Skip to main content

Calidad Institucional

El papa Francisco, los pobres y el capitalismo

Por Aldo Abram, Director Ejecutivo, Libertad y Progreso. La actitud personal y el mensaje del papa Francisco incentivaron un generalizado interés y una gran atracción en muchos católicos que se hallaban alejados de la Iglesia. Dentro de su prédica, resulta muy valiosa la aclaración de que la Iglesia es santa porque viene de Dios, pero que a la vez está conformada por pecadores. Dios creó al hombre libre y, por ende, sería un error pensar que, por pertenecer a la Iglesia, una persona se vuelve automáticamente santa. La santidad es una actitud de vida y una decisión que se renueva a cada instante. Así se explica que en la historia del catolicismo haya habido aberraciones, como la Inquisición y los abusos sexuales. Lo importante es que más allá de que los que la construyen día a día son hombres, con sus defectos y virtudes, la Iglesia sigue siendo un camino de salvación para quienes optan por continuar perseverando en él.

pppapa

El análisis anterior vale también para reflexionar sobre el concepto de "capitalismo salvaje". Son personas imperfectas y con intereses diversos las que instrumentan y rigen los sistemas políticos y económicos; por lo que no puede esperarse que estos últimos sean perfectos, sino sólo que funcionen lo mejor posible. A nadie se le ocurriría medir las bondades de la democracia analizando su evolución en Venezuela, Cuba o Corea del Norte. El resultado en la mayoría de los países que la aplicaron permite afirmar que es el mejor sistema posible para designar y cambiar los gobiernos; lo que no quita que, por problemas culturales o de debilidad institucional, a veces derive en autoritarismos elegidos.

Con el capitalismo pasa lo mismo. No se lo puede medir por los efectos de las crisis, que son el resultado de errores humanos de política económica. Con el aprendizaje se podrán disminuir las chances de repetirlos a futuro, pero no se podrá evitar que surjan nuevas equivocaciones. Hay que medirlo en el tiempo. Nunca, como en el último siglo, se ha logrado sacar a tanta gente de la pobreza y eso siempre ha sucedido en regiones donde se ha tendido a incorporar reglas de juego de mercado, como es el caso del sudeste asiático hoy. Contra todos los pronósticos, a pesar de que la población crece a mayor ritmo del previsto, la producción de alimentos creció mucho más aceleradamente aún. Esto se dio en el marco del capitalismo y, no es casualidad que, en los países donde no rige o lo hace en un contexto populista sea donde persisten los mayores porcentajes de miseria y escasez.

El capitalismo ha demostrado ser el sistema más eficiente para aumentar las oportunidades de progreso. Siempre que se base en reglas de juego claras y generales; dé libertad para crear y trabajar o incluso para equivocarse; se asegure el respeto de los derechos de los ciudadanos, y premie al que mejor sirve al prójimo con sus productos o servicios, no a quien el funcionario de turno considere que hay que privilegiar.

Ningún sistema económico o político debe basarse en gobernantes iluminados que se consideren con derecho a ordenarles a otros cómo tienen que vivir o qué deben hacer. Dios nos hizo libres a pesar de saber que nuestros defectos y errores podían alejarnos de él. ¿Desde cuándo un funcionario, por votado que haya sido, puede arrogarse el derecho a avasallar esa libertad, aun cuando argumente que es para nuestro bien? Que algunos representantes de religiones pretendan que los sistemas políticos y económicos impongan por la fuerza lo que ellos no han sabido conseguir a través de su prédica ha traído y sigue generando grandes tragedias. Basta con observar las consecuencias del accionar de los movimientos fundamentalistas en el mundo.

Pedirle al capitalismo que sea bueno no tiene sentido, como tampoco lo tiene exigirle a la democracia que lo sea. Es la gente la que moldea los sistemas políticos y económicos; por lo que dependerá de sus principios y de sus valores, lo que nos lleva de nuevo a la Iglesia.

Hace bien el papa Francisco en salir a buscar a los católicos y a los que no lo son, a los que se consideran buenos y a los pecadores. La principal función de la Iglesia es enseñar cuál es el camino hacia Dios. Cuáles son los principios y valores que nos acercan a él. Así, si se logra que cada vez más personas compartan principios como el respeto por el otro y su libertad, la tolerancia y la caridad, tendremos democracias y capitalismos que funcionarán mejor. Así, conseguiremos que la libertad y las oportunidades de progreso económico abarquen a cada vez una mayor proporción de los habitantes del mundo. También, lograremos que otra prédica del papá Francisco se haga realidad: la necesaria disminución de la pobreza, pero a través del trabajo digno y no del asistencialismo eterno, que transforma a la persona en dependiente de quien lo da.

*PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN, DOMINGO 10 DE NOVIEMBRE DE 2013.
  • Visto: 14

El manicomio argentino visto desde fuera

Naturalmente, voy a hablar de Perón, del peronismo y de Argentina, pero llegaré al tema dando un rodeo a través de Cuba. Suelo hacerlo. Siempre juzgamos la realidad desde nuestra experiencia. Es imposible sustraerse a ella. También advierto que, a estas alturas, el peronismo es un fenómeno casi incomprensible. Churchill calificó a Rusia como “un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Si se hubiera atrevido a definir al peronismo hubiese dicho algo parecido.

