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Calidad Institucional

Congelamiento de precios: la ilusión óptica de Moreno

LA NACIÓN.- El secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, va camino a otro de sus estrepitosos fracasos al establecer el congelamiento de precios. Ya fracasó en el control de la inflación, el blue, y su control de las importaciones contribuyó a la caída en el nivel de actividad económica que se refleja en la pobre evolución de la recaudación impositiva, por debajo de la inflación real, generando más problemas fiscales.

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Con el congelamiento de precios, Moreno tiene un problema de ilusión óptica. Cree que los precios suben, cuando en realidad lo que está ocurriendo es que la moneda se desvaloriza. Lo que acaba de hacer Moreno con el congelamiento de precios es tratar de evitar que la pileta se desborde tapándola con un papel de diario mientras la canilla está abierta y el desagote tapado. Tiene el problema de ver distorsionado el funcionamiento de la economía. Es decir, ve cosas que no existen y no ve lo que sí existe.

Lo que deberían distinguir en el Gobierno es la diferencia entre el aumento de precios y la inflación. Por ejemplo, si hay una mala cosecha de papas, el precio de las papas va a subir si la demanda se mantiene constante. Eso es un aumento de precios. Pero que suban las papas, no quiere decir que el resto de los precios de la economía también tenga que subir.

Lo que está ocurriendo en la economía argentina es que todos los precios parecen subir, cuando en realidad es que cada vez la gente puede comprar menos con los pesos que tiene por la moneda que se desvaloriza. Al respecto ya escribí unos días atrás una nota explicando por qué el BCRA emite barras de hielo.

En los últimos 12 meses la emisión primaria de moneda, cantidad de pesos en circulación, aumentó el 35%. Si uno mira los datos del BCRA se encuentra con que al 23 de enero de 2012 el stock de adelantos transitorios al tesoro (emisión monetaria para financiar el déficit fiscal) era de $ 65.280 millones y al 23 de enero de este año el stock de adelantos transitorios era de $ 128.000 millones. Un 96% de aumento.

Lo que está ocurriendo en la economía argentina es que el BCRA está aplicando una mayor tasa de impuesto inflacionario. Emite a marcha forzada, con lo cual el poder de compra del dinero se desvaloriza. Que el común de la gente no sepa qué está pasando con esta destrucción monetaria es lógico porque el común de los mortales no se toma el trabajo de leer los balances del BCRA y los datos monetarios. Pero lo que sí alarma es que alguien que ocupa el cargo de secretario de Comercio no tenga la capacidad profesional de poder relacionar dos variables al mismo tiempo: oferta de bienes y servicios y cantidad de moneda circulando.

Si la economía está, siendo optimista, estancada y al mismo tiempo se importan menos bienes, no hace falta ser Albert Einstein para advertir que hay menos bienes a disposición de la gente. Si esta menor oferta de bienes, que no es tan complicado de entender que la genera el mismo Gobierno, se relaciona con un aumento del 35% anual del circulante, cualquiera puede advertir que el problema no está en los precios sino que está en el BCRA.

¿Y por qué emite tanto el BCRA? Por lo dicho anteriormente, el déficit fiscal hace que el Central cobre cada vez más impuesto inflacionario. El 56% del aumento de la base monetaria del 2012 se explica por emisión para financiar al tesoro.

Pero agreguemos un tercer elemento. Por un lado, disminuye la oferta de bienes por las medidas que, entre otros, adopta el mismo Moreno. Por otro lado, Mercedes Marcó del Pont tiene a las máquinas de imprimir billetes echando humo y, en tercer lugar, la gente, que no lee los balances del Central pero no es estúpida, ve que sus pesos valen cada vez menos, con lo cual huye del peso. Esto se denomina en economía caída en la demanda de moneda. Al juntar los tres elementos: menos bienes en oferta, más pesos en circulación y caída en la demanda de moneda, tenemos la tormenta perfecta para generar un agudo proceso inflacionario.

Ellos creen que congelando los precios van a ocultar la realidad. En rigor, si el secretario de Comercio hubiese actuado con cierto grado de idoneidad profesional, debería haberle pedido a Marcó del Pont que congele la emisión de moneda, en vez de él congelar los precios.

