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Calidad Institucional

Economía y hermenéutica

Las clases de mi amigo Don Lavoie, prematuramente muerto en su plenitud, suscitaban gran atracción entre los alumnos de George Mason University por su teoría hermenéutica aplicada a la economía. Su fuente principal de inspiración era el economista Ludwig Lachmann profesor en la London School of Economics (a su vez influido por escritos de Max Weber) y el hermeneuta Hans-Georg Gadamer, profesor y Rector de la Universidad de Leipzig.

economia_hermeneuticaLavoie apuntaba a instalar su tesis en el contexto de la Escuela Austríaca retomando la tradición subjetivista que partió con Carl Menger y la extrapolaba no solo a los fundamentos de toda transacción comercial sino a toda comunicación intraindividual.

Con razón mantenía que todo es materia de interpretación: cuando se observa una obra de arte, cuando se lee un texto, cuando se mira un paisaje, cuando se conversa etc. Pero de allí concluía que toda manifestación subjetiva enriquecía y alimentaba lo interpretado. Esta forma de ver las cosas está íntimamente emparentada con el posmodernismo y la adulteración de textos a través de interpretaciones que nada tienen que ver con lo que el autor ha consignado.

Una cosa es la valorización subjetiva en el sentido del me gusta o no me gusta que establece los precios de mercado y otra bien diferente es la objetividad de las cosas que son independientes de las opiniones que de ellas se pueda tener. Esta diferencia epistemológica resulta central para no caer en el dadaísmo cultural.

Es muy cierto que en la apreciación de muy diversos mensajes incluyendo la conversación, la mente no opera como un scanner que toma lo dicho tal cual el emisor lo trasmitió (aún prestando debida atención como aconseja Tom Peters en uno de los capítulos de su Thriving on Chaos titulado muy acertadamente “Become Obsessed with Listening”). Hay un bagaje cultural y un contexto que el esqueleto conceptual del receptor incorpora, lo cual hace que haya diversas interpretaciones, incluso malentendidos de distinta naturaleza, pero de allí no se sigue que todas la interpretaciones sean legítimas: unas se acercarán más a la verdad de lo expuesto que otras, del mismo modo que ocurre con la interpretación de textos y otras manifestaciones de la vida en sociedad. Todo esto es de naturaleza distinta de cuanto ocurre en el mercado, en este proceso es irrelevante la verdad de la interpretación puesto que lo importante son las preferencias de compradores y vendedores.

Otro autor de peso que ha influido en Lavoie es Paul Ricoeur. En una oportunidad formé parte del tribunal de tesis doctoral en economía en la Universidad Francisco Marroquín que versaba sobre una aplicación de Ricoeur a la ciencia económica. No recuerdo quien era el doctorando, si tengo presente que su director de tesis era nada menos que Peter Boettke y que otro de mis colegas en el tribunal era Lawrence White. En todo caso, si bien tengo desdibujado el esqueleto central de ese trabajo, tengo presente que la disertación y las respuestas a nuestras preguntas resultaron satisfactorias. Precisamente, el libro más conocido de Ricoeur es Hermeneutics & the Human Sciences en el que sostiene que dado que las palabras no son unívocas se abre la posibilidad de interpretaciones varias pero que la faena del caso consiste en trabajar la recepción de lo dicho o escrito, lo cual presenta sin duda una serie de problemas a resolver.

En este sentido, es pertinente aludir a las trifulcas que produce la traducción puesto que en definitiva todo es traducción incluso dentro del mismo lenguaje en la simple conversación en cuanto a la secuencia interpretativa. También aquí de lo que se trata es de acercarse lo mejor posible a lo dicho (o escrito) en otro idioma. Traduttore-traditore es un lugar común que ilustra los riesgos de la traducción sin pretender nunca un texto definitivo como decía Borges, en todo caso puede ser lo mejor por el momento, hasta que aparezca una versión más precisa, del mismo modo que nos enseña Popper ocurre con la ciencia. Pero ya que lo mencionamos a Borges, es de interés señalar que ha subrayado que una traducción puede ser mejor que el original (puesto que en otro idioma puede emplearse un vocablo más pertinente)…hasta escribió en una  boutade que “un original puede ser infiel a su traducción” (y, por otra parte, decía esta autor que hay expresiones intraducibles como que fulana “estaba sentadita”).

