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Calidad Institucional

Otro aspecto sobre la venta de ideas

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Ya he escrito sobre la imprecisión de sostener que el problema de los liberales es que no sabemos vender la idea. Inspirado en Leonard Read, he consignado que la comercialización de cualquier bien en el mercado requiere que el comprador se percate de las ventajas del producto pero para nada necesita conocer el correspondiente proceso productivo. Sin embargo, cuando se trasmiten ideas, si el receptor no es un fanático o un fundamentalista, debe interiorizarse de toda la secuencia desde el inicio al efecto de comprenderla (lo cual no se requiere cuando se vende, por ejemplo, un dentífrico). En este sentido es que las ideas no se venden, se trasmiten lo cual es de una naturaleza completamente distinta.

Por supuesto que esto no quita la justicia de las críticas que se nos puedan formular a los liberales por no trasmitir adecuadamente la idea. Más aún, soy un convencido de que resulta mucho más productiva la autocrítica que la queja por la incomprensión de los demás. Como generalmente somos más benévolos con nosotros mismos que con los demás, si nos convencemos que debemos pulir el mensaje en lugar de despotricar contra otros, esto calma los nervios y nos ayuda a hacer mejor los deberes.

Habiendo dicho esto, en esta nota periodística quiero centrar la atención en otra razón por la cual las ideas no se venden (en el sentido señalado y, desde luego, no en el plano de que los valores y principios no deben estar subordinados a lo crematístico y, por ende, no sujetos a una transacción comercial para cambiar de ideas). Esta otra razón también está inspirada en Leonard Read, esta vez de su libro The Coming Aristocracy, aunque no le doy el mismo enfoque y pretendo una elaboración más acabada que la formulada por mi querido Leonardo (como le gustaba que lo llamen los amigos hispanoparlantes).

Un motivo adicional por el que las ideas no están sujetas a la venta es que, en el caso específico del liberalismo, nos pronunciamos sobre un producto sobre el que no sabemos en qué consiste el resultado. Nadie en su sano juicio vende un bien que expresamente declara que no sabe en qué consiste. Pues bien, en el caso de propugnar la conveniencia de los mercados abiertos, no sabemos qué tipo de bienes y servicios traerá aparejada la libertad.

La aventura del pensamiento queda abierta en libertad, tal como ha expresado Karl Popper en The Poverty of Hisoricism “no podemos tener conocimiento futuro en el presente”. Esto es lo que jamás entenderán los megalómanos que pretenden controlarlo todo y pontifican como si pudieran adivinar el futuro de sus propios actos y de sus propias personas, para no decir nada de la de millones de seres y las infinitas combinaciones entre sí y las múltiples consecuencias no buscadas de sus respectivas acciones. Solo una desmedida arrogancia y una mayúscula presunción del conocimiento características de la ignorancia superlativa dan lugar a las planificaciones gubernamentales de vidas y haciendas ajenas.

Este entuerto revela la diferencia entre el desarrollo y el progreso. Como anotaba Warren Nutter en uno de sus ensayos en la colección titulada Political Economy and Freedom, el primer concepto es inadecuado para expresar los resultados de la sociedad libre ya que al igual que un tumor es más de lo mismo, sin embargo, el progreso se enfrenta a lo desconocido. Por eso se puede planificar el desarrollo pero no se puede planificar lo que no se sabe que es, lo cual se traduce en el progreso. No es una casualidad que los estatistas hablen de la planificación del desarrollo, pero nunca mencionan al progreso ya que entrarían en una flagrante contradicción.

Pero ¿es serio insistir en un sistema que no se sabe que producirá? Ningún liberal (ni nadie) puede detallar como serán las comunicaciones, la vivienda, la alimentación, la medicina, la agricultura, las lecturas, la construcción y la vestimenta del futuro, solo para mencionar unos poquísimos aspectos de la vida civilizada. Se  puede hacer futurología pero es sabido que los acontecimientos y las revoluciones tecnológicas superan a la imaginación más dotada. Solo la petulancia del estatista se atribuye la posesión de la bola de cristal que incluye el supuesto conocimiento de billones y billones de elementos cambiantes.