Comienzo.

En 1959 yo tenía 15 años y vi a Fidel Castro entrar triunfalmente en La Habana. Lo conocía desde niño y lo había visto, esporádicamente, porque había sido amigo de mi familia, pero entonces sentía por él más curiosidad que admiración. La fascinación llegó después del triunfo y duró poco. Como casi toda Cuba, me entusiasmé con el personaje. Pensé que era el líder que la Isla necesitaba para terminar con la corrupción y los bolsones de pobreza que existían en el país.

Pero acaso en el proceso de seducción, que casi toda Cuba sufrió, lo más importante fueron las formas. Fidel era un político diferente. No sólo había derrotado a un ejército regular con un puñado de guerrilleros, hazaña que revelaba tanto su audacia militar como de la desmoralización increíble de las fuerzas de Batista, sino que, encima, llegaba al poder con un halo casi religioso de invencibilidad.

Era el Mesías. El que había venido a salvarnos. Las revistas le dedicaban portadas en las que la cara de Fidel, nimbada por una nubecilla celestial, recordaba la más difundida imagen de Cristo. Además, descendía de la Sierra Maestra, su Olimpo, con un atuendo especial. En su aventura guerrillera había construido un personaje, el Fidel Castro de barba, uniforme verde oliva y pistola al cinto, y lo habitaría durante casi medio siglo hasta que lo vencieron los problemas intestinales y sustituyó el traje de militar por un curioso mono deportivo, transformación que tal vez contiene un sutil mensaje subliminal: el personaje había muerto y emergía la persona al final de su vida. Eso sí, la barba no se la afeitaba porque carecía de quijada. (“Dios le da barba al que no tiene quijada”, decía el refrán en un sentido figurado que en este caso encajaba en la realidad).

En todo caso, en aquellos tiempos, y durante décadas, el personaje hablaba e improvisaba múltiples horas sobre lo humano y lo divino. Dictaba cátedra de economía, de geopolítica, de historia, de agricultura. Gozaba haciendo alarde de su omnisapiencia. Parecía dominar todos los saberes. Tenía respuestas para todo. No conocía la duda ni la vacilación. Estaba dispuesto a guiar hacia la gloria al pueblo cubano, y luego al resto del tercer mundo, aunque fuera con la punta de la fusta.

Entonces, y por un corto tiempo, no me molestó su magnetismo animal, para utilizar la curiosa expresión de Mesmer, ni su incontrolable verborrea, acompañada por una gesticulación exagerada que incluía el  movimiento enérgico de los brazos y muecas diversas con las que expresaba cólera, júbilo, reto, a ratos humildad, ferocidad, como si fuera dueño y señor del registro total de las emociones humanas, exhibidas sin el menor pudor.

¿Prevalecía algún sentimiento en aquellos maratónicos discursos? A mi juicio, la intimidación. Fidel era la representación viviente de Júpiter Tonante. Su voz, a veces disfónica, con un dejo adolescente y cierta entonación de la zona oriental de Cuba, le servía para lanzar truenos, rayos y centellas. Enseguida, millones de cubanos comenzaron a amarlo y a temerlo simultáneamente. Algo tenía de enojado profeta bíblico.

A los pocos meses comenzaba a ver las cosas de otra manera. De forma progresiva, con cierta rapidez, cambiaron totalmente mis percepciones. Recuerdo que ya en esa época, habitualmente, llamábamos a Fidel “el Loco”. Quien  utilizaba ese apelativo con más gracia era Pedro Luis Boitel, el líder estudiantil del “Movimiento 26 de Julio”, condenado a prisión, quien años más tarde moriría en la cárcel tras una dolorosa huelga de hambre en la que protestaba por los maltratos que recibían él y sus compañeros. Aunque exagerado, porque Fidel no era un loco en el sentido estricto de la palabra, era un buen sobrenombre. Aquellos ademanes de Fidel, que me habían impresionado, no reflejaban la personalidad de un líder extraordinario, pero benéfico, sino de alguien profundamente perturbado.

Al llegar al exilio en el otoño de 1961, cuando analizaba el contenido de sus discursos, no encontraba una sola idea original. La distancia había modificado las percepciones. Todo lo que decía eran interpretaciones arbitrarias de la realidad pasadas por su tamiz ideológico marxista-leninista, banalidades, iniciativas absurdas y lecturas tontas de la historia. ¿Cómo era posible que semejante sujeto alguna vez me hubiera cautivado, y conmigo a casi todos los cubanos?

Me imagino que una sensación parecida debe ocurrirles a los alemanes cuando hoy ven y escuchan los iracundos discursos de Hitler, llenos de furia y ruido, o a los italianos de nuestros días, tan justamente escépticos con sus líderes, al enfrentarse a los viejos documentales de Mussolini en la tribuna, donde Il Duce se ve con los brazos en jarra y visajes de loco, quejándose de los italianos o prometiendo una Italia tan grande como su glorioso pasado.

