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Calidad Institucional

Mucho diagnóstico y miedo a decir la verdad

Habiendo tenido un período de precios buenísimos para los productos de exportación y bajas tasas de interés, el kirchnerismo y el cristinismo han cometido un verdadero destrozo con la Argentina.

Mientras la oposición denuncia el problema inflacionario y Scioli acaba de reconocer que la política antiinflacionaria ha fracasado, desde el gobierno tratan de quitarse el problema de encima buscando culpables fuera de su área.

Abal Medina, haciendo gala de su desconocimiento sobre temas económicos, acaba de afirmar, muy suelto de cuerpo, que ““los empresarios aprovechan la recuperación de la clase media para subir los precios”. La realidad es que no sé de qué clase media recuperada estará hablando Abal Medina porque ese sector es uno de los más golpeados por el famoso modelo. Pero en todo caso, siguiendo el razonamiento tan peculiar del Jefe de Gabinete, éste debería preguntarse: ¿por qué si hay más demanda, los empresarios no invierten para aumentar la oferta? Una respuesta posible es porque no están aseguradas las condiciones institucionales para hacer inversiones. Con un Moreno atropellando a todo el mundo, son muy pocos los kamikazes que pueden llegar a animarse a invertir en un país dónde el patoterismo es parte de la política de estado.

Pero si Abal Medina piensa que Moreno es un fenómeno en el manejo de la economía, entonces, para que los empresarios no aumenten los precios ante la supuesta mayor demanda que señala, el remedio es muy simple: abrir la economía eliminando las restricciones a las importaciones para que los productores locales no se aprovechen del mercado cautivo que el gobierno les otorga, de manera de forzarlos a no subir los precios mediante una sana competencia. O invierten para no subir los precios o quedan fuera del mercado.

Ahora bien, si Abal Medina no entiende lo de la calidad institucional y lo de la apertura de la economía, entonces que repase los números de emisión monetaria y encontrará la verdadera causa de la inflación. Que no invente excusas para quitarle al gobierno la responsabilidad de estar destruyendo el peso.

Y es aquí donde comienzan a encadenarse una serie de factores que económicos de los que casi nadie se anima a analizar para llegar al hueso del problema.

Un problema es la mencionada inflación y la otra es la caída del tipo de cambio real. Todos hablan de la caída del tipo de cambio real, que en castellano básico significa que Argentina es cara en dólares, pero nadie se anima a decir que si no hay profundas reformas estructurales para mejorar la competitividad de la economía, todo termina en una devaluación del peso o suba del dólar.

Ahora bien, dejando de lado las delirantes elucubraciones de Abal Medina sobre la causa de la suba de los precios y hasta su propia contradicción defendiendo el modelo de sustitución de importaciones y luego señalar a los empresarios como los responsables de la suba de precios, la pregunta que sigue es: ¿y por qué el BCRA destruye el poder del compra del peso? ¿Por qué emite a tasas incompatibles con la estabilidad? La respuesta es que emite porque tiene que cubrir el déficit fiscal del gobierno. Es decir, como el gobierno gasta más de lo que recauda en impuestos, la diferencia se financia con el impuesto inflacionario.

Pero la existencia del déficit fiscal lleva a otra pregunta: ¿por qué el Estado gasta más de lo que recauda? Porque hace populismo. Dilapida recursos para atraer votos aumentando la cantidad de empleados públicos en todos los niveles de gobierno, otorgando subsidios para que la gente no trabaje, gastando en subsidios para mantener artificialmente bajas las tarifas de los servicios públicos aún a riesgo de la vida de la gente como lo volvemos a ver en otro desastre en Once, creando empresas estatales ineficientes que pierden dinero, haciendo populismo con el fútbol para todos y el listado sigue. Con este desborde de gasto populista, no hay recursos fiscales que aguanten, así que la maquinita de imprimir billetes funciona a pleno generando la ilusión de aumentos de precios cuando en realidad no es que los precios suben sino que el peso se deprecia por la política monetaria del gobierno.