Thomas Sowell en Kowledge and Decisions explica que el tema no es contar con computadoras con suficiente capacidad para almacenar las múltiples y complicadas variables, sino que sencillamente los datos no están disponibles antes que los individuos actúen. Por esto y por la formidable contribución de Ludwig von Mises en cuanto a que la planificación estatal afecta la propiedad y, por ende, los precios, lo cual, a su turno, imposibilita la contabilidad, el evaluación de proyectos y el cálculo económico en general. En lugar de aprovechar la dispersión y fragmentación del conocimiento a través de la información que proporcionan los precios, los estatistas, con la pretensión de controlarlo todo, desvirtúan las antedichas señales de mercado con lo que se concentra ignorancia.

Pero volvamos al planteamiento original. La confianza del liberal en la libertad es porque permite a cada uno seguir su camino en lugar de ser domesticados por el poder que pretenda administrar las vidas y las haciendas ajenas. El seguir cada cual su camino hace posible mejorar desde la perspectiva de cada uno, asumiendo la responsabilidad por lo que se hace en un proceso de constante aprendizaje y retroalimentación. Quien reclama libertad es como si en medio de la combustión de una colosal caldera interior estuviera gritando ¡déjenme ser humano, quiero manejar mi propia vida!

Como han enseñado autores como Adam Smith y Ferguson, cada uno persiguiendo su interés personal contribuye a producir un sistema que ninguna mente individual puede concebir. Este es el significado de las célebres frases de Smith de las cuales citamos tres. Uno “No debemos esperar nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino que se debe a sus propios intereses”, dos “El hombre del sistema […] se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran sociedad del mismo modo que se arreglan las diversas piezas en un tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez puedan tener otro principio motor que la mano que las mueve, pero en el gran tablero de ajedrez de la sociedad humana cada pieza tiene su principio motor totalmente diferente de lo que el legislativo ha elegido imponer” y tres “Por muy egoísta que se supone sea un hombre, hay evidentemente ciertos principios en su naturaleza que lo hacen interesarse en la mejora de otros que lo hace feliz aunque no obtenga nada de esto, excepto el placer de contemplarla” (dicho sea al pasar estás últimas líneas son las primeras de su libro Teoría de los sentimientos morales).

La confianza en la energía creadora que se libera en una sociedad abierta no solo se basa en las abrumadoras evidencias que proporciona la experiencia, sino en el hecho de que tenemos confianza en nosotros mismos para manejar nuestro destino. Ahora bien, es posible concebir que en libertad, es decir, en un sistema en el que se respeta al prójimo, las personas no se respeten a sí mismas, en otras palabras, que degraden sus estructuras axiológicas en lo espiritual y en lo físico se droguen o decidan constiparse hasta perder el conocimiento. La contracara de la libertad es la responsabilidad. Es posible lo apuntado pero nada se gana (y mucho se pierde) que los que conservan el sentido de autoestima sean manejados como muñecos por el poder de turno. En todo caso, aquellos que sienten que sus vidas y haciendas deben ser administradas por otros, en lugar de apoyar al comunismo y equivalentes pueden designar tutores o curadores sin afectar a quienes conservan su dignidad.

En resumen, las ideas no son susceptibles de venderse, se trasmiten lo cual resulta en un proceso bien distinto. Y esto no solamente por lo manifestado en cuanto a las características propias de la comercialización sino, como decimos, debido a que, en el caso de las ideas liberales, se desconoce por completo el resultado o producto final que se propone adoptar. En este desconocimiento radica lo atractivo, lo desafiante y lo gratificante del progreso propiamente dicho.

Tampoco es apropiado sostener que a las ideas liberales le hace falta marketing puesto que, en rigor, un aspecto clave de esa disciplina consiste en detectar lo que demanda la gente al efecto de ofrecer lo requerido. Por el contrario, en el caso considerado, por más paradójico que resulte, la idea liberal debe operar en dirección opuesta al mercado (gran cantidad de gente demanda socialismo) para preservar el sentido mismo del mercado que desaparecería si prevalecen las ideas socialistas.