¿Qué es lo que puede esperarse de esta medida de inflación cero a lo Gelbard de 1973? Que falten productos en las góndolas. Que los productos tengan menor calidad y/o vengan en envases más chicos. ¿Por qué? Porque nadie va a vender a 10 lo que luego le va a costar 15 reponerlo. Algunos perderán parte de su capital de trabajo durante un tiempo. Pero va a llegar un punto en que nadie va a querer trabajar a pérdida indefinidamente.

Cuando el secretario, afectado por su ilusión óptica, le diga al del supermercado por qué quiere subir el precio de la leche, el del supermercado le dirá que el que le vende la leche le aumentó el precio gracias a que desde el Central siguen emitiendo. Cuando el secretario llame al que produce leche, le responderá que el envase y otros costos le subieron. Tendrá entonces que hablar con los del envase y otros costos y así sucesivamente. En definitiva, tendrá que congelar todos los precios de la economía, lo que no significa que vaya a frenar la inflación porque el problema se genera en el déficit fiscal que se traslada al Central vía emisión.

Con el tipo de cambio real atrasado, las tarifas de los servicios públicos también atrasadas y los precios congelados, terminaron de reflotar la inflación cero de Gelbard que desembocó en el Rodrigazo de 1975.

*PUBLICADO EN LA NACIÓN, VIERNES 8 DE FEBRERO DE 2013.
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THEODORE ZELDIN: SOBRE AUTORIDAD Y RESPETO

Mucho se ha escrito sobre autoridad y poder pero no todas las elucubraciones dan en la tecla. El poder implica dominio, significa uso de la fuerza (lo cual es completamente distinto de poder como verbo, en el sentido de capacidad para hacer algo como, por ejemplo, cuando se constata que fulano puede jugar al ajedrez). En cambio, la autoridad alude a la solvencia con que se procede: se reconoce a la autoridad del gran matemático en su campo, al deportista en el suyo, al buen profesor y así sucesivamente. Sin embargo, existe el uso fraudulento de “autoridad” en el sentido de revestido de poder en cuanto a posibilidad de usar la fuerza con carácter agresivo. En este contexto, se destacan en primer lugar los gobiernos que en la versión convencional se extralimitan en sus atributos de proteger los derechos de sus mandantes y, en su lugar, los conculcan, lo cual, claro está, no merece respeto (situación bastante habitual por cierto). Por otra parte, el director de un colegio no tiene poder en el sentido de la facultad de recurrir a la fuerza agresiva sino que en la propiedad que representa, tiene la posibilidad de amonestar según las reglas con las que se admitió al amonestado a la casa de estudios.

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Se ha dicho y repetido que debe respetarse la investidura aunque no merezca respeto quien la detenta. A nuestro modo de ver esto no es así ni debería serlo. En verdad, quien primero falta el respeto a la investidura es quien la denigra al proceder de modo indigno. Precisamente, el modo de respetar la investidura consiste en denostar a quien la prostituye. Todo este razonamiento está dirigido principalmente a los gobernantes que degradan su investidura al traicionar las funciones y el mandato con que fueron investidos. Sin llegar al inaceptable tiranicidio que aconsejaban los clásicos, es necesario el repudio a los que, en lugar de proteger los derechos de la gente, los atacan y mancillan.

Theodore Zeldin, profesor de historia en la Universidad de Oxford, ha publicado un libro titulado An Intimate History of Humanity en cuyo capítulo octavo desarrolla el tema del poder, por un lado, y la autoridad en el contexto del respeto, por otro. Nos recuerda que la primera manifestación teológica se ubica en la antigua Sumeria en donde reyes y sacerdotes le decían a la gente que debían trabajar sin desmayo en condiciones infrahumanas bajo la coacción de gobernantes “para que los dioses pudieran descansar” y, desde luego, esos reyes y sacerdotes eran los representantes de los dioses en la tierra quienes usufructuaban de semejante patraña.