A su vez, como el gobierno tiene anclado el tipo de cambio como mecanismo antiinflacionario pero la inflación aumenta más rápido que la leve suba del dólar oficial, tenemos la famosa caída del tipo de cambio real. Resulta realmente curioso que este gobierno, que se la pasa hablando pestes del Proceso, aplique un sistema cambiario muy similar al de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz. Recordemos que el fallecido ministro de Economía de esos años aplicó una tablita cambiaria que iba reduciendo la tasa de devaluación. El problema es que el déficit fiscal, al igual que ahora, obligaba al BCRA a emitir moneda, generar inflación y ésta subía más rápido que la tasa de devaluación, haciendo cara la Argentina en dólares. Curiosidades de la historia, un gobierno que despotrica contra Martínez de Hoz y termina aplicando una política cambiaria casi igual salvo por algún detalle.

Por eso, cuando se habla de inflación y de problemas con el tipo de cambio real, todos lo diagnostican como dos cuestiones a solucionar pero lejos están de formular las medidas concretas. Tanto en el gobierno como en gran parte de la oposición hay miedo a decir la verdad.

¿Cuál es esa verdad? En primer lugar que para frenar la inflación habrá que tener disciplina fiscal y esa disciplina fiscal requerirá de una importante baja del gasto público. O lo bajan en forma nominal o con una brutal devaluación y llamarada inflacionaria. Como nadie se va a animar a bajar el gasto en términos nominales (recuerden la experiencia de Ricardo López Murphy en 2001, que por no hacerle caso terminó en el destrozo de fines del 2001 y principios del 2002) vamos de cabeza a una llamarada inflacionaria, incluidos fuertes aumentos en las tarifas de los servicios públicos.

La otra verdad que nadie se anima a decir es que ni este gobierno ni el que venga van a hacer reformas estructurales profundas en materia de legislación laboral, tributaria, de gasto público, etc. para ganar en competitividad. En consecuencia, nadie se anima a decir que va a devaluar el peso. Porque además saben que los únicos dólares que ingresan son los de las exportaciones y con este tipo de cambio real cada vez entrarán menos dólares de exportación y las importaciones tenderán a aumentar por el dólar barato. Saldo de balance comercial cada vez más chico. Con faltante de dólares y exceso de pesos en el mercado, es como fumar en la destilería.

En síntesis, es tal el daño que el kirchnerismo y el cristinismo le han hecho a la economía, que ni el gobierno actual se va a animar a corregir los problemas que ellos mismos generaron y la oposición, o no está consciente del verdadero problema que recibirá en el 2015 o tal vez antes si es que las actuales autoridades salen corriendo porque ven que las bombas que pusieron pueden estallar antes del 2015, o no se anima a hablar del problema por miedo a decir la verdad y perder votos. Lo cierto es que, salvo un milagro de Francisco, el camino a transitar que nos dejará el cristinismo será realmente complicado.

Habiendo tenido un período de precios buenísimos para los productos de exportación y bajas tasas de interés, el kirchnerismo y el cristinismo han cometido un verdadero destrozo con la Argentina que no tiene perdón de Dios.

*PUBLICADO EN ECONOMÍA PARA TODOS, DOMINGO 20 DE OCTUBRE DE 2013.

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Otra vez el techo de la deuda en Estados Unidos

EL CRONISTA.- La telenovela es recurrente. Cada vez que el gobierno federal estadounidense se aproxima al tope de la deuda pública autorizada por el Congreso, se arma una batahola de proporciones mayúsculas donde los dos partidos tradicionales se pasan facturas de distinto tenor. El techo de la deuda se estableció para que el Ejecutivo no se extralimitara en el uso de este canal para obtener ingresos con lo que se restringe el Leviatán y, por consiguiente, se protegen mejor los derechos de las personas. Ahora hay quienes sostienen que como se amplía el techo de la deuda cada vez que se aproxima a lo estipulado, sería mejor eliminar el tope en cuestión al efecto de facilitar el endeudamiento al infinito sin trabas parlamentarias ni los reiterados escándalos públicos y amenazas recíprocas que todos conocemos.

