comprensión que el conocimiento no es un puerto sino una permanente navegación en la que sus tripulantes están siempre atentos a nuevos paradigmas.