Por último, volviendo al otro sentido de la venta de ideas que mencionamos marginalmente al comienzo de esta nota en cuanto a que para una persona de integridad, autoestima y digna los valores no son negociables… porque como ha dicho Al Pacino en Perfume de mujer “no hay prótesis para el alma”.

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Luces y sombras del CEDIN y el BAADE

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EL CRONISTA.- Primero, lo primero. Las medidas presentadas la semana pasada por Marcó del Pont, Moreno, Kiciloff, Echegaray y Lorenzino no tienen ninguna justificación en un país normal. Lo que más se le parece al CEDIN, por ejemplo, es el Peso Convertible Cubano, instrumento de un país que no debería enorgullecernos imitar.

Sin embargo, los anuncios tienen su lado positivo. Tanto el CEDIN como el BAADE nos alejan un poco del vuelo directo que, hasta ahora, el gobierno parecía haberse tomado hacia el sistema económico venezolano.

Hasta la semana pasada, el gobierno respondía a cualquier problema derivado de sus propias políticas, profundizando el modelo. Frente a la inflación: congelamiento. Frente a la escalada del dólar: cepo. Frente a los fallos judiciales adversos: democratización de la justicia.

No obstante, en esta oportunidad la reacción fue diferente. En lugar de generar más controles y regulaciones, crearon instrumentos que buscan seducir a quienes tienen ahorros en dólares para que los traigan al país. En el caso del CEDIN, se reconoce que la pesificación del mercado inmobiliario es un fracaso y se busca redolarizarlo. En el caso del BAADE, se reconoce la crisis energética y se busca financiamiento en dólares.

En este sentido, el blanqueo es un alivio ya que no se acusa a diversos conspiradores contra la economía local sino que se reconoce que la fuga de capitales es un problema que creó, sin ayuda, el propio gobierno y se intenta dar, desde el gobierno, una respuesta.

Ahora bien, ¿tendrán efecto estas medidas? Lo que se busca con ellas es, por un lado, reactivar los sectores inmobiliario y energético y, en palabras del ministro de economía, traer dólares al país para “volcar en el circuito productivo”.

Es probable que el mercado inmobiliario reaccione bien. Lo que allí faltaban eran dólares y el CEDIN es una manera, un tanto engorrosa, de que los dólares vuelvan. Sin embargo, respecto de que vuelvan para transformarse ‘en inversiones e incorporarlos en el circuito productivo’, la cosa es más difícil.

Si los ahorros estaban ‘ociosos’ (ociosos para el gobierno, no para los ahorristas) fuera del país o en el colchón, no es porque los argentinos tenemos una desmedida ‘propensión marginal al ahorro en dólares’ sino porque la Argentina en los últimos años mostró tener una pésima calidad institucional, a lo que se suma la inflación, el aumento del gasto que deriva en aumento de impuestos, y una creciente cantidad de controles y regulaciones que afectan la propiedad privada de las personas. Frente a un ambiente tan hostil, el ahorro en dólares lejos del circuito productivo legal funciona como refugio.

Entonces, si no hay cambio alguno en el contexto ‘de fondo’ del país (a lo anterior agreguemos el cepo cambiario) ¿quién va a estar dispuesto a volcar sus ahorros en el circuito legal cuando ya logró lo que quería que era, precisamente, alejarlos lo más posible? Como la respuesta es ‘nadie o algunos pocos aventurados’, la medida, en términos generales, posiblemente termine en fracaso.

Allí veremos si el gobierno continúa por la senda de este moderadísimo pragmatismo o vuelve a radicalizarse en su desesperación por ayudar a la economía que, voluntariamente o no, él mismo se empeña en hundir.

*PUBLICADO EN EL CRONISTA, VIERNES 17 DE MAYO DE 2013.