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Es de interés recordar que cuando Thomas Jefferson recibió en su embajada en París copia de la flamante Constitución de su país señaló (en carta al Juez John Tyler) que si pudiera introducir una corrección a ese documento sería la prohibición de contraer deuda por parte del gobierno. Ese procedimiento de endeudarse es incompatible con la democracia puesto que compromete patrimonios de futuras generaciones que no participaron en el proceso electoral para elegir al gobernante que contrajo la deuda.

En esta oportunidad no repetiré lo que he escrito a raíz de las falacias varias que pretenden contradecir el mencionado aserto.

Si la deuda pudiera ampliarse al infinito sin que nunca deba pagarse el principal, significaría más bien un obsequio que un pasivo real, regalo por el que solo deberían pagarse los intereses y renovarse los vencimientos con volúmenes netos mayores de la deuda.

El tema tras este análisis es el grotesco engrosamiento del aparato estatal que se financia en gran media con la monetización de la deuda y con impuestos crecientes en un cuadro de situación en el que está presente un déficit fiscal todavía enorme (por otra parte la deuda norteamericana significa el 105% del producto nacional bruto).

¿Qué es lo que pretenden los partidarios del endeudamiento gubernamental ilimitado? ¿Que el Leviatán lo abarque todo a ritmos inauditos? ¿Acaso no ven el correlato con la disminución galopante de los derechos de la gente? ¿No ven la contradicción con las recetas de los Padres Fundadores y el consiguiente hundimiento del país que fue el baluarte de la libertad? ¿Los administradores de carteras quieren seguir haciendo arbitrajes hasta que se hunda el barco?

Puede ilustrarse esta tendencia macabra con lo que ocurre en una familia: no es para nada la solución a los problemas financieros el solicitar repetidamente aumentos en los límites de las tarjetas de crédito y el tomar deuda por todos los canales posibles. Es sabido cómo termina una familia que adopte ese criterio y en el caso del gobierno estadounidense, además, debe uno imaginarse qué ocurriría si los acreedores quisieran cobrar y los barquinazos que tendrían lugar si subiera la tasa de interés.

Desafortunadamente muchos son los que se quejan porque los osos panda no se podrán alimentar si se ordenaran las finanzas y otros cortes en reparticiones públicas, sin atender la fenomenal transferencia coactiva de recursos del fruto del trabajo de quienes no tienen poder de lobby.

*PUBLICADO EN DIARIO EL CRONISTA, VIERNES 18 DE OCTUBRE DE 2013
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La importancia de los buenos modales

“El hábito no hace al monje” reza un conocido proverbio a lo que mi amigo Jacques Perriaux agregaba “pero lo ayuda mucho”. Las formas no necesariamente definen a la persona pero ayudan al buen comportamiento y hace la vida más agradable a los demás.

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Hoy en día, en gran medida se ha perdido el sentido del buen hablar. En primer lugar, debido al uso reiterado de expresiones soeces. Las denominadas “malas palabras” remiten a lo grotesco, a lo íntimo, a lo repugnante y a lo escandaloso. Los que no recurren a esas expresiones no es porque carezcan de imaginación, es debido a la comprensión del hecho de que si se extiende esa terminología todo se convierte en un basural lo cual naturalmente se aleja de la excelencia y las conversaciones bajan al nivel del subsuelo. Por su parte, los términos obscenos empobrecen el lenguaje y como éste sirve para pensar y para la comunicación, ambos propósitos se ven encogidos y limitados a un radio estrecho.