Sin duda que la traducción “no puede administrarse a puro golpe de diccionario” como ha expresado Victoria Ocampo. Por su parte, Umberto Eco advierte que las traducciones literales resultan en tremendos mamarrachos (como cuando se traduce “it is raining cats and dogs” como “está lloviendo gatos y perros”). Resulta clave el contexto y el sentido en el que se usa una palabra en el texto original. Enrique Pezzoni denomina la traducción literal “servil”. Como apunta Alfonso Reyes “cuando se trata de nombres propios, la adaptación es repugnante”. Tengo muy presente la oportunidad en la que la Universidad de Buenos Aires le entregó un doctorado honoris causa a Friedrich Hayek, mientras bajábamos las escaleras de la Facultad de Derecho (donde tuvo lugar el acto), el homenajeado me señaló su diploma en el que se leía Federico y me dijo con un dejo de disgusto: “you never do this”.

Lachmann, Lavoie y sus numerosos discípulos entienden que las interpretaciones libres constituyen una manifestación del orden espontáneo en economía, primero expuesto por la Escuela Escocesa y luego afinada por Hayek, pero esto es otra extrapolación ilegítima. El orden espontáneo significa que cada una de las personas que persiguen sus intereses particulares en una sociedad abierta contribuyen a formar un orden que no estaba en la mente de aquellos sujetos actuantes, pero para nada implica la tergiversación de los fenómenos observados bajo el pretexto de una mal concebida subjetividad.

En su ensayo titulado “Understanding Differently: Hermeneutics and the Spontaneus Order of Communicative Processes”, Don Lavoie escribe con razón que “ El giro subjetivista que él [Menger] le dio a la economía, destaca que lo que le interesa al economista no son las circunstancias objetivas como tales sino el significado que tienen para el agente correspondiente”, pero de esto no puede inferirse que la subjetividad se aplique a cualquier interpretación de las propiedades de las cosas sino, como queda dicho, a las valorizaciones de lo que se intercambia según satisfaga deseos. Una cosa es concluir la perogrullada de que todo es materia de interpretación y otra bien diferente es afirmar que todo es lo que cualquiera dice que es.

Ya bastantes problemas existen en el seno de la economía como para introducir una visión posmoderna. Mark Blaug en “Disturbing Currents in Modern Economics” resume bien el asunto que venimos comentando: “El posmodernismo en la economía adopta formas diferentes pero siempre comienza con la ridiculización de las pretensiones científicas de la economía tirando agua fría a las creencias de que existe un sistema económico objetivo”.

Por último, una nota breve sobre la interpretación de la historia de los acontecimientos económicos que en no pocos casos también sufre de malformaciones hermenéuticas debido principalmente (aunque no exclusivamente) a una concepción errada de la noción de la filosofía de la historia. Robin Collingwood, en The Idea of History, explica que es inconducente entenderla como envuelta en leyes inexorables  (como Spengler), como la historia universal (como Hegel) ni en cierto sentido como la versión de la historia en la que se enfatizan grupos en bloque (como Toynbee) y mantiene que Voltaire -quien acuñó la expresión “filosofía de la historia”- fue el pionero en estudiarla con criterio independiente y no simplemente reproduciendo noticias consignadas por otros. Collingwood agrega a esta crítica de la reproducción sin más (la técnica “de las tijeras y el engrudo” en sus palabras) la concepción del primer término del binomio como un ejercicio de no solo escudriñar el objeto estudiado sino hurgar en el modo en que piensa el sujeto, y el segundo como la recreación del suceso bajo estudio.

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Por qué Estados Unidos espía a Brasil

La presidenta brasilera Dilma Rousseff canceló su visita a Barack Obama. Estaba ofendida porque Estados Unidos espiaba su correo electrónico. Eso no se le hace a un país amigo. La información, probablemente fidedigna, fue brindada por Edward Snowden desde su refugio en Moscú.