Señala este autor que durante la mayor parte de la historia de la humanidad, salvo cortos períodos de sublevación, la gente ha sido sumisa al poder desenfrenado de una casta de gobernantes y sus socios privilegiados quienes han vivido a expensas de la población a la que tenían (y tienen) sumergida, todo en nombre de “la autoridad” y ahora observa con beneplácito que los políticos que se han ubicado en el lugar de los reyes son los menos respetados. En este sentido decimos nosotros que es pertinente tener en cuenta que una reciente encuesta de Latinobarómetro coloca a los políticos como los menos confiables de todas las profesiones públicas posibles y ubican a los bomberos como los de mayor prestigio.

Escribe Zeldin que “Dos mundo existen lado a lado. En uno la lucha por el poder continúa como ha sido siempre. En el otro, no es el poder lo que cuenta sino el respeto. El poder ya no significa que se le tenga respeto. Incluso el hombre más poderoso del mundo, el Presidente de los Estados Unidos, no es suficientemente poderoso como para concitar el respeto generalizado; tiene menos respeto que la Madre Teresa a quien nadie está obligado a obedecer”.

Sigue diciendo que “Los gobiernos modernos que siempre intentan controlar más aspectos de las vidas de las personas que los reyes intentaron jamás, son constantemente humillados porque sus leyes raramente logran lo que se proponen y son evadidas y burladas […] ahora se ha descubierto que significa el poder: que la gente actúe como los poderosos quieren […antes] se pretendía que el respeto fuera a quienes vivían a expensas de los demás”. En resumen, “El respeto no puede lograrse a través de los mismos métodos que el poder. No requiere de jefes sino de personas que meditan […] sobre el respeto recíproco”.

Incluso el autor extiende sus jugosas disquisiciones al campo de las relaciones voluntarias en la empresa con lo que sin mencionarlo de hecho adhiere a la moderna concepción del “Market Based Management” en la que se estimulan organigramas más horizontales. Así consigna que “Los gerentes de empresas han dejado de verse como seres que imparten órdenes o tomando decisiones y, en vez, concluyen que su función radica más bien en incentivar a los integrantes de su equipo a que encuentren soluciones por si mismos”.

En última instancia, la idea del poder está basada en una superlativa presunción del conocimiento. En lugar de comprender que la información está dispersa y fraccionada entre millones de personas, se considera que todo debe resolverse desde el vértice del poder con lo que en realidad se concentra ignorancia. Nadie sabe a ciencia cierta que hará al día siguiente (puede conjeturar pero al modificarse las circunstancias, cambia su agenda) y sin embargo se pretende manejar vidas y haciendas de millones de personas.

La forma más civilizada y productiva de obtener información en las coordinaciones de los procesos sociales es a través de los precios en el mercado como únicos indicadores en un sistema de propiedad privada (puesto que no pueden haber precios sin esa institución fundamental). En esta línea argumental cierro esta nota con un ejemplo tomado del amplio espectro del ecologismo hoy tan en boga, donde no solo se pone en evidencia la arrogancia de los planificadores sociales sino que se dejan de lado procesos de mercado que resuelven los problemas planteados, y en su lugar, utilizar el canal del medio ambiente para eliminar la propiedad.

A través de las figuras de los “derechos difusos” y el “subjetivismo plural” se pretende que cualquiera pueda invadir la propiedad ajena alegando que se daña el planeta. No se trata de atajarse de daños que se infringen al derecho de las personas en cuyo caso naturalmente el damnificado puede demandar a quien se prueba lo perjudica (sea a través de la emisión de monóxido de carbono o el derramar ácido sulfúrico en el jardín del prójimo y equivalentes) sino recurrir al aparato estatal para que se paralice la decisión de los dueños.

Esto último ocurre de este modo debido a que se confunde lo que es un derecho con una externalidad positiva. Por ejemplo, si una parcela linda con otra en la que hay una arboleda que proyecta sombra sobre la tierra del vecino y, en otro momento, el titular decidiera talar ese bosque, el primero lo pretende demandar porque estima lesionó su derecho a la sombra. Esto constituye un error garrafal puesto que quien se beneficiaba con la sombra del vecino, como queda dicho, obtenía una ventaja gratuita (externalidad positiva) de lo cual no se desprende que tenga un derecho sobre la aludida sombra.

