POR ENRIQUE KRAUZE
[S]e reproducen aquí las palabras que el periodista y escritor mexicano pronunció en la reunión de la Sociedad Americana de Prensa, celebrada en Cádiz, del 20 al 23 de este mes
La libertad de expresión arraigó tardíamente en el orbe hispano. Nuestra tradición era otra, no una plaza pública, sino una fortaleza cerrada a la disidencia y a la crítica. A fines del siglo XVIII, la libertad de expresión comenzó a tocar las puertas de esa fortaleza. Y las tocó hasta derribarlas, hace doscientos años, cuando el ansia histórica de libertad acuñó en España el sustantivo “liberal” y fraguó, justo aquí, en Cádiz, la Constitución que llevó ese nombre y ese espíritu. Espíritu y nombre que pasaron a la América hispana para animar el nacimiento de los primeros diarios independientes, para constituir las primeras repúblicas y fincar una nueva tradición política que ha atravesado dos siglos y que sigue siendo el fundamento mejor de nuestra amenazada civilización.
Las dictaduras militares del siglo XIX en Hispanoamérica abominaron de la libertad de expresión, y no les faltaban razones. Ante ellas se alzó siempre la prensa liberal, con sus feroces caricaturas, sus sonetos satíricos, sus incendiarios artículos y sus grandes prosistas. Periodistas y escritores públicos fueron todos: Alberdi, Montalvo, Sarmiento, Mora, González Prada, Martí. Muchos sufrieron cárcel y ostracismo, otros la muerte misma. Pero persistieron en su vocación de libertad.
Con el arribo del siglo XX, la libertad de expresión se consolidó en los países de más honda vocación democrática, como Chile, Costa Rica, Uruguay la propia Colombia, entre otros. Ahora mismo, en varios países nuestros circulan periódicos que han cumplido hasta un siglo y medio de existencia ininterrumpida. Esos diarios históricos son monumentos vivos a la libertad en tiempos de confusión, manipulación y mentira.
Y es que el siglo XX trajo también la novedad de la radio y la rebelión de las masas, y del contacto entre ambas surgió un nuevo género de dominación que no partía sólo de la fuerza de las armas sino del carisma trasmitido masivamente mediante un micrófono, para propagar la verdad oficial, la verdad que cancelaba todas las otras verdades. Quizás el primer trasplante latinoamericano de ese nuevo género de dominación fue el de Juan y Eva Perón, líderes populistas que se sentían llamados por la Providencia para redimir al pueblo. Una sola fuerza se les oponía, la que representaba no la verdad única, sino la verdad objetiva. Y esa fuerza era la libertad de prensa. Por eso la combatieron.
Aquel experimento argentino fue un juego de niños comparado con el inverosímil Fidel Castro. Antes del triunfo de la revolución, los grandes periódicos de Cuba cubrían un espectro amplio, desde la visión católica hasta la liberal y socialista. Más tarde, dejada al arbitrio del infalible comandante, la opinión pública en Cuba languideció hasta casi morir, porque al privar a los ciudadanos de la libertad de prensa se les privaba también de los medios elementales para comparar realidades y formar juicios propios. El líder se convertía él mismo en la agencia de noticias, la nota editorial, el intérprete del mundo, el periódico del día. El daño provocado a varias generaciones ha sido devastador y profundo, pero no irreversible. Repararlo será tarea urgente para nosotros, los escritores y periodistas libres de América latina.
Tampoco las dictaduras militares que han plagado al continente fueron, en absoluto, tolerantes con la prensa libre. Todo lo contrario. En Chile y la Argentina, los generales genocidas reprimieron ferozmente a los disidentes, cerraron diarios, torturaron y mataron periodistas. Ahora Chile goza de una libertad de expresión irrestricta y una prensa moderna, pero la Argentina parece haber vuelto a los tiempos en los que las opiniones distintas o adversas a la Casa Rosada debían acallarse o suprimirse. Se trata de una involución absurda -la censura en tiempos del Twitter-, pero también trágica, porque el populismo parece haber inoculado en muchos argentinos la servidumbre más triste, la servidumbre voluntaria.