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Doblegarse para subsistir

ILUSTRACION_DISCUSIONSe viven épocas de desmesurada confrontación discursiva, de acalorados debates, de excesivas pasiones políticas, pero es bueno entender que  la salud de una sociedad depende de su capacidad para convivir con las diferencias. Es imposible construir algo sustentable sin consensos. Todo lo que se hace sin cierto acuerdo y apoyo es efímero, dura poco, y se pone en juego en cada turno electoral, o cambio circunstancial de las mayorías. El debate se ha venido complicando más de lo necesario, y no solo entre los actores de la política, esos que la han elegido  como profesión y el centro de sus vidas. Ellos desdramatizan el intercambio de ideas, porque solo les importa el resultado comicial, que les permite obtener poder, sostenerlo o acceder a él, y asumen que el resto son solo cuestiones anecdóticas. Pero intranquiliza este clima, fundamentalmente, en la sociedad civil, en los habitantes que se crispan cada vez con mayor facilidad, sin aparente relación directa con la cuestión, pero con la razonable preocupación que cierta responsabilidad cívica e indignación ciudadana les provoca. Pero, en realidad, existen razones profundas que explican mejor este fenómeno creciente. Por un lado están aquellos que alimentan el odio sistemáticamente. Es probable que hayan tenido poca suerte en sus vidas personales, o que fueran criados en un ámbito plagado de envidias, celos, y fundamentalmente, baja autoestima que termina derivando en un discurso con alto contenido de violencia verbal, modo en el que han encontrado la manera de canalizar sus frustraciones individuales. Los atraviesa el rencor, el resentimiento, y construyen desde esos sentimientos negativos una especie de ideología sin soporte argumental, pero repleta de bronca e ira. Lo concreto y cada vez menos disimulable, es la presencia de un ingrediente central, un aspecto que ha pasado a ser el protagonista indiscutido de esta era. Es que un sector de la sociedad, lamentablemente cada vez más numeroso, discute con otros bajo un esquema de absoluta negación, de terquedad, obstinación, porfía, testarudez y escasa amplitud mental. No los entusiasma, para nada la búsqueda de la verdad, mucho menos su descubrimiento, solo se conmueven con cuestiones meramente emotivas, carentes de racionalidad, pero que responden a una trama más profunda pero de mucha mayor indignidad. Tal vez lo explique mucho mejor aquella frase que se le atribuye a Bernard Shaw cuando dice “No se puede discutir con una persona cuya subsistencia depende de no dejarse convencer.” Es que hay gente que NECESITA no dejarse convencer. Precisa que ese mundo irreal construido sobre pilares falsos sobreviva en el tiempo, porque su propia supervivencia económica depende de la existencia de esa ilusión. Esas personas viven del favor estatal, tienen puestos en la administración pública, son beneficiarios directos de la ficción creada, o son meros proveedores del sistema. La sola posibilidad de que la inercia actual del presente se interrumpa, los aterra, los paraliza. Algunos tienen motivos más ostensibles, porque se vienen enriqueciendo a expensas del gobierno. Están ganando demasiado dinero con un insignificante esfuerzo y nada que modifique este presente los entusiasma. Otros, solo tienen poca autoestima, y suponen que un eventual final de este ciclo político podría dejarlos sin posibilidades de mantener su estándar de vida, al que consideran aceptable. Por esas razones, básicas pero robustas, defienden con uñas y dientes a esas personas e ideas, por eso se enojan, se crispan, se enfadan y enardecen frente a cada discusión. No les interesa ni la historia, ni el futuro, ni lo que puedan decir los analistas políticos, juristas o economistas. Para ellos, aun no se han construido los argumentos que refuten la bondad de su presente individual. No les importa si se está claudicando en las convicciones, ni si el futuro puede oscurecer por lo que se está haciendo ahora, solo importa seguir, a cualquier precio, al que sea. Y cuando se sienten acorralados, porque les falta argumentación, caen en la siguiente fase, la de la justificación, esa que sostiene que si estos funcionarios son corruptos, siempre existió la corrupción, o el opositor de turno también lo es. O bien apelan a la trillada estrategia de desacreditar al mensajero, de enojarse con los medios, lo que sea preciso, pero siempre con la claridad de que nada les impida seguir disfrutando de su presente. Reconocer que quienes anteponen buenos argumentos tienen razón, sería aceptar que su fuente de financiamiento puede concluir esta etapa y ser reemplazada, en un marco republicano, por otra conducción. Ellos saben lo que implica un cambio de color político y las consecuencias para sus vidas. Se podría ser indulgente diciendo que en realidad no saben lo que hacen, que se trata de personas con limitaciones intelectuales, pero lo cierto es que eso sería minimizar la situación. A estas alturas, todos saben muy bien cómo son las cosas. Lo que sucede, es que estas personas han descendido varios peldaños en sus convicciones, y abandonaron esos principios que defendieron antes con vehemencia, cuando los valores morales eran más importantes que el dinero al que tanto critican pero terminan endiosando. Lo más grave es que lograron ponerlos de rodillas y hacerlos claudicar en sus creencias, los mercantilizaron, comprándolos “solo” con monedas. Han perdido las riendas de sus vidas y su escala de valores ha quedado pisoteada por ellos mismos. Prefirieron la comodidad de la ayuda económica estatal, a la propuesta de ganarse la vida con esfuerzo, pero con dignidad. Después de todo, tal vez sea buena idea considerarlos solo como lo que son, individuos que han preferido doblegarse para subsistir.