En definitiva, de mi lección cubana aprendí que había vivido en una violenta fantasía en la que los árboles no me dejaban ver el bosque. No tenía edad ni distancia crítica para darme cuenta de que aquella desquiciada realidad no era normal. Tuve que exiliarme y radicarme en sociedades serenas para advertir que Cuba, realmente, era un gran manicomio dirigido por el mayor de los “locos”. A partir de entonces, cuando observo o analizo sociedades o naciones peculiarmente gobernadas no puedo evitar preguntarme si no tendrán, también, un elemento de irracionalidad que las domina.

Ahora, tras ese largo disclaimer, llegó el momento de acercarnos a la Argentina peronista y preguntarnos si, efectivamente, el país participa de esa atmósfera de enajenación que se observa en lo que llamo sociedades-manicomios.

Argentina

General_Peron

No hay duda de que existe algo extraño en la conducta política de los argentinos.  ¿Hay algún parlamento en el mundo en el que los diputados se pongan de pie para saludar, emocionados y felices, la declaración de insolvencia o default?Naturalmente, no era la primera nación del planeta que se declaraba insolvente, pero acaso la única que había asumido esa desgracia como una hazaña patriótica de la que se enorgullecían.

Cuando uno llega a Argentina, suele escuchar, una y otra vez, hasta la fatiga, la historia triunfante del país creado a partir de 1853, cuando derriban a Rosas y se proclama una nueva constitución liberal surgida de las ideas de Juan Bautista Alberdi. Entre esa fecha y el 1930, cuando los militares dan un golpe contra el presidente legítimo, Hipólito Yrigoyen, Argentina se convirtió en una de las naciones más desarrolladas del planeta. Creo que la sexta o séptima, por encima de Australia, dato que se refleja en la espléndida Buenos Aires que todavía nos queda, la mejor de las capitales latinoamericanas.

No me corresponde a mí, que no soy experto en la historia de ese país, tratar de explicar por qué aquellos argentinos liquidaron un modelo de Estado que, pese a todos los naturales problemas de una sociedad compleja, había dado espléndidos resultados en medio de la asimilación de millones de inmigrantes europeos, pero me parece sensato repetir el viejo dictum norteamericano:  If is not broke, don´t fix it. Si algo no está roto, no lo arregles.

El primer contacto más o menos directo con el peronismo lo tuve a principios de los años setenta en Madrid. Fue con Jorge Antonio, un amigo íntimo y asesor financiero de Perón. Me interesaba mucho tratar de entender cómo un exiliado con casi dos décadas de extrañamiento, aislado en una mansión madrileña, podía seguir siendo el eje de los acontecimientos políticos de su país.

El expresidente vivía en Puerta de Hierro con su esposa María Estela y la casa, según me contara Jorge Antonio –quien me pareció una persona agradable y muy inteligente—era visitada constantemente por José López Rega, a quien creo que ya le apodaban “el Brujo”. Mi impresión es que Jorge Antonio no los quería demasiado. Tal vez les parecían una influencia negativa en el entorno de Juan Domingo Perón.

La historia que entonces me hizo me preocupó. Parecía sacada de un episodio de “La familia Adams”, una popular serie cómica de esa época basada en chistes y situaciones de ultratumba. Según Jorge Antonio, el ataúd con los restos de Evita Duarte, la primera esposa de Perón, estaba en el garaje, lo que ya era bastante sorprendente, y María Estela se acostaba sobre él para recibir los efluvios mágicos y el carisma de la popular señora, muerta de cáncer en la plenitud de su vida y en la cima de su influencia.

Si la anécdota era cierta, ¿cómo podía tomarse en serio a un dirigente político que participaba o permitía un comportamiento tan irracional en su propia casa? Esa extraña idolatría a los muertos ¿no descalificaba a su líder ante los ojos de los argentinos? La tolerancia con la corrupción o con el autoritarismo era lamentable, pero ¿no resultaba peor aceptar que “el Jefe” vivía en medio de una atmósfera fantasmagórica dominada por los espíritus, como si fuera una novela de Isabel Allende, la gran escritora chilena? Tampoco me gustaba la letra del himno peronista, especialmente el estribillo laudatorio: “¡Perón, Perón, que grande sos! ¡Mi general, cuanto valés! ¡Perón, Perón, gran conductor, sos el primer trabajador!”.

No sólo Perón vivía en un ambiente irracional de culto a los muertos, sino estimulaba la existencia del caudillismo más nocivo y delirante, como si él fuera la encarnación de la patria. Si Perón tenía de sí mismo esa visión mesiánica bordeaba la sinrazón, pero si no la tenía y actuaba como si la tuviera, estábamos en presencia no del primer trabajador, sino del primer manipulador.