Entonces, aquello de que “el hábito no hace al monje, pero lo ayuda mucho” pone en evidencia una gran verdad y es que las apariencias, los buenos modales y, en general, la estética, tienen una conexión subliminal con la ética. Cuanto más refinados y excelentes sean los comportamientos y más cuidados los ámbitos en los que la gente se desenvuelve, más proclive se estará a lograr buenos resultados en la cooperación social y el indispensable respeto recíproco como su condición central.

Esto  no significa que un asesino serial pueda estar encubierto y amurallado tras aparentes buenos modales, significa más bien que se tiende a reforzar y a abrir cauce al antes mencionado respeto recíproco. Se ha dicho en diversas oportunidades que en la era victoriana había mucho de hipocresía, lo cual es cierto de todas las épocas pero no cambia el hecho de que en esa etapa de la historia el ocultamiento de lo malo traducía un sentido de vergüenza que luego se perdió bajo el rótulo de la sinceridad que pusieron al descubierto las inmoralidades más superlativas con la pretensión de hacerlas pasar por acciones nobles.

Las normas morales aluden al autorrespeto y al respeto al prójimo en las respectivas preservaciones de las autonomías individuales basadas en la dignidad y autoestima. De más está decir que lo dicho nada tiene que ver con el dinero sino con la conducta, lo que ocurre es que en las sociedades abiertas los que mejor sirven los intereses de los demás son los que prosperan desde el punto de vista crematístico y, por ende, se espera de ellos el ejemplo, lo cual en los contextos contemporáneos ha mutado radicalmente puesto que en gran medida los patrimonios no son fruto del servicio al prójimo sino de la rapiña lograda con el concurso de gobernantes que se han extralimitado en sus funciones específicas de proteger derechos para, en su lugar, conculcarlos. Mal puede esperarse ejemplos de una banda de asaltantes.

La literatura, la escultura, la pintura y la música son evidentemente manifestaciones de cultura por antonomasia. Sin embargo, en la actualidad, tal como he consignado antes, por ejemplo, Carlos Grané apunta en El puño invisible: arte, revolución y un siglo de cambios culturales que el futurismo, el dadaísmo, el cubismo y similares son manifestaciones de banalidad, nihilismo, vulgaridad, escatología, violencia, ruido, insulto, pornografía y sadismo (en el epígrafe de su libro aparece una frase del fundador del futurismo Filippo Tomaso Marinetti que reza así: “El arte, efectivamente, no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia”).

¿Qué ocurre en ámbitos cada vez más extendidos en aquello que se pasa de contrabando como arte? Es sencillamente otra manifestación adicional de la degradación de las estructuras axiológicas. Es una expresión más de la decadencia de valores. En este sentido se conecta la estética con la ética. No se necesitan descripciones acabadas de lo que se observa en muestras varias que a diario se exhiben sin pudor alguno: alarde de fealdad, personas desfiguradas, alteraciones procaces de la naturaleza, embustes de las formas, alaridos ensordecedores, luces que enceguecen, batifondos superlativos, incoherencias múltiples y mensajes disolventes. En el dictamen del jurado del libro mencionado de Grané -que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco (presidido por Fernando Savater), en Guadalajara- se deja constancia de “los verdaderos escándalos que ha vivido el arte moderno”.

¿Qué puede hacerse para revertir semejante espectáculo? Solo trabajar con paciencia y perseverancia en la educación, es decir, en la trasmisión de principios y valores que dan sustento a todo aquello que puede en rigor denominarse un producto de la humanidad, alejándose de lo subhumano y lo puramente animal, en un proceso competitivo de corroboraciones y refutaciones que apunten a la excelencia y no burlarse de la gente con apologías de la fealdad y explotar el zócalo del hombre con elogios a la indecencia, la ordinariez y a la tropelía.