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El papel higiénico y el socialismo

Nicolás Maduro afronta la crisis del papel higiénico. Los venezolanos están indignados. Hay escasez en el país. Han debido importar urgentemente 50 millones de rollos por temor a desórdenes populares. Nadie sabe por dónde puede comenzar una rebelión popular. (Es la primera vez que se va a convocar a las barricadas a una muchedumbre de gentes sentadas).

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Yoani Sánchez, que es muy práctica, les ha sugerido que le pidan a Cuba una edición diaria del periódico Granma. Los cubanos hace medio siglo que utilizan el Granma para ese asunto oscuro, solitario y delicado. Nadie toma en serio su contenido, pero todos coinciden en que el continente soluciona un problema generalmente cotidiano.

Es verdad que cuando la tinta tiene demasiado plomo, o cuando la textura es muy áspera, la zona se resiente y pica, pero el régimen lo justifica explicando que es la consecuencia del duro bloqueo de los pérfidos gringos.

Sólo que ésa es una oportunidad magnífica de convertir el revés en victoria. Es entonces cuando cobra todo su significado la heroica consigna revolucionaria: “lucharemos con las uñas contra el imperialismo yanqui”. (Eso: con las uñas, pero sin pasarse para no hacerse daño).

Seamos justos. Es importante no dejarse llevar por las pasiones. Es cierto que el socialismo ha provocado la escasez de papel higiénico, pero el sistema también atenúa las consecuencias.

Los venezolanos cada vez comerán menos, ergo, lo presumible es que necesiten cantidades decrecientes de ese producto superfluo consumido, fundamentalmente, por la decadente burguesía.

Según los cálculos del Ministerio de Planificación, un sesudo equipo de investigadores dirigido por el señor Jorge Giordani, dada la ingestión, digestión y deyección de fibra prevista para el próximo quinquenio –el socialismo del Siglo XXI todo lo prevé y calcula–, es posible que en el 2018 bastará un confeti para que cada venezolano mantenga gloriosamente resplandeciente el orificio de salida.

Pero hay más. Tal vez antes de la llegada de esa fecha, Fidel Castro, si persiste en sus ensayos genéticos, haya resuelto el problema con un hombre nuevo que, además de parecerse al Che en sus valores morales, nacerá con un aparato digestivo modificado para solucionar revolucionariamente ese urticante problema. Ya lo ha advertido jubilosamente: “con patria, pero sin ano”.

¿Por qué faltan en Venezuela el papel higiénico, el pollo, la leche, la harina para arepas, el jabón y así hasta el 21% de los productos habitualmente consumidos por los venezolanos?

Según el señor Maduro (no se sabe si de su propia cosecha o por confesión de algún pajarito delator), se debe a los acaparadores y a los canallas productores que quieren perjudicar su labor para generar la insubordinación popular.

Según la experiencia acumulada a lo largo de un siglo, la culpa está en otra parte: en la planificación y en la asignación artificial de los precios.

Esto se lo advirtió inútilmente Ludwig von Mises a Lenin en 1921 en una serie de artículos, luego reunidos en un libro, titulado Socialismo.