Del mismo modo, si se comprobara que cierta arboleda que se encuentra en la propiedad de alguien resulta de importancia para proveer oxígeno a otros, esos otros, si estiman que es de gran valor que se mantengan en pie esos árboles, deben pagar por ello para mantenerlo del mismo modo que se paga por un medicamento o un alimento. Sin duda que primero debe constatarse el peso relativo del bien en cuestión y esa información en el contexto de un proceso evolutivo, igual que tantas otras que van surgiendo con nuevas investigaciones, es provista por quienes obtengan el referido conocimiento que, a su vez, es vendido en el mercado (si nadie la compra es porque los datos del caso no se consideran de valor, pero de ninguna manera se justifica el establecimiento de comisarios para que resuelvan por la fuerza).

En el contexto de las preocupaciones de Zelin, tal vez la estocada más contundente a la propiedad sea vía la ecología. Hoy parece más efectivo para socializar el exhibir un ganso envuelto en petróleo que un niño africano con el abdomen hinchado de hambre. En el ejemplo citado se apunta a la colectivización de la propiedad y, como resultado, ocurre lo que Garret Hardin ha bautizado tan ajustadamente como “la tragedia de los comunes” (lo que es de todos no es de nadie y, por ende, los incentivos son radicalmente diferentes respecto a cuando se asignan derechos de propiedad).

El libro de Zeldin es de gran calado y pega en el blanco respecto a los padecimientos de personas a las que se atropella en sus autonomías individuales, no solo en el ejemplo señalado sino en prácticamente todos los aspectos de la vida. Es hora de que se respete el derecho de cada cual como algo efectivo y no como algo meramente retórico y se establezcan vallas efectivas que tiendan a ser infranqueables para los abusos del Leviatán.

A los economistas nos resulta vital estudiar muy de cerca avenidas como las de la filosofía, el derecho, la historia, la ecología y ramas necesariamente emparentadas con la economía, puesto que como ha indicado el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek: “nadie puede ser un buen economista si solo es economista y estoy tentado a decir que el economista que es sólo economista tenderá a convertirse en un estorbo, cuando no en un peligro manifiesto”. Si, en un peligro manifiesto.

  * Publicado originalmente en DIARIO DE AMÉRICA. Ver nota en http://www.diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7678
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EL PECULIAR CASO DE KANT

Sin duda que los humanos nos equivocamos porque somos limitados e imperfectos. No escapamos a las contradicciones por más que no las detectemos en nosotros mismos (de lo contrario es de creer que las rectificaríamos). Nuestras corroboraciones son siempre provisorias sujetas a refutaciones. Estamos inmersos en un proceso evolutivo, estamos en ebullición sin posibilidad de llegar a una instancia definitiva. Nos encaminamos por un azaroso sendero de prueba y error. Cuando revisamos lo que hemos escrito nos percatamos que podríamos haber mejorado la marca.

Todo esto es cierto, pero el caso de Emanuel Kant es más bien asombroso. En Crítica a la razón pura apunta a las tres preguntas filosóficas de mayor calado: “la libertad de la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios”, su “imperativo categórico” consiste en actuar “como si tu máxima se convierta en la ley universal” y ha contribuido a clarificar algunos entuertos en torno a los juicios analíticos y sintéticos, complicar otros planos como el idealismo y la percepción de las cosas y su curioso paradigma moral vinculado al “deber”.

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En materia de los derechos individuales, sostiene que nadie debe ser tratado como medio para los fines de otros puesto que cada uno es un fin en si mismo y, en la misma línea argumental, como cita Bertrand Russell en su History of Western Civilization, Kant afirma su conocida sentencia en el sentido de que “no puede haber nada más horrendo que la acción de un hombre esté sujeta al deseo de otro”.

Pero aquí viene la sorpresa mayúscula: cual hobbesiano radical, escribe Kant en sus trabajos compilados bajo el título de Teoría y praxis que “toda oposición al poder legislativo supremo, toda sublevación que permita traducir en actos de descontento de los súbditos, todo levantamiento que estalle en rebelión es, en una comunidad, el crimen más grave y condenable, pues arruina el fundamente mismo de la comunidad. Y esta prohibición es incondicionada, hasta tal punto que cuando incluso ese poder o su agente, el jefe de Estado, han violado hasta el contrato originario y de ese modo se ha desposeído, a los ojos de los súbditos, del derecho a ser legisladores, puesto que autorizan al gobierno a proceder de manera absolutamente violenta (tiránica), sin embargo, al súbdito no le está permitida resistencia alguna en tanto contraviolencia”.