Aquella pícara anécdota contada a varios periodistas, y entre ellos a Plinio Apuleyo Mendoza, sobre el carácter plural de una sociedad en la que había, como en todas, conservadores, liberales, radicales, socialistas, comunistas o democristianos, pero en la que todos acababan siendo peronistas, traslucía el hecho enfermizo de un pueblo en el que acaso la mayoría había abdicado de la función de razonar independientemente, depositando en el caudillo la facultad de pensar.

Peor todavía: la influencia del caudillo podía transmitirse en forma de herencia. Evita llegó a ser una figura icónica porque era la mujer de Perón. Pero luego el fenómeno se propagó aún más peligrosamente cuando una mayoría de argentinos aceptó felizmente el liderazgo de su viuda María Estela. ¡Bastaba con haber compartido el lecho de Perón para convertirse en la cabeza del país! ¿Se quiere un síntoma mayor de desquiciamiento colectivo?

Simultáneamente, resultaba muy imprecisa la influencia ideológica de Perón sobre los argentinos. Era evidente una primera impronta fascista, especialmente mussoliniana, con la adopción fiel de la Carta del Lavoro por parte del obrerismo peronista, y por el discurso nacionalista, anticapitalista y anticomunista de Perón, así como su rechazo a los partidos políticos y, en definitiva, a la democracia liberal, pero esas posturas no constituían exactamente una ideología, un modelo de Estado ni un método de gobierno.

Esos rasgos, que a veces se limitaban a las consignas retóricas, eran, simplemente, las señas de identidad del peronismo y de su fundador, un militar carismático, dotado de gran simpatía natural, que conocía de cerca la experiencia italiana y se había deslumbrado con la figura de Benito Mussolini durante los casi tres años que fue agregado militar en Italia, entre 1939 y 1941, cuando parecía que las fuerzas del Eje triunfarían en la Segunda Guerra.

Esa imprecisión doctrinaria provocó no que todos fueran peronistas, sino que el peronismo pudiera encarnar en cualquier cosa que se colocara bajo esa etiqueta. Ha habido peronistas autoritarios y demócratas, anti y pro capitalistas, socialdemócratas y liberales, pro-americanos y pro-hitletistas.

Perón, que había sido pro-eje, terminó declarándole la guerra a Japón y a Alemania, cuando Alemania ya estaba vencida y a punto de rendirse, pero luego propició la secreta instalación en el país de asesinos nazis como Josef Mengele o Adolf Eichmann, entre otros evadidos de la justicia de Núremberg.

Era, pues, una doctrina que desafiaba los dos principios básicos de la lógica formal, atribuidos a Aristóteles: el de identidad –una cosa es igual a sí misma—y el de contradicción, una proposición y su negación no pueden ser simultáneamente ciertas. Si A es diferente a B, B no puede ser igual a A.

El peronismo podía ser demócrata y antidemócrata, fascista y antifascista, capitalista y anticapitalista. Ahí cabían, como en Cambalache, “todos revolcaos”, gentes de todas las tendencias, desde pronazi y profascistas a comecuras y militares conservadores.

Luego llegaron los montoneros de pistola al cinto; José López Rega, iniciador de la guerra sucia contra la oposición armada; Norberto Ceresole, fascista de una extraña corriente islámica que acabó asesorando a libios e iraníes; Héctor Cámpora, una persona, al menos, muy desorientada. Carlos Menem, que privatizó las empresas del Estado con un criterio, digamos, neoliberal, y Néstor y Cristina Kirchner, flor de pareja, como los llamó Mario Vargas Llosa, que comenzaron la reestatización del país en sintonía con los disparates chavistas del Socialismo del Siglo XXI. Una extraña amalgama.

Con Perón simpatizaban y tuvieron buenas relaciones Rafael Leonidas Trujillo, Muamar el Gadafi, Alfredo Stroessner, Francisco Franco, Hugo Chávez, Fidel Castro y Augusto Pinochet, dictador chileno con el que firmó algunos tratados poco después del golpe contra Allende, encuentro que acaso fue el inicio, como alguna gente sospecha, de la Operación Cóndor.

¿Por qué esa ductilidad? ¿Hay forma de definir el peronismo de una manera sencilla y lógica? Lo ha intentado, recientemente, el venezolano Américo Martín, un brillante jurista que en los sesenta, cuando era un estudiante de Derecho, pasó de la socialdemocracia al comunismo y se convirtió en comandante guerrillero a la manera castrista, alzado contra el gobierno democrático de Rómulo Betancourt, girando luego, paulatinamente, en sentido contrario, hasta transformarse en un defensor de la democracia liberal.

Dijo Américo en un artículo reciente: “La fórmula acuñada por Perón para el servicio de sus epígonos argentinos y latinoamericanos se resume pues así: populismo extremo, retórica hueca, pragmatismo sin límites y dictadura militar sancionada por la revolución”.