Incluso la forma en que nos vestimos trasmite nuestra interioridad. La elegancia y la distinción se dan de bruces con los piercing, los tatuajes, los pelos teñidos de colores chillones, estrambóticas pintarrajeadas del rostro y las uñas, la ropa zaparrastrosa y estudiados andrajos en el contexto de modales nauseabundos, ruidos guturales patéticos que sustituyen la fonética elemental. La bondad, lo sublime, lo noble y reconfortante al espíritu naturalmente hacen bien y fortalecen las sanas inclinaciones. El morbo, el sadismo, lo horripilante y tenebroso dañan la sensibilidad y afectan lo mejor de las potencialidades del ser humano.

Hace años con mi mujer observamos en un subterráneo londinense un enorme cartel con la figura de Michel Jackson con los labios pintados, cambios en la pigmentación y operaciones y estiramientos varios en el que se leía “If this is the outside, what goes on in the inside?”. También ingleses que trasmitían radio en el medio de la nada en África durante la Segunda Guerra Mundial lo hacían vestidos de smoking “to keep standards up”.

El deterioro en los modales que subestima la calidad de vida al endiosar la grosería y lo chabacano, también tiende a anular el sentido de las expresiones ilustrativas que se consideran pasadas de moda tales como caballero y dama pero que se utilizaban para indicar conductas excelsas que presuponen buenas conductas. Ya Confucio, quinientos años antes de Cristo, escribió que “Son los buenos modales los que hacen a la excelencia de un buen vecindario. Ninguna persona prudente se instalará donde aquellos no existan” y, en 1797, Edmund Burke sostenía que para la supervivencia de la sociedad civilizada “los modales son más importantes que las leyes”.

Estimo que antes de las respectivas especializaciones profesionales, debiera explorarse el sentido y la dimensión de la vida para lo cual hay una terna de libros extraordinarios que merecen incorporarse a la biblioteca: The Philosophy of Civilization de Albert Schweitzer, Adventures of Ideas de Alfred N. Whitehead y Human Destiny de Lecomte du Noüy. Después de esa lectura tan robusta y de gran calado, entre otras muchas cosas, se comprenderá mejor el apoyo logístico que brinda la cobertura de los modales al efecto de preservar las autonomías individuales.

Termino esta nota periodística con una nota a pie de página sobre cambios de formas y modas que son en verdad neutras sobre las que nada hay que objetar. Tengo in mente lo que viene ocurriendo con las librerías a raíz de la irrupción de los ebooks. Al cierre de la célebre cadena Borders, ahora se agrega la clausura de la librería Universal de Miami que ha hospedado a tantos hispanoparlantes. Personalmente no concibo la posibilidad de reemplazar la mirada sobre los lomos en mi biblioteca, ni el olor a tinta, ni la satisfacción de acariciar el papel. Puede que sea un tanto anticuado, pero siento que en mi biblioteca están muchos de mis amigos a los que necesito recorrer con la vista diariamente como una especie de liturgia o gimnasia ritual que abre las puertas del alma y prepara y sirve de introito a las faenas de la jornada.

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Una solución de mercado para la Villa 31

INFOBAE.COM.- El análisis económico nos permite comprender que cuando algo es de todos, en realidad no es de nadie. Y cuando ciertas tierras no son de nadie, aparece lo que la literatura denomina “la tragedia de la propiedad común”, en el sentido de que todos quieren aprovecharse del recurso y comienzan los conflictos.

Ronald Coase, premio Nobel de Economía, ha demostrado directa o indirectamente que la problemática medioambiental, o incluso el problema de ciertas especies en extinción, podría resolverse asignando derechos de propiedad. Una extensión de aquellas ideas también nos permite observar que asignar los derechos de propiedad es la solución de mercado que necesita la Villa 31.

villa31

La Villa 31 es un asentamiento que surge en 1932 y desde entonces no ha parado de crecer. Ciertas familias ocuparon los terrenos públicos y construyeron sus casas precarias. Al tiempo tuvieron hijos y cuando éstos se casaron, se les construyó un nuevo hogar en el piso de arriba.