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Intrigado, se lo pregunté a un exembajador norteamericano. ¿Por qué lo hicieron? Su explicación fue descarnadamente franca: “desde la perspectiva de Washington, el brasilero no es exactamente un gobierno amigo. Brasil, por definición y por la historia, es un país amigo que nos acompañó en la Segunda Guerra mundial y en Corea, pero no lo es su actual gobierno”.

Somos viejos conocidos. ¿Puedo dar tu nombre, le pregunto? “No --me dice--. Me crearía un inmenso problema, pero transcribe la conversación”.

Lo hago.

“Sólo hay que leer los papeles del Foro de Sao Paulo y observar la conducta del gobierno brasilero. Los amigos de Luis Ignacio Lula da Silva, de Dilma Rousseff y del Partido de los Trabajadores son los enemigos de Estados Unidos: la Venezuela chavista, primero con Chávez y ahora con Maduro, la Cuba de Raúl Castro, Irán, la Bolivia de Evo Morales, Libia en época de Gadafi, la Siria de Bashar el-Asad”.

“En casi todos los conflictos, el gobierno de Brasil coincide con la línea política de Rusia y China frente a la perspectiva del Departamento de Estado y la Casa Blanca. Su familia ideológica más afín es la de los BRICS, con los que intenta conciliar su política exterior”. (Los BRICS son Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

“La enorme nación sudamericana ni tiene ni manifiesta el menor interés en defender los principios democráticos sistemáticamente violados en Cuba. Por el contrario, el expresidente Lula da Silva suele llevar inversionistas a la Isla para fortalecer la dictadura de los Castro. Se calcula en mil millones de dólares la cifra enterrada por los brasileros en el desarrollo del super puerto de Mariel, cerca de La Habana”.

“La influencia cubana en Brasil es solapada, pero muy intensa. José Dirceu, el exjefe de despacho de Lula da Silva, su más influyente ministro, había sido un agente de los servicios cubanos de inteligencia. Exiliado en Cuba, le cambiaron el rostro por medio de cirugía y lo devolvieron a Brasil con una nueva identidad (Carlos Henrique Gouveia de Mello, comerciante judío) y así funcionó hasta que se restauró la democracia. De la mano de Lula colocó a Brasil entre los grandes colaboradores de la dictadura cubana. Cayó en desgracia por corrupto, pero sin ceder un ápice en sus preferencias ideológicas y sus complicidades con La Habana”.

“Algo parecido a lo que sucede con el profesor Marco Aurelio García, actual asesor de política exterior de Dilma Rousseff. Es un antiyanqui contumaz, incluso peor que Dirceu porque es más inteligente y tiene mejor formación. Hará todo lo que pueda por perjudicar a Estados Unidos”.

“Para Itamaraty, esa cancillería que tanto prestigio tiene por la calidad de sus diplomáticos, generalmente políglotas y bien educados, la Carta Democrática firmada en el 2001 en Lima es un simple papelucho carente de importancia.  El gobierno, sencillamente, ignora los fraudes electorales llevados a cabo en Venezuela o en Nicaragua, y es totalmente indiferente ante los atropellos a la libertad de prensa”.

“Pero eso no es todo. Hay otros dos temas sobre los cuales Estados Unidos quiere estar enterado de cuanto sucede en Brasil porque alcanza, de alguna manera, la seguridad de Estados Unidos: la corrupción y las drogas”.

“Brasil es un país notablemente corrupto y esas prácticas nefastas afectan las leyes de Estados Unidos de dos maneras: cuando utilizan el sistema financiero norteamericano y cuando compiten de manera ilegítima con empresas de este país recurriendo a sobornos o comisiones ilegales”.

“El asunto de las drogas es distinto. La producción de coca boliviana se ha quintuplicado desde que Evo Morales ocupa el poder y el camino de salida de esas sustancias es Brasil. Casi toda va a parar a Europa y nuestros aliados nos han pedido información. Esa información a veces se encuentra en manos de políticos brasileros”.

Las dos preguntas finales son inevitables: ¿apoyará Washington la candidatura a Brasil a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU? “No si me preguntan a mí –me dice--. Ya tenemos dos adversarios permanentes, Rusia y China. No hace falta un tercero”. Por último, ¿seguirá Estados Unidos espiando a Brasil? “Por supuesto --me dijo--, es nuestra responsabilidad con la sociedad americana”.