Y en lo que se ha publicado de Kant como Principios metafísicos de la doctrina del derecho, en un sentido contrario a lo que venía sosteniendo en largas y sesudas disquisiciones sobre la importancia de respetar el derecho de cada cual, hasta que en la Sección Primera de la Segunda Parte de la obra, súbitamente la emprende con conceptos a contramano de lo que venía diciendo -en una demostración de positivismo superlativo- al mantener que “el soberano no tiene hacia el súbdito más que derechos no deberes; por lo demás si el órgano del soberano, el gobernante, obrase contra las leyes, por ejemplo, en materia de impuestos […] No hay pues contra el poder legislativo, soberano de la cuidad ninguna resistencia legítima de parte del pueblo; porque un estado jurídico no es posible más que por la sumisión a la voluntad universal legislativa, ningún derecho de sedición (seditio), menos todavía de rebelión (rebellio) pertenece a todos contra él como persona singular o individual (el monarca), bajo pretexto de que abusa de su poder ( tyrannus)”.

No nos explicamos una contradicción más flagrante. En La paz perpetua Kant, dice que entiende “la política como aplicación del derecho y la moral” y critica la “constitución no republicana” en la que “el jefe del Estado no es un conciudadano sino un amo y la guerra no perturba en lo más mínimo su vida regalada que transcurre en banquetes, cazas y castillos placenteros. La guerra para él es una especie de diversión”. Y en este libro de 1795, hasta en concordancia con lo consignado por los Padres Fundadores de Estados Unidos en Los Papeles Federalistas de 1787/88 (por ejemplo, en el No. XXV), propugna que “los ejércitos permanentes -miles perpetuus- deben desaparecer por completo” y “liberar al país de la pesadumbre de los gastos militares”, al tiempo que aconseja  que “no debe el Estado contraer deudas que tengan por objeto sostener su política exterior”.

¿Como compatibilizar semejante incoherencia? El esfuerzo humano en su pensamiento consiste en lograr archivos ordenados en su subconsciente al efecto de contar con la mayor consistencia posible, pero estos brincos no parece que provengan de un filósofo de fuste. Según algunos kantianos sus párrafos sobre filosofía política se deben a la censura cosa que es muy discutible por cierto (y, por otra parte, la eventual excusa no quita lo dicho).

Sabemos que Ludwig von Mises era partidario del servicio militar obligatorio, que Santo Tomás de Aquino patrocinaba la muerte para los herejes, que Murray Rothbard aprobaba el aborto voluntario, que Karl Popper suscribió la censura de la televisión, que John Stuart Mill dio pie para el redistribucionismo y tantos otros casos, pero el de Kant es distinto en el sentido que, dejando de lado sus elucubraciones sobre la metafísica (que finalmente también niega), sus aportes metodológicos en cuanto a los a priori y su especie de subjetivismo epistemológico contrario al realismo, sus reflexiones sobre la libertad pueden partirse en dos con largas disquisiciones en dos sentidos opuestos.

Como hemos subrayado al abrir esta nota, todos tenemos contradicciones debido a nuestra condición humana. Cuando expongo esto frente a mis alumnos invariablemente me preguntan cuales son las mías, a lo que respondo que si las pudiera identificar las corregiría como, por ejemplo, cuando gracias precisamente a varios de mis alumnos, he modificado mi posición frente a las drogas alucinógenas para usos no medicinales: con anterioridad era partidario de la prohibición.

En el caso de Kant resulta difícil hacer un balance para sacar una conclusión sobre el neto de sus contribuciones en la materia aludida. En otros casos como los autores citados, uno puede concluir sobre el mérito de sus trabajos dejando de lado ciertas incoherencias pero en los aportes kantianos no resulta fácil arribar a un balance que haga justicia, especialmente en lo referente a la libertad de las personas, como decimos, con tan enfáticas declaraciones en direcciones contrarias.