Los burócratas, por muy instruidos que sean, no pueden decidir eficientemente qué, cuánto o cuándo debe y quiere consumir la sociedad.

No hay mejor mecanismo para construir la prosperidad y para abastecer a una sociedad apropiadamente que las decisiones que toma el consumidor soberano con su dinero, indicándoles con sus preferencias al productor y al comerciante lo que debe ofertarle y qué precio está dispuesto a pagar.

Por eso es absurdo decidir arbitrariamente los precios. El precio es el lenguaje que se habla en el mundo del mercado. Mientras más variada y copiosa sea la oferta, menores serán los precios porque la competencia será más intensa.

Si Estados Unidos es hoy una de las economías más “baratas” del planeta es porque existen cuarenta marcas de papel higiénico que tienen que competir en precio y calidad para conquistar las preferencias del consumidor.

Hasta ahora, no existe manera alguna de sustituir eficazmente el libre intercambio productor-comerciante-consumidor, expresado por medio de los precios y la competencia.

Milton Friedman solía decir que si se pusiera al frente del desierto del Sahara a un gobierno planificador, al cabo de pocos años tendría que importar arena. Además del papel higiénico, claro.

* PUBLICADO EN ECONOMÍA PARA TODOS, LUNES 20 DE MAYO DE 2013.

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Reservas del Central, ¿están o no están?

¿Cuánto tienen de reservas no tomadas contra deuda, cómo están colocadas y dónde? Cualquier respuesta que no responda con precisión a estos interrogantes es discurso barato de barricada

En 2008, con Agustín Monteverde comenzamos a seguir más de cerca las reservas del BCRA y luego de varios estudios, cada uno por su lado, llegó a la conclusión que el BCRA no tenía las reservas propias que declaraban tener. En ese momento, y ahora, creo que ningún economista coincide con nuestro análisis.

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Recuerdo que por alguna declaración que hice en el programa de Mariano Grondona al respecto, el BCRA me mandó una carta documento exigiéndome que me ratificara o rectificara de mis declaraciones, carta documento que, obviamente, ignoré por completo.

La mayoría de los economistas hoy toma como pocos confiables los datos de inflación, desocupación, pobreza, PBI y demás estadísticas económicas, pero consideran como palabra santa el nivel de reservas propias que declara tener el BCRA. A diferencia de ellos, personalmente sigo mirando los números, los comparo con las medidas que toman y, por lo menos, sospecho del real nivel de reservas.

El primer dato a considerar es que tomando el nivel de reservas con el que parte el gobierno kirchnerista y siguiendo año a año el aumento de reservas que declara en su movimientos cambiarios base caja, no cuadran los datos de evolución y stock de reservas al fin del período.

El máximo nivel de reservas a fin de cada año que, dando por válidos los datos del BCRA, llega a tener dicha entidad es a fines de 2010 con U$S 50.200 millones. Obviamente sin hacerle las correcciones correspondientes. Tomando las reservas brutas sin restarles nada.

El tema de los pasivos es importante porque declarar un determinado nivel de reservas no indica nada. Lo relevante es cómo las obtuve y mi solvencia para enfrentar corridas cambiarias. Si compro una propiedad contra deuda, puedo decir que tengo un activo, el problema es si no declaro el pasivo que tengo contra ese activo. Por ejemplo, puedo comprar una propiedad en U$S 200.000 de los cuales U$S 180.000 es deuda contraída. Decir que si tengo U$S 200.000 en una propiedad sin mencionar la deuda de U$S 180.000 millones, es no conocer algo tan elemental como la partida doble en contabilidad.

El primer gran interrogante es cuánto de las reservas que declara como propias el BCRA son limpias de toda deuda en moneda extranjera.