Creo que Doña Dilma debe cambiar frecuentemente las claves de su correo electrónico.

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Los peligros de la envidia

En debates abiertos se avanza o retrocede según sea la calidad y la penetración de los argumentos, pero cuando irrumpe el envidioso no hay razonamiento posible puesto que no surgen ideas sino que se destila veneno. Este fenómeno constituye una desgracia superlativa ya que se odia el éxito ajeno y cuanto más cercana la persona exitosa mayor es la fobia y el espíritu de destrucción. Habitualmente el envidioso de los logros ajenos está en relación directa a la proximidad. En nuestro siglo no se envidian las hazañas intelectuales de Sócrates sino del vecino, del pariente, del par o de quienes viven en la misma sociedad.

En el plano económico y jurídico el problema se torna grave puesto que se pretende limar los resultados de los que sobresalen por sus talentos y capacidades con lo que tiende a desmoronarse el edificio de las relaciones interpersonales. Se aniquilan las ventajas de los procesos de mercado junto a todo el andamiaje institucional.

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Lo insidioso de la envidia es que no se muestra a cara descubierta sino que se tira la piedra y se esconde la mano. El envidioso siempre se oculta tras una máscara. Le desagrada la mejor posición del otro hasta el límite que a veces no toma en cuenta los propios perjuicios que se generan cuando sus dardos dan en el blanco. Un destacado empresario cubano exiliado en la Argentina contaba que un fulano que quedó en la isla, cuando se le señaló los desastres del comunismo para él mismo y para todos sus compatriotas reconoció el hecho pero dijo con alegría y satisfacción que “por lo menos” tales y cuales comerciantes exitosos quebraron.

La  manía de la guillotina horizontal procede también de la envidia además de conceptos errados. De allí surge el inaudito dicho por el que “nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo necesario”, como si nadie pudiera comer langosta antes que todo el planeta tuviera pan sin comprender que el lujo es el estímulo para que los eficientes expandan su producción haciendo que lo superfluo hoy resulte en un bien de consumo masivo mañana. Las tasas de capitalización que resultan de ganancias incrementadas es lo que hace posible salarios e ingresos mayores en términos reales. Que nadie pueda contar con una computadora antes que todos dispongan de papel y lápiz es tan descabellado como suponer que nadie pueda tocar la guitarra antes que todos tengan zapatos.

No solo no se ve la conexión entre los beneficios y mayores márgenes operativos con la mejora en los niveles de vida de los demás, sino que se suele insistir en las virtudes de la pobreza como si fuera una cualidad moral excelsa, elucubración por cierto contradictoria, incompatible y mutuamente excluyente con la articulación de un discurso que proclama la necesidad de reducir la pobreza.

Hay una célebre carta del ministro de la Corte Suprema de los Estados Unidos Oliver Wendell Holmes, Jr. dirigida al economista de la London School of Economics Harold Laski fechada el 12 de mayo de 1927 en la que se consigna que “No tengo respeto alguno por la pasión del igualitarismo, la que me parece simplemente envidia idealizada”. Esto es así, fuera de las conclusiones insensatas sobre la llamada redistribución de ingresos, ocupa un amplio terreno la envidia que ingresa de contrabando bajo un ropaje argumental vacío de sustancia.

Hoy en día la mayor parte de los discursos políticos están inflamados de odio y resentimiento a quienes han construido sus fortunas lícitamente en los mercados abiertos, mientras que esos mismos políticos generalmente se apoderan de dineros públicos y les cubren las espaldas a mafiosos amigos del poder que asaltan a la comunidad con sus privilegios inauditos.