 
*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, JUEVES 24 DE ENERO DE 2013.
 
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Cepo al tipo de cambio y a la economía

INFOBAE.COM.- Cuando el gobierno dice que impuso el “corralito verde” para evitar devaluar, está cometiendo un grave error o engañando a la gente. Además, esta medida se transformará en un cepo que frenará la actividad económica.

El gobierno ha estado cubriendo sus excesos de gasto con una creciente transferencia de recursos desde el Banco Central. La autoridad monetaria no tiene capacidad de generar riqueza; por lo que, en su mayor medida, financia al Estado cobrándonos el famoso impuesto inflacionario.

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No importa si lo que le transfiere al gobierno son divisas o pesos, en definitiva, a las primeras las tiene que adquirir emitiendo moneda local. Por lo tanto, cuando analizamos el incremento de la oferta monetaria de los últimos años, encontramos que el total se ha justificado en transferencias al Estado. Hay que tener en cuenta que el incremento del stock de pesos ha venido creciendo a porcentajes mayores al 35% e, incluso, al 40%. ¿Alguien puede creer que los argentinos necesitamos aumentar nuestras tenencias de pesos a semejantes tasas? Entonces, tienen una pista de por qué se ha depreciado nuestra moneda.

El peso es como cualquier bien. Tiene una demanda: nosotros (porque es medio de pago, reserva de valor y unidad de medida) y un oferente monopólico: el Banco Central. Si alguien produce más de un bien de lo que la gente demanda, el precio de ese bien caerá. El problema es que si hablamos de la moneda local, nos estamos refiriendo al metro con el cual valuamos todos los bienes y servicios de la economía. Por lo tanto, si su valor baja, el metro se está achicando y, por ende, todo lo que midamos con él aumentará su medida. Entonces, la inflación no es una suba generalizada de precios sino el achicamiento de nuestra unidad de cuenta. Tengamos en cuenta que el peso también es el “metro” con el que medimos el valor de las monedas extranjeras. Por lo tanto, al depreciarse, vemos que el tipo de cambio sube.

El Banco Central ha estado cobrándonos un elevadísimo impuesto inflacionario para financiar al gobierno. Y de la misma forma que con la intervención del Indec oculta el reflejo de la verdadera depreciación del peso en el IPC, con el cepo evita mostrarla en el tipo de cambio oficial. El problema es que más allá de la alteración de las cifras gubernamentales, el peso sigue perdiendo valor.

Por lo tanto, la inflación es cada vez mayor y presiona en los costos de los empresarios. Sin embargo, el tipo de cambio oficial no refleja esa depreciación y, por ende, tampoco lo que cobran quienes fabrican bienes que compiten con similares del exterior. Es así como los sectores menos eficientes empiezan a sentir que pierden competitividad, quedan afuera del mercado y no pueden producir. Ya estuvimos viendo algo de esto durante 2012, en algunas economías regionales e industrias; peropodemos adelantar cómo seguirá la película mirando lo que pasa en Venezuela.

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El “chavismo” impuso un cepo cambiario en 2003. A pesar de que devaluaron su moneda varias veces, y mucho, la necesidad de financiarse con impuesto inflacionario creciente (hasta 2011 fueron líderes en la región, en materia de inflación) implicó que el tipo de cambio real oficial cayera fuertemente. Es decir, lo que el gobierno reconoció de la pérdida de valor del bolívar, en el precio del dólar oficial, fue un porcentaje menor al real.

Por lo tanto, para los productores, los costos subieron por el ascensor, pero sus precios quedaron atados a un dólar oficial que lo hacía por la escalera. Si bien Venezuela fue siempre un gran exportador de hidrocarburos, el porcentaje de exportaciones no petroleras rondaba el 20%; pero, a partir de la vigencia del cepo, su participación se derrumbó hasta alcanzar el 5%.