La situación argentina lleva a un fenómeno más amplio, presente en Ecuador, Bolivia, Nicaragua y sobre todo en Venezuela. Estos regímenes no son dictaduras abiertas ni totalitarias. Son regímenes populistas. Pero no nos engañemos: el populismo es una antesala de la dictadura, una adulteración de la democracia cuyo designio final es ahogar por asfixia a la democracia. El populista busca establecer un vínculo directo con el pueblo, por encima, al margen o en contra de las instituciones, las libertades y las leyes, y su vehículo específico es el micrófono en la plaza pública, la radio y la televisión.
Todo el edificio del populista se caería si se cae su remedo de verdad, por eso su enemigo número uno es la prensa libre. El caso de Chávez es paradigmático. No cerró diarios históricos pero sí expropió a la empresa independiente RCTV, ha perseguido a Globovisión y ha gastado recursos inimaginables en la hipnótica promoción de su imagen bolivariana y mesiánica. Con todo, en ese ambiente de hostilidad, la libertad de expresión sobrevive en diarios como El Nacional, en revistas como Tal Cual . Pronto quizá, como en el caso de Cuba, los venezolanos despertarán a la realidad objetiva que no es la fantasiosa realidad que les ha trasmitido su taumaturgo. Ojalá la familia venezolana enfrente esa verdad con entereza y tolerancia. Y ojalá se reconcilie consigo misma.
En Ecuador, el presidente Correa ha demandado por difamación al periódico El Universo y ha aparecido en fotos destrozando un ejemplar con sus poderosas manos. Se trata de un desplante populista y un acto simbólico: en la dictadura que sueña, Correa destrozaría moral y aún físicamente a sus opositores. Frente al conflicto específico de un diario que critica con severidad y hasta con saña a un gobernante, la Suprema Corte de Justicia en México ha venido legislando de manera ejemplar. El argumento principal para sostener el derecho a la libertad de expresión es la relevancia pública del protagonista, en este caso del gobernante. A más relevancia, mayor la necesidad pública de conocimiento, información y crítica, así sea ésta severa o injusta. “Estas son -ha dicho la Corte- las demandas de una sociedad plural, tolerante y abierta, sin la cual no existe una verdadera democracia.”
En México ha aparecido un poder que actúa en la impunidad y la sombra, que no tiene ideas ni ideales, sólo intereses e instintos criminales, y que por su naturaleza no tolera estar sujeto a ningún escrutinio. Es el poder del narcotráfico y el crimen organizado. El problema es de México, pero no sólo de México. Es de América latina, de Estados Unidos y del mundo. Nos enfrenta de nueva cuenta al Mal absoluto de que hablaba Hannah Arendt. En algunas regiones de mi país, el periodismo se ha vuelto una actividad no sólo riesgosa sino imposible. En los viejos tiempos del PRI, por conveniencia o miedo, un sector de la prensa se autocensuraba, pero ahora, en un México democrático, hay periodistas que deben optar por el silencio o la muerte. Y sin embargo, muchos de ellos siguen cubriendo la realidad, como reporteros enviados al infierno.
A doscientos años de la Constitución de Cádiz, nuestros diarios tienen, pues, varias tareas pendientes: restituir el ejercicio de la libertad ahí donde ha sido conculcado, defenderlo donde está amenazado, pero también enriquecerlo con un sentido ético, para que nunca supedite la honesta búsqueda de la verdad a los intereses materiales. El “Cuarto poder” también debe estar abierto al escrutinio público y a la crítica.
España y América han recorrido un largo camino en defensa de la libertad. Y la prensa -que nos convoca ahora- ha sido una protagonista central en esa hazaña. Por eso comprenderán ustedes la emoción que siento -como escritor liberal, como editor liberal- en estar aquí, en este marco histórico, en este aniversario. Creo que la buena prensa es una misión. Creo en el periódico nuestro de cada día, esa flor de tinta y papel que muere y renace la mañana siguiente, ese emblema de conocimiento y crítica. Creo también en la noble tradición de las revistas de ideas como la Revista de Occidente , que nos enseñó a pensar con vuelo y con rigor. Y por eso recibo con sincero agradecimiento este Premio Chapultepec 2012 que otorga la Sociedad Interamericana de Prensa. Me compromete a honrarlo, sirviendo al único dogma que admite la crítica de sí mismo: el dogma de la libertad. Muchas gracias.