Poder y privilegios: una nota desde el liberalismo

CATO Constanza Mazzina dice que es la empatía lo que constituye el sustento al liberalismo, distinguiéndose el individuo por el respeto que le damos al otro, especialmente si ese otro es desconocido.

Es un lugar común definir al liberalismo desde su aporte y contenido a la economía: la competencia, el libre mercado, la propiedad privada. También desde el punto de vista político, allí están el estado limitado, las libertades individuales, los frenos y contrapesos. Todo ello, desde el homo economicus al zoon politikon, olvidan el aspecto que subyace, que hace posible, y que da sustento a la teoría. El liberalismo es primero un conjunto de valores, de principios, una ética que nada tiene que ver ni con el conservadurismo ni con el comunitarismo rawlsiano. El individuo es, primero, un ser moral.

Fue el mismo Adam Smith, padre del liberalismo, quien exploró la dimensión moral y ética del individuo en su obra La teoría de los sentimientos morales (1759) antes de escribir La riqueza de las naciones (1776). El individuo es, para Smith, un hombre gentil, que combina virtud y razón. La virtud se manifiesta en la moderación, la justicia y la beneficencia, mientras que la razón guía las decisiones y acciones. Este individuo ideal es capaz de equilibrar sus intereses personales con el bien común. Smith destaca la simpatía como una característica esencial del gentleman. La capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás es fundamental para construir relaciones armoniosas y justas. Esta empatía permite al individuo tomar decisiones que beneficien a la sociedad en su conjunto, el egoísmo no es un aspecto negativo del ser humano, si se conjuga con la empatía. El individuo liberal es un sujeto amable con los otros, no prepotente y, sobre todo, que pide y ofrece igualdad de trato. La igualdad de trato toma forma en la vida cotidiana en aquella máxima de igualdad ante la ley. Sin distinciones, sin preferencias, pero también, sin privilegios. El liberal rechaza los privilegios, tal como indicaba Smith en sus obras. Las consecuencias de las relaciones basadas en privilegios las conocemos hasta el hartazgo, ya que limitan la competencia –en todo, desde emprendedores a intelectuales– y fomentan la ineficiencia –aquí agregue el lector el ejemplo que elija ya que el mundo rebosa de ellos.

El gentleman es consciente y responsable de sus acciones y sus consecuencias, y actúa de manera que respete los derechos y libertades de los demás. Es así, entonces, que el liberalismo tiene una rica dimensión moral que se enfoca en la protección de la libertad individual. Algunos aspectos clave son: 1) el respeto a la autonomía –el liberalismo defiende la autonomía individual, considerando que cada persona tiene el derecho a tomar decisiones sobre su vida y destino. Esto implica respetar la libertad de elección y acción, siempre que no se dañe a otros; 2) la igualdad y la justicia –la igualdad ante la ley y la justicia son pilares morales del liberalismo. Todos los individuos deben ser tratados con igualdad y respeto, sin discriminación por raza, género, religión o condición social. Esto supone la igualdad entre gobernantes y gobernados, y borra todo privilegio que pueda surgir de ello; 3) los derechos humanos –el liberalismo enfatiza la protección de los derechos humanos fundamentales, como la libertad de expresión, reunión y asociación. Estos derechos son inherentes al individuo (y cuidado, son universales) y hacen posible el desarrollo de muchos aspectos aquí sintetizados; 4) la tolerancia y el pluralismo –la tolerancia y el pluralismo son valores morales esenciales en el liberalismo. Se reconoce que la diversidad de creencias, opiniones y estilos de vida enriquece la sociedad y fomenta el progreso.

La reciente obra de Giuliano da Empoli da cuenta de la importancia de los privilegios antes, durante y después del comunismo soviético. El mago del Kremlin destaca “En Rusia lo único que cuenta es el privilegio, la proximidad al poder, todo lo demás es secundario. Era así en los tiempos del zar y lo fue mucho más durante los años comunistas”. Y sentencia: “El privilegio es lo contrario de la libertad, más bien una forma de esclavitud“. Tan orwelliano como la máxima del autor que reza “todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Por eso, privilegios y liberalismo no se conjugan. Y, como notaba Bastiat en el siglo XIX, el estado es el gran orquestador de privilegios. La desconfianza del liberalismo al estado, al poder, es una consecuencia lógica de ese rechazo visceral (y moral) a los privilegios.

Nuestros tiempos están marcados por el atropello, la prepotencia, la falta de respeto y la falta de empatía. Nos distinguimos como individuos por el respeto que le damos al otro, no al amigo, sino al desconocido. La gentileza del tiempo. Allí se encuentra la ética de la libertad.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 2 de diciembre de 2024.

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