¿Será eso? No lo sé. Lo que parece inevitable es que, tras la accidentada y fallida presidencia de CFK, otro peronista, acaso muy diferente, ocupará la Casa Rosada. Será Sergio Massa, Mauricio Macri, Alberto Rodríguez Saá, cualquiera, todos distintos, pero extrañamente emparentados (uno y trino se decía en el catecismo sobre el Misterio de la Santísima Trinidad).

En España más de una vez escuché o leí un verso muy citado de Walt Whitman que acaso resume el fenómeno desde una perspectiva lejana: “me contradigo, y qué”. O sea, el perfecto lema para colocarlo en el pórtico del manicomio.

------------

* Conferencia pronunciada en el Miami Dade College el 7 de noviembre de 2013 dentro del Foro “El peronismo, la democracia y los medios de comunicación”, auspiciado por el Centro de Iniciativas para América Latina y el Caribe, el Interamerican Institute for Democracy y el Centro Cultural Argentino.

** Las opiniones vertidas en esta nota son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la opinión de la Fundación Libertad y Progreso.

 
  • Visto: 19

La "Teología de la Liberación"

gutierrez-theology-of-liberationEl eje central de esta llamada teología se encuentra definida en la obra más influyente del padre Gustavo Gutiérrez quien es el que la inició. Se trata de A Theology of Liberation donde se lee en uno de los pasajes más relevantes que “La pobreza de las naciones subdesarrolladas, como un hecho global social, es que desenmascara como un subproducto histórico el desarrollo de otras naciones. De hecho, la dinámica del sistema capitalista conduce […] al progreso y la riqueza para unos pocos, desequilibrio social, tensiones políticas y pobreza para la mayoría” (New York, Orbis Books, 1973, p. 84).

En este pensamiento se encuentran resumidos dos aspectos cruciales: por una parte la teoría de la suma cero por la que los que ganan es debido a que otros pierden. Esta concepción no alcanza a comprender que la riqueza no es estática sino fruto de un proceso dinámico, de lo contrario seguiríamos como antes de la Revolución Industrial en la que se liberaron las energías creativas debido a un cambio radical de sistema, cuya característica anterior establecía que la corona y sus cortesanos eran ricos y todos los demás estaban condenados a las pestes, la miseria y las hambrunas. Antiguamente existían los mismos recursos naturales o en mayor cantidad que hoy, sin embargo, la pobreza estaba generalizada en grado sumo. Lo que permite ampliar la riqueza son marcos institucionales que respeten los derechos de propiedad de todos al efecto de permitir la más eficaz asignación de factores productivos.

Sin duda que puede decirse que hoy en día hay cierta similitud con el antiguo régimen debido a los pseudoempresarios que obtienen privilegios inauditos de los gobernantes en un contexto de gastos públicos, impuestos, y endeudamientos gigantescos y reglamentaciones por las que el Leviatán atropella los derechos de la gente, especialmente los de los más necesitados, pero naturalmente eso no se debe a una sociedad abierta, al capitalismo o al Estado de derecho sino a su opuesto.

Además, como una nota secundaria, esa suma cero aplicada a nivel internacional debe contrastarse con el hecho que, como apuntó José Ramos (en su muy difundido ensayo titulado “Reflexiones sobre la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez”) que solamente el cinco por ciento de las inversiones estadounidenses se llevan a cabo en el exterior de los cuales el setenta por ciento se destinan a países desarrollados, lo cual significaría que los estaría explotando.

El segundo aspecto pasa por alto que la distribución de la riqueza (si es que resulta propia esa terminología ya que Thomas Sowell sugiere que los economistas no deberíamos recurrir a la “distribución” puesto que no se trata de un bulto que aparece de la nada que los aparatos estatales deben “distribuir” ya que “los ingresos no se distribuyen sino que se ganan”), decimos entonces que la riqueza en mercados abiertos es consecuencia de la capacidad de cada cual para servir a sus semejantes. Consecuentemente las ganancias se deben a esa capacidad que es cotidianamente decidida en los supermercados y equivalentes por el voto de los consumidores al elegir los bienes y servicios que son de su agrado, sin que ello signifique que las respectivas posiciones sean irrevocables.

En este sentido, es irrelevante el delta entre los que más tienen y lo que poseen relativamente menos, el tema es que se aprovechen al máximo los siempre escasos recursos al efecto de optimizar las tasas de capitalización para que los salarios e ingresos en términos reales sean lo más altos posibles. La comprensión de esto es lo que diferencia los países prósperos de los miserables.

Como bien destaca Michael Novak en su The Spirit of Democratic Capitalism: “Gutiérrez cree que la decisiva liberación de América Latina es el socialismo: liberación de la propiedad privada”, magnífico libro dedicado a Juan Pablo II del que hemos extraído otras valiosas informaciones  y pensamientos de gran calado (New York, Simon & Schuster, 1982, p. 303). Postulado aquél que también comparten otros teólogos de la liberación como Leonardo Boff, Ernesto Cardenal, Helder Cámara, Sergio Méndez Arceo y tantos otros que han bebido en estas fuentes. Todo esto sin contar las incitaciones a la violencia de modo directo o indirecto, lo cual, precisamente, condujo en no pocos lugares a guerrillas y terrorismo con las consecuentes muertes y desgracias superlativas.