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Volvamos a la Argentina. Muchos se entusiasman con que el buen clima permita una buena cosecha gruesa y que el nivel de actividad de Brasil siga ganando en velocidad para que pueda incrementar su demanda por nuestros productos industriales. Ambas cosas deberían mejorar nuestras deprimidas exportaciones. Eso es cierto. Sin embargo, el problema es que el cepo se encargará de que el efecto sea coyuntural. No sólo porque nuestros empresarios manufactureros verán que les cuesta cada vez más competir con sus costos por la demanda brasileña sino porque tampoco nuestro agro saldrá indemne.

Tomemos el producto en el que somos más competitivos, la sojaCuando el productor venda su próxima cosecha estará recibiendo bastante menos del 50% del valor real de su producto, descontado solamente la retención (en 2011, ese porcentaje fue de más del 60%). El cepo le reconocerá menos del 70% del verdadero valor en pesos del dólar, sobre un precio internacional que tuvo una quita previa del 35%. Por lo tanto, cuando analice el beneficio final del negocio y se dé cuenta de que este resultado tenderá a desmejorar mientras permanezca el cepo cambiario (en 2014, con suerte recibirá algo más de 40%), los que siembran en áreas marginales dejarán de hacerlo. Aquellos que lo hacen en la zona núcleo invertirán menos, debido a las previsibles menores ganancias. Por lo tanto, aun en la zona más productiva, los rendimientos bajarán.

En síntesis, si el efecto del cepo cambiario sobre el sector más eficiente de la economía local será desastroso, cabe imaginarse cuál será el impacto sobre los que no tienen la suerte de tener semejantes ventajas comparativas. No es difícil prever que la situación se volverá crítica para muchos exportadores y productores; por lo que el “corralito verde” será insostenible en el mediano plazo. Esto llevará a “megadevaluaciones” del tipo de cambio oficial y a una gran inestabilidad. Es decir,si tenemos la suerte de que el campo y Brasil nos regalen un “veranito” económico, disfrutémoslo.

Durante 2013, al impacto negativo del cepo, habrá que sumarle el enorme estrés político previsible para una elección legislativa donde el gobierno “irá por todo” (ya que considera que, si no hay reforma constitucional, se queda sin nada); por lo queaumentará la fuga de capitales y se retraerá el consumo y la inversión. Así, no es difícil prever que el nivel de actividad vuelva a desacelerarse en la segunda parte del año y empiecen a aparecer en el horizonte los “nubarrones” de la recesión.

No hace falta ser Madrake, sino tomarse el trabajo de observar que, en el mundo y en la Argentina (más de 20 programas con cepo en 70 años) todos los regímenes de control cambiario terminaron mal. Lástima que los que están en el gobierno hayan decidido repetir, tantas veces, este fracasado esquema. ¿Aprenderemos de esta nueva frustración?

 
*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 23 DE ENERO DE 2013.
 
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Fabricantes de pobreza

El pseudo progresismo se ha constituido en el mayor generador de pobreza de este tiempo. Lo hacen a diario, y pese a las irrefutables evidencias que confirman esta visión, están convencidos de estar recorriendo el camino inverso. Definitivamente han hecho un culto de la indigencia. Después de todo se nutren de ella.

Las naciones que lograron vencer al subdesarrollo, que progresaron en serio, no lo hicieron construyendo una industria de dádivas, ni gestando un huracán de privilegios, ni tampoco planteando condiciones ideales para esa sociedad injusta en la que los que se esfuerzan obtienen lo mismo que los que no lo hacen.

Esta casta de dirigentes ruines que pueblan las bancas legislativas y las oficinas públicas, la inmensa mayoría de ellos, incapaces de exhibir un éxito profesional en sus vidas, disponen de los dineros de todos, fundamentalmente del de los más pobres, para seguir empobreciéndolos, en una lógica que, a estas alturas, ya debería haber caído por su propio peso.

A los que menos tienen, los castigan con una carga tributaria inexplicable. Les hacen pagar a los más débiles, a los que con mucho esfuerzo solo pueden sustentarse, impuestos que tienen como destino el despilfarro de siempre, ese que permite ejercer retorcidas prácticas políticas, favorecer amigotes del mandamás de turno, o alimentar la epidemia de la corrupción.