Tal es así que en 2001 el censo mostraba más de 12.000 habitantes y ahora ese número se duplicó. Hay inseguridad y hay tierras que se ganaron a los tiros. La Policía Metropolitana no puede evitar que se ingresen materiales y se sigan construyendo nuevas casas, las que al no tener ningún tipo de regulación ni control (ni privado, ni público) significan un riesgo enorme. Un incendio, por ejemplo, podría crear una catástrofe.

El Gobierno de la Ciudad y el Gobierno nacional no hacen nada al respecto. Como sus antecesores, sólo son observadores de una realidad que los supera. La Villa 31 ha tenido censos y hay buena información respecto de las familias que viven en cada hogar. En los últimos meses incluso se comenzaron a comercializar estas propiedades, sin escritura, pero con boletos de compraventa.

La pregunta que queda es: ¿cómo solucionaría el mercado este problema? Y la respuesta es simple, cuando uno conoce la obra de Ronald Coase. Lo que la Villa 31 necesita es que se asignen los derechos de propiedad. La tierra ya no es pública, es de quienes allí viven. Lo que se necesita es que se les reconozca la propiedad, que el Gobierno nacional o de la Ciudad de Buenos Aires, el que tenga la competencia, les otorgue la escritura, y a partir de ahí surgirán incentivos para mejorar las construcciones edilicias, construir cloacas, agua corriente, servicios públicos, seguridad privada, asfalto de calles, pago de impuestos y todo lo que en las afueras de la Villa 31 resulta normal.

Las ventajas son muy claras, pero ¿cuáles son los riesgos? Quizás se incentive a inmigrantes y a personas sin techo que habitan en la ciudad a tomar otros asentamientos y esperar una solución similar. Pero esto no ocurrirá en tierras privadas, sino en otras tierras públicas.

Mi impresión es que cuanto antes se asignen los derechos de propiedad de las tierras públicas, los problemas asociados a esas tierras se resolverán. El Estado no necesita administrar tierras públicas y la experiencia muestra que cuando lo hace, lo hace mal.

El problema de las viviendas es un problema mundial. Argentina tiene tierras públicas a montones, tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en el interior del país. Cuánto se ganaría si a las personas que hoy carecen de propiedad se les asignara un terreno donde construir su hogar.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 16 DE OCTUBRE DE 2013

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La prepotencia del poder

Son casi infinitos los ejemplos de abusos del Leviatán, pero en esta nota aludo a un aspecto del caso irlandés derivado de la época de Isabel I de Inglaterra, país este, a pesar de muchas y reiteradas tropelías, caracterizado por la más civilizada evolución del derecho especialmente a partir de la Carta Magna de 1215, una larga historia de donde pueden extraerse muy buenos ejemplos pero también injusticias severas.

Antes de analizar el caso, conviene primero recordar sumariamente el origen de esta reina (donde también se estampan otros atropellos): su padre, Enrique VIII, se cansó de su mujer Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos de España, y se enamoró de Ana Bolena, hermana de una de sus anteriores amantes. Al efecto de lograr que la Iglesia Católica anulara su matrimonio recurrió a el texto del Levítico (20, 21) en el que se consigna que será maldecido quien contraiga nupcias con la mujer de su hermano. Como Catalina se había casado con Arturo Tudor hasta que éste murió tempranamente, el rey insistía en que su matrimonio era nulo. Su casamiento pudo tener lugar debido a que el papa Julio II, por medio de una bula, dejó sin efecto el correspondiente “vínculo de afinidad” decretado en el derecho canónico que imposibilitaba casamientos que incluían vínculos del tipo señalado.