Lo sorprendente del asunto es que no pocos textos que parten de la Iglesia y pretenden refutar a esa teología sostienen que el error medular consiste en que el cristianismo trata de la liberación del pecado y no de liberaciones terrenales, con lo que se deja el camino libre para las tesis socialistas que si bien han sido condenadas en otros documentos de la Iglesia (por ejemplo, Pío XI en Quadragesimo Anno escribe que “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nade puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”), en este contexto, se desconocen aspectos cruciales de la vinculación entre cristianismo y valores esenciales de aplicación terrena que, desde luego, siempre están vinculados  a Dios. Esto es así no solo debido a dos de los Mandamientos (“no robar” y “no codiciar los bienes ajenos”) sino respecto a reflexiones bíblicas sustanciales en la materia. Así, en Deuteronomio (viii-18) “acuérdate que Yahveh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (v-8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo (v-3) “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” fustigando al que anteponga lo material al amor a Dios (amor a la Perfección), en otras palabras al que “no es rico a los ojos de Dios” (Lucas xii-21), lo cual aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento”  y que “ la clara fórmula de Mateo -bienaventurados los pobres de espíritu- da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo vi, págs. 240/241). En Proverbios (11-18) “quien confía en su riqueza, ese caerá”. En Salmos (62-11) “a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón”. Este es también el sentido de la parábola del joven rico (Marcos x, 24-25) ya que “nadie puede servir a dos señores” (Mateo vi-24).

Hay aquí un asunto de la mayor importancia y es que en la medida  en que se contradicen afirmaciones como la citada de Quadragesimo Anno, se está poniendo en jaque a la Iglesia. Grave equivocación es la pretensión de mantener las formas mientras se formulan propuestas socialistas bajo muy diversos ropajes desde distintas y variadas jerarquías eclesiásticas. Los laicos tienen una enorme responsabilidad y se convierten en cómplices inexcusables de la decadencia en la medida que callan o abiertamente aceptan que no solo se mine la Iglesia sino que se socaven los fundamentos de la civilización en nombre de Dios. Por aquél camino, finalmente se cumplirá lo vaticinado por personas como el antes aludido Leonardo Boff, por ejemplo, en el programa televisivo “Cara a cara” emitido hace un tiempo por CNN desde Madrid (que puede ubicarse en Youtube).

Aunque resulte un tanto tedioso citar largo, en este caso se torna necesario puesto que ilustra el punto lo expresado por el sacerdote polaco, profesor durante mucho tiempo en la Universidad Católica de Chile y doctor en Teología, en Derecho y en Sociología que si bien alude a la época de los setenta es pertinente recordar su pensamiento. Nos referimos al Padre M. Poradowski quien abre su libro El marxismo en la Teología de la siguiente manera: "No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy día la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Muchos, cuando escuchan a algún sacerdote que predica en el templo el odio y la lucha de clases, ingenuamente piensan que se trata de algún malentendido, de una ´metida de pata´, o, en peor de los casos, de algún curita ´exaltado´, despistado, desorientado. Desgraciadamente, no es así. Si hoy día hay tantos sacerdotes marxistas, conscientemente comprometidos con la revolución comunista y las actividades subversivas, no es solamente por un malentendido de personas de buena voluntad, sino el resultado de la presencia del marxismo en la Iglesia. Presencia no solamente tolerada por algunos, sino incluso deseada: presencia del marxismo en la teología que sirve de base y fundamento de toda formación intelectual y espiritual del nuevo clero. Hay que tomar conciencia de este hecho, porque si vamos a seguir cerrando los ojos a esta realidad, pensando ingenuamente que hoy día, como era ayer, todos los sacerdotes reciben la misma formación tradicional y que se les enseña la misma auténtica doctrina de Cristo, tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia". Hay teólogos de la liberación que, a pesar de sus claras fuentes marxistas y se sus reiteradas recetas niegan ese origen como una estrategia más eficaz de penetración que solo absorben incautos.

En estos temas, es muy oportuno refrescar el texto de lo consignado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que he citado en innumerables ocasiones que en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana ha consignado el 30 de junio de 1977 que “De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.

Ahora, desafortunadamente, el Papa Francisco lo ha recibido oficialmente a Gustavo Gutiérrez en el Vaticano, con quien concelebraron misa públicamente y, como es sabido, no se trata de un jefe de estado que el protocolo y la diplomacia muchas veces exige encuentros que no son del agrado personal del anfitrión.  Inmediatamente después de este acercamiento, Ugo Sartori escribió en L´Osservatore Romano que “con un Papa latinoamericano, la Teología de la Liberación no podía quedarse en la sombra por mucho tiempo, donde estuvo relegada desde hace años”. No es que el actual Papa comulgue con esa teología desviada, sino que, como señalé en mi largo artículo publicado en “La Nación” de Buenos Aires (octubre 11 del corriente año), se trata de una mala señal por lo que aparece una potente y justificada luz colorada a título de advertencia. En agosto de 1984, Juan Pablo II aprobó una de las Instrucciones emanadas de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que presidía el entonces Cardenal Ratzinger donde, entre otros conceptos, se lee que una “corriente de pensamiento que bajo el nombre de ´teología de la liberación´ propone una interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de la Iglesia, aun más, que constituye la negación práctica de la misma”.