Ellos, la clase política de diferentes espacios, que gobierna estos países desde hace demasiado tiempo, ha construido una maraña de reglas de juego para mantenerse allí, esquilmando a los que producen, pero también a los que dicen beneficiar.

Son los sectores más empobrecidos los que pagan con mayor fuerza este sistema que suponen que los defiende. Impuestos, inflación, derroche y corrupción. Resulta difícil identificar en esta lista, en qué lugar está la tan mentada defensa a los que menos posibilidades tienen con la que se llenan la boca los dirigentes de este tiempo.

Han diseñado un esquema para enriquecerse como funcionarios, que se sostiene sobre la base de sojuzgar a los más pobres. No han generado las condiciones para que dejen de serlo, muy por el contrario, crearon un sistema para que los pobres sigan siendo pobres y queden esclavizados, en manos del clientelismo y el asistencialismo que se han ocupado de edificar durante décadas.

Un país rico y prospero, como el que sostiene el relato, no saquea a los pobres con impuestos e inflación para luego subsidiarlos, no los humilla, ni los impulsa a convertirse en mendigos de la política.

El país en el que nos quieren hacer creer que vivimos, no existe. Somos parte de una sociedad donde un pobre es inducido a votar a un candidato partidario, a cambio de un plan social estatal o de una mera promesa.

Los que se ufanan de hacer política en serio, organizan, cual asociación ilícita, un afinado método para entregar una bolsa de alimentos el día de las elecciones solo para lograr mayor caudal electoral. Intentan arrear a los ciudadanos como ganado, en vehículos. Todo ese despliegue con dineros públicos muchas veces, confirmando esa cruel sociedad entre la política y la corrupción.

Habrá que ser menos piadosos con esa clase política. Se trata de una perversa casta, una verdadera lacra social, avalada por muchos ciudadanos, los más de ellos cómplices involuntarios de esta parodia.

Esta caterva de dirigentes políticos, no tiene autoridad moral para hablar de progreso. Se encargan a diario de tratar a la gente como “una cosa”, de condenarlos a mantenerse en una vida despreciable, a hacerle promesas, a sabiendas de que no cumplirán, y fundamentalmente a convencerlos de que son unos inútiles, que no sirven para nada y que solo pueden aspirar a seguir recibiendo favores, a vivir de prestado y solo en la medida que continúen votando a su humilladores para que los sigan destratando.

Cuando estos corruptos finalmente se vayan y sean finalmente desenmascarados, cuando los que todavía los sostienen, logren darse cuenta de la inmoralidad que han generado, esta sociedad deberá aun luchar para vencer las temibles secuelas y este legado lamentable que dejarán como herencia.

Los depredadores de la política y de la sociedad, los han convencido a los más pobres, que son ineptos, inservibles y llevará mucho tiempo recuperar la autoestima, la fe en sí mismos, la fortaleza para dar la mayor de las batallas y salir de la pobreza sin que nadie les regale nada.

En todo este tiempo, les han robado la mayor riqueza que un ser humano puede disponer, su dignidad. Y es difícil recuperar esta virtud cuando ha sido pisoteada, arrastrada y ultrajada durante generaciones.

No se precisan gobiernos que saquen de la pobreza a la gente, en todo caso se necesita una clase dirigente que deje de lado su costado mesiánico e interminable vanidad, su soberbia inagotable de creerse el centro de la creación, la dueña de las verdades y propietaria del  monopolio de las soluciones.

A la gente de bien le queda una dura tarea por delante, ayudar a reconstruir el optimismo, el poco que queda, a devolverle la fe a los que la pierden a diario, a alimentar la confianza en sí mismos y la imprescindible actitud, que es la madre de la riqueza.

El combate será difícil, porque mientras muchos ciudadanos están dispuestos a ser protagonistas del cambio, otros decidieron dedicarse al ocio cívico, fomentando la abulia crónica y siendo cómplices de tanto desatino.

Es tiempo de enfocarse en no bajar los brazos. Los que realmente creen que la historia puede cambiar tienen un duro desafío por delante. Mientras tanto, del otro lado, buena parte de esta clase política contemporánea, alimentada desde el populismo vigente, se dedicará a perfeccionar el arte de ser fabricantes de pobreza.

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