En realidad, en un contexto de libertad y de competencia la asignación de recursos depende de los gustos y preferencias de la gente a través de los votos en los plebiscitos diarios del supermercado y equivalentes. Entonces, la diferencia de patrimonios y rentas derivan de esas votaciones, las cuales no son irrevocables ya que son cambiantes en la medida en que se acierte o se yerre en satisfacer los requerimientos de los demás. Y cuando se habla de monopolio lo que debe resultar claro es que deben combatirse los otorgados por el poder político puesto que los naturales son consecuencia del apoyo del público consumidor. En otros términos, el monopolio que no surge del privilegio estatal constituye un paso necesario en los procesos abiertos ya que el que primero descubre un producto farmacéutico o una nueva tecnología no debe ser combatido por ser el primero sino que debe mantenerse la competencia para que la cantidad de oferentes sea la que la gente vote en el mercado. Competencia no quiere decir que haya uno, varios o ninguno, todo depende de las circunstancias imperantes, el tema central es que el mercado se encuentre permanentemente abierto de par en par al efecto de que cualquiera desde cualquier punto del planeta puede ingresar al mercado con sus bienes o servicios.

Los Gini ratios y similares pueden constituir curiosidades de algún valor para conocer la dispersión del ingreso, pero son irrelevantes para concluir que el delta es mejor o peor. Como ha escrito el premio Nobel en economía James Buchanan “mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras la fuerza y el fraude queden excluidos, aquello sobre lo cual se acuerda es, por  definición, eficiente”. Por eso es que Friedrich Hayek ha consignado que “La igualdad de normas del derecho es la única igualdad que conduce a la libertad y la única que debe asegurarse sin destruir la libertad”, Ludwig von Mises apunta que “La desigualdad de los individuos respecto a la riqueza y los ingresos es una característica esencial de la economía de mercado” y Robert Nozick se detiene a mostrar las incoherencias de la guadaña estatal tendiente a reducir las diferencias de ingresos y patrimonios y lo mismo hace Robert Barro al mantener que “el determinante de mayor importancia en la reducción de la pobreza es la elevación del promedio del ingreso [ponderado] de un país y no el disminuir el grado de desigualdad”.

Como hemos señalado antes, el igualitarismo de resultados no solo contradice las indicaciones de la gente en el mercado con lo que se consume capital y consiguientemente se reducen salarios, sino que, estrictamente, es un imposible conceptual puesto que las valorizaciones son subjetivas y, por ende, no habría una redistribución que equipare a todos por igual (además, las comparaciones intersubjetivas no son posibles) y, para peor, aún no considerando lo dicho, en cualquier caso debe instaurarse un sistema de fuerza permanente para redistribuir cada vez que la gente se salga de la marca igualitaria. Este es el problema de autores como los Rawls, Dworkin, Thorow, Tobin o Sen para citar los más destacados propulsores del igualitarismo.

La llamada “justicia social” puede significar una de dos cosas: o es un pleonasmo grosero ya que la justicia no puede ser vegetal, mineral o animal o, de lo contrario, se traduce en la facultad de los aparatos estatales para sacar lo que les pertenece a unos para darlo a otros a quienes no les pertenece lo cual contradice la clásica definición de Justicia de “dar a cada uno lo suyo”. Por eso es que Mencken explica que para el envidioso el problema no es la injusticia sino que “es la justicia lo que duele”.

Como queda dicho, en los debates aparecen las contradicciones y los saltos lógicos pero frente al envidioso no hay defensa sobre todo porque opera en las sombras alegando otras razones que son meros disfraces y máscaras que ocultan su disgusto mayúsculo para con los que sobresalen y, en general, contra cualquier manifestación de excelencia. De más está decir que la envidia no solo arremete contra los exitosos en el mundo de los negocios, la emprenden también con virulencia contra los que se destacan en ámbitos académicos, deportivos y artísticos. El odio está dirigido a los mejores, sin atenuantes. Para recurrir a la terminología de la teoría de los juegos, se presenta aquí un proceso de suma cero: el triunfo del prójimo es la derrota del envidioso que la siente como una pérdida personal irreparable.

Tal vez las tres obras que tratan con mayor rigor y solvencia el peligro de la envidia sean la de Helmut Schoeck (La envidia. Una teoría de la sociedad, Buenos Aires, Club de Lectores), la de Robert Sheaffer (Resentment Against Achivement, New York, Prometheus Books) y la editada por Peter Salovey (The Psychology of Jealousy & Envy, London, The Guilford Press).