Sin duda que el Papa debe evangelizar, para lo cual debe tomar contacto con personas que adoptan posturas y criterios distintos e incluso contrarios a los valores cristianos. Pero en modo alguno cabe una comunión de ideales como los mencionados a vuelapluma de Gustavo Gutiérrez, situación que, sin embargo, se verifica en las ideas económico-sociales del actual Papa que viene cultivando desde hace mucho tiempo las que, aunque sin mencionar la teología de la liberación, quedan consignadas, por ejemplo, en mi publicación titulada “Mensaje del Arzobispo de Buenos Aires” (ahora en Internet en varios sitios).

Finalmente, en otro orden de cosas, el mencionado filósofo católico Michael Novak acaba de ser reporteado por Giuseppe Nardi para el medio Vatican Insider (septiembre 26 del corriente año) respecto a declaraciones del actual Papa en Civilitá Cattolica en cuanto a que no hay que obsesionarse con temas como el aborto ni insistir con esos asuntos, a lo que respondió el entrevistado que “un amigo me preguntó si el Papa está consciente del daño que causó con sus comentarios. La palabra obsesión -ossessione- aplicada a aquellos que trabajan por el derecho a la vida, especialmente del no nacido, es algo que duele”.

------------------------------

** Las opiniones vertidas en esta nota son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la opinión de la Fundación Libertad y Progreso.

.

  • Visto: 17

Vade retro Nicolás Maduro

El presidente Nicolás Maduro lo contó estremecido por la emoción. Hugo Chávez se les apareció a los obreros que excavaban el Metro de Caracas. Hay muchas incógnitas. Se discute si fue un fenómeno paranormal o para anormales. Su rostro se dibujó misteriosa e inesperadamente en una pared. Luego se esfumó. Fue sólo una visita fugaz, pero hubo tiempo de retratar al aparecido. Le enviaron la foto a Maduro. No está claro si la mandó el mismo Chávez o si fue un detalle del proletariado. Ahí estaban los ojos vigilantes del bolivariano, acaso asombrados de que haya venezolanos que todavía trabajen en el país.

nicolas-maduro1

Chávez, como Dios, está en todas partes. Maduro lo dijo. Chávez somos todos. Como se sabe, Chávez habla con Maduro a través de los pájaros. Tal vez se consiga que a partir de ahora las paredes participen del diálogo. ¿Por qué no? ¿Qué le cuesta a Chávez, si va a salir en una pared, decir unas cuantas palabras? Las paredes oyen, aseguraba Ruiz de Alarcón. Maduro espera que, además, hablen. Y que lo hagan claro.

En todo caso, es muy probable que, en el futuro, Maduro incorpore a los gatos entre sus interlocutores con el más allá. Los gatos se adaptan muy bien al mundo esotérico. Los egipcios los consideraban animales sagrados y decapitaban a quienes los maltrataran. Cuando las comunicaciones extrasensoriales lleguen a  ese punto, sin embargo, será conveniente separar a los gatos parlanchines de los pájaros conversadores para que los felinos no se los coman. Los instintos son los instintos.

No es factible, en cambio, que Chávez le hable a Maduro por medio de los perros. Chávez y Maduro se llevan muy bien con los islamistas y los perros no son muy queridos por la tribu de Mahoma. Los perros no son interlocutores fiables. Mienten mucho. Salvo los  San Bernardo, tal vez por respeto al santo que le da nombre a la raza, el resto dice cualquier cosa. ¿Quién puede confiar en un mensaje transmitido por un cocker spaniel? Se les ve la doblez, la banal intención de conquistar a quienes les transmiten el mensaje mientras mueven la cola aviesamente.

Es posible, sin embargo, que todo se trate de una broma. La aparición de Chávez en la pared milagrosa ocurrió la víspera de la fiesta de Halloween. Chávez, en vida, fue un bromista infatigable. Trick or treat. Dulce o truco. Chávez nombró sucesor a Maduro y canciller a Jaua, más o menos como Calígula, que también disfrutaba del humor negro, hizo Cónsul a su caballo Incitato. Ni a Groucho Marx, el nieto de Karl, se le hubiera ocurrido algo así.

Tampoco puede descartarse que todo esto sea una maniobra del Demonio encaminada a confundir a Maduro y a sus huestes. Belcebú es capaz de todo. Belcebú, también, somos todos. Tiene una mala leche legendaria, como atestiguan Adán y Eva. (Adán Chávez no, sino el legítimo, el de la manzana, la serpiente y la pudorosa hojita de parra). Este año se cumplen cuatro décadas del estreno de "El exorcista" y tal vez el Diablo quiere vengarse del jesuita que extrajo al demonio Pazuzu de las entrañas de la malhablada niña Regan McNeal, la criatura con el pescuezo más flexible  de la historia de las vías repiratorias.