Elizabeth-I

Buena parte de la estructura de poder en Inglaterra se dedicó sin éxito durante meses a presionar al nuevo papa Celemente VII para que abrogue la bula de su predecesor. El casamiento se llevó a cabo de igual manera y Enrique VIII se autoproclamó “jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra” ante el arzobispo de Canteburry de donde parte la Iglesia Anglicana separada de Roma (ya cuatro siglos antes, cuando Enrique III intentó unificar la ley en el fuero civil y dejar de lado el eclesiástico -y por ello el asesinato del arzobispo Thomas Becket- comenzaron los problemas con el catolicismo). En todo caso, de la así establecida pareja real (a la que se opuso el canciller Thomas Moore, lo que le costó la cabeza en sentido literal) nació Isabel a quien una Ley de Sucesión a su medida proclamaba heredera al trono al efecto de dejar de lado a María hija de Catalina, reina destronada ésta quien al poco tiempo murió. Cuando el rey dejó de atraerle Ana y comenzó sus andanzas con Jane Seymour, declaró que aquella había cometido adulterio y por tanto la condenó a muerte y promulgó una nueva Ley de Sucesión para esta vez consignar que Isabel era bastarda y que el futuro hijo o hija de Jane -la nueva desposada- sería coronado/a en su momento, al tiempo que muy paradójicamente se empleó el “vínculo de afinidad” para anular su último matrimonio basándose en el inaudito argumento que, como queda dicho, había sido amante de su hermana. Luego se sucedieron tres mujeres más en medio de embrollos de tenor equivalente, pero de cualquier modo Isabel fue coronada después de muerto de tuberculosis su hermanastro Eduardo VI, decapitada su prima Jane Grey luego de su reinado de nueve días y muerta su hermanastra María después de haber desatado una implacable persecución a los no católicos durante los cinco años de su reinado (de allí proviene lo de Bloody Mary y esta fue una de las razones por las que más adelante John Locke en sus escritos sobre la materia excluyera a católicos y ateos de la necesaria tolerancia) y habiéndose liberado la misma Isabel de prisión y de un destino funesto en la Torre de Londres por conspiradora.

Isabel I no solo promulgó la Ley de Supremacía y Uniformidad al efecto de imponer el protestantismo a pesar de las resistencias y rebeliones locales en la ya maltratada Irlanda (que contaba con un admirable sistema pacífico y muy fértil de cooperación social, tal como lo documentan autores de la talla de W. I. Miller, J. Penden y la compilación de R. F. Foster en su The Oxford History of Ireland), primero con la incursión normanda y después la invasión organizada por Enrique VIII en 1536 lo cual se completó de modo férreo con la mencionada reina en medio de represiones brutales a ese pueblo (según consigna M. Duchein en Isabel I de Inglaterra, por cierto no sonaba nada amistoso Richard Binham, uno de los delegados militares ingleses en Irlanda, al proclamar que “este pueblo no puede ser gobernado más que por la espada, pues no hay diferencia entre un irlandés y un lobo hambriento”).

Ya he escrito antes en detalle sobre el caso irlandés, país de donde proviene buena parte de mi familia (Galway) pero en un artículo periodístico no resulta posible abarcar todo el problema de modo que centraré la atención en una derivación importante de la aludida invasión isabelina que se refiere a reiterados problemas referentes a la asignación de los derechos de propiedad, situación que se tradujo en una pobreza espeluznante que llegó a su pico de crisis en el siglo XVIII e hizo eclosión en el siguiente con la mal llamada “hambruna de la papa” que generó una situación desesperante de una magnitud como pocas en la historia de la humanidad.

Una nutrida bibliografía se refiere a este desgraciado problema. Tal vez los trabajos más destacados sean los ensayos de T. Bethell “Why Did Ireland Starve?” y de D. J. Webb “British-Irish Relations” y los libros de P. Johnson Ireland: Land of Troubles, C. Woodham-Smith The Great Hunger, J. Mokyr Why Ireland Starved,W. F. Lecky A History or Ireland, I. Butt Land Tenure in Ireland: A Plea for the Celtic Race y también J. O`Connor History of Ireland. Como se ha hecho notar, es interesante observar que en la primera edición de Principios de Economía Política de T. Malthus el autor atribuía todo el problema irlandés a la sobrepoblación pero en la segunda edición introduce un punto crucial al escribir respecto a este caso que “Hay ciertamente una deficiencia fatal en una de las grandes fuentes de prosperidad: la perfecta seguridad de la propiedad”. Contemporáneamente T. Sowell ha mostrado que toda la población del planeta cabe en el estado de Texas con 600 metros cuadrados por familia tipo y que Somalía tiene la misma densidad poblacional que Estados Unidos y que Calcuta también la tiene igual que Manhattan. El problema es de marcos institucionales, lo cual hace que en un lugar se hable de hacinamiento y en otro de prosperidad con idéntica población. Lo mismo ocurría en Irlanda en la época señalada: tenía la misma densidad poblacional que Inglaterra.