Termino con una cita del primero de los libros mencionados que resume magníficamente el tema que nos ocupa en esta nota periodística: “La mayoría de las conquistas científicas por las cuales el hombre de hoy se distingue de los primitivos por su desarrollo cultural y por sus sociedades diferenciadas, en un palabra, la historia de la civilización, es el resultado de innumerables derrotas de la envidia, es decir, de los envidiosos”.

 
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El populismo es esencialmente inmoral

Infinidad de veces me han preguntado por qué el gobierno comete las barbaridades económicas que vemos a diario. Por qué Moreno patotea a los empresarios, cierra la economía y otras torpezas más. Por qué desde el BCRA destrozan la moneda. En fin, ¿cuál es la razón de esta política económica destructiva?

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Responder a este interrogante no es tan sencillo. Algunos lo explicarán desde la ignorancia y otros por cuestiones de resentimiento. Es posible que haya una mezcla de estos dos factores, pero, aunque parezca mentira, creo que en el fondo hay un problema de razonar la economía. El kircherismo-cristinismo ven el proceso económico como una lucha por la distribución del ingreso. Creen que si un sector tiene ganancias es porque otros salen perdiendo. No entienden que en economía todos pueden salir ganando sin que el Estado se meta a hacer las burradas que hacen ellos todos los días.

Esta visión de la economía como si fuera una guerra queda en evidencia en los discursos oficiales. Nos quieren invadir con productos importados. Tenemos que defender la producción nacional. Los empresarios tienen que moderar sus ganancias. Todo el discurso es en un tono de conflicto, el cual solo es solucionado por la “sabiduría”, “bondad” y “ecuanimidad” de la presidente. Es decir, si algo bueno pasa en la economía es porque ellos son los iluminados que hacen justicia con sus políticas, no porque la gente sea eficiente y competitiva. Sin duda que parte de este discurso puede obedecer al populismo que trata de captar votos diciendo: “gracias a mí, Uds. los marginados, tienen un ingreso mejor”. Y cuando el populismo se complica por falta de recursos para mantener la fiesta de consumo, jamás se va a aceptar los groseros errores cometidos. Todo se limita a denunciar conspiraciones ocultas que vienen a destruir la construcción de un proyecto bondadoso encarnado en una sola persona. Eso es parte del discurso político populista que vaya uno a saber que fundamentos psicológicos tiene.

En rigor la economía no es una guerra donde unos ganan y otros pierden. Sí hay competencia entre empresas para ganarse el favor del consumidor. Esa competencia consiste en invertir para vender los mejores productos a los precios más convenientes para ganarse el favor del consumidor. Para ello se requiere inversión, capacidad de gestión y agregar valor. En ese proceso de inversiones se crean nuevos puestos de trabajo que aumentan la demanda de mano de obra y fuerzan los salarios al alza.

Al mismo tiempo, mientras más se invierte, más unidades se producen (aumenta la productividad), lo cual hace bajar los costos fijos por unidad producida, los bienes y servicios son más abundantes y baratos y mejora el nivel de ingreso de la gente. Pero no porque las empresas ganen menos. Las empresas ganan más porque venden más, a precios más bajos y mejores calidades. Su ganancia está en el volumen. El ejemplo que podemos dar es el de las computadoras. Cada vez tienen mejores procesadores, más capacidad de almacenaje de datos, etc. y los precios bajan o se mantienen. Con la telefonía celular ocurre algo similar. Obviamente estoy hablando del resto del mundo, no de Argentina donde gracias al modelo de sustitución de importaciones los “empresarios”, que en rigor en su mayoría son cortesanos del poder de turno, obtienen privilegios para no competir y perjudicar a los consumidores vendiéndoles productos de baja calidad y a precios más altos que en el resto del mundo. Basta con hacer una simple recorrida por los portales de internet para advertir las notebooks que se venden en EE.UU. y en Argentina, comparando precios y calidades.

Pero el gobierno no ve la competencia como un proceso por el cual los empresarios deben invertir y competir para ganarse el favor del consumidor. Por el contrario, consideran que la competencia no funciona y la producción, los precios de venta, los salarios y lo que tiene que producirse depende de una mente iluminada para ser exitosa. Hoy es Moreno el supuesto “iluminado” como en otro momento, con otros modales, fueron Grinspun, Gelbard y tantos otros ministros de economía que consideraban que solo la “bondad” de los gobernantes lograba mejorar el ingreso de la gente frente a la avaricia de los empresarios, al tiempo que esa “avaricia” empresaria es alimentada cerrando la competencia a los bienes importados. Una razonamiento realmente para psiquiatras.