En ese caso habrá que exorcizar a Maduro. Uno de los conjuros más eficaces es colocarse a la altura de su boca (es conveniente, antes, darle una pastilla de menta) y gritarle la oración de San Miguel Arcángel, invocando los nombres de los 5 demonios más dañinos: Satán, Lucifer, Belcebú, Belial y Meridiano (no consta que Diosdado Cabello forme parte del grupo): “O príncipe de la multitud celestial, arrojar al infierno a todos los malos espíritus que rondan por el mundo buscando la ruina de las almas”. Amén.

.

  • Visto: 9

¿Tiene sentido desdoblar el mercado de cambios?

Antes las presiones que se observan en el blue, en mi opinión el dólar verdadero de acuerdo al contexto institucional y económico imperante, y la sangría de reservas que viene teniendo el BCRA, algunos sostienen que sería conveniente desdoblar el mercado de cambios. No queda muy claro en qué consistiría ese desdoblamiento cambiario, pero imagino que habría un dólar comercial y otro libre o administrado (aunque no creo que el Central tenga capacidad de poder administrar un dólar libre con la sangría de reservas que está sufriendo). Pero imaginemos que por un mercado se cursan las exportaciones e importaciones y por otro las divisas para turismo. También podría darse el caso que se permita atesorar dólares en un mercado “libre”. ¿Es esta una solución al problema de fondo? Creo que no.

cerrojo_fuga_de_capitales

Mientras el Central siga emitiendo a la marcha forzada que lo viene haciendo, la inflación seguirá incentivando a la gente a buscar refugio en el dólar. Así que el dólar libre se ubicaría en un nivel cercano al actual blue.

Sí podría cambiar el flujo de turismo. Haría más caro viajar al exterior y estimularía el turismo receptivo ya que volvería a hacer barata en dólares a la Argentina como destino turístico.

Pero el problema está en el saldo de balance comercial de mercancías. Con este tipo de cambio real, que ya está en niveles similares a los del último mes de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz (enero de 1981), las exportaciones seguirán creciendo lentamente y las importaciones tenderán a crecer, salvo que Moreno apriete más las trabas y termine de desabastecer a los productores locales de insumos para la producción. Con lo cual enfrían la actividad interna por falta de insumos y tampoco mejoran las exportaciones.

La solución al problema es, a mi entender, la que escribía la semana pasada en este portal. Hacer profundas reformas estructurales en materia impositiva, de gasto público, legislación laboral, etc. para darle competitividad a la economía. Es decir, mejorar el tipo de cambio real por mejor productividad de la economía. En última instancia un país no exporta más porque tenga un dólar más caro, en todo caso importa menos mercaderías, sino que exporta más cuando es competitivo estructuralmente. Las devaluaciones suelen sustituir importaciones y no tanto estimular las exportaciones. Claro que para poder hacer estas reformas se requeriría de un giro de 180 grados en el llamado modelo, algo que luce más a una utopía que a una posibilidad. Además, el gobierno debería ganar en credibilidad para que ingresen capitales dispuestos a invertir en Argentina y ese es el punto más débil que hoy tenemos.

Si no se está dispuesto a mejorar el tipo de cambio real girando 180 grados en la política económica, y eso implica asumir el costo político de corregir las distorsionadas tarifas de los servicios públicos y bajar el gasto público, el tipo de cambio real para las exportaciones e importaciones seguirá siendo bajo y como los únicos dólares que ingresan al país son los que provienen de las exportaciones, el estrangulamiento del sector externo continuará. Será un estrangulamiento lento y de largo sufrimiento, pero seguirá.

Lo que trato de transmitir es que con este contexto institucional de falta de credibilidad y las enormes distorsiones económicas, desdoblar el mercado de cambios dejando un dólar comercial atrasado en términos reales no resuelve ningún problema. Será un parche para el tema de los dólares que salen por turismo y, si lo permiten, una forma de que la gente pueda refugiarse de la inflación acudiendo a un mercado de cambios formal, con un dólar más alto, pero un refugio al fin ante la continua depreciación del peso.

En definitiva, desdoblar el mercado de cambios es tratar de estirar la agonía para no asumir el costo político de una devaluación, que tampoco resolvería nada sin reformas estructurales, con lo cual el problema de la falta de dólares continuará, tal vez un poco atenuado si se estableciera un dólar turista, pero lejos se estará de evitar una crisis del sector externo. Antes del 2015 o luego, eso no lo sabemos. Pero si sabemos que si seguimos este rumbo la crisis del sector externo llegará y para evitar la crisis habrá que, como decía recién, pagar el costo político de terminar con la fiesta populista.

*PUBLICADO EN ECONOMÍA PARA TODOS, DOMINGO 27 DE OCTUBRE DE 2013.

  • Visto: 13
Doná