Pues bien ¿qué hizo que a mediados del siglo XIX los irlandeses sufrieran esa colosal hambruna y emigrara la mitad de su población y que muriera de hambre la octava parte de su gente? Las respuestas comunes atribuyen la calamidad al hongo que atacó cosechas de papa (pylophthaora infestans) o que los irlandeses son indolentes y apáticos. Ninguna de las dos cosas se sostienen. Lo primero porque ese hongo también se esparció con la misma intensidad y en el mismo tiempo por Bélgica y Escocia sin que haya producido los efectos mencionados. Lo segundo se da de bruces con la situación relativa de los irlandeses antes de la conquista efectiva inglesa que incluye áreas cultivadas en proporciones mayores que las de Inglaterra, Holanda y Suecia del período considerado (y tampoco se condice con el éxito logrado por la mayor parte de esta gente en los diversos lugares en los que se establecieron, especialmente en Argentina y en Estados Unidos).

La explicación satisfactoria consiste en que los conquistadores ingleses confiscaron las propiedades de los irlandeses y alquilaban las tierras arrebatadas a los antiguos propietarios en condiciones que no resultaban viables para la explotación (además de los contraincentivos de tamaña expropiación). A esta situación lamentable se agrega al antes referido problema religioso que, por ejemplo, significaba que en la época de Isabel I ningún católico podía heredar, ni arrendar y si era denunciado por contrariar estas disposiciones, en recompensa por la delación el denunciante se quedaba con la propiedad correspondiente. También afectó gravemente la calidad de los marcos institucionales la abolición del Parlamento irlandés y las centralizadas legislaciones que emanaban de Londres.

Bethell -de cuyo trabajo citado hemos extraído valiosos datos  y referencias bibliográficas sobre este espinoso y fundamental asunto- enfatiza en su ensayo el valor de la institución de la propiedad privada y que el caso irlandés revela que los incentivos correspondientes resultan indispensables al efecto de asignar eficientemente los siempre escasos recursos y así permitir los mejores niveles de vida que las circunstancia permitan y alejarse de “la tragedia de los comunes”.

En todos los períodos históricos pueden encontrarse tradiciones y medidas saludables y políticas desastrosas. Lo mismo ocurrió durante el largo reinado de Isabel I del que surgieron buenas ideas pero también serios problemas cuyos efectos se prolongaron con notable fuerza: atropellos a pueblos enteros y ayudas fraternas, al tiempo que se iba gestando una sólida concepción del derecho como proceso de descubrimiento y no de diseño o ingeniería social, en franca contradicción con mandatos arbitrarios y contrarios a la justicia según la clásica definición de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo”.

Los atropellos del Leviatán producen consecuencias horrendas, para citar un ejemplo del momento es oportuno reproducir una información de Associated Press basada en documentación del Pentágono vinculada a la manía de involucrarse en guerras. Allí se destaca que durante el año 2012 se suicidaron 349 soldados estadounidenses en servicio activo, lo cual supera los 215 muertos en combate en Afganistán durante el mismo período.

Robin G. Collingwood publicó en Oxford un muy divulgado ensayo en el que escribe que las civilizaciones se derrumban cuando la gente ya no cree más en sus valores, del mismo modo que quien es acosado por el intenso frío y en lugar de moverse para entrar en calor, se deja morir.

 
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