Dentro de este pensamiento autoritario en materia económica, que es una especie de iluminismo económico y monopolio de la bondad de los políticos, no hay lugar para entender que la competencia es un proceso de descubrimiento. Descubrir qué demanda la gente, qué precios está dispuesta a pagar por cada mercadería y qué calidades exige. Por eso el populismo económico inhibe la capacidad de innovación de la gente y los “empresarios” millonarios son, en su mayorista, simples lobbistas que hacen fortunas con negociados turbios gracias a sus influencias con los corruptos funcionarios. Es en este punto en que el intervencionismo deja de ser ineficiente para transformarse en esencialmente inmoral porque los beneficios empresariales no nacen de satisfacer las necesidades de la gente, sino de esquilmar los bolsillos de los consumidores. Y como para esquilmarlos necesitan el visto bueno de los funcionarios públicos, ese acuerdo se transforma enorme corrupción donde la riqueza surge de expoliar a la gente mediante pactos corruptos.

Pero como los populistas no son tontos, entonces empiezan a redistribuir ingresos en forma forzada para tratar de calmar a las masas tirándoles migajas de aumentos de sueldos para calmarlas, mientras funcionarios y pseudo empresarios pesan bolsos de dinero.

Desde el punto de vista estrictamente económico la tan denostada economía de mercado es más eficiente que el populismo y el intervencionismo porque para poder progresar el sistema exige que inevitablemente el empresario tenga que hacer progresar a los trabajadores con mejores sueldos y condiciones laborales, al tiempo que también hacen progresar a los consumidores porque éstos solo les compraran si producen algún bien de buena calidad y a precio competitivo. No es por benevolencia que ganan plata los empresarios en una economía de mercado, sino por esforzarse para obtener el favor de los consumidores. A diferencia del intervencionismo populista en que se acumulan fortunas sin invertir y expoliando a consumidores y trabajadores, conformándolos con migajas que “bondadosamente” les otorga el autócrata de turno.

Pero además de ser más eficiente la economía de mercado, su gran diferencia con el intervencionismo es que está basada en principios morales y éticos en que nadie se apropia de lo que no le corresponde. No se usa al Estado y a sus funcionarios para que, con el monopolio de la fuerza, se desplume a trabajadores y consumidores. No se hace de la corrupción una forma de construcción política en que las voluntades se compran.

Por eso, y para ir finalizando, el drama de los pueblos es que cuando se instala el populismo, se van cambiando los valores de la sociedad, donde la cooperación pacífica y voluntaria entre las personas es dejada de lado y se impone la prepotencia, el robo legalizado, la corrupción y el vivir a costa de otra como forma de vida.

Como se ve, no estamos hablando solo de eficiencia económica cuando hablamos de capitalismo versus populismo. Estamos diciendo que la economía de mercado es un imperativo moral frente a la inmoralidad del populismo intervencionista, dado que en este último imperan la corrupción y el saqueo. La decencia, la honestidad en la función pública y la transparencia en los actos de gobierno no son la esencia del populismo. Por eso el populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere.

*PUBLICADO EN ECONOMÍA PARA TODOS, DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE DE 2013

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La excelencia universitaria

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Comunicación de Manuel Solanet, director de Libertad y Progreso, para la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

Señores académicos:

La educación constituye una actividad clave en el desarrollo de una sociedad. Bien se dice que la educación no es un gasto sino una inversión en capital humano. Este a su vez es el determinante principal del desarrollo cultural, social y económico de las naciones.

La universidad es la etapa superior en el proceso educativo. Es el último tramo en la formación continua y asistida de una persona. La universidad aporta el conocimiento básico que permite luego al individuo buscar mayor perfeccionamiento y desempeñar profesiones en beneficio de la comunidad y de sí mismo. Las universidades son un centro de discusión, investigación y desarrollo del conocimiento.

Continuá leyendo el comunicado completo haciendo click aquí

   
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