Segundo dato curioso, el gobierno impuso el cepo cambiario a los pocos días de haber ganado las elecciones Cristina Fernández de Kirchner. Se cuidó de no decirlo en la campaña electoral. Pero ni bien cerraron las urnas, se largó con el cepo cambiario. En ese momento el BCRA declaraba tener como propias unos U$S 47.000 millones. Un número suficientemente grande como para imponer un cepo. Recordemos que todo empezó con la autorización previa de la AFIP para comprar dólares, luego fueron cerrando más la canilla hasta que hoy querer ahorrar en dólares es casi ser un traidor a la patria en el relato oficial. Pero sigamos, luego de la autorización de la AFIP para comprar dólares obligaron a las compañías de seguro a traer las divisas que tenían depositadas en el exterior. Después cerraron las importaciones. Luego prohibieron el giro de utilidades y dividendos. Y ahora, con el argumento de movilizar la economía, hacen un blanqueo con características insólitas, supuestamente para atraer al sistema los dólares que la gente tiene en el colchón o en el exterior. Es decir, el Central está pidiendo que ingresen dólares contra dos bonos emitidos en dólares. Curiosa contradicción del relato de desendeudamiento.

Este tsunami de medidas para evitar que la gente pueda acceder a dólares lleva a sospechar sobre el real nivel de reservas que tiene el BCRA, algo que sería muy fácil de mostrar. Solamente tendrían que informar cuántas reservas tienen sin haberlas tomado contra deuda en moneda extranjera, en qué activos están colocadas y dónde. Especificando claramente en qué activos están colocadas (plazos fijos en el exterior, bonos de otros gobiernos o bóveda del BCRA). Pero no con discursos, con papeles que demuestren las palabras.

De acuerdo al último balance del BCRA al momento de redactar esta nota, las reservas que declara tener el BCRA representan solo el 35% del activo. Si le descontamos los encajes en dólares, que son divisas que el Central le debe a los bancos y estos a sus depositantes, las reservas representan solo el 27,6% del activo. Como dato de referencia, siguiendo el mismo criterio a principios de 2011 ese 27,6% era 45%, lo cual refleja el deterior patrimonial del Central.

El balance del BCRA se presenta en pesos, por lo tanto las reservas figuran en pesos al tipo de cambio de valuación. Si uno toma las reservas del BCRA así como las presenta sin restarle nada, declara tener $ 205 mil millones de pesos en reservas. Pero tiene en el activo $ 174 mil millones en letras intransferibles del tesoro que vencen entre 2016 y 2022. ¿Cuál es el valor de mercado de esos bonos? Cero porque no se pueden vender. Y si se pudieran vender, tendrían un valor de mercado cercano a cero.

Pero además el tesoro le debe al Central otros $ 130 mil millones por adelantos transitorios. Esto es emisión monetaria para financiar el déficit fiscal. Siendo que ni las letras intransferibles ni los adelantos transitorios tienen valor de mercado, podemos restarlas del activo. Con lo cual, el activo baja de $ 592 mil millones a $ 287 mil millones.

Tenemos entonces que el BCRA tiene un activo de $ 287 mil millones. ¿Cuánto tiene en el pasivo? $ 514 mil millones. El pasivo supera al activo en $ 226 mil millones, que es lo mismo que decir que debe más de lo que tiene. Al tipo de cambio de valuación del Central, el patrimonio neto negativo asciende a U$S 43.454 millones. Más que las reservas que declaran tener.

Y aquí voy a las declaraciones poco felices de Lorenzino que ahora se hace el hombrecito denunciando como terroristas a los economistas que no coinciden con el relato oficial, pero cuando le preguntan por la inflación dice: me quiero ir. Bien, antes de denunciar a nadie de terrorismo, sería bueno que Lorenzino diga cómo piensa solucionar el gobierno al que pertenece este problema patrimonial del BCRA sin devaluar. Si las reservas siguen cayendo y los pesos que emite el BCRA continúan creciendo, que explique él, la presidente del BCRA o Kicillof, cómo arreglarán este lío que armaron sin aplicar una brusca devaluación.

Seguramente si uno  les hiciera esta pregunta en público responderían en masa: me quiero ir!!!!

Mientras tanto esperamos la respuesta sobre las reservas formulada anteriormente. ¿Cuánto tienen de reservas no tomadas contra deuda, cómo están colocadas y dónde? Cualquier respuesta que no responda con precisión a estos interrogantes es discurso barato de barricada.

* PUBLICADO EN ECONOMÍA PARA TODOS, DOMINGO 19 DE MAYO DE 2013.

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